sábado, 29 de septiembre de 2007

Una idea de España (II)

Hay por supuesto otras ideas de España, que sus postulantes considerarán igualmente defendibles. Justamente por eso, porque las ideas sentimentales sobre lo que es o debe ser la nación son múltiples, subjetivas y no siempre compatibles entre sí, es deseable encontrar un punto de acuerdo racional y objetivo, que sea aceptable por todos y que todos estén dispuestos a defender, y a mí no se me ocurre otro que el de la Ciudadanía, es decir el del Derecho, el de una justicia igual para todos, con obligaciones y derechos iguales para todos, claramente definidos en un documento base (la Constitución) dentro de un sistema de libre concurrencia y democracia, y a partir de aquí que cada cual defienda su propio proyecto como mejor entienda (con el límite, obvio, de las leyes).

En cualquier caso, para mí, repito, las naciones no pueden ser sólo (no son en realidad) un sistema administrativo común, es decir, no son sólo Estado (aunque se identifiquen en la práctica con él), y España, estoy convencido, es mucho más que eso, es una trama inextricable de afectos e intereses forjados en una historia de convivencia milenaria (sí, milenaria). Si la memoria no me juega una mala pasada, creo que fue Francesc Cambó quien en un momento de su trayectoria de nacionalista catalán se separó de la línea independentista de Macià al afirmar que la convivencia de siglos había creado tal madeja de relaciones entre los habitantes de España que la independencia de cualquiera de sus partes no podía sino causar un trauma de consecuencias nefastas para todos. En su interesantísimo libro sobre el nacionalismo, Alfredo Cruz Prados afirmaba que las naciones necesitan un proyecto común que las impulse. En mi opinión, ese proyecto común no sería en España otra cosa que una mirada global, española, sobre los problemas globales y locales, por encima de particularismos y localismos, es decir la tendencia contraria a la que vivimos hoy, cuando se ha instalado la idea de que la presión regional, localista es la única manera de no resultar marginado en el reparto de inversiones. Hace unos días, en una muy seguida tertulia radiofónica, un famosísimo (y para mí, penoso) periodista madrileño decía a un celebérrimo colega andaluz que él tenía que estar en el fondo muy contento porque Andalucía era la principal beneficiaria del chalaneo de la financiación autonómica. Pues bien, yo, como andaluz, no estoy contento, no estoy en absoluto contento, porque la rapiña autonómica en la que nos hemos instalado sólo causa (está causando ya) insolidaridad, desapego afectivo entre los españoles y el fomento de un clientelismo regional de paniaguados que hace de la democracia una auténtica caricatura de sí misma.

Quiero decir con todo esto que si bien la idea de España como una simple nación de ciudadanos libres debe ser la base común de nuestro proyecto colectivo, el contenido con el que eso se llene no resulta indiferente, que hay proyectos políticos que favorecen la solidaridad y la cohesión y, en ese sentido, nos benefician a todos, y proyectos que sólo alientan el egoísmo particularista y el separatismo, y que por tanto nos perjudican en la misma medida. De ahí que el nuevo partido de Savater y Díez no pueda quedarse en una simple definición de España como nación de ciudadanos, lo cual considero por supuesto básico, que espero (esperamos, me atrevería a decir) algo más. Es por eso que la famosa referencia de Savater a que "la idea de España se la suda" me parezca muy desafortunada para salir de los labios del promotor de un nuevo partido político. Y que conste que la entiendo, que estoy convencido de conocer el sentido en el que está pronunciada. De hecho, varios días después, Carlos Martínez Gorriarán daba en su blog una explicación sobre el particular que puedo compartir perfectamente y que, por su interés, transcribo:

[...] que ideas de España hay tantas como españoles (unas 44 millones, creo). Que el problema no son esas ideas –FS tendrá la suya, claro, sino la insistencia de algunos autoerigidos guardianes de la nación en que hay una Idea de España obligatoria: pues mire, esa es otra variedad del nacionalismo obligatorio que detestamos. No estamos aquí para soportar a gente que habla en nombre de Cataluña, que te quiere meter a balazos la gran Euskal Herria o que vocifere tu presunta obligación de asumir su Idea de España. Lo que importa de la nación es que es una sociedad de ciudadanos que comparten una comunidad con muchas dimensiones, pero cuya dimensión más importante es la ciudadanía en un Estado. En un Estado de derecho, naturalmente (comparto con los liberales la idea de que lo único que justifica al Estado es su obligación de garantizar las libertades públicas e imponer la paz monopolizando estrictamente el ejercicio de la violencia). Vamos, que lo importante es la ciudadanía española, no la fantasmagórica Idea de España que parece formulada por un Hegel de zarzuela. Así pues, la única idea de España que debemos aceptar los 44 millones se llama Constitución. Fernando Savater lleva defendiendo muchos años la ciudadanía española, y explicando que ser ciudadano comporta tanto derechos y libertades personales como obligaciones y responsabilidades comunes. No conozco a nadie que haya defendido tan bien este sencillo y vital principio como Fernando Savater, ni que haya estado tan amenazado y perseguido durante tanto tiempo por hacerlo tan claramente, cuando podía haberse dedicado a sus cosas y mientras algunos de sus críticos actuales iban con dodotis. Para mí, y para cualquiera que no se crea Don Pelayo, eso es defender España.
No es muy distinto de lo que yo llevo dicho, con una sola objeción: yo sí creo que la idea (minúsculas) de España es importante, yo sí creo que es crucial que un partido político que nace lo haga llenando de contenido ese espacio inconcreto que queda pasada la primera (y necesaria) definición de carácter formalmente administrativo, y es más, creo que UPD tiene una idea de España, tiene un proyecto, cuyas líneas generales se han difundido ya. Por eso me parece aún más erróneo el comentario de Savater, que quizá no se ha dado todavía cuenta de que ya no es sólo un intelectual que conecta con los ciudadanos escribiendo libros y columnas en los periódicos, sino que es el promotor de un partido político que aspira a convertirse en un factor clave para la gobernabilidad del país. Quienes compartimos su visión de España (y yo, globalmente, la comparto) no esperábamos que nos dijera que "la idea de España se la suda", sino que hiciera una defensa de su idea de España, que sin duda tiene y que muchos, repito, compartimos. Cuando uno se mete a político tiene que cuidar mucho expresiones como éstas, fácilmente manipulables y no comprensibles para un conjunto no pequeño de ciudadanos. Lo recogía perfectamente Esteban en su Cuadrilátero de ayer.

Cuadrilátero de Esteban. 28-09-2007
Pues eso. Hoy se presenta formalmente en sociedad UPD. De corazón y por interés, mucha suerte.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Una idea de España

Soy español. Lo cual no es decir demasiado. Soy español porque nací en España. Otros que no han nacido en España también son españoles porque sus padres lo son (como, por ejemplo, Juan Carlos de Borbón) o porque están casados con españoles o porque residen en España y han cumplido una serie de requisitos que exigen las leyes para adquirir la nacionalidad española (como tantos futbolistas hispanoamericanos) o porque las instituciones se la han otorgado por razones especiales de mérito y vinculación con nuestro país (es el caso de Mario Vargas Llosa). Todos los españoles tenemos un documento (el DNI) donde lo dice (Nacionalidad: Española). Se trata de una simple condición administrativa, que compartimos algo más de 40 millones de personas (teniendo en cuenta que en el mundo viven hoy más de 6.000 millones no es demasiado, ciertamente). Españoles son Juan Carlos de Borbón y el futbolista del Real Madrid Julio César Baptista, Mario Vargas Llosa y Blas Piñar, Josep Carod Rovira y Arnaldo Otegui. Como ciudadanos españoles, todos estamos sujetos al ordenamiento jurídico de España, que nos impone una serie de obligaciones y nos reconoce una serie de derechos. Ser español tiene, desde el punto de vista administrativo, ventajas e inconvenientes, como ser alemán o chino. Creo, en cualquier caso, que nadie en su sano juicio discutirá que, comparando con el resto del mundo, las ventajas de ser español son muy superiores a los inconvenientes; de hecho, estoy convencido de que un elevadísimo porcentaje de esos 6.000 millones de personas que viven en nuestro planeta si pudieran optar, elegirían sin duda las ventajas de la nacionalidad española a la suya propia (y que pregunten si no a los chinos, a los sudaneses, a los guatemaltecos, a los birmanos o a los iraníes).

