viernes, 31 de diciembre de 2004

Poema

Alegría de una muchachita ante el sol, de Joan Miró

Levanto mi copa de cava, agito mi cabellera al viento (es un decir), y mientras doy buena cuenta de mi simbólica docena de uvas, abandono 2004 con mi poema-fetiche:


Ir de nuevo al jardín cerrado,
Que tras los arcos de la tapia,
Entre magnolios, limoneros,
Guarda el encanto de las aguas.

Oír de nuevo en el silencio,
Vivo de trinos y de hojas,
El susurro tibio del aire
Donde las almas viejas flotan.

Ver otra vez el cielo hondo
A lo lejos, la torre esbelta
Tal flor de luz sobre las palmas:
Las cosas todas siempre bellas.

Sentir otra vez, como entonces,
La espina aguda del deseo,
Mientras la juventud pasada
Vuelve. Sueño de un dios sin tiempo.

Luis Cernuda

jueves, 30 de diciembre de 2004

Aldea

Si Marshall McLuhan hubiese conocido el caso español, no me cabe la menor dude de que habría modificado su exitosa fórmula: nada del mundo como una aldea global, la aldea (nuestra aldea) como el mundo. Resulta en verdad tragicómico acercarse a contemplar el espectáculo de un país en lucha permanente por profundizar en la atomización y la desintegración (incluida la morfológica). Tal vez sólo el caso patético de Polonia, ejemplarizante en su histórico y constante esfuerzo por autodestruirse, tenga parangón con la situación actual de España. En un reciente chat, Arcadi Espada afirmaba que en realidad la gente es cada vez menos nacionalista, que es el establishment de los partidos políticos el que causa esa falsa percepción de la realidad. No comparto su optimismo.

Hagamos el esfuerzo de alejarnos de la gran política (y mira que nos lo ponen difícil, con el aún reciente, pero seguro que ya antiguo -en estos días han tenido tiempo más que suficiente de tramar otro-, disparate del Archivo de Salamanca, un disparate al fin y al cabo "folclórico", en afortunada adjetivación de Fernando Savater) y bajemos a las comunidades autónomas, a las provincias, a los pueblos. En esta ola que nos arrastra, digna del mayor tsunami político-social del que yo tenga memoria, no hay presidente, regional o de diputación, ni alcalde que se precie, por pequeña que sea la clientela que administra, que no dedique buena parte de sus esfuerzos a buscar, con linternas, espectrógrafos y tuneladoras si es necesario, las señas de identidad propias que los singularicen con respecto a sus vecinos. No hay pueblo, por pequeño que sea, que no se crea con derecho a gestionar su propio teatro, su auditorio, su festival de música, sus cursos de extensión universitaria y hasta su equipo en primera. No existe villa ni parroquia, por minúscula que pueda parecer, que no aspire a tener su propio diccionario de modismos y expresiones locales, y eso cuando no pueden aplastar a sus vecinos con la lengua o el dialecto autóctonos, expresión última de la riqueza lingüística de la España plural.

El pretendido carácter anárquico de los españoles, que muchos viajeros románticos recogieron en sus libros de viaje por nuestro país y que supuestamente nos convertía en un pueblo ingobernable, ha alcanzado cotas dignas del esperpento en estos días de finales de 2004, en que no sólo los reyezuelos de taifas desafían, sin coste alguno, las leyes que a todos obligan, sino en que su fundamento se dinamita desde la propia administración central del Estado. La próxima invasión almohade, con su caudal dogmático e intolerante, nos la tenemos bien merecida. Pero no llegará de África, como muchos piensan. Se incuba lentamente en el interior de nuestra débil sociedad, intelectual y moralmente degradada.

miércoles, 29 de diciembre de 2004

Perros

Un perro andaluzYa que Saf ha traído el nombre de Juan Ramón, me gustaría recordar el enorme ascendiente que el poeta de Moguer tuvo sobre todos los escritores (y artistas en general) vinculados de uno u otro modo al 27, para quienes era un verdadero padre artístico. Hipocondríaco y bastante mezquino, Rafael Cansinos Assens lo retrata a la perfección, tanto en las anécdotas que cuenta en sus imprescindibles y magistrales Memorias, como en el retrato que nos pinta en su obra crítica. Escribe Cansinos: "Juan Ramón Jiménez es una esencia virginal. Su rareza está toda en el espíritu, en esa finísima voz no tenida hasta entonces por nadie, en esa mística pureza por la cual le atribuimos mentalmente vestes blancas y le identificamos con la poesía misma. Cuando viene a Madrid y vamos a verle, los domingos, en mística romería, Villaespesa, los Machado, Ortiz de Pinedo y algún otro olvidado, a aquel Sanatorio del Rosario, blanco y florido, donde él sueña tras los cristales de su ventana sobre el jardín, nos sentimos intimidados en su presencia. La voz atronadora de Villaespesa se hace aquí apagada; y nosotros procuramos sentarnos sin ruido en los nobles asientos. Juan Ramón es quieto y frío como una sombra, impasible hasta cuando nos muestra el retrato de Verlaine. Y pulcro como un mármol. Lleva ya la barbilla faunesca a lo Rubén, viste de obscuro, con la elegancia de un dandy, y es como un Musset juvenil, pálido y fino, el Musset galante de las cenas de Tortoni y los bailes en la Ópera. Todo es pulcro en él y a su alrededor. Todo, hasta las cuartillas que nos muestra, de un noble papel rígido, en que él escribe sus versos con una fina letra vertical, cuyos rasgos no olvidará Ortiz de Pinedo, ni tampoco la firma, con una simple raya por toda rúbrica. Algo nos defrauda en esta entrevista, como siempre que creemos encontrar un alma y hallamos también un cuerpo. Esta vez es la impasibilidad del que creíamos encontrar deshecho en lágrimas; la fría corrección mundana del hermano de la luna y la ligera ironía de esa sonrisa que nos descubre dientes blancos, cuando el poeta habla de algún pobre colega menos dotado de gracia sutil".

Esta admiración, que en Cansinos se trufa también de decepción, es la misma que sintieron todos los poetas de principios de siglo por JRJ. Pero, como Freud nos ha enseñado, si uno quiere crecer tiene que liquidar a su padre. Y eso hicieron, uno por uno, todos ellos. La ruptura con Juan Ramón fue un paso casi imprescindible para todos y cada uno de los miembros de una generación irrepetible. Aunque bien es cierto que en algunos casos el asesinato del padre fue cruel hasta lo psicopático:

"Sr. Dn. Juan Ramón Jiménez
Madrid

Nuestro distinguido amigo: Nos vemos en el deber de decirle -sí, desinteresadamente- que su obra nos repugna profundamente por inmoral, por histérica, por cadavérica, por arbitraria.
Especialmente:
¡¡MERDE!!
para su Platero y yo, para su fácil y mal intencionado Platero y yo, el burro menos burro, el burro más odioso con que nos hemos tropezado.
Y para V., para su funesta actuación, también:
¡¡¡¡MIERDA!!!!
Sinceramente.

Luis Buñuel y Salvador Dalí".

lunes, 27 de diciembre de 2004

Hinojosa

Manuel Altolaguirre, Baltasar Peña, Luis Cernuda y José María Hinojosa (Ronda, 1928)En mayo inauguré El festín de la araña con un comentario sobre José María Hinojosa. Leía por entonces La Flor de Californía y apenas sabía nada de él. Me sorprendió que una obra con unas imágenes de tanta fuerza expresiva pudiera ser tan desconocida y profundicé algo más en su personalidad artística. Descubrí a un escritor interesante, con una alta significación histórica por su papel en la difusión del surrealismo en España, acaso no un gran poeta (desde luego, inferior a Cernuda, Aleixandre, Alberti o Lorca), pero al fin y al cabo un hombre cuya actividad literaria no merecía el olvido absoluto al que había sido condenada.

Descubrí, claro está, su trágica muerte en la Guerra Civil, en una saca de los milicianos, y me pregunté cómo era posible que los vencedores de la guerra no hubieran usado su imagen para contrarrestar la propaganda republicana con el caso paralelo de García Lorca. Muchas de esas respuestas he empezado a conocerlas ahora, cuando he tenido acceso a una comunicación del profesor Julio Neira en un Congreso sobre Hinojosa y el Surrealismo español celebrado en San Roque en el año 2000. Su interpretación acerca de la actitud del franquismo con el poeta está llena de sentido: "...en el ambiente del nacional-catolicismo imperante en España durante la posguerra una literatura iconoclasta y transgresora en lo religioso, lo social y lo sexual como la que había publicado Hinojosa entre 1928 y 1931 contradecía de raíz los principios estéticos e ideológicos clasicistas y conservadores que auspiciaba la cultura oficial". Manuel Altolaguirre (3º por la izquierda), Luis Cernuda (5º) y José María Hinojosa (7º) en el Pantano del Chorro (1928)Cita también Neira la explicación que Guillermo Carnero ofreció en la revista Saber leer de abril de 2000 sobre las causas que provocaron el olvido del poeta malagueño, auspiciado incluso por quienes fueron sus compañeros: "1. La evidente falta de calidad de los tres primeros libros le privó del aprecio inicial de sus compañeros, tanto como su procedencia social y su señoritismo; 2. el hecho de que La Flor de Californía fuera, en términos de prioridad cronológica, el libro fundador del Superrealismo español hizo a otros sentirse amenazados en cuanto a su protagonismo en ese episodio de la trayectoria del 27; y 3. ante la muerte de Hinojosa sólo cabían dos posibilidades desvirtuar su pertenencia al 27 o enmascarar las circunstancias de aquella muerte".

