lunes, 27 de febrero de 2006

Islamofobia

Entre el gran ruido mediático que ha provocado la nunca bien ponderada cuestión de las caricaturas de Mahoma, son múltiples las voces que se han levantado con insistente machaconería para advertirnos de un riesgo cierto que amenaza a las sociedades occidentales: la islamofobia. Los voceros suelen ser profesores universitarios vinculados con departamentos de estudios de lengua árabe, historia árabe, política árabe o similares, que dicen estar en posesión de verdades que se escapan al común de los mortales, entre ellas la esencia auténtica del Islam, cuya imagen habría quedado prostituida y desdibujada en nuestros días por el fenómeno coyuntural del yihadismo (terrorismo internacional, en lenguaje solemne). No deja de resultar curioso que cuando estos arabistas nos ofrecen ejemplos de los grandes logros civilizatorios del mundo islámico y sus aportaciones cruciales al caudal común de la historia humana se remonten siempre al siglo XII o al XIII, sin advertir que los antiguos mesopotamios inventaron la rueda, avance extraordinario, pese a lo cual a nadie se le ocurriría hoy invocar sus modos de vida como modelo digno de imitación.

Lo cierto es que a mí las esencias de las religiones me importan mismamente un bledo, por decirlo con una palabra corta y contundente. De hecho, todas las religiones conocidas se han ido adaptando a las circunstancias históricas, sin que sus practicantes hayan sufrido más allá del natural menoscabo de legitimidad de los hiperortodoxos, reducidos de forma natural a grupúsculos sin trascendencia alguna en las comunidades de creyentes. Dicho de otro modo: una religión es aquello que sus practicantes hacen que sea, y eso es algo que cambia con el tiempo, ya lo creo que cambia. Al fin y al cabo, para las sociedades, la religión no debería suponer otra cosa que una serie de prácticas externas más o menos pintorescas, y allá cada cual con su vida interior y con su conciencia.

No me cabe la menor duda de que la Biblia resiste una lectura tan fundamentalista como la que los yihadistas hacen del Corán, y de hecho fue esa lectura, literal y extrema, la que se hizo de forma generalizada en las comunidades cristianas durante siglos; más aún, sigue siendo la que hacen hoy algunos grupos extremistas, que, por fortuna, no dejan de ser una minoría insignificante, por más que puedan llegar a protagonizar actos violentos (es muy posible que los asesinos de Oklahoma actuasen movidos en parte por concepciones de raíz religiosa). En cualquier caso, las distintas confesiones cristianas, tanto institucionalmente como a nivel individual, están perfectamente integradas en las sociedades constitucionales y democráticas de los países en los que se establecen, han asumido sus valores básicos de convivencia y aceptan y se someten a las disposiciones judiciales y a los fallos de los tribunales de justicia cuando se ven afectadas por conflictos de cualquier tipo. Es cierto que a veces (como en España) juegan la carta de un victimismo más bien pueril, exigiendo el mantenimiento de determinados privilegios (convenientemente disfrazados de derechos), que en el fondo nunca han perdido, pero esas no dejan de ser reivindicaciones legítimas, que están sujetas a las reglas democráticas y jurídicas que a todos obligan. Podemos convenir pues en que el Cristianismo dejó hace bastante de ser un obstáculo para el desarrollo de sociedades democráticas y libres.

Estoy absolutamente convencido de que las comunidades islámicas recorrerán el mismo camino que las cristianas. No sé cuánto tardarán ni cómo será ese camino, pero de pocas cosas estoy más seguro: la mayoría de los musulmanes terminará haciendo del Corán una lectura tan flexible y posibilista como los cristianos hacen hoy de la Biblia. Lamentablemente, ese momento aún no ha llegado, y en la actualidad el Islam se alza como un obstáculo formidable para el desarrollo de sociedades libres y democráticas. Argumentan quienes creen en la posibilidad de conciliación entre Islam y democracia, en la separación de Iglesia y Estado (sin la que no existe democracia) en los países musulmanes, que el fundamentalismo es un fenómeno coyuntural y que en su desarrollo la política exterior de las potencias occidentales ha jugado un papel decisivo. Puede ser, pero eso no dejaría de ser un diagnóstico de las causas, que además pone el acento de forma interesada en el carácter antioccidental del fundamentalismo islámico, obviando la base de su ideario, que no es otro que la construcción de sociedades estrictamente teocráticas, en las que la ley civil se confunda con la religiosa. Desde esos mismos sectores, se invoca a menudo la existencia de algo que llaman 'los islamistas moderados', a los que desde luego cuesta mucho trabajo escuchar (y cuando eso sucede es para oírlos explicándonos que en el fondo se trata de un problema de desencuentro, que en Occidente no entendemos que la religión supone para un musulmán algo bien distinto de lo que significa para un europeo, pero resulta que esa es una de las cosas que mejor entendemos de todas, así que lo que no acabamos de comprender es con qué motivo se nos recuerda constantemente algo tan obvio). La cruda realidad es que, aparte de Turquía, que vivió una revolución laica a principios del siglo XX, y se mueve siempre en el filo de la navaja, no existe un solo país de mayoría islámica con una democracia real, con separación clara y rotunda de Iglesia y Estado. Es más, por las razones que sean (mucho más complejas desde luego que el simplismo de culpar a los americanos y al conflicto palestino-israelí), el fundamentalismo no ha hecho sino crecer en las últimas décadas en todo el mundo islámico: los partidos fundamentalistas ganaron hace más de diez años unas elecciones en Argelia, y desde entonces han crecido sistemáticamente en todos los países africanos del Mediterráneo (de Marruecos a Egipto), un grupo terrorista de naturaleza fundamentalista acaba de ganar unas elecciones en Palestina, Irán es una estricta teocracia islamista desde hace más de 20 años, en Afganistán los fanáticos talibanes fueron desalojados del poder gracias a la intervención de fuerzas militares exteriores, en Nigeria hay zonas del país donde el código de justicia es la ley islámica, y eso por no hablar de los regímenes teocráticos de Arabia Saudí, Mauritania, Sudán o la mayoría de los emiratos del golfo. Panorama desolador. Y aun nos hablan de islamofobia.