Pero además me siento español. Quiere esto decir que tengo vínculos afectivos especiales con las cosas que se relacionan con España y con sus ciudadanos (lo cual no significa que me gusten todas sus cosas ni que sea amigo ni siquiera que simpatice con todos sus ciudadanos, pues no hablo de afectos personales, sino de un sentimiento general de pertenencia a una comunidad, algo muy propio de los humanos, primates, luego animales sociales). Estos vínculos no son innatos, no nací sintiéndome español. Se han creado porque durante mi vida he compartido con los españoles una forma de acercarme al mundo, a través de la educación, los medios de comunicación, el idioma, los juegos, las fiestas o los artículos que llegan a las tiendas, que ha sido diferente al modo de acercarse al mundo de los franceses o los portugueses (eso está sin duda cambiando con la globalización e internet, pero yo he cumplido ya los 40, qué quiere que les diga, uno no abandona sus vínculos afectivos de hoy para mañana). Me siento español porque comparto con los españoles no sólo obligaciones y derechos administrativos, sino toda una serie de modos de vida que me hacen alegrarme con los éxitos de los españoles y entristecerme con sus fracasos o sus catástrofes de forma más intensa que por los éxitos, los fracasos y las catástrofes de otros ciudadanos del mundo. Por eso, las inundaciones provocadas por la ruptura de la presa de Tous me estremecieron mucho más que las ocurridas este año en Inglaterra, los incendios de Galicia me espantaron más que los de Grecia, los accidentes de los autobuses escolares ocurridos en España me acongojan siempre mucho más que los ocurridos en el extranjero, los atentados de ETA son para mí más terribles que los del IRA o los de Hamas y prefiero las victorias de Fernando Alonso o Rafa Nadal a las de Raikkonen o Federer.

Lo que no soy es un nacionalista español. Y esto es lo que muchos siguen sin entender. Sentirse español no significa ser nacionalista español, como sentirse catalán o almeriense o malayo no significa ser nacionalista catalán, almeriense o malayo. (Todos estos sentimientos no son además excluyentes. Uno puede sentirse catalán y español, almeriense y español e incluso malayo, almeriense, catalán y español, en distinto grado pero al tiempo.) Para que yo fuera nacionalista español tendría que pensar, por ejemplo, que ser católico y ser español es la misma cosa (como defienden todavía algunos) o que el español es la lengua propia de España y por tanto sólo son auténticos españoles aquellos que la hablan o que España es una unidad de destino en lo universal o que sólo son españoles los amantes de los toros o de las quinielas o alguna formulación similar que hiciera de la nación española una esencia inmutable y eterna, con atributos propios (lengua, cultura) de naturaleza colectiva e inexcusable. Al decir que me siento español ni siquiera estoy afirmando la existencia de la nación española (no necesito en realidad hacerlo, pues su existencia es una realidad histórica incuestionable, y yo soy siempre muy respetuoso con la realidad y con la historia), sino mi especial afinidad sentimental hacia lo español (aunque deteste los toros y no me guste el flamenco).

Estos sentimientos son por supuesto, por definición, siempre personales y subjetivos, pero creo sinceramente que son mayoritarios entre los ciudadanos que tienen la categoría administrativa de españoles. Con los que no tienen esos sentimientos no tendría que pasar en realidad nada, pues su españolidad administrativa les garantiza absolutamente todos los derechos individuales, idénticos a los del primero de los patriotas (se puede ser patriota sin ser nacionalista, sí, pero eso, si te parece, querido Ignacio, lo dejaremos para otra ocasión), y nadie les niega la posibilidad de expresar ni manifestar sus sentimientos de pertenencia a otras comunidades humanas en la manera que estimen oportuna (con la única limitación, obvia, de la ley). Es evidente que el sentimiento no puede ser hoy el vínculo fundamental que mantenga unida a una comunidad política, a una nación (en el sentido que le daba ayer, es decir, un Estado). Las naciones que me esfuerzo en defender como realmente existentes y necesarias son las naciones de ciudadanos libres e iguales ante la ley, por lo que es la Constitución, el marco que establece los derechos y las obligaciones de esos ciudadanos, el auténtico punto de encuentro, el consenso básico que garantiza la libertad y la seguridad de todos, la madre del cordero de la nación.

Sin embargo, eso no quita para que considere que los vínculos afectivos son importantes, muy importantes para la estabilidad de la nación y la felicidad de sus ciudadanos. De hecho son esos vínculos los que han atacado con saña, allí donde son fuertes, los partidos nacionalistas en 25 años de control de la educación, de los medios de comunicación públicos y de los presupuestos, contando casi siempre con la aquiescencia de los partidos nacionales, que han aceptado los hechos consumados cuando no han entrado en una especie de subasta pública a nivel regional por ver quién hacía la oferta más nacionalista, más provinciana, más pueblerina. Cuando se dice que España se rompe, lo que se está afirmando, pese a que a muchos les suene a catastrofismo, es una realidad fácilmente contrastable, que los vínculos afectivos entre los españoles se descuajaringan poco a poco, paso a paso, y que ese descuajaringamiento empieza a alcanzar rango de ley entre la indiferencia general, que los nacionalistas están teniendo éxito y que no se aprecian signos de reacción entre los partidos nacionales tradicionales.

En último término, no pasa nada por que España se rompa, dicen algunos. Sí que pasa, pasa que se rompe. Y yo no quiero que eso suceda. No quiero por razones sentimentales, que ya he explicado; y no quiero por razones prácticas, pues creo que ser una nación nos beneficia a todos. Puede que llegue un día en que los vínculos afectivos se hayan deteriorado hasta tal punto que la gente prefiera que España se divida en varias naciones. Como demócrata, no me quedará más remedio que aceptarlo y pagar la parte alícuota del precio que eso nos cueste, pero antes de que eso llegue prefiero trabajar por que no ocurra, y la forma más ilusionante de hacerlo me parece que a día de hoy es apoyar el proyecto de Unidad, Progreso y Democracia, el nuevo partido político liderado por Rosa Díez, surgido en el entorno del movimiento cívico Basta Ya y promovido por Fernando Savater, entre otros. A la espera de su definición programática en aspectos concretos, su apuesta por una nación de ciudadanos con igualdad de derechos y obligaciones en todo el territorio nacional me parece imprescindible para el futuro. Soy más partidario de los regímenes unitarios que de los federales (mi modelo en realidad no es otro que el de la jacobina y centralista república francesa), pero la forma de organización me parece asunto menor siempre que se garantice ese principio básico de igualdad ciudadana: una federación de territorios con ciudadanos iguales me parece una fórmula no ideal pero aceptable, y hasta ahí estoy dispuesto a esforzarme por el consenso: nada de confederaciones ni de federalismo asimétrico, que es la misma cosa. Esa es mi idea de España. Y esa es para mí la España que vale la pena defender.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Una idea de nación (II)

Y sin embargo las naciones existen. Son una realidad histórica que nadie en su sano juicio se atrevería a discutir. El problema parece residir entonces en encontrar criterios objetivos para delimitar qué cosa sea una nación y cuál no. Y para ello lo mejor es partir de algo elemental e incuestionable, algo que ninguna persona de espíritu racional negaría: las naciones son entidades puramente humanas, no son entes metafísicos y eternos, sino organizaciones sujetas a la constante mudanza de los asuntos propios de los hombres. Basta estudiar un poco de historia para comprobar que las naciones han cambiado (y de hecho, siguen cambiando constantemente) de forma, modelo, extensión, símbolos, estructuras y todos aquellos atributos que les son propios en función de infinidad de variables. Por cambiar, ha cambiado hasta el concepto de nación. Obviamente, el animal político de Aristóteles no tiene nada que ver con el del siglo XVIII o con el de nuestros días. Si la nación trata de caracterizar determinadas formas de asociación entre seres humanos, su propia definición ha ido cambiando en la medida en que han cambiado las formas de organización.