Lo más terrible de todo es cómo sus propios compañeros y amigos lo negaron repetidamente a su muerte. La envidia (Hinojosa era no sólo rico sino generoso) ocupa un puesto en absoluto desdeñable en este triste episodio. El juicio de Neira es aquí implacable, y se fija para ello en tres personajes absolutamente cruciales: José Moreno Villa, Rafael Alberti y Manuel Altolaguirre. José María Hinojosa, Manuel Altolaguirre (detrás, casi oculto) y Luis Cernuda en el Pantano del Chorro (1928)Moreno Villa, con el que compartió amistad en Toledo, Madrid, Málaga y París y que fue el prologuista entusiasta de La Flor de Californía, se refiere a Hinojosa en sus Memorias en los siguientes términos: "El pobre José María, que en verdad era un poeta pardillo deslumbrado por una larga estancia en París". Mucho peor fue lo de Manuel Altolaguirre, malagueño como él, amigo de la infancia, compañero de pupitre, que tergiversa de esta forma las circunstancias de su muerte (que debió de conocer bien, pues perdió a dos hermanos en circunstancias semejantes): "Al iniciar su campaña política, en uno de los mítines en donde iba a contradecirse a sí mismo delante de los trabajadores explotados de sus propias tierras, fue víctima de un sangriento motín que le costó la vida. A cuchilladas mataron sus compañeros al poeta que había soñado durante su juventud con una sociedad más justa". Y absolutamente despreciable la actitud de Alberti (extraordinario poeta, pero al que cuanto más conozco, más execrable me parece como persona), que no sólo repitió en La arboleda perdida la información de Altolaguirre (según la cual, José María murió "...caído bajo las balas de sus propios campesinos en las confusas horas iniciales de la Guerra Civil"), sino que en sus últimos años afirmó haberlo apenas conocido. Y comenta rotundo Neira: "...bastan las cartas del gaditano a José María Chacón y Calvo publicadas por Zenaida Gutiérrez-Vega (Corresponsales españoles de José María Chacón, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1986), de lectura incluso sonrojante por sus elogios y protestas de amistad, para conocer el intenso vínculo que les unía cuando en 1925 Hinojosa le visitó durante su retiro en el serrano pueblo de Rute, o cuando juntos subieron a Juan Ramón Jiménez sus libros primeros: Poesía de perfil y Marinero en tierra". Y el corolario terrible: "Pero la Guerra Civil rompió vidas, amistades y toda una sociedad, la española". Parece mentira que lo hayamos olvidado tan pronto.

domingo, 26 de diciembre de 2004

Demonios

El Infierno (Tríptico de El juicio final) de El BoscoMucho antes de que los curas agitaran la eternidad ante nuestros espantados ojos de niño, estaban ellos. Entre los cuerpos abrasados por el deseo de los bailarines paleolíticos, en medio de las bacanales y los orgiásticos rituales de la primavera. Te cercaron. Recuerda los susurros, la brisa tibia sobre los párpados y los minúsculos calambres en el abdomen. La belleza. Trataron de robársela transmutándolos en carneros enfurecidos y babeantes, desparramando en su torno efluvios sulfurosos, ataviándolos con fuegos, pústulas, colmillos y tridentes. Pero ahí siguieron, para que nunca olvidáramos que carne y sangre somos. Recuerda que te hicieron feliz, que fueron los únicos que pudieron detener el tiempo. Para ti. No les temas, pues el infierno nos acompaña en cada paso a nosotros y no a ellos.

Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes.

sábado, 25 de diciembre de 2004

Ángeles

Coronación de la Virgen de Ghirlandaio (detalle)

Nos precedieron. En el lamento de Isis, en las ánforas griegas encalladas en nuestras costas, con la espada flamígera expulsando a nuestros primeros padres del Paraíso, en las Inmaculadas de Murillo, tañendo laúdes y arpas celestiales. Te escoltaron. Recuerda que naciste a su amparo y creciste por su incorpórea mano vigilada, en los incendios, en lo profundo de las cavernas y en medio de las olas como rascacielos del Mar del Norte. Te guiaron. Y se hicieron parte de ti, para que sintieras el privilegio de alumbrarlos. Los miras con asombro, viendo cómo crecen sus alas. Algún día no muy lejano volarán libres, para custodiar y crear otras vidas. Jamás se detienen. Y aunque se marchen, seguirán para siempre revoloteando sobre tu cabeza, fijas las miradas en tu corazón. No temas, pues sabes bien que sólo son terribles en las elegías de Rilke.

Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes.

jueves, 16 de diciembre de 2004

Víctimas

A Pilar Manjón.

Señora, seguí ayer con emocionada atención su comparecencia como representante de la Asociación 11M Afectados del Terrorismo ante la comisión parlamentaria que investiga los atentados del 11 de marzo pasado en Madrid. Un hijo suyo murió asesinado aquel fatídico día, lo cual lamento profundamente. Comprendo su dolor y me solidarizo con él, aunque no pueda compartirlo, porque el dolor nunca se comparte, ni siquiera el dolor de las personas más cercanas, es siempre algo íntimo, personal, intransferible. Pero lo comprendo, porque yo también he sufrido pérdidas, quizá (y por suerte) no tan traumáticas como la suya, mas suficientes para entender el desgarro que provoca la desaparición de alguien querido, más aún cuando su muerte se produce en circunstancias especialmente terribles, como las que concurrieron aquel día.

Pero, más allá del dolor y de la emoción, usted leyó ayer en público, ante la comisión parlamentaria, un documento, al parecer consensuado con todos los miembros de su asociación, por el que fijan su posición ante los hechos sucedidos en España desde aquel 11 de marzo y en relación con el tratamiento que esos hechos han merecido de instituciones, medios y ciudadanos en general. Y entenderá que ese documento sea en sí mismo discutible y criticable, que el sentimiento de solidaridad que pueda sentir ante el sufrimiento de las víctimas no lleva aparejado la renuncia a analizar y juzgar sus actuaciones, procedimientos y manifiestos. Es por eso que me atrevo a comentar las grandes líneas de su discurso, que me provocaron sentimientos ambivalentes.

Comparto plenamente con usted la censura al tratamiento partidista que desde el mismo 11 de marzo los grupos políticos españoles dieron al atentado, y con él, a sus víctimas. Deploro tanto como usted el abusivo empleo por parte de la mayoría de los medios de comunicación nacionales de las imágenes de la tragedia, que han sobrepasado con mucho los límites del interés informativo. Lamento profundamente que se hurgue en su intimidad y que haya quienes aprovechen su expuesta situación pública para mercadear con su dolor. Respaldo calurosamente su petición de disolver la actual comisión de investigación parlamentaria para sustituirla por otra formada por expertos sin afiliación política alguna. Apoyo, por supuesto, cualquier medida que pueda arbitrarse para ayudar razonablemente a los supervivientes del atentado y a sus familiares a superar el trauma ocasionado. Y no puedo por menos que compartir fervientemente sus deseos de paz, de tolerancia y de unidad ante al terrorismo.

Sin embargo, hay algunos aspectos de su discurso que no sólo no puedo defender, sino que no tengo más remedio que combatir activamente (con la palabra, por supuesto). Saltando por encima de algunos matices menores, me gustaría fijar mi atención en algunas de sus afirmaciones, que entiendo absolutamente desacertadas. Así, cuando usted dice tender la mano a "todos los supervivientes de cualquier violencia política" no puedo evitar sentir un escalofrío subiéndome por la espalda. ¿Qué entiende usted por "cualquier violencia política"? ¿Qué tipo de equivalencia pretende establecer con el uso del indefinido "cualquier"? ¿Acaso pretende usted igualar la legítima violencia que ejercen los estados como garantes de la defensa y la seguridad de los ciudadanos con la ejercida por los grupos terroristas? ¿Y si no es así, porque esa inconcreción, justo en este punto, en un discurso plagado de alusiones directas? Fíjese bien a la hora de tender la mano, señora, no sea que algún verdugo vaya a incrustarse, abrazado, en las filas de las víctimas.

En su manifiesto, hace usted algunas otras alusiones que estimo de especial gravedad, como su insistente tendencia a responsabilizar a las autoridades españolas del atentado. Eso es sencillamente inaceptable. Afirma usted que "se han tomado decisiones de una gravedad extrema en su nombre [del Pueblo], sin consultarle y en contra de su voluntad" en clara referencia al apoyo político del Gobierno que presidía José María Aznar a la intervención armada en Iraq. Me parece inconcebible que hablando, como dice hacerlo, desde "la reflexión y el sosiego", pueda usted hacer este tipo de afirmaciones, poniendo en conexión la decisión, discutible pero legítima, de un gobierno democrático con la vileza cometida por un grupo de canallas. Quizá usted olvide, porque no puede no saberlo, que vivimos en una democracia representativa y que en su seno las decisiones tomadas por las autoridades están legitimadas por las consultas periódicas a los ciudadanos (o, si usted prefiere, al Pueblo). Y como verá no he perdido ni un segundo en analizar la supuesta conexión entre la guerra de Iraq y los atentados del 11-M, porque eso es algo sin relevancia para lo que nos ocupa. ¡Hasta ahí podríamos llegar, que las decisiones de un gobierno democrático las marcaran las amenazas explícitas o veladas de los terroristas!

En segundo término, me parecen igualmente rechazables sus continuas imputaciones a la supuesta imprevisión de los responsables políticos como causa de los atentados, hasta el punto de hacerlos responsables de ellos. Que hubo algunos mecanismos de control que fallaron parece evidente, que los jueces deberían depurar las responsabilidades por negligencia que se determinen en el curso de la investigación me parece necesario, como el hecho de que esa comisión de investigación independiente, que usted y yo deseamos, debería analizar lo que falló para mejorar en lo posible las medidas preventivas de cara al futuro. Pero no deja de resultar tremendamente demagógico el pretender que el atentado se habría evitado si los responsables políticos y policiales hubiesen tomado las medidas oportunas. No, señora Manjón, no. La previsión puede reducir el riesgo pero no acabar con él. No, en ningún caso, y menos en una sociedad abierta y democrática como la nuestra. Su dolor, su sufrimiento, su indignación no le dan derecho a hacer ese tipo de imputaciones a nadie. Los responsables de la muerte de su hijo y de las otras 191 personas que fallecieron como consecuencia de aquellos atentados son quienes pusieron las bombas y aquellos que los incitaron y que los protegieron, nadie más. No se confunda en algo tan importante como eso, señora Manjón. Porque su intachable demanda de justicia puede quedar herida de legitimidad por su actitud de no reconocérsela a los demás.

También hizo usted alusión a los incidentes que se produjeron en las puertas del Congreso el pasado 29 de noviembre, y cómo hubo alguien que llegó a decirles a un grupo de miembros de su asociación "que se metieran sus muertos por el culo". Entiendo y comparto su indignación y su amargura. Caiga sobre esa persona (o sobre esas, si fueron varias) el oprobio y la más firme de mis condenas. Pero me gustaría recordarle que usted se encontraba allí con las manos pintadas de rojo, simulando la sangre derramada, llamando asesino al anterior Presidente del Gobierno. ¿También lo hizo desde la reflexión y el sosiego? Entenderá que después de un episodio así dude de su declarada intención de aunar las voluntades de todas las víctimas, independientemente de su afiliación o sus simpatías políticas.

Señora Manjón, lamentablemente España sufre el azote terrorista desde hace más de tres décadas. Más de mil muertos y miles de heridos y afectados han causado los terroristas entre nosotros en ese tiempo. Yo comprendo perfectamente que para usted lo más importante sea su hijo. Cada uno de los afectados pondrá a su familiar, a su amigo, a su compañero, a su vecino por encima de los demás, porque, como usted decía bien ayer, cuanto más cercanas a nosotros más tienen las víctimas nombre, rostro e historia personal. Ignoro las razones por las cuales algunos de los afectados por los atentados de Madrid optaron por crear una asociación de víctimas del 11-M, al margen de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que existe y actúa en España desde hace años. Supongo que serían diferencias de criterio (políticas, por tanto) o acaso la consideración de que el atentado del 11-M fue tan peculiar que exigía una actuación claramente diferenciada del resto. Es posible que así sea, y supongo que con el paso del tiempo la mayoría de ustedes acaben por integrarse en la AVT, que, como sabe, ayer presentó ante la comisión un documento bien diferente al suyo. Me permito recordarle esto para que entienda que la ideología no es algo de lo que podamos despojarnos y dejar colgado en el perchero cuando nos apetezca. Nos acompaña siempre, y se entromete subrepticiamente en todos nuestros actos, a veces sin que podamos advertirlo. No me parece que sea malo reconocerlo. Su discurso de ayer ante la comisión parlamentaria tuvo un sesgo ideológico evidente, por más que se esfuerce en negarlo. Y le recuerdo que su condición de víctima le da exactamente la misma legitimidad para defender sus puntos de vista que la que yo tengo para combatirlos. La dignidad de los muertos queda muy por encima de eso.