¿Pero qué entienden por tal cosa? ¿Rechazo a los musulmanes por el hecho de serlo? No parece que esté ocurriendo nada de eso ni en Europa ni en España. Más bien al contrario, lo que se aprecia es un esfuerzo considerable por parte de las instituciones para facilitar su integración social: los Ayuntamientos ceden suelo público para la construcción de mezquitas, las fundaciones y asociaciones islámicas florecen por doquier, las ayudas no paran de llegar a los palestinos (120 millones de euros acaba de destinarles la UE, incluso antes de que Hamas forme gobierno) y los ciudadanos de religión musulmana tienen exactamente el mismo trato en materia de educación, sanidad o de ayudas sociales que el resto de los ciudadanos del país, cuando no se ven favorecidos por políticas de discriminación positiva. ¿Acaso ese rechazo al musulmán se aprecia en el comportamiento cotidiano en las calles? Pues no es lo que yo veo a simple vista, y aunque pueda haber siempre casos particulares, no parece que esa sea una tendencia generalizada de nuestra sociedad. A mí que alguien rece tres, cinco, siete o cien veces al día, mirando a La Meca o a Las Vegas, me trae absolutamente sin cuidado, por mí puede hacerlo mil veces si así lo desea, como nada me importan las costumbres gastronómicas o indumentarias, los gustos musicales o literarios o las simpatías deportivas de cada cual, y en ese sentido creo ser un sujeto bien representativo de la mayoría de los europeos. Yo lo único que le pido a los musulmanes (como a los fontaneros, los notarios o los bolivianos) es que acepten el marco jurídico de su lugar de residencia, sin exigir un trato diferente por sus creencias o su condición particular, y contribuyan a la convivencia pacífica en el marco de una sociedad abierta de ciudadanos libres e iguales. Si lo hacen así y a pesar de ello se les demostrase de forma generalizada hostilidad o rechazo, y fuera a eso a lo que algunos llaman ‘islamofobia’ (fontanerofobia, bolivianofobia), no tendría ningún problema en denunciar la existencia de un importante riesgo para la convivencia y la justicia sociales. Nadie puede ser discriminado por causa de sus creencias, su raza, su lengua o su origen. Esa lección la tenemos (en general) bien aprendida en Europa, y todas las legislaciones (tanto las nacionales como la comunitaria) son sensibles a algo para nosotros tan elemental.

Ahora bien, si a lo que llaman ‘islamofobia’, como sospecho, no es más que al rechazo que provocan entre la gran mayoría de los europeos las teocracias islámicas y sus legislaciones medievales; si a lo que llaman ‘islamofobia’ es a la reprobación de actitudes o discursos conniventes con el terrorismo fundamentalista, que pone bombas en trenes o derriba edificios con aviones de pasajeros; si a lo que llaman ‘islamofobia’ es a rechazar cualquier propuesta que suponga el retroceso del régimen de libertades por el que nos regimos en función de unos ilusorios derechos que algunos quieren convertir en privilegios; si a lo que llaman ‘islamofobia’ es a la condena rotunda de los discursos incendiarios de algunos líderes religiosos o de las pancartas del estilo que pudieron verse hace unas semanas en Londres, que reclamaban incluso más atentados masivos; si a lo que llaman ‘islamofobia’ es a no aceptar, bajo ninguna condición, la discriminación de las mujeres (incluidas las musulmanas, sobre todo, de las musulmanas, claro está) y su silenciamiento en la vida pública; si eso es la ‘islamofobia’, yo soy islamófobo. Radical y militantemente islamófobo. Y espero y confío en que la mayoría de mis conciudadanos lo sean exactamente igual que yo. En ese caso sí existe la islamofobia. Afortunadamente.

domingo, 26 de febrero de 2006

Saki

Cuando uno ha pasado por vanguardias, transvanguardias y ardorosas neoescatologías y se encuentra con un relato de Saki tiene la sensación de que acaba de aprender a leer. De repente todo está ahí, pero tan en esencia, tan gracianescamente condensado que al principio cuesta aceptar que el estilo pueda ser eso: colocar una simple gasa ante la realidad y seguir la imagen grotesca que provocan sus ondulaciones. Caricaturas de lo real, burla despiadada de todo lo que se mueve, incluidos animales, mujeres y niños, tratados con un desdén que provocaría sin duda la condena de los inquisidores posmodernos. Porque más que ácido o irónico, Saki es cruel, pero es la suya una crueldad tan refinada, tan elegante, tan ajustada a las normas del civismo más convencional que puede llegar a confundirse fácilmente con la ternura.