La confusión que provoca el despliegue diacrónico de las ideas y conceptos en la historia es el paraíso del buen teórico del nacionalismo. Ahí es donde te envuelve en sus falacias y su fofa retórica, tan falsas como infantiloides, pero capaces de hacer mella en el ánimo de personas no demasiado instruidas o poco reflexivas. Lo he repetido ya muchas veces: la falacia fundamental con la que juega el nacionalista de hoy es la confusión interesada entre dos conceptos de nación diferentes: la 'nación' cultural derivada del idealismo alemán (un engendro de nefastas consecuencias prácticas) y la 'nación' política, que parte del pensamiento ilustrado y es, en el fondo, la que domina la política mundial del último siglo. Así que definamos ya la nación en función del más extendido de sus usos en la actualidad: Nación es una comunidad política con soberanía. El nacionalista vulgaris (en esta horrorosa, por espantosamente fea y hortera, página, se nos presenta un tipo peculiar de nacionalista, Xavier Sala-i-Martin, mucho más nacionalista y esencialista de lo que él quiere hacer ver, menos original de lo que algunos pretenden, pero una desviación sin duda del nacionalista medio), el nacionalista ordinario de nuestras miserias, decía, reclama nación cultural, pero lo que en realidad quiere es la nación política. Parece en cualquier modo que el salto conceptual lo han dado ya, públicamente, de lo cual me congratulo. Es más fácil discutir cuando todos los que discuten atribuyen a las palabras los mismos significados.

Tampoco es el de soberanía un concepto eterno y metafísico, se me dirá. No, claro que no, pero conviene no tomarlo demasiado a la ligera. De hecho para millones de hombres en todo el mundo, la soberanía es algo que les pilla un poco lejos: se la quedan para sí dictadores y reyezuelos de diversa índole. El concepto de soberanía nacional (o al menos el inicio de su aplicación práctica) no tiene mucho más de dos siglos. Pero hace dos siglos, ¡ya existían las naciones! Es decir ya existían comunidades políticas perfectamente definidas. La soberanía de la nación significó simplemente la extensión del derecho a decidir sobre su propio destino de un número mayor de individuos, un número que siguió incrementándose hasta alcanzar, con la implantación de la democracia de masas en pleno siglo XX, a todos los miembros de la comunidad. Con esto, planteo simplemente que cuando nace la categoría de ciudadano, ese ciudadano no es un ente abstracto, con capacidad para asociarse libremente con los ciudadanos que desee, sino que es ciudadano de una entidad política preexistente, de una nación. La continuidad de esas entidades políticas soberanas en el tiempo, independientemente de su organización interna y de la asunción de la soberanía, es en mi opinión el mejor criterio para delimitar lo que es una nación.

Un concepto determinado por la historia. Por supuesto. Claro que es importante la historia. Las cosas podrían haber sido de otra forma, pero fueron como fueron. ¿Tienen que ser siempre así? No, desde luego. Los asuntos humanos, ya lo he dicho, cambian permanentemente, pero ¡¡la realidad existe!! Una realidad que se ha configurado históricamente hasta crear el tipo de organización política que hoy conocemos. Habida cuenta de que los individuos son hoy ciudadanos de derechos (y me refiero, obvio, a las democracias de tipo occidental), que
ostentan la soberanía de sus naciones y que por tanto pueden decidir sobre cualquier cuestión que les competa y les afecte como colectivo, siguiendo para ello las reglas democráticas de toma de decisiones, nada más útil que afirmar que, en definitiva, la nación de ciudadanos coincide absolutamente con el Estado. Que naciones son, hoy, en Occidente, los Estados soberanos. Ni más ni menos. Y que ambas cosas (nación y soberanía) pueden cambiarse, claro que sí. Los que, partiendo de su estatus de ciudadanos de una nación, quieran crear estados nuevos (luego, naciones) pueden seguir básicamente tres caminos: a) la guerra de conquista (en desuso, la verdad); b) la revolución (es lo que hace ETA); c) convencer al resto de ciudadanos que comparten con ellos soberanía de que lo mejor para todos es hacer de su nación varias (es lo que hicieron en Checoslovaquia, por ejemplo). Obviamente todas estas decisiones tienen un coste. Yo voto por no pagarlo.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Una idea de nación



En una obra publicada a principios de los años 80 del siglo pasado, La persistencia del Antiguo Régimen, Arno J. Mayer desmontaba en toda regla la idea de que las llamadas revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII y principios del XIX habían dado lugar al nacimiento de sociedades por completo nuevas. Más allá de que las ideas revolucionarias iniciaran entonces la disolución del mundo antiguo, éste resistió en condiciones aceptables hasta 1945. Analizando la economía, la sociedad, la política y la cultura, Mayer llegaba a la conclusión de que la sociedad occidental siguió siendo fundamentalmente rural y de que aunque la vieja nobleza fuera desgastándose poco a poco, en realidad siguió conservando su poder y su capacidad de influencia y de dominio casi intactos. Para Mayer, las dos guerras mundiales (que él llama la Guerra de los Treinta Años del siglo XX) no son sino el último intento de la aristocracia europea por mantener sus privilegios en un mundo que se transformaba más lentamente de lo que habitualmente se tiende a creer.

En este sentido, adaptadas a la evolución de las entidades políticas, las oligarquías dominantes emplearon sin complejos y sin rubor el concepto de 'nación', tal y como se había ido llenando de contenido a lo largo del siglo XIX, como forma de aglutinar a los individuos en favor y en defensa de su causa, del mismo modo que, antiguamente, la corona o la religión habían funcionado como elementos simbólicos de cohesión. Esta idea fue magníficamente atrapada por Kubrick en Senderos de gloria, película considerada mayoritariamente como un film radicalmente antibelicista. Resulta fácil compartir este juicio, pero en mi opinión, Senderos es en realidad y ante todo un film crudamente antinacionalista.

La celebérrima y conmovedora escena final, que a menudo se interpreta mal. Kubrick no nos habla de la capacidad de los hombres, aun sometidos a una presión extrema, para la compasión y la ternura. No es eso. No es que los soldados queden de pronto conmocionados por la belleza del canto de la chica alemana, ni siquiera por sus lágrimas, su fragilidad o su inocencia. Es que esa melodía popular que oyen, entrecortada y gimoteante, la conocen perfectamente, posiblemente la han oído en los labios de sus madres o la han cantado muchas veces ellos mismos. Es tan de ellos (franceses) como de los enemigos (alemanes). Atrapados en un engranaje diabólico, impotentes para huir de él (y la anécdota principal de la película deja claros los métodos empleados por los superiores para que no lo olviden fácilmente), los soldados descubren de pronto (o acaso no; pero los espectadores, sí) que no son tan distintos de aquellos a los que combaten, que en el fondo están sirviendo la causa de un poder del que no participan y que los ha reclutado enarbolando la idea de una nación que es la de todos los nacionalistas que han existido y existen, aquella que se esfuerza en definirse exclusivamente por los rasgos que (supuestamente) no tienen sus vecinos, creando así una identidad demediada y falsa, perversa y letal. Y es que en el fondo, ser antinacionalista y ser antibelicista viene a ser la misma cosa.

martes, 25 de septiembre de 2007

Una idea de la belleza



Con esta escena (más en concreto, desde la aparición de la mesa de juego a la luz de las velas hasta el beso), creí sentir por primera vez en mi vida el síndrome de Stendhal.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Vissi d'arte

Cuando nació, su madre no quiso verla. No era el varón que todos esperaban, como sustituto del hijo de tres años que había muerto sólo unos meses antes. Era miope, gorda y fea, tan distinta de su hermana Iacintha (a la que todos llamaban Jackie, curiosa fatalidad la de los nombres) que ella se sintió siempre como el patito feo. La necesidad de cariño marcó toda su vida, aunque muy pronto pareciera encontrar un sustituto ideal en la música. Sus especiales dotes se descubrieron pronto, y su madre cargó desde entonces con la tarea de convertirla en una estrella. Y estrella fue. La más grande. Lo cual no la hizo necesariamente feliz.