Cordialmente.

miércoles, 15 de diciembre de 2004

Tesis

Anton Webern fue el compositor más influyente de todo el siglo XX. En sus Seis bagatelas Op.9 para cuarteto de cuerdas está concentrada toda la música del futuro. En esos seis aforismos, construidos casi con la técnica del haiku, alienta una poética nueva, un lirismo que sólo será entendido después de la Segunda Guerra (para contradecirlo con miles de horas de música innecesaria, todo ha de ser dicho).

Continuar un concierto con el sentimentalismo de folletón de los Crisantemi de Puccini (¡ay, Amadeo de Saboya, qué rey perdió España!) puede ser un auténtico disparate. O no. Baricco le añade un par de vacas y se escribe toda una tesis sobre la estética del Novecientos.

martes, 14 de diciembre de 2004

Comisiones

Ya dijimos algo de eso por aquí (en plural mayestático, que queda más in y más académico y más todo). Que algunos de los que consideraban la comisión de investigación poco menos que sinónimo de la democracia empiecen a decir lo mismo no está mal: "Cabe preguntarse, a la vista de la postura de cada una de las fuerzas políticas, si la Comisión de investigación ha servido para algo más que reafirmar las posiciones de partida. Porque si las revelaciones y los datos ofrecidos durante meses por los distintos comparecientes sucumben a apriorismos y a interesados juicios de valor, la verdad que salga de la comisión será una verdad a la medida de cada una de las partes, pero no la que merecen las 192 víctimas mortales del 11-M." (ABC. Editorial, 14-12-04)

Schütz

Heinrich Schütz (1585-1672)La tristeza en la mirada tiene un profundo significado. Heinrich Schütz fue no sólo el más importante compositor alemán del siglo XVII (y uno de los más longevos: murió con 87 años cumplidos), sino también uno de los más desdichados. Vio morir a su esposa en plena juventud, a sus hijas superada ya la infancia, pero no aún mujeres, sufrió directamente la desolación que la Guerra de los Treinta Años causó en su país y que no sólo se llevó por delante las vidas, las casas, los bienes, las cosechas y las ilusiones de varias generaciones, sino que también afectó gravemente a la vida cultural y musical de Alemania, arrasando palacios, archivos, bibliotecas, colecciones, instrumentos y obras (entre ellas, su Dafne, la primera ópera germana de la historia), dejando vacías las capillas y las orquestas, tanto las vinculadas a las iglesias y a las catedrales como las de los príncipes. Como maestro de capilla del Elector de Sajonia dio siempre la cara por sus subordinados, exigiendo los atrasos (que en ocasiones sobrepasaban el año), desviviéndose por su bienestar, buscando siempre alternativas para los casos de desamparo más urgentes. Como pago, recibió el desprecio del príncipe heredero, que, finalizada ya la guerra, prefirió promocionar al castrato Bontempi antes que seguir confiando en su magisterio de más de treinta años en Dresde. Soportó la afrenta por lealtad al príncipe Johann Georg, pero cuando este falleció en 1655 decidió que su tiempo se había consumado, y se retiró a Weissenfels, aunque conservó su antiguo cargo y su sueldo, que eso no se atrevieron a arrebatárselo. Con 70 años cumplidos ni él mismo pensaba que sobreviviría mucho tiempo, pero vivió aún 17 largos y productivos años.

En su juventud, hijo de una familia acomodada, exquisita educación, nada hacía prever ni la extrema longevidad ni el cúmulo de desgracias que lo acompañarían. Como culmen a su formación, pasó tres años en Venecia junto a Giovanni Gabrieli, uno de los compositores de moda, que había popularizado el empleo de la policoralidad aprovechando el singular espacio de la Basílica de San Marcos. En 1611, cuando llevaba dos años ya con Gabrieli publica su primera colección, los Madrigales italianos, y... sorpresa: nada de Gabrieli en las primeras dieciocho piezas de la obra, que son madrigales tradicionales a cinco voces, sólo en el decimonoveno y último, Schütz emplea la técnica del doble coro típica de su maestro, pero curiosamente se trata del punto más débil de toda la colección...

Gabrieli estará presente en cualquier caso en muchas de sus obras: así en la exuberancia y majestuosidad de los Salmos de David (1619), su segunda obra, y la primera de contenido religioso.Symphonia Sacrae IIEn la segunda mitad de los años 20, cuando la guerra asfixiaba ya a la economía de Sajonia, Schütz volvería a Venecia, en esta ocasión para conocer a Claudio Monteverdi, el nuevo maestro de San Marcos, uno de los mayores talentos artísticos que haya parido jamás hembra humana. De Monteverdi, Schütz aprendió el estilo concitato, el cantar parlando, el recitativo, la declamación... Sus nuevos descubrimientos los pondrá rápidamente en práctica, en su primer libro de Sinfonías sacras, editado en 1629. 18 años después Schütz publicaría un segundo volumen de Symphoniae Sacrae (y en 1650 un tercero), una selección del cual acaba de grabar un grupo que responde al nombre de La Chapelle Rhénane, cuya existencia desconocía, aunque sí me era familiar Benoît Haller, tenor y director del conjunto, así como algunos cantantes e instrumentistas (entre ellos su primer violín, el sevillano José Manuel Navarro).

Como para dejar clara la influencia monteverdiana en la colección, Haller decide abrir con Es steh Gott auf, concierto espiritual en el que Schütz utiliza no sólo el bajo ostinato, sino el material melódico del célebre Zefiro torna de Monteverdi. Por supuesto que la presencia del gran maestro italiano va mucho más allá de la cita puntual, impregnándolo todo de una luminosidad melódica arrebatadora. Tampoco pudo evitar Schütz la sugestión de La Monica, que emplea tal cual en Von Gott will ich nicht lassen. Nueve motetes más componen el disco, sin duda, el mejor de los dedicados a Schütz en este año 2004. No sólo la selección de la música está hecha con mano maestra, sino que la interpretación es soberbia, de una plasticidad, una intensidad sonora y una capacidad para emocionar absolutamente extasiadoras. Calurosamente recomendado.

sábado, 11 de diciembre de 2004

Suicidas

"No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía." (El mito de Sísifo. Albert Camus)

Hay suicidas:

"(Renovigo, Nº 5)
OTRO SUISIDA
Ingrata sorpresa fue leer en 'Ortográfiko' la noticia de aber fayesido en San Luis Potosí el 1º de marzo último, el teniente koronel (asendido a koronel para retirarlo del serbisio), Adolfo Abila Sanhes. Sorpresa fue porke no teníamos notisia de ke se ayara en kama. Por lo demás, ya ase tiempo lo teníamos katalogado entre nuestros amigos los suisidas, i en una okasión se refirió 'Renovigo' a siertos síntomas en él obserbados. Solamente ke Abila Sanhes no eskojió el rebólber komo el eskritor antiklerikal Giyermo Delora, ni la soga como el esperantista fransés Eujenio Lanti.
Abila Sanhes fue un ombre meresedor de atensión i de apresio. Soldado pundonoroso onró a su institusión en la teoría i en la práktika. Tubo un alto konsepto de la lealtad i fue asta el kampo de bataya. Ombre de kultura, enseñó siensias a jóbenes i adultos. Pensador, eskribió bastante en periódikos i dejó algunas obras inéditas, entre ellas 'Máximas de Kuartel'. Poeta, bersifikaba kon gran fasilidad en distintos jéneros. Artista del lápis y la pluma, nos regaló barias beses kon sus kreasiones. Linguista, era muy afekto a tradusir sus propias produksiones al inglés, esperanto i otros idiomas.
En konkreto, Abila Sanhes fue ombre de pensamiento y aksión, de moral i de kultura. Esto son las partidas de su aber.
En la otra kolumna de su kuenta, ai kargadas barias, i es natural titubear antes de lebantar el belo de su vida pribada. Pero komo no la tiene el ombre públiko i Abila Sanhes lo fue, inkuriríamos en la falta ke antes señalamos okultando el reberso de la medaya. En nuestro karákter de biógrafos e istoriadores debemos romper kon los eskrúpulos.
Konosimos personalmente a Abila Sanhes ayá por 1936 en Linares, N. L., i luego en Monterei lo tratamos en su ogar, ke paresía próspero y felis. Años después ke lo bisitamos en Samora, la impresión fue totalmente opuesta, nos dimos kuenta de ke el ogar se derrumbaba, i asi fue semanas más tarde, lo abandonó la primera esposa i después se dispersaron los ijos. Posteriormente, en San Luis Potosí, enkontró a una joben bondadosa ke le tubo simpatía i aseptó kasarse kon él: por eso kreó una segunda familia, ke abnegadamente soportó más ke la primera i no yegó a abandonarlo.
Ké ubo primero en Abila Sanhes, el desarreglo mental o el alkoolismo? No lo sabemos, pero ambos, kombinados, fueron la ruina de su vida y la kausa de su muerte. Un enfermo en sus últimos años, lo abíamos desausiado sabiendo ke era un suisida kaminando rápidamente asia su inebitable fin. El fatalismo se impone kuando obserba uno a personas tan klaramente dirijidas asia un serkano y trájiko okaso.
El desaparesido kreía en la vida futura. Si lo konfirmó, ke aya en ella la felisidad ke, aunke kon distintas karakterístikas, anelamos todos los umanos." (Rayuela. Julio Cortázar)

...y suicidas:

"Una patrulla de la Guardia Civil estuvo a punto de evitar el accidente provocado por un conductor que circuló en dirección contraria por la A- 1 en Madrid y que causó la muerte de un matrimonio la medianoche del miércoles. Los agentes lograron pararse frente al kamikaze -que también falleció en el siniestro- y le ordenaron que se detuviera cuando llevaba menos de cinco minutos circulando, pero éste logró esquivar el control tras golpear levemente el vehículo policial. Poco después se estrelló contra el Renault Safrane en el que viajaban los fallecidos y sus dos hijos, que salvaron la vida.
Federico Nieto de la Madrina, de 40 años, empleado de banca y vecino de Alcobendas, entró a las 23.40 del miércoles con su Seat Ibiza en el sentido Irún de la autovía que une la ciudad vasca con Madrid, pero lo hizo en dirección contraria.
La Guardia Civil se preguntaba ayer aún por qué, sin hallar respuestas convincentes. Hasta que no se efectúe la autopsia no puede descartarse que condujera bebido, pero los testigos aseguran que no hacía ningún tipo de maniobras extrañas y que incluso esquivó él mismo varios vehículos. No hay tampoco ninguna prueba ni indicio de que participara en alguna siniestra apuesta.
La hipótesis de una conducta voluntariamente suicida, la que ayer tenía más peso entre los investigadores, choca con otra constatación: iba con el cinturón abrochado. " Toma esa precaución alguien que quiere morir?", se preguntó uno de ellos.
Fuera cual fuera la razón, Federico Nieto entró en la A-1 por el Molar (kilómetro 43) y a las 23.42, el 112 recibió la primera llamada de alerta realizada por Santiago Mero, el camionero que luego salvaría la vida a los niños. El servicio de emergencias recibiría luego 40 llamadas más de conductores asustados que habían salvado la vida de milagro.
El Ibiza recorrió casi 12 kilómetros por el carril izquierdo a una velocidad de unos 90 km/h. La mayoría de coches lograron esquivarlo, aunque un Opel Astra tuvo que lanzarse a la cuneta para lograrlo. El camionero lo persiguió haciendo luces desde la calzada contraria. La Guardia Civil cruzó la mediana y alertó a los vehículos para que se colocaran en el carril derecho.
Los agentes detuvieron el coche patrulla entre los dos carriles y se apearon para ordenar sin éxito al kamikaze que se detuviera. Unos 800 metros después colisionó con el Safrane y ambos ardieron. Gracias al camionero los niños se salvaron de las llamas en que quedaron envueltos los dos vehículos. El niño, de 4 años, sufre una quemadura de tercer grado en el pie izquierdo y la niña, de 6, la fractura del fémur y de dos muñecas." (La Voz de Asturias.es)

Adolfo Abila Sanhes, ombre de pensamiento y aksión, de moral i de kultura.