Tom Sharpe, que puede considerarse lejanamente heredero del cáustico sentido del humor de Saki, ha dicho de sus relatos:

Empiezas un cuento de Saki y lo acabas. Acabas uno y tienes que empezar otro, y cuando los acabas ya nunca los olvidas. Siguen siendo adictivos porque superan con creces la simple diversión. La risa se combina con una sensación de salvajismo, el ingenio urbano con el panteísmo, y el completo desprecio por la moralidad con el idealismo, de modo que salimos de ellos con la perturbadora sensación de que hemos participado en un canto al instinto desnudo e inteligente. La civilización se ha visto derrocada y sustituida por una extraña supernaturaleza, y toda esa adoración del instinto nos llega de un modo tanto más contundente por cuanto surge del decorado de una reunión en una casa de campo, un té vespertino y todas las veneradas convenciones de la sociedad eduardiana.

Saki es el seudónimo de Hector Hugh Munro, nacido el 18 de diciembre de 1870 en Birmania, tercer hijo del comandante Charles Augustus Munro, inspector general de la policía birmana, y de su esposa Mary Frances. Cuando Hector no había cumplido aún los dos años, la madre murió de forma estúpida, al ser arrollada por una vaca en el condado de Devon, adonde había acudido con la intención de dar a luz a su cuarto hijo. Puede que de ahí derive el desprecio que Saki mostrará en su literatura por los animales domésticos. En una granja al norte de Devon iba a pasar Hector su infancia, cuidado, junto a sus hermanos, por la madre y dos hermanas solteras del padre, quien vuelve a la India, cursando periódicas visitas a Inglaterra. De salud frágil (sufrió una meningitis a los doce años), su primera educación es encargada a una institutriz. Sólo a los 16 años será enviado a un colegio. En 1887, el padre se jubila anticipadamente y realiza varios viajes por el continente acompañado por sus tres hijos, que entran en contacto con la cultura francesa y la rusa. En 1893, Hector marcha a Birmania para ocupar un puesto en la policía que le ha conseguido su padre, pero tiene que renunciar al año siguiente debido a su delicado estado de salud (hasta siete ataques de malaria sufrió en sólo trece meses). Vuelve a Inglaterra y tras un año de convalecencia se instala en Londres decidido a ganarse la vida escribiendo. En 1899 publica su primer relato y al año siguiente una Caída del imperio ruso, que parece fuertemente inspirada en Gibbon. A principios de siglo consigue un puesto en el periódico conservador The Morning Post, para el que hace trabajos de corresponsal por los Balcanes y Polonia. Colabora luego para otros diarios y entre 1910 y 1914 publica dos novelas y varios libros de relatos. Cuando estalla la Gran Guerra, Hector se alista voluntario y a pesar de su edad rechaza cualquier tipo de beneficio y pide ser enviado al frente como soldado raso. Tras un largo período de instrucción es mandado al frente occidental francés en el otoño de 1915. En septiembre de 1916 acepta un ascenso a cabo primera. El 14 de noviembre de ese mismo año, en el transcurso de la batalla del Ancre, muere de un disparo en la cabeza. Lo último que sus compañeros afirmaron haber escuchado de sus labios fue la amonestación a un soldado: “¿Puedes apagar de una vez ese maldito cigarrillo?”. Odiaba también el tabaco.

Admirada por Borges, Graham Greene o Roald Dahl, la obra de Saki había sido traducida de forma irregular al castellano. Pero una editorial de reciente creación, Alpha Decay, ha asumido la tarea de publicar sus relatos completos en un volumen extraordinario de más de 800 páginas que resulta recomendable paladear lentamente. Podrán disfrutarse pasajes tan deliciosos como este en el que Reginald, uno de sus personajes recurrentes, asiste a una función de teatro junto a una duquesa:

-Después de todo –dijo la duquesa con vaguedad–, hay cosas ineludibles. El bien y el mal, la buena conducta y la rectitud moral tienen unos límites bien definidos.
-Si es por eso –contestó Reginald–, también los tiene el Imperio ruso. El problema es que los límites no están siempre en el mismo sitio.
Reginald y la duquesa se miraron el uno al otro con desconfianza mutua, atemperada por cierto interés científico. Reginald opinaba que la duquesa tenía mucho que aprender; sobre todo, a no salir del Carlton a toda prisa como si temiera perder el último autobús. Una mujer, decía, que descuida sus desapariciones es capaz de salir de Londres antes de la carrera de Goodwood o morirse en un momento inoportuno de una enfermedad poco elegante.
La duquesa pensaba que Reginald no superaba el nivel ético que las circunstancias requerían.
-La moda imperante –prosiguió de modo combativo– es creer en el cambio perpetuo, la mutabilidad y todas esas cosas; y decir que sólo somos una forma mejorada del mono primigenio; imagino, claro está, que suscribe usted esa doctrina.
-La considero claramente prematura; en la mayoría de personas que conozco, el proceso dista mucho de haberse completado.
-E imagino también que es bastante descreído.
-Oh, de ninguna manera. Ahora mismo la moda es tener una disposición de ánimo católica con una conciencia agnóstica: así disfruta uno del pintoresquismo medieval de lo primero con las comodidades modernas de lo segundo.