En la vida antes de hacer algo, se debe pensar en las consecuencias. Y si se es honrado, hay que pagar un precio elevado, aunque debería ser normal que la honradez formara parte de uno mismo. Pero toda la gente, honrada o no, debe saber que hágase lo que se haga hay que pagar un precio. Y pienso que siendo honrado se encuentra en la vida a mucha gente que no lo es, mucha gente débil que intenta arrastrarle a uno. Y luego, Dios mío, cuando pienso que soy una mujer, y quiero decir una mujer con todas sus debilidades, me siento indefensa. Toda mi vida me he sentido indefensa. Pero he querido ser honrada, y no lo puedo remediar, no puedo ser infiel a mí misma. "Bien, María —he pensado—, si eres así, deberás tolerar una serie de cosas; muchas veces no te comprenderán, te odiarán y te atacarán." Lo han hecho y no he podido defenderme. He tenido que callar y soportarlo en silencio.

Como lo de Roma. ¡Dios mío!, todavía siento las consecuencias de lo de Roma. Pero no podía seguir la representación. No podía matarme de aquella manera. Hubiera sido una estupidez. Si hubiera contado con mis recursos vocales y no hubiera estado enferma me hubiera quedado allí. Lo he hecho millares de veces en la Scala y en otros sitios. "La tigresa", me llaman. ¡Pero, si no tenía voz en Roma! Luchaba constantemente contra un público agresivo. Si hubiera estado bien hubiera continuado y les habría escupido a la cara. Nunca mataría a mis enemigos, pero me gustaría que se arrodillaran ante mí... Pero, si uno está enfermo, ¿cómo se puede ganar una batalla? ¿Dejarme crucificar o matar? No puedo hacer semejante estupidez.

Por ejemplo, Bing. ¿Qué necesidad tenía de decir: "¡Oh, qué persona tan imposible la Callas!"? ¿Por qué? Estoy convencida de que ha conocido a gente más imposible que yo. Lo que pasa es que tuve mala suerte con él. Creo que se irritó tanto que dijo: "Me voy a tomar el desquite con todos sus colegas". A esto le llamo yo mala suerte. Y ahora me respeta porque mis colegas le han tratado mucho peor. Estoy segura de que me quiere de verdad, lo que pasa es que es un hombre débil, y supongo que yo tuve que pagar por otros muchos. Fui la gota que hizo desbordar su vaso, y eso duele porque no es justo. El mundo está lleno de injusticias. Claro que hay personas que me quieren, pero, ¿por qué? ¿Porque canto una hermosa aria o una bella nota? Hay algo más que esto. ¿Quién soy yo? ¿Una máquina de cantar? No, yo soy un ser humano y necesito que me ayuden. Subconscientemente se me admira por lo que hay detrás de mi arte, pero no hay nada de especial en mi arte. Lo que hago musicalmente no procede de mi bravura. Debo hacerlo, es parte de mi trabajo.

La música tiene ciertas normas. La primera de todas es la perfecta musicalidad. A partir de ahí una ya puede actuar. Sólo existe un lenguaje para la música; lo mismo que en el amor. Se ama, se respeta y se honra. Nunca se debe mentir, ni traicionar. Naturalmente, hay que tener lealtad, y gratitud también, pero sin exagerar. Con dignidad. Hágase lo que se haga, siempre con dignidad. Hay una sola norma que sirve para todo. Cuando se es músico, uno debe conocer su música. No es que se haga nada especial: tengo las notas delante, están escritas en una página, ¿cómo puedo dejar de interpretarlas? Si no se puede es que algo anda mal, ¿qué tiene entonces de extraordinario lo que hago? Una madre debe ser una buena para sus hijos, ¿sí o no? No le queda otra alternativa; es su responsabilidad. No hace nada especial, es su deber. Todos los que hacen algo tienen el deber de perfeccionarlo. No hay nada extraordinario en que una madre sea una buena madre; debe serlo, de otra forma, que no tenga hijos. Pero si se tienen, se debe ser una madre maravillosa sin esperar ninguna recompensa por serlo.

Dicen que la vida es terrible. Lo es, ciertamente, si nosotros la hacemos así. La vida es dura, pero no se puede ir por el mundo sucio y desaliñado. Todo cansa y aburre, pero si hacemos que las cosas sean aún peor, ¿cómo podremos resistirlo? Hay cosas que debemos hacer como seres humanos que somos. No son realmente tan difíciles, pero nos creamos las dificultades nosotros mismos. Nunca nos preocupamos de los sentimientos de los demás. Nunca pensamos antes de actuar. He visto a tantas personas perjudicar a otras, que me han venido ganas de preguntar: "¿No podrían pensar un poco antes de hacerlo?". Reflexionen y digan: "Bueno, si hago esto, ¿qué consecuencias se derivarán para mí y para esa otra persona?". Dios nos ha dado un cerebro; no somos como los animales, tenemos juicio y deberíamos usarlo lo mejor posible. Pero no lo usamos, nada nos importa y hacemos lo que queremos. Vamos por el mundo apoderándonos de todo con el menor esfuerzo posible.

A mí también me gustaría descansar y gozar de mi fama y de mi dinero. Pero no puedo, debo velar por mí misma. Desde mi infancia sé que las personas que me han rodeado no tenían juicio, por lo tanto, nunca he tenido más que dos alternativas: actuar como ellos lo hacían o como yo creía que debía hacerlo. Si uno logra no hundirse el triunfo sólo radica en uno mismo. Pero entonces vienen las críticas que te acusan de ser duro, cruel y egoísta. Y uno no puede defenderse aunque duela. Se calla y se piensa: "Veamos qué es lo que pasará mañana, las cosas no pueden seguir siempre igual". Esto ha sido así desde que era pequeña. Mi vida ha sido muy solitaria. Toda mi obra ha sido creada en soledad. Cuando miro una partitura, en seguida sé qué es lo que sacaré de ella. En la mente se lleva este espíritu creador o interpretativo, como quiera llamárselo. Hay que estar solo para hacerlo, no puede haber distracciones. El día pasa fácilmente pero, ¿la noche? Cuando se cierra la puerta del dormitorio y una se encuentra sola, ¿qué puede hacer? ¿Sentarse entre cuatro paredes? Toda mi vida he tenido que hacerlo y estoy empezando a pensar si no sería mejor tener uno de esos enormes perros para que me hiciera compañía. Me resulta muy difícil dormir y me he acostumbrado a trabajar por la noche. También pienso, pero por la noche las ideas son pesimistas y me gustaría sacudírmelas. Pero, ¿qué puede hacer una mujer? ¿Puede pasear toda la noche hasta acabar exhausta, puede hacer algo ella sola?