Federico Nieto de la Madrina, un soberano hijo de puta, con carnet y cinturón de seguridad, por mucho déficit de serotonina que tuviese.

viernes, 10 de diciembre de 2004

Don

Estudié en un colegio de niños, con don Antonio, don Carlos, don Eloy, don Francisco, don Celestino, don José María, don Juan, don Enrique, don Valentín y algunos otros profesores cuyo nombre he olvidado. El don, por supuesto, no los hacía mejores (y anécdotas guardo que pondrían en duda parte al menos de su competencia), pero los colocaba a la distancia suficiente de nosotros como para convertirlos en la fuente de autoridad que todo niño necesita para crecer.

Cuando llegué al Instituto me encontré en una situación nueva. Quedaban los viejos maestros de los que hablaba con una mezcla de respeto, temor y admiración mi hermano, pero había empezado también la renovación, con profesores jóvenes. Así, estudié con don Justo, don Teófilo, don Eduardo o don Francisco, pero también con Concha, Victoria, Wenceslao, Miguel, Obdulia, Manolo y Mari Pepa. El tuteo no los convertía necesariamente en peores profesores, como el tratamiento de usted no hacía a la fuerza más hosco y distante el carácter de los mayores. Entre los adolescentes de mi generación, el tuteo tampoco significó nunca necesariamente colegueo (aunque lo hubo, con los profesores de los que, justamente, y a la distancia, guardo el peor recuerdo) ni la abolición de la necesaria jerarquía que exige todo proceso educativo.

Es cierto que la disciplina se relajó, que nos reíamos de todo y de todos, que nos gustaba la juerga, la jarana y el alcohol, pero reconocíamos la autoridad de nuestros profesores y sabíamos valorarlos en función del nivel de exigencia que nos planteaban. Aprendíamos, porque no hacerlo habría sido renunciar a nuestra propia dignidad dentro del grupo, porque nos habían enseñado a apreciar el conocimiento como un instrumento fundamental para nuestro futuro, porque veíamos a nuestros maestros como los representantes de un mundo que un día sería el nuestro, y lo deseábamos lustroso y reluciente. Y siempre que podíamos copiábamos en los exámenes, claro que sí, y buscábamos cualquier excusa para no dar un palo al agua, por supuesto, y cada vez que nos era posible organizábamos una excursión, para dejar de mirar por un rato las paredes mugrientas de la clase. Pero éramos conscientes de todo lo que eso significaba. Asumíamos responsablemente las consecuencias de nuestro bajo rendimiento y lo que ello suponía, el suspenso, las clases extra (acaso, Campillo), la repetición de curso, quedarse sin beca, olvidarse de la Universidad, qué se yo, cada cual tenía su propia motivación…

Los veo y los escucho cada día frente a mi ventana. La media hora del recreo (o del segmento de ocio, ya no sé muy bien). Adolescentes de quince o dieciséis años de un colegio de monjas situado en uno de los barrios con más alto nivel socioeconómico y educativo de la ciudad. En piara. Y me dan ganas de llorar. Incapaces de enlazar tres frases seguidas sin emplear cuatro tacos y cinco expresiones hechas, dejando las aceras a su paso repletas de bolsas, papeles, latas, escupitajos y orines (la mierda como gran divisa de nuestros jóvenes), tratando con una desvergüenza y una falta de respeto insólitas a personas que podrían ser sus bisabuelos, ensoberbecidos, engreídos, irresponsables, impunes, dueños de un tiempo y un espacio que nadie osa defender como parte esencial de la convivencia pública, so pena de sufrir su ira desatada.

Hace dos años visité una docena de centros de secundaria en un programa de charlas sobre literatura, pintura y música. Me encontré casi de todo, pero la norma era desesperanzadora. Alumnos de 1º de Bachillerato (o sea, 3º de BUP) que clavaban en ti su mirada estólida cuando citabas el nombre de Borges o el de Bach, que no habían visitado en su vida el Museo de Bellas Artes (ni siquiera sabían de su existencia), incapaces de redactar un simple párrafo sobre cualquier tema sin faltas de ortografías, apáticos, indolentes, insolentes (curiosamente, los centros religiosos eran los peores: fue mi experiencia)...

Y quienes se dedican a la docencia me dicen que la situación no hace sino empeorar, que hace dos cursos el nivel era algo más alto. Y lo dicen como si ellos no fueran parte del problema. Qué sencillo es tener un culpable para cada cosa. El culpable del fracaso de nuestra sociedad (porque así, ni más ni menos, es como yo lo veo) es ahora la LOGSE, una normativa con sus luces y sus sombras, pero que parece que ha sido capaz de entontecer a generaciones enteras de españoles y rebajar el nivel de educación, de cultura y de civismo hasta la altura del subsuelo (y amenaza con seguir ahondando en él) en apenas una década. Gracias por la explicación, pero no. La pérdida de la excelencia como valor de referencia, la degradación de la convivencia cotidiana en los espacios públicos va más allá de unas determinadas normas publicadas en el BOE (por nefastas que estas puedan ser). Tiene que ver con nuestra sociedad de nuevos ricos, con el olvido del coste de la libertad y el progreso, con la proclama de la felicidad y la bondad universales, la creencia en el limbo de las equivalencias multiculturales y la renuncia explícita a la defensa beligerante de valores esenciales para garantizar la seguridad y la integridad de las personas. Y eso es un fracaso colectivo, que la LOGSE puede confirmar y hasta visar, pero que en absoluto explica por sí sola.

El futuro se me antoja aterrador. Basta ver cada fin de semana a manadas de universitarios (¡¡universitarios!!) vagando por las calles, botellas y vasos en bolsas de plástico, protegidos por la policía, rodeados por brigadas completas de basureros, desparramados como cerdos por las plazas que anegarán con sus vómitos y sus meadas (¡y es que hasta para emborracharse hay que tener clase!). Lo que en cualquier país civilizado del mundo sería un simple problema de gamberrismo, aquí se ha convertido en un grave problema de orden público, dominado por el chantaje, la prepotencia y el matonismo. Dicho lo cual, y en medio del pesimismo más absoluto, me pregunto: ¿sería todo distinto si don Justo siguiera siendo don Justo y Manolo fuese don Manuel?

martes, 30 de noviembre de 2004

Muerte

Cuando mi padre murió, yo tenía catorce años y pensaba que el tiempo no me alcanzaría jamás. Era la época de los veranos interminables y el deslumbramiento ante el poder fascinador del sexo. No recuerdo mi adolescencia como un período de rebeldías, turbulencias o rupturas traumáticas. Fue más bien el lentísimo transitar por un paraíso que puso en mi mano los frutos todos de la vida, unos dulces y otros (los menos) amargos, que administré con menos pasión de la convenida y los errores propios de la inexperiencia.

Estudié, leí, jugué, amé, cometí actos viles y nobles de manera casi paritaria, triunfando unas veces y fracasando otras, hasta que un día fui, como todos los hombres, expulsado del Paraíso, y comencé a sentir al tiempo pegado a mis tobillos. En las colas seguían llamándome "muchacho", pero para las instituciones pronto dejé de ser joven y de beneficiarme de promociones, tarjetas y las más variopintas discriminaciones positivas, a las que casi nunca recurrí.

Trabajé, seguí estudiando, leyendo, jugando y amando, fui padre y sentí al tiempo trepar por mis piernas hasta la cintura. De pronto noté que en la frutería me llamaban "señor", la distancia a la red había aumentado inverosímilmente y me sorprendí dando explicaciones que ni yo creía en el despacho de un jefe de estudios de secundaria.

Ahora miro hacia atrás y mis recuerdos abarcan más años que los que me quedan, según lo que la ciencia demográfica otorga como esperanza de vida a los varones españoles de mi generación. Siento ya las cosquillas del tiempo en las lumbares y desde hace un par de años, la muerte se ha convertido en una sombra cotidiana. De pronto, gente a la que conocí y a la que quise ya no está, ha desaparecido, y los hospitales, los tanatorios y los cementerios se han convertido en lugares más habituales que los pubs o las pistas de tenis. Y sé que ya nunca dejará de ser así. Que se encadenarán los entierros como las borrascas en el otoño, hasta que un día un rayo me alcance y me parta por la mitad. Para entonces, espero estar seguro de haber vivido.

viernes, 26 de noviembre de 2004

Piercings

Cuando uno está solo y aburrido en un hotel suele hacer cosas insospechadas. A mí por ejemplo me da por el zapping, en busca del programa más cutre que me sea posible imaginar. Anoche me detuve en un canal local, de esos que de madrugada ocupan más de la mitad de la pantalla con publicidad y contactos. En la ventanita que quedaba (arriba a la derecha) aparecían una presentadora y un sexólogo atendiendo a preguntas de los espectadores. Justo fue llegar yo y llamar una chica (puede que estuviera preparado: demasiada elocuencia expresiva) que decía que como estaba aburrida de su vida sexual había ido con su novio a que le hicieran un piercing en el pene, pero que ahora tenía un problema: cuando se la metía, le dolía. Que qué podía hacer. La pregunta obviamente se respondía sola: "Que se lo quite", dijo el sexólogo y corroboró la presentadora, poniendo cara de asco. Siguieron unas disquisiciones de carácter didáctico acerca de lo mejor para animar la alicaída vida sexual de esta pobre muchacha. "Disfrázate", le recomendó la presentadora. "Móntate hoy Las mil y una noches, mañana el hospital, al otro una tienda de campaña y así..."