¡Clarividente diagnóstico de nuestro tiempo!

viernes, 24 de febrero de 2006

Contraltos

Si hay una tesitura vocal en evidente peligro de extinción es la de las contraltos. Lo pensaba anoche durante el concierto de la ROSS, mientras oía a Nathalie Stutzmann cantar de forma emocionante las Canciones y danzas de la muerte de Mussorgski en la orquestación de Shostakovich. Ese registro que más que grave es subterráneo, esas veladuras carnosas de los agudos, esos pasos sutiles, homogéneos, de auténtica seda, esa forma de penetrar la sustancia de cada palabra apoyándose en una auténtica caverna que parece no tener fondo, la intención de cada matiz, de cada inflexión, ese ahondar en la naturaleza misma del sonido para potenciar la retórica musical asociada a un texto (estremecedores los poemas de Arseni Golenishtchev-Kutsov sobre los que trabajó Mussorgski: están traducidos en la página de la ROSS que enlazo, pulsando sobre el 8º concierto de abono) es algo, todo junto, cada vez más difícil de oír desde los días gloriosos e irrepetibles de Kathleen Ferrier. Por suerte, nos queda Stutzmann, y aunque no hay registros de su Mussorgski, sí que nos ha dejado un importante rastro en la integral sacra de Vivaldi que Robert King grabó para Hyperion, de donde este maravilloso número de apertura de la Salve Regina RV 616.


Salve Regina RV 616 de Vivaldi. Nathalie Stutzmann, contralto. The King's Consort. Robert King (Hyperion)

jueves, 23 de febrero de 2006

Democracia

GolpeYo estaba en clase de matemáticas. Mercedes, la celadora, escuchaba la sesión parlamentaria por la radio, se asustó y tocó el timbre. Así que ese dia salimos diez minutos antes. Luego fue la inconsciencia plena. Llegaban rumores de que en el casino de los señoritos todo el mundo entraba con la mano en alto y gritando consignas franquistas, pero yo me fui tranquilamente a dormir. Al día siguiente me levanté a la hora de siempre y me fui al instituto como de costumbre. No se hablaba de otra cosa, pero sólo en los corrillos. Algunos hasta habían visto al rey vestido de militar a las tantas de la madrugada; otros se habían pasado la noche pegados a un transistor. Las clases fueron como siempre. Nadie, ni la profesora de historia, cambió un ápice ni el programa ni sus planes. Hoy pienso que aquella normalidad significaba que el golpe había sido derrotado antes incluso de escenificarse de la forma patética que todos recordamos.

miércoles, 22 de febrero de 2006

Holocausto

Es un hecho probado que durante el régimen nazi en torno a seis millones de judíos y varios millones de personas más pertenecientes a otro tipo de minorías étnicas o grupos políticos, nacionales o ideológicos fueron asesinados en cumplimiento de un siniestro plan de exterminio diseñado por los gobernantes alemanes. Las condiciones en que se ejecutaron aquellos perversos designios resultaron espeluznantes y agravaron con mucho el desamparo y el sufrimiento de las víctimas.

Es obligación ineludible de las generaciones que nacimos después de aquel horror mantener el recuerdo de los hechos y honrar la memoria y la dignidad de las víctimas, y no sólo para tratar de evitar que acontecimientos como aquellos puedan volver a repetirse, sino para salvaguardar nuestra propia dignidad como seres con capacidad para sentir y compadecernos por la suerte atroz de nuestros semejantes. Es por eso que en muchos países de Europa, especialmente en aquellos que vivieron más de cerca el azote del nazismo, existen leyes especiales que limitan cualquier tipo de propaganda o asociación que trate de recuperar y difundir los mensajes vinculados al movimiento nacionalsocialista e incluso castigan con la cárcel la negación de la existencia del holocausto. El negacionismo se ha convertido en los últimos años en una corriente ideológica (me niego a llamarla 'historiográfica') que pretende desmentir la existencia del plan de exterminio de los judíos e incluso de las cámaras de gas, afirmando que las cifras de muertos oficiales son desmesuradas e inverosímiles y que la mayor parte de ellos fueron causados por enfermedades contagiosas y no por su aniquilación sistemática y programada. Una infamia.