Sería tan maravilloso tener a alguien en quien poder confiar de verdad. Llegué a pensar que mi marido sería un apoyo para mí, pero me equivoqué; la fama se le subió a la cabeza. Al principio, las cosas no iban del todo mal, al menos así lo creía yo. Mi horóscopo dice que miro las cosas a través de unos cristales de color de rosa. Pero si no se puede confiar ni en la madre ni en el marido, ¿a quién pedir ayuda? Cuando voy a París, la única persona que me cuida y con la que puedo contar es mi doncella Bruna, que me adora y que ha sido para mí una enfermera, una hermana y una madre. Cuando estuve en el hospital no dejó que me cuidara la enfermera y fue ella quien lo hizo. Pero personas así ya no existen, y de todas formas no era ella la que debía estar allí sino mi madre y mi hermana. Creen que no pienso y me pregunto: "¿Por qué?". Díos mío, ¡y cuántas madres hubieran deseado una hija como yo! Sin embargo, estoy sola. Tengo amigos que me ayudan pero tienen sus problemas. Y si se tiene una familia y esta familia la rechaza a una, ¿qué puede hacerse? Mi hermana me escribe: "Papá y mamá se están haciendo viejos". Claro que envejecen, yo también. Total: tenemos cuatro casas aisladas unas de otras. Por lo menos he realizado alguna cosa, es verdad. Pero lo he realizado sola, y ¿por qué debo estar ahora sola en casa? Deberíamos estar todos juntos para ayudarnos mutuamente. Los amigos sólo pueden ayudar hasta cierto punto. De otra parte hay gente que puede ayudar o hundir, y nunca he podido contar con el apoyo de las personas a quienes más he querido, que son muy pocas. Nunca me ha gustado desparramar mi afecto entre mucha gente. ¿Se me puede criticar por eso? En realidad, son las personas que más estrechamente han estado unidas a mí las que me han hecho más daño.

No debo hacerme ilusiones, la felicidad no es para mí. Hay personas que han nacido para ser felices y otras para ser desgraciadas. No tengo suerte. Aunque a menudo me pregunto: "¿Por qué debe ser así? ¿En qué me equivoco? ¿Tan mala soy? ¿Qué hay de malo en sentirse orgullosa de una misma? ¿Por qué se me combate siempre, si lo único que quiero es ser honrada? ¿Qué hay de malo en ello? ¿Es demasiado pedir que me quieran las personas que están a mi lado?". La consecuencia es que siempre debo estar a la defensiva. Me he puesto agresiva. Desde mi infancia me he sentido agresiva. ¿Es eso condenable? Pero, ¿ha pensado alguien cuando la crítica me ha destrozado?: "¿Qué pensará esta mujer? ¿Cómo lo tomará? ¿Tiene alguien que pueda tenderle una mano? ¡Debe ser terrible!". Claro que lo es. Por eso estoy tan exhausta cuando llego al escenario, por eso tengo dificultades con la voz. Del ser constructivo que era me he convertido en uno destructivo porque he perdido la fe. Cuando tengo que presentarme y persuadir al público de que todo es puro, honrado y maravilloso, el subconsciente me dice: "¿Estás bromeando?".

Creí que era necesario ser célebre para poder actuar mejor, en el mejor estado mental. Pues no es verdad, cuanto más famoso se es, más difíciles son las cosas y menos le quiere a uno la gente, especialmente si no se es un bebé llorón. Y las necesidades de la vida son muy sencillas: se debe respeto a uno mismo y se desea ser respetado, hay que comportarse bien y vestirse de la mejor forma posible. Conseguí rebajar mi peso pasando hambre durante dos años; fue cuestión de disciplina. Nada se me ha dado fácilmente, pero no me importa el sacrificio si con él puedo alcanzar el resultado apetecido. Lo fundamental es obtener el resultado, si no, es una pérdida de tiempo y no me gusta. Muchas veces he perdido el tiempo por otros, y lo cierto es que no se puede esperar nada de los demás. Tarde o temprano han fallado. A muchos la fama se les sube a la cabeza, y siempre acaban por traicionarme por una u otra razón. Mi destino es tan grande que me aterra.

Si he descubierto algo en estos años de sacrificio, es que yo no cambiaría por nada, ni por todo el dinero del mundo. No se puede. Mi religión es la integridad al precio que sea. Sin ella no se puede respirar. Pero hay personas próximas a uno mismo que no son así, y eso es algo que duele mucho. Me siento como un animal extraño, fuera de lugar y al que no se comprende. Soy orgullosa, no me gusta exhibir mis sentimientos. Me gusta que la gente me demuestre su interés, pero nunca pido nada por miedo a desilusionarme. No me gusta perder.

Desearía que existiera un medicamento que pudiera darme fuerza mental y física, sobre todo física. Empecé muy joven a luchar y no creo que mi salud pueda aguantar muchas tensiones más. Me gustaría poder volver a pasar tres años como los que he pasado. Si no puede ser, ya los he gozado. Todo el mundo me ha rendido honores. Así que aunque una revista hable mal de mí, no me importa. Enfrentémonos con la realidad: soy una mujer honrada, adorada y venerada, no una mujer que se acuesta con uno y con otro, sino al contrario, que dice "no" a todos. Es un milagro que hiciera carrera. Soy alguien de quien pueden sentirse orgullosas muchas personas, pero no sucede así. Soy un peso muerto. Y me pregunto: "Y ahora, ¿qué?". Cualquier cosa para poder sobrevivir, a ese punto he llegado.
En cualquier caso, quizá sea erróneo e injusto utilizar estas terribles reflexiones como el retrato de toda una vida, pues están hechas en un momento especialmente difícil para la mujer. 1968, el año de la dolorosa ruptura con Onassis, justo el día que habían convenido para su boda. Artísticamente, Callas era ya una mujer acabada. Quedaban unas clases magistrales en la Juilliard School, una célebre gira de conciertos con Giuseppe di Stefano y el retiro definitivo en París.

Pero antes había sido la gloria. 1958. El 2 de enero estalla el escándalo de Roma. El Teatro de la Ópera abría la temporada con Norma. Dos días antes del estreno, Callas estaba en cama con un resfriado que cogió durante los ensayos en un teatro que carecía de calefacción. Así lo cuenta ella:
Me vino a ver el empresario y dijo: "María, debes ponerte buena. Tienes que cantar". Mejoré algo, tomé medicamentos, llamé a una enfermera para que me cuidara. Sabía que no iba a estar en mis mejores condiciones, pero era una inauguración importante con la presencia del presidente de Italia; si lo hubiera aplazado, se me hubiera criticado de todas formas. Pensé que me las arreglaría. Pero no pude. La voz humana no es como un piano. Nunca se puede saber si responderá como una quiere que lo haga. Aquella noche en Roma canté el primer acto, pero sentía que me fallaba la voz. Siempre tuve enemigos en el público, y podía oírles diciendo groserías: "¡Vuelve a Milán!" "¡Nos cuestas un millón de liras!". Después se dijo que esa había sido la razón por la que había dejado de cantar. Los que me conocen saben que es ridículo, los gritos y los silbidos no me asustan, ya sé que siempre hay enemigos en el público y sabré que soy un fracaso cuando dejen de insultarme. Los gritos no hacen sino enfurecerme y me obligan a cantar mejor para que el público tenga que tragarse las groserías. Pero aquella noche en Roma no podía cantar. Mis colegas sabían que no podía continuar, pero después del primer acto el director de escena y todos los demás vinieron a mi camerino a decirme: "No puedes dejar de actuar". Incluso afirmaron que nunca había cantado mejor. Era absurdo, pero era la noche de la inauguración en Roma y el teatro no tenía ninguna suplente a punto... Muchos cantantes han actuado con un resfriado y han debido de ser sustituidos durante la representación. Eso es algo que pasa muchas veces. El teatro debe tener un suplente preparado o, en todo caso, asumir la responsabilidad. En Roma no se hizo. Al final del primer entreacto, en lugar de aceptar la responsabilidad y cancelar la representación, llevaron de nuevo al presidente a su palco, seguros de que podrían convencerme para que continuara. Cuando finalmente aceptaron que no podía cantar sin voz, dijeron: "Bueno, no cante. Pero usted es actriz. ¡Al menos, salga y actúe!". En algunas óperas puede hacerse esto, pero Norma con una soprano que no cante sería una parodia. Me fui a casa y me acosté.