Seguí con el zapping, pero no pude deshacerme de la imagen del piercing genital, que parece haberse puesto tan de moda. Y es que no alcanzo a entender el afán que le ha entrado a la gente por agujerearse el cuerpo con pretensiones supuestamente estéticas. Me repelen los piercings en la nariz, que en los días de resfriado deben de ser ligeramente molestos, me causan dentera los de la lengua (pero sí a mí me salió el año pasado una llaguita justo debajo y pasé tres días insoportables), reconozco que la primera vez que vi en una playa a una mujer con un piercing en un pezón casi me desmayo y cuando en alguna porno aparece una chica con uno en el clítoris me entran ganas de pasarme a Bambi y a El rey león . "Esto no es nuevo. El adorno del cuerpo existe desde que el hombre es hombre. Los primitivos ya se hacían piercings", argumentan los entusiastas. "Ya, ya. No me parece mala comparación".

martes, 23 de noviembre de 2004

Búsquedas

Uno de mis divertimentos blogueriles preferidos es comprobar a través de qué mecanismos de búsqueda llega la gente hasta El festín de la araña. Hasta ahora había descubierto cosas curiosas, pero ayer me encontré con dos casos que me dejaron literalmente helado. Los dos a través de Google:

1) El protagonista de esta obra, llega en invierno a una bella ciudad europea, dispuesto a estudiar el arte renacentista, pero el terrible destino hace que sea testigo de un crimen

y 2) Seducir con hielos a mi novio

No encuentro monigotes suficientes para celebrarlo.

lunes, 22 de noviembre de 2004

Nación

Oratorio de San Felipe Neri. CádizLas fachadas del Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz están repletas de lápidas que conmemoran la promulgación de la primera Constitución española, que tuvo lugar solemnemente en este edificio neoclásico de planta elíptica el 19 de marzo de 1812. La mayoría de las placas de piedra datan del Centenario de aquel acto histórico, aunque las hay posteriores, y en su mayor parte son recordatorios ofrecidos por ciudades españolas, o por países integrados en la corona de España que tuvieron representación en las Cortes gaditanas, a sus diputados. Entonces, nadie dudaba de que Cataluña, León o las Vascongadas fueran España. También tenían clara su ciudadanía española los cubanos, los uruguayos o los filipinos, pues como disponía el artículo 1, "la Nación española [era] la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios". En cualquier caso, no dejaba de resultar diáfano para la mayoría de los diputados a Cortes que la situación de las colonias americanas y asiáticas era muy particular, que a no tardar mucho la desvinculación de la metrópoli sería inevitable (y deseable) y que la cita expresa de "los españoles de ambos hemisferios" sólo significaba otorgar a todos los individuos que habitasen en territorio español las garantías legales de la ciudadanía.

En todas las Constituciones que se han aprobado en España desde entonces (1837, 1845, 1869, 1876, 1931 y 1978), sean conservadoras o progresistas, monárquicas o republicanas, no había tampoco la más mínima duda acerca de la existencia de la nación española y del carácter "irreductible de su territorio actual" (Constitución de 1931. Artículo 8). Oratorio de San Felipe Neri. CádizSin embargo, el actual Presidente del Gobierno no parece tenerlo tan claro. En una de las declaraciones más bochornosas que hemos tenido ocasión de escuchar en los siete meses de su mandato (y han sido unas cuantas), la semana pasada José Luis Rodríguez Zapatero se permitió afirmar que el Partido Popular haría bien en no hacer afirmaciones "fundamentalistas" al referirse a la nación española, pues esa era una categoría sujeta a discusión intelectual. Toreno y Azaña lo habrian fusilado en el acto. Por delito de lesa traición.

Él sin embargo se muestra ufano, de tanta tolerancia y talante tan progresista como va prodigando por el mundo. Por supuesto que el concepto de "nación" está en permanente discusión (intelectual, que no legal). Como todos los que tienen que ver con la organización de los seres humanos, como el de "democracia", el de "monarquía" o el de "autonomía". Lo que no debería estar en discusión para un Presidente de Gobierno es el escrupuloso respeto al ordenamiento jurídico vigente. Resulta absolutamente descorazonador que, prisionero de sus socios independentistas, el Presidente del Gobierno de España sea incapaz de afirmar la existencia de la Nación española, realidad muy anterior a la misma creación del concepto de "nación" que hoy se emplea para tratar de destruirla. Porque lo que hoy entendemos por "nación" es algo que ha ido evolucionando a lo largo de la historia. Los independentistas catalanes y vascos utilizan una idea germinada en la segunda mitad del siglo XIX (que, dicho sea de paso, difícilmente podría aplicárseles), cuando España existía ya como realidad política unificada e indiscutible al menos desde un siglo y medio atrás, con las reformas administrativas de los Borbones. Pero antes, cuando esa idea decimonónica de "nación" no se podía ni vislumbrar en los tratados políticos ni en la realidad social cotidiana, también existía España. Oratorio de San Felipe Neri. Cádiz (detalle) Durante la Edad Moderna, en los diferentes reinos peninsulares absolutamente nadie lo ponía en duda. El elemento de cohesión era entonces la monarquía, que, para el caso, tenía el mismo valor que hoy concedemos al Parlamento o al Gobierno, categorías entonces inexistentes. Exactamente igual que el término "nación", cargado de connotaciones bien distintas a las actuales. Pero ni un sólo habitante de Cataluña o de Galicia o de Navarra o de Mallorca ponía en duda su españolidad. La identificación con la "nación española" era absoluta. Algo que no puede afirmarse de los italianos o los flamencos que vivían en posesiones de dominio español. Ellos se sabían "no españoles". La diferencia parece meridianamente clara, y no conviene insistir en ella.

La realidad es insoslayable. Desde los reyes visigodos, existe una continuidad en la idea de España, idea que hasta el siglo XV hacía referencia a toda la Península, y que, pese a los acontecimientos históricos ocurridos por entonces, se mantuvo durante siglos en el imaginario colectivo, hasta el punto de que los descubridores portugueses no tenían ningún reparo en afirmar que ellos eran "españoles de Portugal". Cuando a fines de ese siglo XV surgen los primeros estados modernos (en terminología historiográfica), la Península se reordenó políticamente en dos realidades que subsisten hasta hoy. Sin embargo, los independentistas de Cataluña y las Vascongadas se acogen (en el arranque del siglo XXI) a una idea de "nación" aparecida en el siglo XIX (en términos históricos, antes de ayer) para reclamar la secesión de una realidad de convivencia milenaria y de organización política con varios siglos a sus espaldas. Patético.

Y ya sé que hay muchos tontos útiles que a este discurso le llaman "nacionalismo español". Jamás pude pensar que el mismísimo Presidente del Gobierno de España se encontrase entre ellos.

sábado, 20 de noviembre de 2004

Satie

Erik Satie caricaturizado por Jean Cocteau"Me llamo Erik Satie, como todo el mundo". He ahí la carta de presentación de uno de los grandes iconoclastas de la historia de la música. Solitario y bebedor toda su vida, ave nocturna en el bohemio ambiente de Montmartre, siempre a la caza de las bailarinas de los cabarets en los que subsistió como pianista, Satie nunca dejó de concitar la atención de los compositores más académicos de Francia, que estimaban que dilapidaba su talento, un talento que había demostrado con generosidad en su paso por el Conservatorio de París y que, a partir de 1903, quisieron reconducir D'Indy y Roussel desde la Schola Cantorum, adonde acudió tratando de acabar con la idea generalizada de que no dominaba las herramientas de su arte.

Amigo de Debussy, a quien conoció en L'auberge du clou, uno de los garitos en los que se ganó la vida, y después de 1910 de Ravel, que trató de ayudarlo organizando algunos conciertos con sus obras, su actitud profundamente antirromántica y contraria a las vanguardias que colonizaban Europa desde Viena, le costó el desdén generalizado hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, cuando John Cage y otros empezaron a entender y difundir el sentido irónico, sardónico, ácido de una obra escrita básicamente por y para el piano. No deja de resultar paradójico que su rechazo de la trascendencia y la ampulosidad de los románticos fuera compatible con su interés por el ocultismo, un interés sincero a pesar del nombre con el que bautizó a su secta: Iglesia Metropolitana del Arte de Jesús Conductor, una broma más, como las que llenan su catálogo: Piezas frías, Fragmento en forma de pera, Sonatina burocrática, Embriones resecados, Horas seculares e instantáneas, 3 valses distinguidos de un dandy disgustado, Esbozos y cosquillas de un gordinflón, Cinco muecas para el sueño de una noche de verano, Preludio en tapicería, Capítulos revueltos y un largo etcétera.

Podría parecer que Satie se reía de todo y de todos, aunque su producción tiene también una faz que a menudo no se destaca lo suficiente: la de la ternura. Su música puede evitar intencionadamente el sentimentalismo, pero a menudo nos acaricia discreta y levemente, como ocurre con una de sus canciones más hermosas, escrita sobre un delicado ritmo de vals y un poema de Henry Pacory: Je te veux. ¡Ojo, vouloir (desear) y no aimer (amar)! Es justamente en el contraste entre la descarnada expresión de deseo y la amable dulzura de su melodía en donde esta piececita encuentra su significado más profundo.

J’ai compris ta détresse,
Cher amoureux,
Et je cède à tes voeux:
Fais de moi ta maîtresse.
Loin de nous la sagesse,
Plus de détresse,
J’aspire à l’instant précieux
Où nous serons heureux:
Je te veux.

Je n’ai pas de regrets,
Et je n’ai qu’une envie:
Près de toi, là, tout près,
Vivre toute ma vie.
Que mon coeur soit le tien
Et ta lèvre la mienne,
Que ton corps soit le mien,
Et que toute ma chair soit tienne.

J’ai compris ta détresse,
Cher amoureux,
Et je cède à tes voeux:
Fais de moi ta maîtresse.
Loin de nous la sagesse,
Plus de détresse,
J’aspire à l’instant précieux
Où nous serons heureux:
Je te veux.

Oui, je vois dans tes yeux
La divine promesse
Que ton coeur amoureux
Vient chercher ma caresse.
Enlacés pour toujours,
Brûlés des mêmes flammes,
Dans des rêves d'amours,
Nous échangerons nos deux âmes.

J’ai compris ta détresse,
Cher amoureux,
Et je cède à tes voeux:
Fais de moi ta maîtresse.
Loin de nous la sagesse,
Plus de détresse,
J’aspire à l’instant précieux
Où nous serons heureux:
Je te veux.

Antinoo

Antinoo

Me encantaría volver a mis diecisiete años, para hacerlo todo al revés de como lo hice.

viernes, 19 de noviembre de 2004

Robin

Personaje de leyenda, Robin es, por uno de esos retruécanos de la historia de las artes, protagonista principal de una de las obras más singulares de toda la Edad Media, Le Jeu de Robin et Marion, una pastoral de unos 800 versos escrita para ser representada y cantada, por lo que muchos la consideran uno de los antecedentes más lejanos de la ópera. Considerarla de esta forma significa, desde luego, abusar del concepto de "ópera", pero no cabe duda de la vocación dramática de su autor, Adam de la Halle, conocido, sin motivo, como "el jorobado de Arrás".

Adam le Bossu había nacido en efecto en Arrás hacia el año 1240, y era jorobado, pero sólo de apellido (le Bossu), como él mismo dejó escrito: "On m'appelle Bossu, mais je ne le suis mie". Considerado uno de los últimos trovadores del siglo XIII, Adam de la Halle se diferenciaba de todos sus predecesores por su condición de universitario. En París se formó como clérigo, estudiando el trivium y el quadrivium, lo cual le dio una amplitud de miras que se refleja a la perfección en sus obras poético-musicales, al menos en las dos que se le conocen, Le Jeu de la Feuillée y Le Jeu de Robin et Marion.