El pasado lunes, el historiador británico David Irving fue condenado por un tribunal austriaco a tres años de cárcel por haber sostenido tesis parecidas a éstas en un libro publicado en 1989. No he leído el libro y desconozco por completo los trabajos de Irving, que al parecer se dedica a ensalzar la figura política de Hitler, pero su condena me parece, como toda esa legislación que reprime penalmente el negacionismo, un error. Repito que desconozco la letra exacta del libro, pero si a lo que Irving se dedica en él es a defender, con mentiras más o menos veladas o con subterfugios dialécticos, que nunca existió nada parecido al holocausto, yo defiendo su derecho a hacerlo. Las ideas falaces y las mentiras (incluso en temas tan sensibles y delicados como éste) se combaten con argumentos y con ideas superiores y no mediante la censura. Cosa distinta sería que en ese libro (o en otros parecidos) se instara al exterminio de los judíos o que Irving se dedicara a financiar o a apoyar a grupos terroristas o violentos. Eso sería inaceptable y sin ningún género de dudas perseguible judicialmente. Cuando se condenó a un imán malagueño por escribir un libro en el que se describía cómo azotar a la propia mujer sin dejar rastro, yo estuve de acuerdo con la condena, pues se trataba de una incitación directa al maltrato, pero me parece que ese imán o cualquier persona tendría todo el derecho del mundo a pensar, escribir y publicar que las mujeres deben estar sujetas a la autoridad de un varón o que la teocracia es un régimen político más saludable que la democracia o que el hombre nunca pisó la luna o que Dios hizo el mundo en seis días hace aproximadamente 5000 años. A mí me parecen ideas deleznables y/o disparatadas, algunas, mentiras más que probadas, y, si lo considero necesario, las combatiré dialécticamente con todas mis fuerzas , pero mientras no se pase la línea de la incitación a la violencia o a la discriminación (y ya sé que esa línea es a veces poco nítida, pero existe, yo la veo) no dejan de ser ideas, cuya circulación no debería estar limitada en ningún caso. Y no sólo ya por una cuestión de principios (fundamental), sino también por razones prácticas. Una sociedad que se acomoda en la censura en lugar de en la lucha contra los disparates y las infamias es una sociedad mucho más vulnerable, desprotegida y amnésica.

martes, 21 de febrero de 2006

Infiernos

Kingo Gondo es un alto ejecutivo de una importante empresa de zapatos que rechaza la propuesta de un ambicioso grupo de accionistas para hacerse, uniendo sus paquetes de valores, con el control de la compañía. La oferta incluye una rebaja en la calidad del producto para aumentar los beneficios, pero Gondo es un hombre honesto, que ha ascendido en el negocio desde los puestos más humildes y tiene sus propias ideas al respecto del futuro de la empresa. Moviéndose en la sombra, arriesgando su patrimonio personal (pues ha tenido que hipotecar su impresionante mansión, situada en una elevación de terreno desde la que se domina casi toda la ciudad), Gondo ha conseguido un acuerdo en secreto que lo convertirá en accionista mayoritario, incluso en el caso de que los ejecutivos que trataron de pactar con él se aliaran ahora con la actual dirección. El acuerdo ya está firmado y la otra parte sólo espera la entrega de un dinero que le ha costado mucho conseguir. Gondo se muestra satisfecho y confiado. Pero esa misma tarde recibe una llamada anónima que le informa de que su hijo ha sido secuestrado y le exige, a cambio de su vida, el pago de una cantidad por completo desorbitada. Gondo no duda en ningún momento en aceptar el chantaje y pagar, cualquier cosa antes de poner en peligro la vida de su hijo, a pesar de que eso supondrá no sólo el fin del sueño por controlar la compañía, sino la ruina total, pues ni siquiera podrá hacer frente al pago de la hipoteca. Sin embargo, de pronto el niño aparece y se descubre que el secuestrado ha sido su compañero de juegos, hijo del chófer de su padre. Gondo respira, pues piensa que el secuestrador no podrá exigir a un simple chófer el pago de ningún tipo de rescate, pero se equivoca: el secuestrador no cambia en absoluto sus exigencias. Si él no hace frente al pago de los treinta millones de yens, matará al niño. El dilema moral (la vida del hijo de su chófer o la compañía de zapatos) se resuelve rápido: pagará, lo cual lo convierte en una respetada figura pública. Lo que no sabe entonces Gondo es que en el camino que le llevará primero a abrazar al niño liberado, luego a la recuperación de su dinero (demasiado tarde: la hipoteca ha vencido, y el embargo ha sido ejecutado) y a la captura y condena a muerte del secuestrador (para entonces, él es ya el dueño de una pequeña empresa de zapatos) va a terminar por descubrir el poder arrasador del odio, su capacidad para convertir una vida en un infierno permanente que puede llevarse por delante muchas ilusiones y muchas otras vidas.

El infierno del odio (Tengoku to jigoku, que parece que literalmente significa en realidad Cielo e infierno) no es una de las más conocidas películas de Akira Kurosawa, pues trata un tema que en principio parece algo ajeno a sus intereses. No estrenada en España en su momento (desconozco si sigue inédita en los cines), la película se ha dado a conocer recientemente, primero en vídeo y luego en dvd. Ahora llega a los quioscos (todo el mundo sabe que adoro los quioscos) en una colección dedicada al gran maestro japonés, y verla antes de ayer supuso para mí una subida de adrenalina inesperada. Entre el retrato psicólogico de unos personajes magníficamente individualizados y el thriller policíaco más clásico (la escena en la que el inspector Tokura da paso a los distintos equipos de investigadores que van reconstruyendo el puzzle formado por los detalles conocidos del caso es antológica, como la puesta en marcha del plan para capturar al secuestrador, casi hitchcockiana en la sabiduría con la que se mantiene y alarga el suspense), Kurosawa aprovecha para plantear, con calculada ambigüedad, la influencia del ambiente en la naturaleza humana. Un tema muy de nuestros días, que Kurosawa mira desde la perspectiva del odio de clase (la época en que la obra fue filmada, año 1963, no parece ajena a este punto de vista), pero que hoy podríamos trasladar al ámbito político o religioso. Por ejemplo, ¿cómo se construye un terrorista? ¿Los terroristas nacen o se hacen? ¿Basta con el adoctrinamiento? ¿El fanatismo llevado hasta sus límites presupone una personalidad torturada o una vez terminado su trabajo el terrorista se dedica a sus tareas cotidianas con espíritu claro y despejado?

