Schütz
La tristeza en la mirada tiene un profundo significado. Heinrich Schütz fue no sólo el más importante compositor alemán del siglo XVII (y uno de los más longevos: murió con 87 años cumplidos), sino también uno de los más desdichados. Vio morir a su esposa en plena juventud, a sus hijas superada ya la infancia, pero no aún mujeres, sufrió directamente la desolación que la Guerra de los Treinta Años causó en su país y que no sólo se llevó por delante las vidas, las casas, los bienes, las cosechas y las ilusiones de varias generaciones, sino que también afectó gravemente a la vida cultural y musical de Alemania, arrasando palacios, archivos, bibliotecas, colecciones, instrumentos y obras (entre ellas, su Dafne, la primera ópera germana de la historia), dejando vacías las capillas y las orquestas, tanto las vinculadas a las iglesias y a las catedrales como las de los príncipes. Como maestro de capilla del Elector de Sajonia dio siempre la cara por sus subordinados, exigiendo los atrasos (que en ocasiones sobrepasaban el año), desviviéndose por su bienestar, buscando siempre alternativas para los casos de desamparo más urgentes. Como pago, recibió el desprecio del príncipe heredero, que, finalizada ya la guerra, prefirió promocionar al castrato Bontempi antes que seguir confiando en su magisterio de más de treinta años en Dresde. Soportó la afrenta por lealtad al príncipe Johann Georg, pero cuando este falleció en 1655 decidió que su tiempo se había consumado, y se retiró a Weissenfels, aunque conservó su antiguo cargo y su sueldo, que eso no se atrevieron a arrebatárselo. Con 70 años cumplidos ni él mismo pensaba que sobreviviría mucho tiempo, pero vivió aún 17 largos y productivos años.
En su juventud, hijo de una familia acomodada, exquisita educación, nada hacía prever ni la extrema longevidad ni el cúmulo de desgracias que lo acompañarían. Como culmen a su formación, pasó tres años en Venecia junto a Giovanni Gabrieli, uno de los compositores de moda, que había popularizado el empleo de la policoralidad aprovechando el singular espacio de la Basílica de San Marcos. En 1611, cuando llevaba dos años ya con Gabrieli publica su primera colección, los Madrigales italianos, y... sorpresa: nada de Gabrieli en las primeras dieciocho piezas de la obra, que son madrigales tradicionales a cinco voces, sólo en el decimonoveno y último, Schütz emplea la técnica del doble coro típica de su maestro, pero curiosamente se trata del punto más débil de toda la colección...
Gabrieli estará presente en cualquier caso en muchas de sus obras: así en la exuberancia y majestuosidad de los Salmos de David (1619), su segunda obra, y la primera de contenido religioso.En la segunda mitad de los años 20, cuando la guerra asfixiaba ya a la economía de Sajonia, Schütz volvería a Venecia, en esta ocasión para conocer a Claudio Monteverdi, el nuevo maestro de San Marcos, uno de los mayores talentos artísticos que haya parido jamás hembra humana. De Monteverdi, Schütz aprendió el estilo concitato, el cantar parlando, el recitativo, la declamación... Sus nuevos descubrimientos los pondrá rápidamente en práctica, en su primer libro de Sinfonías sacras, editado en 1629. 18 años después Schütz publicaría un segundo volumen de Symphoniae Sacrae (y en 1650 un tercero), una selección del cual acaba de grabar un grupo que responde al nombre de La Chapelle Rhénane, cuya existencia desconocía, aunque sí me era familiar Benoît Haller, tenor y director del conjunto, así como algunos cantantes e instrumentistas (entre ellos su primer violín, el sevillano José Manuel Navarro).
Como para dejar clara la influencia monteverdiana en la colección, Haller decide abrir con Es steh Gott auf, concierto espiritual en el que Schütz utiliza no sólo el bajo ostinato, sino el material melódico del célebre Zefiro torna de Monteverdi. Por supuesto que la presencia del gran maestro italiano va mucho más allá de la cita puntual, impregnándolo todo de una luminosidad melódica arrebatadora. Tampoco pudo evitar Schütz la sugestión de La Monica, que emplea tal cual en Von Gott will ich nicht lassen. Nueve motetes más componen el disco, sin duda, el mejor de los dedicados a Schütz en este año 2004. No sólo la selección de la música está hecha con mano maestra, sino que la interpretación es soberbia, de una plasticidad, una intensidad sonora y una capacidad para emocionar absolutamente extasiadoras. Calurosamente recomendado.
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