La primera de ellas fue representada seguramente en Puy d'Arras en 1276, mientras que la segunda fue dada a conocer seis años después en Nápoles, adonde se había trasladado junto a Roberto II, conde de Artois, a quien servía. Algunas fuentes consideran que Adam murió en el transcurso de ese viaje, antes de 1289, pero sin embargo en 1306 su nombre es mencionado entre los músicos que dieron color a una fiesta organizada en Westminster por Eduardo I, como acción de gracias por la curación de su hijo, el futuro Eduardo II, de una grave enfermedad. En aquella ocasión, Adam de la Halle figuró como uno de los dos únicos participantes, de los casi doscientos ministriles que tomaron parte en los festejos, que tenían el título de "maestro", el máximo reconocimiento en la época.

Le Jeu de Robin et Marion nos ha llegado gracias a tres manuscritos de la primera mitad del siglo XIV, entre los cuales uno de ellos tiene un altísimo valor, ya que presenta simultáneamente el texto, la música y las imágenes de la representación (128 miniaturas en 11 folios, de donde he escogido la que puede verse al comienzo de este comentario). Los manuscritos ofrecen versiones muy diferentes de la obra, lo cual es coherente con el carácter de las representaciones medievales, en constante transformación. Le Jeu de Robin et Marion. MicrologusConsiderada como obra fundamental de transición entre el Ars Antiqua y el Ars Nova, la obra incluye canciones en la mejor tradición trovadoresca y piezas polifónicas que anuncian los nuevos tiempos, no sólo en el terreno de la música, sino también en el de las mentalidades y la sociedad, pues no debe olvidarse que es un clérigo quien canta al amor y a la naturaleza, en un formidable ejemplo del desplazamiento de la figura de Dios del centro de las preocupaciones de los europeos, una transformación que tardaría aún siglos en afianzarse. Micrologus acaba de grabar para el sello Zig Zag Territoires una interpretación colorista y de gran fluidez dramática de Le Jeu de Robin et Marion, en la que se integran algunos motetes del Códice de Montpellier y otras fuentes que tratan el mismo tema (y acaso fueran compuestos por el propio Adam de la Halle), así como piezas instrumentales (entre las que se cuentan algunas estampies royales), lo que otorga gran verosimilitud a una música que hoy escuchamos con la misma naturalidad con la que de niños oíamos las canciones tradicionales de labios de nuestros abuelos.

martes, 16 de noviembre de 2004

Sopranos

Hasta hace bien poco, yo pensaba que las sopranos eran unas señoras gordas capaces de romper toda una cristalería de Murano con un solo berrido. Sin duda, esa idea era producto de una fuerte impresión sufrida durante mi infancia, cuando la mente del ser humano es moldeable como un bloque de plastilina y tele no había más que una. Debió de ser en 300 millones o un programa por el estilo (presentaba Alfredo Amestoy, eso seguro). Montserrat Caballé, a quien veía por primera vez en mi vida, cantó algo que no entendí, salvo que al final se moría (y eso porque se chivó el Amestoy). "¿Pero se muere de verdad?" "Anda, niño. Está haciendo un papel", me dijo mi padre. "Jo. Pues nadie querrá hacer ese papel." "Claro. Por eso se lo dan a las gordas", terció mi hermano, que para mí estaba por entonces sólo un escalón por debajo de Dios. "Y si se está muriendo, ¿cómo puede chillar tanto?" "Porque es una soprano. Y las sopranos, no chillan, cantan." "Pues mamá, cuando canta lo de las cruces, no chilla así." "Porque tu madre no es soprano." "¡Ah! ¿Y todas las sopranos son gordas?" "Todas." La sentencia de mi hermano era para mí un auténtico dogma de fe, de tal modo que, cuando crecí, jamás me creí la patraña esa de que había sopranos delgadas, que cantaban como la Caballé. Aquello no era sino una burda estratagema publicitaria: nos enseñaban a una guapa, pero luego la que cantaba era una gorda. "¿Pero es que no ves que está haciendo play-back?", tuve que aclararle una vez a mi hermana, que no se enteraba demasiado bien del asunto.

Así que cuando conocí a Saf no pude dar crédito a lo que me decía. "¿Tú soprano? ¡Ja!" Estábamos sentados en el Muelle de la Sal, atardecía y una gaviota despistada revoloteaba haciendo círculos sobre el Puente de Triana. "Mira. Parece un buitre", le dije para tratar de romper el incómodo silencio que se había producido tras mi, tal vez inconveniente, imprecación. Saf tenía la vista perdida en un punto inconcreto del río, las piernas colgando por el malecón, mientras comía pipas compulsivamente, todo en el más sepulcral silencio (¡menudo esfuerzo!). "Bueno, qué, ¿no vas a decir nada?" "No me crees, ¿verdad? Pues peor para ti. Ya no te canto." "Cantar, cantar, cantar... Cantar puede hacerlo cualquiera. Hasta los grillos y las ranas
cantan. ¡Ja!Una cosa es cantar y otra muy distinta ser una soprano." Me miró inexpresiva medio segundo y volvió a su trajín devorapipas, incrementando progresivamente el ritmo de bamboleo de sus piernas. Pasaron unos minutos larguísimos. La gaviota seguía haciendo círculos interminables en medio de la noche y a lo lejos los altavoces de un barco de recreo extendían por todas las márgenes del Guadalquivir un ritmo dulzón de bolero. "La gaviota te está mirando. ¿Y si fuera un buitre?" Levantó un segundo la vista y luego la desvió hacia el barco. "A lo mejor está esperando a que te atragantes con una cáscara." Nada. Seguía sin reaccionar. "Bueeeeeeeno. Venga, no te enfades. No quería ofenderte. Anda, cántame algo." "No." "Que sí, Saf, que te creo. Eres la primera soprano delgada que veo en mi vida. Anda, cántame." "No." "Venga, que te creo de verdad de la buena. Cántame La Traviata, porfi." "No." No, no, no, no y no. No fui capaz de sacarle otra palabra en toda la noche, que de repente se hizo muy, muy corta, porque terminó su paquete de pipas (¡que le había comprado yo, la muy interesada!), se levantó muy digna, miró un instante a la gaviota-buitre que seguía colgada allá arriba sin prestarnos la menor atención, me dirigió un mohín de disgusto y se marchó.

No he vuelto a verla desde entonces, a pesar de lo cual no renuncio a conseguir que algún día pueda perdonarme y me cante el "Amami, Alfredo", ya sea por teléfono. ¿Alguien puede decírselo, si la ve? Que le diga también que ya no creo que todas las sopranos sean mujeres gordas capaces de romper copas con la fuerza de su voz. Saf las derrite con su corazón.

jueves, 11 de noviembre de 2004

Apellidos

Leí hace unos años una disparatada teoría acerca de la raza, la sangre y los apellidos, y cómo la extensión de estos respondía a pautas puramente selectivas. Según esta especie de darwinismo social (o heráldico), el arraigo de los apellidos en un lugar determinado significaba el triunfo de unas ramas familiares sobre otras. Los que emigraban eran siempre los más débiles (en términos sociales), de modo tal que a medida que un apellido se expandía, partiendo de un núcleo originario, la raza de los que se marchaban iba degenerando, por lo que cuanto más alejado de ese centro encontrásemos a algún portador del mismo apellido, más débil (adaptatitavamente hablando) sería.

A la teoría le encuentro algunos defectillos, pero no la he traído hasta aquí ahora para desacreditarla (¿es necesario?), sino para tomármela muy en serio y advertirles de una cosa. Que nunca es tarde. Dado que el apellido de mi padre era originario de Asturias, él nació en Extremadura y yo en Andalucía, no se extrañen si encuentran mis textos contradictorios y poco consistentes. Se trata de un ejemplo palmario de degeneración de la raza.

viernes, 5 de noviembre de 2004

América

Desde que en 1823 James Monroe (V Presidente de los EEUU) formuló la doctrina que lleva su nombre, y que puede resumirse en el slogan "América para los americanos", los estados europeos empezaron a ver con preocupación la emergencia de una gran potencia al otro lado del Atlántico. La expansión de las primitivas colonias hacia el Pacífico y la Guerra de Secesión retrasaron lo que parecía inevitable, la preponderancia americana en el concierto mundial de las naciones.

Tras el extraordinario desarrollo industrial que siguió a la Guerra de Secesión, los EEUU se sintieron con la fuerza y el poder suficientes como para irrumpir en el mundo en el momento justo en el que las potencias europeas se disputaban el globo en una expansión imperialista cuyas consecuencias sentimos duramente hoy. Mientras, en la segunda mitad del siglo XIX, América se había convertido en una tierra de promisión para millones de emigrantes europeos, una tierra de acogida generosa y feraz. Los estadounidenses aprovecharon esta desorbitada afluencia de mano de obra para asentar y potenciar aún más su crecimiento. Quedaba claro que los EEUU, pese a todos sus problemas de integración y diversidad cultural, hablarían con voz alta, clara y única al mundo. Y asi lo hizo saber en 1904 Theodor Roosevelt, con su Corolario a la doctrina Monroe, por el que se reservaba el derecho a intervenir en cualquier país de su zona de influencia y se autoasignaba poderes de policía internacional.

Europa, atascada por los coletazos de los grandes imperios autocráticos y de la aristocracia ancien régime, perdía influencia con rapidez, hasta el punto de que por dos veces tuvieron los americanos que intervenir en nuestro continente para sacarnos las castañas del fuego. En la segunda mitad del siglo XX, convertidos definitivamente en la gran potencia económica, militar y política del mundo, cabeza indiscutida de uno de los dos polos en los que se fracturó la política internacional con la Guerra Fría, los EEUU terminaron por adquirir todos los perfiles que han caracterizado tradicionalmente a los grandes imperios de la Historia: admirados y odiados al mismo tiempo, los americanos desarrollaron sentimientos de orgullo, arrogancia y seguridad en sus fuerzas que fueron consolidándose a medida que se hundía el bloque soviético y que se quebraron de manera estruendosa el 11 de septiembre de 2001.

Aquello fue el comienzo de una nueva era, que en Europa aún sigue sin ser asumida en todas sus dimensiones. Cuando los dirigentes estadounidenses afirmaron que consideraban el ataque de Al Qaeda como una auténtica declaración de guerra del terrorismo islámico, y que estaban dispuestos a afrontar esa guerra, que, a pesar de carecer de las características de las guerras clásicas, sería larga y dura, muchos siguieron pensando en función de los conflictos regionales típicos de la guerra fría, a los que el mundo parecía ya acostumbrado. Uno de los que así lo creyeron fue, para su desgracia y la de los iraquíes, Saddam Hussein, que pensó que podría mantenerle indefinidamente el pulso al gigante americano. Pero no. La disuasión del poderío soviético ya no existía, y los EEUU, liderando una coalición internacional más amplia de lo que habitualmente se admite, lo derrocó con estrépito.

Afrontar unas elecciones presidenciales con la situación empantanada en Iraq (es cuestión de ver la botella medio llena o medio vacía: lo de Afganistán era infinitamente peor y acaban de celebrarse con gran éxito, reconocido incluso por la prensa socialdemócrata europea, unas elecciones democráticas) podía ser un arma de doble filo. Tradicionalmente los americanos se habían puesto siempre detrás de sus dirigentes en períodos de guerra, pero ¿ocurriría lo mismo ahora, cuando Bush parecía tener en contra a la mayoritaria opinión de los medios periodísticos e intelectuales del mundo? En realidad eso iba a importar poco, como se demostró, para el resultado final de las elecciones. Primero, porque extrapolar la política americana a Europa, como se ha insistido una y otra vez en la prensa del viejo continente, era un auténtico disparate. Segundo, porque el término intelectual le viene bastante grande a los Moore, Robbins, Springsteen y demás millonarios del cine y el pop en campaña promocional permanente. En estas circunstancias, hemos vivido unas semanas patéticas, de simplificación constante y necedades continuas, que podían recogerse a puñados, con sólo conectar la televisión o la radio, pasarse por un quiosco o dar un paseo por la red.