lunes, 20 de febrero de 2006

Vencidos

Lo llamarán proceso de paz.
Se sentarán a la misma mesa y firmarán con la misma pluma.
Igualarán a las víctimas con los verdugos.
Apelarán a la reconciliación.
Hablarán de los sacrificios que exige la construcción del futuro.
Confrontarán las cifras de los muertos.
Invocarán las raíces del conflicto.
Darán sentido y valor político a los asesinatos.
Acusarán de quedarse anclados en el rencor a quienes simplemente osen pronunciar la palabra 'justicia'.

Esto lo escribiste hace casi un lustro. El momento se acerca. Y no pasará nada. El sol seguirá quemando hidrógeno y dentro de cinco mil millones de años, cuando la vida no sea ya sino un pálido recuerdo sobre la tierra, engullirá los átomos de los que un día la habitamos. Y con ellos también el peso de la infamia...

domingo, 19 de febrero de 2006

Biografía

Mis penasEl verano de 1835 Chopin lo pasó en Alemania. En el balneario de Karlsbad se reencontró con sus padres, a quienes no veía desde su marcha de Polonia en 1830 y a los que no volvería a ver nunca más cuando el 14 de septiembre regresaran a Varsovia. Fueron días felices, extendidos a partir del 19 de septiembre, fecha en la que inesperadamente coincidió con los Wodzinski, una familia polaca exiliada en Génova que veraneaba aquel año en Dresde. Chopin debió de recordar entonces los juegos de la infancia, pues los hijos de los Wodzinski residieron en su casa mientras estudiaban en el Liceo, y comprobó que Maria se había convertido en una joven de extraordinaria belleza, de la que enseguida quedó prendado. Maria era además una pianista excelente y Chopin compuso para ella el Vals en la bemol (op.69 nº1) que ella llamaría más adelante el Vals del adiós.

No fue mucho tiempo el que los jóvenes pasaron juntos aquel año, pues el 26 de septiembre Chopin estaba ya en Leipzig, donde volvió a ver a Mendelssohn, que lo idolatraba (“Para mí fue muy placentero encontrarme de nuevo con un músico verdadero, que tiene un estilo perfecto, bien definido, y no uno de esos artistas medio virtuosos y medio clásicos”, escribía a principios de octubre a su hermana Fanny) y conoció a Schumann, quien lo había escuchado ya tocar cuando en julio de 1832 Chopin interpretó en la Academia de Música de Leipzig sus Variaciones sobre Là ci darem la mano.

El invierno fue duro para el músico polaco, recluido en París a causa de una gripe de tan extrema gravedad que llegaron incluso a circular insistentes rumores acerca de su muerte. Ese tipo de habladurías eran las últimas que hubiera deseado Chopin, que temía que los Wodzinski se negaran a aceptar el compromiso de su hija con un hombre débil y enfermo. No parece que a Maria le preocupase mucho la situación, pero su madre mostró cierto desasosiego. Pese a ello los Wodzinski invitaron a Chopin a que pasara el verano siguiente junto a ellos en el balneario de Marienbad. Fue un mes de agosto tranquilo y feliz, de tocar relajadamente el piano con Maria y dar con ella largos paseos por el campo. Cuando en septiembre los Wodzinski se marcharon a Dresde, Chopin los siguió y el día 9 declaró su amor. La joven aceptó, pero su familia intervino de inmediato para poner a prueba al músico, quien debía de mostrar un mejor comportamiento, evitando amistades inconvenientes y las visitas a los salones de la nobleza parisina hasta altas horas de la noche.

De regreso a la capital francesa, Chopin no tuvo en cuenta las recomendaciones de mamá Wodzinski y retomó su agitada vida social. Fue entonces cuando conoció a George Sand, que en un primer momento le desagradó profundamente. Una nueva gripe, que lo mantuvo en cama durante semanas, no hizo sino agravar sus crónicas dolencias respiratorias y enturbiar su imagen en el entorno de su amada. En esas circunstancias, la familia de Maria tomó la decisión de cortar cualquier relación con el músico. Cuando Chopin se repuso hizo todo lo posible por recuperar el afecto de los Wodzinski: les mandó cartas, regalos, pero las respuestas no dejaron lugar a dudas: no había superado el período de prueba, y Maria no se casaría con él. Resignado, Chopin hizo un atado con las cartas y los recuerdos de María y dejó encima una escueta nota en polaco: “Mis penas”. Lo conservaría toda su vida.

Corría el año 1837. En aquellas circunstancias (decepción sentimental, agravamiento de los síntomas de su enfermedad), el músico escribe una obra llena de chispa, vitalidad y gracia como el Impromptu en la bemol mayor Op.29, el primero de los cuatro que compuso. ¿Qué harán para explicar esto aquellos que piensan que la biografía del artista determina siempre el sentido de su obra? Vale, vale, es cierto que aquellos días fueron también los que vieron nacer la Marcha fúnebre...