Por la mañana vino un médico enviado por el teatro, me examinó y manifestó que tenía bronquitis y traqueítis pero que dentro de cinco o seis días estaría de nuevo en condiciones. La esposa del presidente llamó por teléfono y dijo: "Digan a María que sabemos que estaba enferma y que no podía continuar". Por desgracia no lo comunicó a la prensa. Los periodistas querían venir a hacerme fotografías en la cama, pero soy una artista seria y no permito que me retraten en la cama. Me negué y los periódicos decidieron entonces publicar que me encontraba en perfecto estado de salud, pero que me había enfurecido con los insultos. Me hizo mucho daño este incidente, y todavía encuentro injusto que una artista que durante once años ha trabajado con éxito en Italia, deba justificarse por un resfriado y sea condenada por ello.

No es difícil imaginar lo desesperada y dolida que me sentía ante tal injusticia. No podía leer un periódico sin encontrar insultos y críticas contra mí. Pero después de Roma sucedieron dos cosas que me emocionaron profundamente. Regresé a EEUU para cantar, primero en Chicago, luego en el Metropolitan. En ambos sitios, en el momento de salir a escena, preguntándome qué iba a suceder después de toda la publicidad adversa, el público me ovacionó antes de empezar a cantar. La ovación duró un largo tiempo en ambos casos mientras yo me preguntaba si cantaría lo suficientemente bien para corresponder. Nunca podré olvidar esas atenciones.
Y eso que no faltaron incidentes en sus estancias americanas, como el estallido de cólera en 1955 tras una Madama Butterfly en Chicago, que recogieron las cámaras de los fotógrafos y extendieron su fama de tigresa. Cuando al año siguiente debuta en el Metropolitan, su imagen fue portada de la revista Time, pero el artículo no la dejaba en muy buen lugar, pues hacía especial hincapié en sus reacciones temperamentales y airadas y recogía algunas supuestas afirmaciones suyas sobre Renata Tebaldi y sobre su propia madre que pusieron en su contra al público. De Tebaldi: "Cuando estoy enojada, no puedo hacerlo mal... Canto y actúo como si estuviera poseída. Pero la Tebaldi decae. No tiene carácter, no es como la Callas". De su madre: "Nunca la perdonaré por arrebatarme mi infancia. Durante todos los años que yo debería haber estado jugando y creciendo, cantaba y ganaba dinero. Di lo mejor de mí misma a mi familia, y no he recibido nunca nada a cambio...". Aquello ocurría en octubre. Al mes siguiente, cantaba Tosca, dirigida por Mitropoulos, y el show de Ed Sullivan, famoso magacín de la CBS, quiso guardar recuerdo de la presencia neoyorquina de la Callas. Así que se grabaron especialmente para la televisión unas escenas del segundo acto, con el Scarpia de George London, de donde este "Vissi d’arte" que puede servir de posible resumen no sólo de la carrera de la más grande actriz-cantante de la que haya memoria, sino de la mujer que hace hoy justo 30 años moría, sola, perdida y abandonada, en el populoso desierto parisino.




[Citas extraídas de Callas de John Ardoin y Gerald Fitzgerald, libro publicado originalmente en Holt, Rimbart and Winston, Nueva York, 1974, y editado en traducción al castellano por Ediciones Pomaire, Barcelona, 1979]

viernes, 14 de septiembre de 2007

Contra los pueblos

Hace poco más de un año escribí en otro sitio esto:

Cuando en el siglo XVIII los revolucionarios americanos y franceses convirtieron a los súbditos en ciudadanos, los pueblos empezaron a dejar de tener sentido. En adelante, las comunidades políticas estarían formadas por hombres libres e iguales. Es ese un avance formidable, un salto espectacular en la evolución cultural de la especia humana. Pasa que nuestra herencia biológica tiene millones de años y esta idea poco más de dos siglos. Tardará en asentarse como una conquista objetiva e ineludible para todos los seres humanos (como lo fue en su día el hierro en lugar del bronce), pero el camino está marcado. Esta concepción ilustrada de los individuos, como sujetos de derechos frente a los entes colectivos a los que habían de someterse para llenar de sentido su existencia, encontró una durísima reacción en el siglo XIX con el Romanticismo alemán. Es en el concepto de volk de los románticos alemanes en el que florecen todos los nacionalismos europeos, incluidos por supuesto los españoles. Esa vuelta a la tribu, ese repliegue sobre el instinto y el sentimiento como categoría política en la que fundamentar las naciones late con fuerza en el proceso centrífugo abierto en España, y eso ocurre justo cuando la revolución en las telecomunicaciones, cuando Internet están haciendo cada vez más pequeño nuestro mundo. ¿Dónde están los pueblos en nuestra civilización? En la mente de algunos. Cuando Arnaldo Otegui contaba en la película aquella de Médem que él soñaba con una juventud vasca saliendo a reunirse para merendar en las praderas de la patria en lugar de consumiendo pizzas y hamburguesas encargadas por Internet sólo estaba poniendo de manifiesto el fracaso absoluto de su concepción política. La tribu, el pueblo es hoy un rescoldo del pasado. Políticamente, no existe labor más noble ni urgente que extender, cuanto antes y a todos los seres humanos, los beneficios de la ciudadanía, los derechos individuales frente a los ficticios derechos de los colectivos, sean éstos religiosos, políticos o culturales. Y no hablo de utópicas comunidades mundiales. Hablo de la civilización. La única que existe. El resto es barbarie.
Lo rescato no sólo por lo que afecta a España (¿recuerdan que Zapatero y su cohorte de aduladores afirmaban que el talante crispador de Aznar sólo había servido para radicalizar a los nacionalistas y él tenía la solución para el problema? Al respecto, imprescindible, Arcadi hoy), sino por la Declaración aprobada ayer por la ONU. 370 millones de personas cuyos derechos pasan a ser los de su pueblo, como si cada uno conformara un organismo vivo, claro y distinto. Maravilloso. Ya sé que su posición no se ha determinado en todos los extremos por motivos nobles, pero en cualquier caso hoy admiro un poco más que ayer a los gobiernos de Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Australia.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Al alba

La alborada (o alba o albea o alborá, que de todas esas formas es conocida en distintas partes de España) es una composición musical que se canta al amanecer en ocasión festiva o para agasajar a alguien, con frecuencia a una novia el día de su boda. El mismo nombre ha servido para identificar a una música de origen folclórico, que se acompaña, por norma al despertar el día, de dulzaina y tamboril y que ha llegado con notable fuerza a nuestros días, como demuestra una mínima consulta al Google. En muchos casos, estas músicas emplean un compás de 6/8, que acaso rememoró Ravel en su célebre Alborada del gracioso.

Pero en realidad la canción de alba tiene un origen muy antiguo y un carácter diferente al sentido puramente festivo con el que se conoce hoy a la alborada. El alba era canción trovadoresca, que ponía en boca de las amadas furtivas el sentimiento de tristeza que las embargaba con la llegada de las primeras luces del día y la necesaria partida del amante. Así que la famosa Al alba que escuchamos tanto a Rosa León y después a su propio autor, Luis Eduardo Aute (e incluso a José Mercé), tiene sus más directos y nobles precedentes hace casi un milenio (ya sé, ya sé que el trasfondo político de la canción de Aute no se corresponde con el significado del amor cortés, pero el sentido de la composición marcha en la misma línea).