De pronto, la elección del presidente de los EEUU se convirtió en un asunto de vital trascendencia para el universo, como si el triunfo de Kerry fuera a suponer un cambio en la política exterior americana. De repente se hizo la amnesia, y todos parecieron olvidar que los intervencionistas y los expansionistas fueron siempre los demócratas y que Bush llegó al poder con la promesa de un repliegue progresivo de EEUU sobre sí mismo, promesa que cambió drásticamente la realidad impuesta por el 11-S. No parece que las caricaturas que se llevan haciendo de Bush en todo el tiempo de su mandato (ya ocurrió con Reagan) haya afectado lo más mínimo al elector americano, si acaso para movilizar a las bases del Partido Republicano. Las comparaciones, hechas desde España, de Bush con Aznar y de Kerry con Zapatero tenían tan poco fundamento que a alguien medianamente informado sólo podían causarle risa. Y sin embargo, muchos medios españoles apostaron por acentuarlas, llegando hasta el ridículo en el caso del diario El Mundo que en un editorial hilarante pedía el voto para Kerry, como si su voz fuese a tener alguna influencia en la opinión americana.

Pero quedaba el corolario, que ha sido bastante peor. Muchos se han sorprendido de la victoria republicana, y han buscado la justificación: América está dividida y en estas elecciones se ha impuesto la América profunda, rural y ultraconservadora, dicen (¿alguien recuerda los argumentos que empleaba la inteligencia socialista cuando desde la derecha se utilizaban las mismas tesis para el caso español: el PP era el partido de las ciudades y el progreso, mientras que el PSOE representaba al campo atrasado y subvencionado?). Es más, los americanos se han convertido en unos paletos e ignorantes integrales que no han sido capaces de detectar el olor a azufre que despedían Bush y su equipo y no han hecho caso a las prudentes llamadas al cambio que les llegaban desde Europa (un vendaval iba a derribar a los protagonistas de la foto de las Azores, y entonces el mundo viviría en paz, felicidad y armonía perpetuas). Lo terrible es que se esgrimen incluso argumentos morales deslegitimadores, que no hacen sino recordar las barbaridades de la política americana en Sudamérica o en Iraq. Y eso se hace desde Europa, casi como queriendo descargar la responsabilidad de los previsibles ataques terroristas del futuro en el voto inmoral de más de cincuenta millones de americanos. Cuán flaca es la memoria. Y cuán estúpido puede llegar a ser el hombre blanco, ¿verdad Míster Moore?

miércoles, 3 de noviembre de 2004

Historia

Jordi SavallDesde 1992 , Jordi Savall no ha desaprovechado ni una sola efeméride histórica para ofrecer sus discos con obras contextualizadas (más o menos) en el entorno de los sucesos conmemorados. Era evidente que este año el turno le iba a tocar a Isabel I de Castilla, y aquí está. El resultado es puro Savall. Mucho colorismo, más campanitas y tambores de la cuenta, gran variedad de timbres y de matices expresivos, ejecuciones instrumentales de primerísimo nivel, algunos arreglos bastante discutibles... Pero entretenido, como casi todos los suyos.

Savall insiste en seguir contando con la voz de su esposa, Montserrat Figueras (ahora incluye además de vez en cuando la de su hija Arianna), a la que hace tiempo que se le pasó el arroz. Lo que hace con Paseábase el rey moro, el delicadísimo y sencillo villancico de Luis de Narváez, no tiene nombre. La belleza de lo simple y lo natural arruinada por una impostación antinatural y una ornamentación desmedida, que además acompaña en algunos momentos de un ridículo seseo. Sí, ya sé que el acompañamiento trata de colocar la pieza en el entorno de la tradición andalusí, ¡pero se trata de un romance cristiano de conquista! El romance anónimo sefardí Lavava y suspirava sufre la misma suerte. Lástima.

Comentario aparte merece la aparición en el índice de pistas del CD del Rey Católico como Fernando II, rey de Cataluña y Aragón (por este orden además). El disparate histórico de hacer a Fernando rey de un lugar (Cataluña) que nunca fue reino, causaría simplemente risa y vergüenza ajena, si no fuera porque esto no deja de ser un arma política y propagandística más en el alucinado proyecto secesionista del nacionalismo catalán. Por ello, esta flagrante manipulación no ya de la historia, sino del sentimiento de las personas, lo único que produce es indignación y asco.

martes, 2 de noviembre de 2004

Mercado

Edward GibbonEl mercado ha democratizado la cultura hasta niveles impensables hace apenas cien años. Basta con acercarse a algunos quioscos (un placer cotidiano): al alcance de cualquiera un despliegue con las grandes obras del pensamiento, la poesía, la novela, los clásicos de Grecia y Roma, la historia, la ciencia, la música o el cine, por precios que puede permitirse la abrumadora mayoría de la población. Y sin embargo, la alta cultura sigue siendo cosa de minorías. ¿Qué falla? Quizás nada. Pero a mí me gusta echarle la culpa al sistema educativo.

Por cierto, esta mañana he visto en un quiosco el primer volumen de una nueva colección de RBA titulada "Grandes obras de la cultura" y lo he comprado. Se trata de la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano de Edward Gibbon (versión abreviada, desde luego), que leí hace muchos años, cuando estudiaba Historia, en una edición prestada. Lo que se anuncia es impresionante: la Historia de la cultura griega y La cultura del Renacimiento en Italia de Jacob Burckhardt, la Historia del arte de Gombrich, la Historia de las creencias religiosas de Mircea Eliade, la Historia de la literatura de Martín de Riquer y José María Valverde, La revolución francesa de Michelet, la Historia social de la literatura y el arte de Arnold Hauser, el Diccionario de Mitología de Pierre Grimal, la Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell, el Diccionario de filosofía de Ferrater Mora y muchas otras obras fundamentales de nuestra civilización.

¡Ah! Olvidaba decir que el libro de Gibbon me ha costado 4,95 euros (bueno, 5, me he negado a coger el cambio).

sábado, 30 de octubre de 2004

Televisión

Mi cultura televisiva es insignificante. Salvo para las contadas películas que me interesan (que grabo, no hay quien soporte cortes de hasta 20 minutos seguidos de publicidad) y algunas retransmisiones deportivas, mi minúsculo aparato de 14 pulgadas no pasa de ser un trasto del que me quejo constantemente porque me quita espacio para los libros. Como Jesús dijo una vez aquí, lo que de verdad me gustaría sería que TVE (la que pagamos todos) se convirtiera en un aburridísimo canal de documentales científicos e históricos, ciclos de cine en blanco y negro, retransmisiones de óperas (no se me ha olvidado que en tiempos de Pilar Miró llegó a ofrecerse una Lulú de Alban Berg en directo desde la Zarzuela), entrevistas a poetas y neurocirujanos, programas sobre historia de la música, debates sobre literatura y arte egipcio, etc., etc., etc.

Estoy convencido de que esa televisión sería mucho más barata. Y la otra (la que hoy domina por doquier) ya la ofrecen las privadas. La sacrosanta libertad de elegir mierda para comer quedaría así resguardada. Una de las grandes falacias del debate sobre la televisión pública en España en los últimos años es el de su financiación. TVE pierde cada año cantidades ingentes de dinero, y para tratar de evitarlo se endeuda, paradójicamente, cada vez más con programaciones carísimas que pretenden competir por la publicidad con las cadenas privadas. Este círculo vicioso es, sin embargo, fácil de romper. Se trata simplemente de renunciar a la competencia y utilizar la televisión que pagamos entre todos para ofrecer el servicio público para el que en principio está destinada. Pero resulta evidente (y aquí está el meollo del asunto) que así perdería el carácter de propagandista del partido en el gobierno que ha tenido siempre en España, independientemente de las siglas y los nombres de quienes manden. Algunos ya ni se callan en público las estrategias que utilizan para facilitar el control ideológico. Hace algo más de un año asistí a una reunión en la que con todo el desparpajo del mundo un directivo de Canal Sur Televisión afirmaba que Andalucía Directo era un buen programa, pero que hacía perder audiencia. Por eso, media hora antes de que empezara el informativo de la noche, se había metido, como si fuera una cuña para ganar audiencia, otro programa, un resumen de lo mejor del día en uno de esos concursos infames con gente (infame) dentro. Así. Tan claro como lo cuento ahora. Era la única forma de asegurarse de que cuando el gobierno andaluz emitiera el parte diario, el índice de audiencia fuera políticamente aceptable.

Esta semana ha tenido lugar una reunión entre enviados del gobierno de Zapatero y de las televisiones privadas para pactar una serie de puntos que supuestamente protejan a los niños de la basura televisiva, todo ello con la amenaza de fondo del gobierno socialista de que si no se llegaba a un acuerdo, estos puntos serían impuestos. Niños. Nada mejor que hablar de ellos como ejemplo de la progresiva puerilización de nuestra sociedad. Resulta terrible asistir al derrumbamiento, una por una, de las ideas que sustentan nuestra civilización. En este caso, se trata de la responsabilidad (y de su otra cara, la libertad). Como si la televisión fuera obligatoria, los padres parecen exigir del Gobierno que regule sus contenidos. Como si no hubiera más remedio que enchufar a los niños. Que el Gobierno decida lo que mis hijos pueden ver en la tele, que yo no tengo tiempo. Que decida lo que yo puedo ver y lo que no, lo que tengo que votar cada cuatro años.

jueves, 28 de octubre de 2004

Ondas

Que una emisora de radio conceda unos premios anuales para premiarse a sí misma y a su hinterland, haciendo en cada edición un pequeñito esfuerzo por parecer ecuánime y más políticamente correcta que los institutos de la mujer, resulta en verdad sonrojante, pero este año la desfachatez ha alcanzado niveles difícilmente superables:

RADIO

Mejor programa o mejor tratamiento informativo de un acontecimiento:
SERVICIOS INFORMATIVOS DE LA CADENA SER, por el tratamiento informativo durante el 11-M.


¡Y no se les cae la cara de vergüenza!

martes, 26 de octubre de 2004

Órgano

ÓrganoTriste sino el de los órganos, durante siglos orgullosos emperadores entre los instrumentos de la música y hoy durmientes sombras desvencijadas en miles de templos que los prefieren callados. Apartados, en la abrumadora mayoría de los casos, de sus funciones litúrgicas de antaño, de vez en cuando los órganos recuperan su voz y se presentan ante un pueblo que ya no va a escuchar la palabra de Dios, sino a oír el fulgor de sus registros de lengüeta, la profundidad de sus violones y el brillo exuberante de sus trompeterías. Curiosa situación la que se vive en un concierto de órgano. Sobre todo si, como el de la Iglesia del Convento de San Clemente de Sevilla, se sitúa al pie de la nave, en el coro, con el público sentado mirando hacia el altar mayor. Como ir en un tren en dirección contraria a la de la marcha.