Impromptu nº1 en la bemol mayor Op.29 de Chopin. Stanislav Bunin, piano (Deustche Grammophon).

sábado, 18 de febrero de 2006

Tankas

Tanka, de Juan Lara Como tantos intelectuales y artistas judíos, Wilhelm Grätzer también tuvo que emigrar de Europa por la fecha en que Chamberlain era aclamado en Londres como el “campeón de la paz”. La alianza de civilizaciones entre la democracia liberal, los regímenes fascistas y el stalinismo marchaba a buen ritmo después de la Conferencia de Múnich de septiembre del 38. Había segmentos de audiencia en Alemania, Austria, Checoslovaquia, Italia o Rusia que solían recibir invitaciones para pasar algunas temporadas en campos de concentración, disfrutaban de políticas de inversión racial, lingüística, religiosa o política y a menudo gozaban del privilegio del martirio, pero qué sacrificio no estarían dispuestos a hacer los europeos con tal de garantizar la concordia entre todas las sensibilidades individuales y colectivas del continente.

Grätzer había nacido en Viena en 1914 y se dedicaba a escribir música y a profundizar en los métodos pedagógicos para su enseñanza cuando en 1934 se proclamó el Anschluss. Cinco años después, entendió que el uniforme que las autoridades austriacas le habían proporcionado, con esa preciosa estrella amarilla cosida al pecho, no hacía juego con sus zapatos y decidió buscarse la vida (y la ropa) por otras latitudes. Llegó hasta Buenos Aires, se nacionalizó argentino, cambió su nombre alemán por el de Guillermo Graetzer y vivió en la capital argentina, dedicado a la composición y la pedagogía, hasta su muerte en 1993.

En 1978, Guillermo Graetzer compuso, sobre poemas de Jorge Luis Borges, una obra titulada Tankas, para canto, clarinete, violín, violonchelo y piano, obra que el miércoles pasado el Grupo Encuentros incluyó en su concierto del Teatro Central de Sevilla. Poco podía imaginar yo que al día siguiente nuestra siempre atenta y ocurrente Saf me iba a hacer el singularísimo encargo de ¡escribir un tanka! Ja, pensé, que te crees tú eso, pues no soy yo poco dado a las cadenas (léase caenas). Pero luego reflexioné sobre el sentido profundo del juego, y las imágenes del espejo y de los reflejos, que parecen empeñadas en perseguirnos, sustituyeron rápidamente a la de la cadena y los eslabones. El tornillo sin fin, el engranaje meramente circunstancial y utilitario, se transformó así de repente en la repetición sostenida, en la conservación a lo largo de los años de un momento vivido o deseado, qué más da, un instante que, colocado ante el espejo, parece hacerse más pequeño con las sucesivas réplicas, pero que en realidad crece con cada duplicación, como una célula que se divide para crear cuerpos más complejos.

Y como soy un auténtico ignorante en todo lo que tiene que ver con la cultura japonesa y quería cumplir el encargo con dignidad, me informé de qué era en realidad un tanka. Y descubrí que el tanka tiene una tradición de casi 1400 años y es más antiguo que el haiku, forma poética que deriva de él, y que las 31 sílabas japonesas de las que se compone deben dividirse en dos estrofas claramente diferenciadas: la primera estaría formada por tres versos de 5, 7 y 5 sílabas (lo que más tarde sería el haiku), mientras que la segunda la constituirían dos versos de 7 sílabas cada uno. En cuanto a la temática, parece que en su origen fue una forma de transmitir mensajes secretos de contenido erótico entre los amantes, una manera de incitar al otro, desde un erotismo lírico y trascendido, a recrear (reflejar y acaso prolongar) las horas dulces del amor.

Así he trabajado yo mi tanka, como una ardua construcción de proyecciones sucesivas de imágenes e imágenes. Espero que sepan valorar el esfuerzo, y que no se queden en la superficie, sino que penetren en su estructura profunda. Las reglas eran algo restrictivas y como Saf las explicitaba con claridad no las repetiré yo aquí. Y que corra el turno del juego a Opi y Sirwood.

Vendo mis ojos
y que nadie se espante
pues tomo a cambio
un pirata en remojo
y una flor de Alicante.

viernes, 17 de febrero de 2006

Gordos

Con El gen egoísta, Richard Dawkins ponía en 1976 al alcance de un público amplio las tesis de la sociobiología, disciplina que partiendo del neodarwinismo más ortodoxo trata de fijar cuáles son las bases biológicas del comportamiento humano. Para Dawkins, es el gen y no el individuo la unidad de selección y replicación, y nuestros genes (los genes de todos los organismos vivos y no sólo los humanos) se caracterizan por ser extremadamente egoístas. Eso es lo que ha determinado que hayan podido sobrevivir a millones de años de estricta selección natural. En el fondo, y llevado el razonamiento al extremo, a los genes lo único que les importa es reproducirse y perdurar, y los organismos que nos encargamos de asegurar esa perduración le importamos bien poco. O como dijo el biólogo americano Samuel Butler, “la gallina es sólo el invento de un huevo para producir más huevos”.