Muy posiblemente la más famosa canción de alba de toda la poesía y la música trovadorescas sea Reis glorios, obra de Guiraut de Bornelh, uno de los más célebres poetas cantores de la Edad Media, aunque el contenido del poema no responda exactamente a la temática a la que hacíamos referencia, pues la amada se lamenta aquí porque el amante no ha llegado en toda la noche, y teme por él, se hinca de rodillas y reza. La estrofa final es muy posiblemente espuria, pero no hay interpretación conocida que renuncie a ella. Aparece, sin embargo, en una sola fuente, el famoso manuscrito 2542 de la Biblioteca Nacional de Viena, el mismo que incluye una larga narración, en forma de lai, sobre la leyenda de Tristán e Isolda. Eso otorga al tema de Bornelh una dimensión nueva. Es Isolda aquí la que canta y Tristán el que responde con esa última estrofa. En su antiguo acercamiento al mito, Joel Cohen ofreció una interpretación hermosísima, con el gran Henri Ledroit adoptando el papel del héroe. El Dúo Trobairitz acaba de presentar en el sello Hyperion un disco dedicado a trovadores y troveros en el que también se incluye el Rei glorios en una interpretación mucho más austera, sin que por ello pierda un ápice su inmenso poder sugestivo.

Reis glorios, veray lums e clartatz,
totz poderos, Senher, si a vos platz,
al mieu compaynh sias fizels aiuda,
qu'ieu non lo vi pus la nuech fo venguda,
et ades sera l'alba.

Bel companho, si dormetz o velhatz,
non durmas pus, senher, si a vos platz;
qu'en aurien vey l'estela creguda
c'adus lo jorn, qu'ieu l'ay ben conguda;
et ades sera l'alba.

Bel companho, en chantant vos apel;
non durmas pus, qu'ieu aug chanter l'auzel
que vay queren lo jorn per lo bosctie,
et ay paor quel gilos vos assatie;
et ades sera l'alba.

Bel companho, pos mi parti de vos
yeu nom durmi nim muoc de ginlhos,
ans pregieu Dieu, lo filh Santa Maria,
queus mi rendes per lial companhia;
et ades sera l'alba.

Bel companho, issetz al fenestrel
et esgardaz las ensenhas del sel.
Conoysiret sieu soy fizel messatie.
Si non o faytz, vostres er lo dampnatie;
et ades sera l'alba.

Bel companho, la foras al peiro
me preiavatz qu'ieu no fos dormilhos,
enans velhes tota nueg tro ad dia.
Ara nous platz mos chans ni ma paria;
et ades sera l'alba.

Bel dos companh, tan soy en ric sojorn
qu'ieu no volgra mays fos l'alba ni jorn;
car la genser que anca nasques de mayre
tenc et abras, per qu'ieu non prezi gaire
lo fol gilos ni l'alba.

[Rey glorioso, luz y claridad verdadera,/ Señor Todopoderoso, si os place,/ sed ayuda fiel para mi compañero,/ al que no veo desde el crepúsculo,/ y pronto será el alba.// Buen compañero, tanto si duermes como si estás despierto,/ no duermas más, mi señor, si te place,/ que por el oriente he visto levantarse la estrella/ que anuncia el día, bien la conozco,/ y pronto será el alba.// Buen compañero, te llamo cantando;/ no duermas más, que he escuchado cantar al pájaro/ que va anunciando el día por el bosque,/ y temo que los celos te asalten,/ y pronto será el alba.// Buen compañero, desde que te marchaste/ ni he dormido ni he dejado de estar arrodillada,/ rezando a Dios, el hijo de Santa María,/ para que regreses a mi leal compañía,/ y pronto será el alba.// Buen compañero, acércate a la ventana,/ y contempla todas las señales del cielo/ que te dirán si soy o no una fiel mensajera./ Si no lo haces, tuyo será el sufrimiento;/ y pronto será el alba.// Buen compañero, al conducir hacia fuera tus pasos,/ me pediste que no me dejara vencer por el sueño,/ sino que guardara vigilia de la noche al día./ Ahora ni mis cantos ni mi compañía te complacen;/ y pronto será el alba.// Buena y dulce compañera, tan placentera es la situación en la que me encuentro,/ que quisiera que jamás llegasen ni el alba ni el día;/ porque la que tengo en mis brazos es la más hermosa/ que jamás haya nacido de madre, y por eso no me importan/ ni los locos celos ni el alba.]



Reis glorios, de Guiraut de Bornelh. Duo Trobairitz (Hyperion)

martes, 11 de septiembre de 2007

Amami, Alfredo

J. no era un amante especialmente entregado de la ópera, que le parecía un género por completo anquilosado, con todos esos ridículos dramas de cartón piedra continuamente sobre la escena, que de tan falsos causaban risa, cuando no vergüenza ajena. Pero había un momento que lo emocionaba hasta las lágrimas. Literalmente. Uno solo. Y no podía evitarlo. Era identificar la triste melodía del clarinete y se sobresaltaba, escuchar a Violetta decir aquello de "Lo vedi?, ti sorrido" y el vello se le erizaba, el estómago se le encogía y la garganta se le secaba. Al llegar el estallido del "Amami, Alfredo" la vista la tenía ya, invariablemente, por completo nublada. Cuando estaba acompañado, su extremo pudor en materia de sentimientos le hacía disimular la emoción como buenamente podía, pero en cualquier caso en ese momento evitaba mirar a nadie, pues el brillo intenso de sus ojos vidriosos lo habría delatado. En cambio, cuando estaba solo, lloraba a lágrima tendida. Muchas veces había intentado racionalizar esa conmoción, absurda, irracional, preparándose mentalmente para el impacto, pero había sido del todo punto inútil. Ya sé lo que va a pasar, un efecto que está descrito en los tratados de psicología y del que han hablado los musicólogos. Y nada. Como mucho, conseguía frenar el torrente tumultuoso de las lágrimas, pero la humedad que le provocaba el estremecimiento era inevitable. Había terminado por resignarse. Y, sencillamente, huía. Por norma, evitaba ver o escuchar La traviata al completo. Aislado de su contexto, entendió, el fragmento era por completo inocuo, no tenía ningún poder sobre sus emociones. O eso al menos creía.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Carteles y cifras



Francamente chocante, ¿no? ¿Por qué entonces consentimos esto otro?


Algunas cifras:
- Según las últimas estadísticas de la Dirección General de Tráfico, en 2005 fallecieron en España 3.652 personas en accidentes de tráfico.
- Según un estudio reciente de la Sociedad Española de Epidemiología, cada año mueren en España algo más de 45.000 personas a causa del tabaco, de los cuales entre 8.000 y 11.000 son fumadores pasivos.

Muchas de las más de 3.500 muertes anuales provocadas por accidentes de tráfico serían evitables con hábitos de conducción más responsables. Las en torno a 10 mil muertes anuales provocadas por el tabaco entre los no fumadores serían evitables (en el futuro) todas, absolutamente todas. ¿A quién se le pide tolerancia?

martes, 4 de septiembre de 2007

Madame de Staël en la España del siglo XXI

Madame de Staël, por GérardSe llamaba Germaine, y ha pasado a la historia con el apellido de un barón sueco, embajador en la Francia prerrevolucionaria, cuyos méritos nos son por completo desconocidos. En cambio, el apellido paterno estaba adornado con un prestigio que ha pasado por encima de los siglos. Y es que su padre era nada menos que el insigne banquero suizo Jacques Necker, quien pudo haber salvado la cabeza de Luis XVI, en el caso de que Luis XVI se hubiera dejado salvar. Para rescatar a la monarquía francesa de la más grave crisis financiera de la que hubiera memoria, Necker había accedido en 1776 a puestos claves del Gobierno, por más que su militancia calvinista le vetara el acceso nominal a algunos cargos. Desde allí impulsó un programa de reformas administrativas, sociales y financieras que, de haberse aplicado en toda su amplitud, tal vez habrían podido evitar el marasmo revolucionario. Pero las resistencias en la Corte eran demasiado fuertes. La mayor parte de los aristócratas y familiares del rey, con una ceguera digna de su estupidez, jamás entendieron lo que estaba ocurriendo y se negaron a ceder ni un palmo de uno solo de sus privilegios. Cansado de luchar contra la estulticia, Necker hizo público en el presupuesto de 1781 su famoso Compte rendu au Roi, donde desvelaba punto por punto en qué gastaba la corte el dinero de los impuestos recaudados en un país empobrecido. El éxito fue espectacular, cien mil ejemplares vendidos, y la consecuencia directa, aunque no la más grave, su destitución. Cuando en 1788 el rey volvió a recurrir a sus servicios ya era demasiado tarde. A pesar de que entonces fue nombrado Ministro de Estado, con importantes responsabilidades políticas, todos sus esfuerzos por frenar la oleada revolucionaria fueron sencillamente abortados desde la Corte, donde se juzgaron sus medidas demasiado condescendientes con el tercer estado. Una nueva destitución y una última llamada a la desesperada, dos días después de los sucesos de la Bastilla, no tuvieron el menor efecto en la subversión ya desencadenada.