En esos casos, mejor evitar los ordenados bancos de madera y tomar una silla. Esperar obedientemente sentado a que comience el recital. Y entonces girar la silla hacia la consola del organista, ante la sorpresa de quienes te rodean, que no se atreven a alterar la disposición geométrica que un día imaginó un sacerdote para infundir a sus acciones el respeto reverencial que sólo es capaz de procurar el misterio del sonido imposible de ubicar. Uno puede estudiar psicología contemplando los rostros complacidos, serenos, relajados, aburridos, expectantes, arrobados, que parecen no saber dónde mirar... ¡Y vaya si hay sitios en San Clemente a los que mirar!

Retablo Mayor de San Clemente. Felipe de Ribas

Pasan los minutos pausada, lentamente, se desgranan fugas, corales y tientos, los flautados han dado inusitada luz a las pinturas murales, y en el centro justo de las exuberantes fantasías que Sweelinck creó sobre el hexacordo, la chica pelirroja apoya la cabeza en el hombro del amante, la niña se revuelve inquieta en el regazo de su madre, el cincuentón calvo bosteza ostentosamente, la mujer del broche de oro, a su lado, esboza una tenue sonrisa, el joven de barba y pelo largo gira el cuello y clava sus ojos en los míos medio segundo. De pronto, todo cobra un sentido que trasciende la música y el espacio que alguien, un día, concibió para el culto divino. Es lo sagrado. Y es mortal. Acaso el hombre inventó a Dios porque no soportaba ese peso sobre sus espaldas.

sábado, 23 de octubre de 2004

Subdirector

El crítico de música es enviado a cubrir el último espectáculo de Carles Santos. Vuelve al periódico y empieza a escribir su crítica. "La parodia y el pastiche son más antiguos que la ópera. En su última farsa, Carles Santos...". Está en esas cuando se le acerca el subdirector: "¿Qué? ¿Cómo ha estado eso?" "A mí no me ha gustado." "¿No?" "No. Nada, en absoluto." "¿Tú habías visto algún otro espectáculo de Carles Santos?" "No." "Es que habría sido importante para contrastar." "Ya." El subdirector se va, y el crítico retoma el hilo: "...Carles Santos los emplea para cocinar un sardónico espectáculo con música propia (sus tradicionales estructuras repetitivas) y de Rossini, que se atraganta a la primera degustación. Hombre sin duda inteligente, el showman valenciano juega con la fragmentación del discurso, en una pose posmoderna que empieza a cansar. Con el agua como elemento destacado de su montaje (no sabemos por qué) y un imaginario surrealista que nos resbala ya como si llevásemos un impermeable puesto (hay referencias buñuelianas y dalinianas claramente reconocibles), los gags se suceden, unos con alguna gracia y otros con ninguna, exigiendo de los cantantes y de los figurantes un indudable y muy estimable esfuerzo físico". De pronto se detiene. El titular le ha llegado fulgurante, como un rayo de luz que lo iluminase, igual que ocurre algunas (pocas) veces. Terminará pronto esta noche, y eso le hace sentir bien. Se sitúa en el espacio adecuado y lo escribe: "Rossini asado y deconstruido". Luego baja y continúa: "Sí, la parodia y el pastiche son tan antiguos como la ópera, y la han acompañado a lo largo de los últimos cuatro siglos. Solían utilizarse con desparpajo en espectáculos populares, en los que el mal gusto actuaba como un condimento esencial. Santos nos hace probar el condimento, pero lo envuelve en una sofisticación de referencias argumentales que sólo parecen al alcance de los iniciados, aunque, a la vista del éxito, no pareció que eso (lo que querían contarnos) le importase realmente al público". Ya está. Manda una copia a la impresora y mientras la lee vuelve el subidrector. "¿Cuántas estrellas le has dado?" "Una." "¿Nada más?" "¿Qué quieres? Ya te dije que no me ha gustado." "Pero una..." "¿Y por qué me has mandado?"

Cualquier parecido con la realidad es obviamente pura coincidencia, pero esto podría haber pasado perfectamente en un periódico cualquiera de una ciudad cualquiera una noche de otoño cualquiera.

viernes, 22 de octubre de 2004

Pasolini

Mamma Roma de PasoliniPor razones profesionales, he visto en la última semana un par de veces Mamma Roma, segunda película de Pier Paolo Pasolini, producción del año 1962. Mi acercamiento al mundo del cine es demasiado fragmentario y poco riguroso como para atreverme a establecer categorías y emitir juicios de validez general. Además mi principal interés era no tanto la película en sí cuanto la música barroca (Vivaldi) que utiliza Pasolini para acompañar las imágenes. Sin embargo, me creo en condiciones de afirmar que difícilmente se encontrará en toda la historia del cine una película más emotiva que ésta, con una carga ética tan profunda y un acercamiento al concepto de lo sagrado (y digo lo sagrado y no lo religioso, que no son necesariamente sinónimos) tan sutil y lúcido.

Sagrada es auténticamente la relación que Pasolini traza entre Mamma Roma, la prostituta que acaba de desligarse de su proxeneta y ha conseguido un puesto de verduras en el mercado, y su hijo Ettore, un adolescente de 16 años y un carácter entre soberbio y ensismismado, que viene marcado por un pasado seguramente turbulento de hospicios y reformatorios. Pasolini recurre a la iconografía de la mejor pintura del manierismo italiano para desarrollar esta intensa y singular relación materno-filial: Caravaggio, Massacio, Mantegna... son adoptados con una puesta en escena que en muchas ocasiones recurre a la inmovilidad, a la que se le otorga un puro sentido pictórico. El mismo Pasolini reconoció que escogió a su protagonista masculino (Ettore Garofolo), después de encontrarlo trabajando en una taberna de Roma y aparecérsele como un personaje de Caravaggio. Además muchas de estas alusiones a la pintura del manierismo están cargadas de alusiones sagradas. Basta ver el principio, con las referencias evidentes a la Santa Cena, o la conmovedora imagen de Ettore atado a la camilla, en una mezcla entre un crucificado y el Cristo muerto de Mantegna

Ettore y el cristo Muerto de Mantegna

o la escena final, con los personajes inmóviles, la vista de Mamma Roma clavada en la cúpula del fondo, como si posasen para un cuadro o simulasen ser ese mismo cuadro.Anna Magnani
En este planteamiento, la elección de la música alcanza un significado profundo. El Largo del Concierto para viola d’amore y mandolina RV 540 de Vivaldi impregna toda la película. La elección del timbre pastoso, afectuoso, grave, melancólico de la viola d’amore (ideal para ser escuchado en “la paz vespertina”, como diagnosticó Leopold Mozart) termina de completar la mirada profundamente ética y compasiva de Pasolini sobre sus personajes, mirada que eleva el drama de la protagonista, una Anna Magnani como nunca la había visto, sencillamente espectacular, a un plano trascendente, capaz de representar el drama humano en toda su extensión. La utilización en un par de escenas del Largo del Concierto para fagot RV 481 crea una sensación de continuidad con la atmósfera general de la obra. No así el movimiento lento del Concierto para flauta sopranino RV 443, que se asocia a la irrupción con absoluta crudeza de Carmine, el antiguo proxeneta de Mamma Roma (y acaso el padre de Ettore), en la vida de la protagonista. No es casual. Pasolini conocía a la perfección los efectos perturbadores que el timbre de un instrumento agudo puede ocasionar en un entorno de sonoridades graves. Se trata simple y llanamente de la profanación de lo sagrado.

jueves, 7 de octubre de 2004

Telediario

Por simple ética profesional, los informativos de todos los canales de televisión que emiten en España (tanto públicos como privados) deberían optar por una de estas tres alternativas:

1) Contratar a un equipo de críticos de arte, cine, música, literatura, teatro, danza, etc.

2) Sobreescribir la palabra "publireportaje" cuando dan informaciones referentes al estreno de películas, obras de teatro, óperas o a las novedades discográficas, bibliográficas, etc.

3) Obviar este tipo de noticias.

Porque las secciones de cultura de los telediarios dan auténtica vergüenza...

miércoles, 6 de octubre de 2004

Viola

violaEn 1740, Hubert Le Blanc publicó un tratado que respondía al curioso título de Defense de la Basse de Viole Contre les Entréprises du Violon Et les Prétentions du Violoncel. La obra aparecía cuando la viola da gamba, instrumento que, junto al clave y al laúd, había reinado incontestablemente en la música francesa durante casi un siglo, estaba en absoluta decadencia y había sido sustituida en el imaginario de los compositores y en el gusto del público por los instrumentos de la familia del violín, de sonido más potente, más adecuado para llenar los salones cada vez mayores dedicados a la música.

En aquel tratado, Le Blanc hizo una comparación que se ha hecho célebre entre dos de los mayores maestros de la viola del pasado: Marin Marais y Antoine Forqueray, aquél que tocaba "como un ángel" y éste que lo hacía "como un diablo". Marais y Forqueray pertenecieron, en efecto, a diferentes generaciones de violistas. Marais estudió con Monsieur de Sainte Colombe, para quien lo verdaderamente importante era la delicadeza del sonido de la viola, su capacidad para el matiz y para penetrar en la esencia misma de la música. (Cómo olvidar Tous les matins du monde, la película que Alain Corneau filmó en 1991 sobre la novelita de Pascal Quignard, que hizo populares durante algún tiempo no sólo a Sainte Colombe y a Marais, sino también a Jordi Savall, quien recopiló, arregló e interpretó la banda sonora.) Forqueray, en cambio, hombre al aparecer irritable y colérico, pertenecía a la generación de los jóvenes virtuosos, que antes que nada buscaban deslumbrar a los oyentes con la potencia de su sonido (se decía que Forqueray hacía sonar la viola tanto como un violonchelo) y la agilidad de su arco.

En esta historia, cuya sustancia mitificadora no se oculta a nadie, existe un fondo de verdad, que parece cumplirse casi como una ley histórica. Lo hemos comprobado con la resurrección de la viola da gamba en los últimos cuarenta años. Los primeros maestros (y después de August Wenzinger sólo se puede hablar de Jordi Savall y de Wieland Kuijken) privilegiaron por encima de todo, como Sainte Colombe, la dulzura del sonido, la flexibilidad del instrumento, la capacidad para matizar de la forma más íntima posible. Sus discípulos más directos (pienso en Paolo Pandolfo) mantuvieron el espíritu intimista del instrumento, aunque sin por ello renunciar a un virtuosismo que funcionaba a modo de contraste. En cambio, la nueva generación de violistas (representada muy especialmente por Vittorio Ghielmi) apuesta desde el principio por el aprovechamiento intensivo de todos los recursos de la viola, y ya no tienen ningún empacho en tocar como los virtuosos del violín o del violonchelo.

La alemana Hille Perl, acompañada, como siempre, por el tiorbista americano Lee Santana, parece haber interiorizado hasta tal punto la obra de Le Blanc que en este disco curioso, que nos ofrece algunas de las obras inéditas que Marais regaló al principio de la década de 1680 al aristócrata escocés Harie Maule, asume por completo la perspectiva del ángel y nos ofrece un recital de un refinamiento y una dulzura exquisitos, pero a la vez de una falta de vigor y de profundidad de sonido no muy comunes hoy.



Hille Perl Posted by Hello