Germaine vivió pues en primera línea los sucesos que habrían de marcar el principio del fin del Antiguo Régimen, cuyas bases ella habría oído sin duda socavar en el salón que su madre mantenía en París, donde se reunía la elite de los pensadores ilustrados, de Diderot a D'Alembert, y al que, es leyenda, la pequeña Necker asistía desde antes de cumplir los 10 años. En este ambiente se forjaron sus ideas sociales y políticas, cercanas a la de la burguesía revolucionaria, pero enemigas del jacobinismo y el radicalismo extremos, que provocaron su exilio a Suiza en 1792. Espantada y conmocionada por el estallido del Terror y amiga personal de María Antonieta, trató infructuosamente de salvarla con la publicación de sus Reflexiones sobre el proceso de la reina. En 1786, a los 24 años, se había casado con Eric Magnus, barón de Staël-Holstein, diecisiete años mayor. Las razones de su elección no están claras, pero parece que pesó decisivamente su protestantismo (condición exigida por su familia) y su residencia en París, ciudad a la que Germaine no parecía dispuesta a renunciar. Dio tres hijos al barón, ese sueco "perfectamente honesto, incapaz de decir o hacer tonterías, mas estéril y sin nervio: si no me hace infeliz es porque no osa inmiscuirse en mi felicidad", dejó escrito. Y parece que, en efecto, Staël no se inmiscuyó lo más mínimo en la agitada vida sentimental de la baronesa, amante de aristócratas e intelectuales.

Fascinada por la personalidad del joven Bonaparte, Germaine volvió a París en 1797, pero pronto quedó decepcionada por las escasas dotes intelectuales del militar y por su personalismo, más típico de un rey del Antiguo Régimen que de un general revolucionario. "Bonaparte se convirtió en Napoleón", y el nombre de la baronesa cayó en desgracia. En su salón no sólo participaban los opositores al régimen, sino que ella misma se había convertido en la amante de Benjamin Constant, lo que la condenó a un nuevo exilio en 1803. Se establece entonces en Coppet, donde se rodea de escritores y amigos. Visita su admirada Alemania en varias ocasiones y tras la Restauración vuelve a París, donde fallece en 1817.

Germaine Necker escribió algunas novelas (Delphine, Corinne) hoy perfectamente olvidadas, pero su obra teórica es importante para el mundo de las letras, por su empeño en hacer compatibles el racionalismo ilustrado y el romanticismo, lo que preparó el camino para la evolución hacia el modernismo de la literatura en la segunda mitad del siglo. Sin embargo, si la traigo hoy aquí no es por sus aportaciones a la estética literaria, sino por su pensamiento político. En 1792, tras su primer exilio, Madame de Staël, marcada por los acontecimientos que vivía su país, escribió una obra que tituló De la influencia de las pasiones en la felicidad de los individuos y de las naciones, en la que dejó párrafos de una modernidad auténticamente visionaria, que, a mi modo de ver, encajan a la perfección con la actualidad española, en especial con la formación del nuevo partido político en torno a Savater, Gorriarán y Rosa Díez, personalidades que han desafiado al sectarismo imperante en la vida política nacional, proceso ya iniciado en Europa en las personas de Angela Merkel o Nicholas Sarkozy y que se me antoja crucial para el futuro de nuestro país y de nuestras vidas. Se refiere Germaine Necker al "espíritu de partido" (nosotros lo llamamos "sectarismo") y lo hace en los siguientes términos:

El orgullo, la emulación, la venganza, el temor se colocan en ocasiones la máscara del espíritu de partido, mas esta pasión se basta a sí misma para superar a las demás en ardor: es fanatismo y fe, cualquiera que sea el objeto sobre el que se aplique. ¿Existe en el mundo algo más ciego y violento que estos dos sentimientos?
/.../
Son espíritus crédulos [los sectarios] que se apasionan a favor o en contra de antiguos errores. Y su violencia permanente les hace sentir la necesidad de situarse siempre en el extremo de todas las ideas: sólo en los extremos se sienten cómodos su carácter y su juicio.
/.../
Para el espíritu de partido, un triunfo conseguido con condescendencia es una derrota.
/.../
Y es que la integridad del dogma importa más que el éxito de la causa.
/.../
Mas el espíritu de partido es como esas fuerzas ciegas de la naturaleza que avanzan siempre en la misma dirección: una vez que el pensamiento ha tomado impulso, adopta un carácter de rigidez que le anula, por así decir, sus atributos intelectuales. Creemos haber chocado contra algo físico cuando hablamos con hombres que se encarrilan en ideas fijas: no oyen, ni ven, ni comprenden. Les basta con dos o tres razonamientos para hacer frente a cualquier objeción, y cuando constatan que las flechas lanzadas no han logrado convencer, entonces sólo les resta la persecución. El espíritu de partido une a los hombres en un odio común no en la estima o el afecto del corazón. Destruye las afecciones del alma para reemplazarlas por vínculos basados tan sólo en opiniones compartidas.
/.../
Para quien es presa del espíritu de partido, son las consignas las que marcan el límite de la opinión.
/.../
No existe otra pasión que arrastre en mayor medida a los crímenes que el espíritu de partido, y ello porque quien lo experimenta está embriagado de la mejor fe: dado que el individuo que se entrega a esta pasión no lo hace en aras de un propósito personal, considera que al hacer el mal está entregándose a una causa justa.
/.../
El espíritu de partido es una suerte de frenesí del alma que no surge de la naturaleza de su objeto. Consiste en no pensar más que en una idea, vincularlo todo a ella y ver únicamente lo que guarde relación con esta obsesión. Resulta fatigoso comparar, contrarrestar, modificar, admitir salvedades, y de todo esto nos libera totalmente el espíritu de partido.
/.../
Cuando el pensamiento es presa del espíritu de partido, las impresiones ya no proceden de la realidad hacia uno mismo, sino que surgen de uno mismo hacia la realidad; no las esperamos, sino que las anticipamos; es el ojo el que da forma a la imagen en lugar de recibirla. En este estado, los hombres de espíritu, que en cualquier otra circunstancia tratan de distinguirse de los demás, no se sirven más que de ese pequeño número de ideas compartidas por los más mediocres de la misma facción. Existe una suerte de círculo mágico trazado en torno al tema de adhesión, círculo que todo el partido ha de recorrer, mas cuyos límites no osa nadie atravesar: ya sea porque temen ofrecer puntos débiles al enemigo –los razonamientos para justificarse son múltiples–, ya sea porque la pasión exalta en todos los hombres la identidad de espíritu antes que su complejidad, la fuerza antes que la variedad.
/.../
Un siglo, una nación, un hombre tardarán mucho tiempo, bajo el único influjo de las luces, en recuperarse de la epidemia que supone el espíritu de partido. Puesto que las reputaciones ya no guardan relación con el mérito real, la emulación pierde sentido al carecer de objeto.
[Negritas mías].
[Uso la traducción de David Marín Hernández, que aparecerá en breve en la editorial Berenice]