Los seres humanos no somos especiales en eso, como en nada. Y es en clave genética y evolutiva como pueden explicarse las diferencias esenciales en las conductas y las emociones que se aprecian entre hombres y mujeres. Enfrentados ambos a la sexualidad, las mujeres suelen ser mucho más conservadoras, y es que las hembras producen un número limitado de óvulos a lo largo de su vida reproductiva y la garantía de que sus genes perduren en las siguientes generaciones no depende sólo de la concepción de los hijos, sino que deben pasar por un largo embarazo, una etapa de lactancia y una fase de cría que es extraordinariamente larga. Los genes que han ganado el combate de la selección natural han sido pues aquellos que inducían en las mujeres conductas que han podido garantizar la supervivencia de muchos hijos al menos hasta la edad reproductiva (lo que garantizaba muchas réplicas de esos mismos genes), y para ello han tenido que conseguir la colaboración de los machos en la protección y crianza de la parentela. Y así fue como los genes inventaron la seducción.

Los hombres en cambio producen en su vida del orden de 2 x 10 elevado a 15 espermatozoides (dos mil millones de millones), por lo cual su inversión en la crianza de los hijos resulta poco interesante. En principio, la estrategia de los genes del macho es la de colonizar cuantos más óvulos femeninos mejor, ya que cuantas más réplicas de sí mismos consigan más posibilidades tendrán ellos (los genes, que son los que mandan en toda esta historia) de sobrevivir. Sin embargo, en la práctica han tenido más éxito evolutivo aquellos genes que inducían en el macho cierto nivel de colaboración con la hembra en la protección y crianza de los hijos. Et voilà l’amour. Todo esto significa algo tan simple como que los machos de la especie humana tienen una tendencia genética a las relaciones sexuales promiscuas muy superior a la de las hembras, aunque éstas no quieran entenderlo así...

En concreto, existe una correlación exacta entre la tendencia de los machos de los mamíferos a la poligamia y el dimorfismo sexual (esto es, las diferencias de tamaño entre machos y hembras). En La naturaleza humana, Jesús Mosterín trata la cuestión y pone como ejemplo a los gibones, únicos primates hominoideos consistentemente monógamos, por lo que su dimorfismo sexual es por completo nulo, hasta el punto de que es muy difícil distinguir a simple vista a un macho de una hembra . En el extremo opuesto, Mosterín pone el ejemplo de las morsas (elefantes marinos), con un dimorfismo sexual extremo, ya que los machos pesan hasta cuatro veces más que las hembras. En consecuencia, los machos tienen una muy acusada tendencia a la poligamia, hasta el punto de que algunos tienen harenes impresionantes de hembras sobre los que mandan tiránicamente, dejando al resto de machos a dos velas. Entre los seres humanos, el dimorfismo sexual es moderado, pero existe. Mosterín ofrece unos datos conseguidos en una muestra hecha en los EEUU. Los estadounidenses de 35 años pesan un 24 por 100 más que las mujeres de su misma edad, un porcentaje que se reduce algo con el tiempo (22% a los 45 años; 17% a los 55), pero que en ningún caso desaparece. Los datos son por supuesto perfectamente extrapolables a otros países y sociedades y determinan la moderada tendencia a la poligamia de los machos humanos.

En último término, a mí todo esto me ha generado una duda que es más importante de lo que pueda pensarse a primera vista: ¿los gordos ligan más?

jueves, 16 de febrero de 2006

Encuentros

Júpiter
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.

Jorge Luis Borges, "Borges y yo" de El hacedor (1960)

A veces es el otro quien escribe, quien se acerca por las noches al borde del río o sostiene una conversación intrascendente sobre la necesidad de renovar el seguro del coche, el otro quien escucha una ópera de Haendel y se deja arrastrar por el murmullo turbio e irreal de una canción del suburbio. A menudo es el otro quien sortea el tráfico del centro, cruza miradas de desprecio o de deseo y se sumerge en el espesor diario de los saludos y los roces ardorosos en el ascensor. Yo lo miro todo con distancia, como sentado en mi butaca de diseño, esperando a que termine el tango de Aquiles Roggero y a que esa cinta grabada con el tono quejumbroso del bandoneón suplante el espacio que ocupaba la realidad. Yo miro inquisitivo al otro, el violinista me mira a mí, el piano mira al violinista, el poeta bebe su café y la vida se desliza sin sentido por los altavoces de un teatro del extrarradio, isla cercana e inhabitable.

sábado, 11 de febrero de 2006

Blasfemias

Ilustración de Le roman de Fauvel. Biblioteca Nacional de París“Todas las grandes verdades nacieron como blasfemias” (George Bernard Shaw)

Eran irreverentes y blasfemos, lascivos y sacrílegos. Vagaban por campos y ciudades, asociándose con juglares, saltimbanquis, pícaros, tahúres, rateros, proxenetas, putas y salteadores de caminos. Conservaban pese a todo la tonsura, prueba inequívoca de que habían cursado estudios eclesiásticos, algunos incluso profesado en monasterios. Se agrupaban en hermandades abigarradas y de difusa estructura en las que buscaban protección y sustento. Sus motivaciones eran bien diversas: algunos huían tras haber sido sorprendidos cometiendo delitos nefandos, otros protestaban por la corrupción y la hipocresía del clero, los más gustaban de los placeres sin freno y la vida irresponsable. Cantaban, con una insolente mezcla de procacidad y lirismo, al amor, la naturaleza, el juego, el sexo, la gula y el vino. Hay quien piensa que se llamaban a sí mismos 'goliardos' en recuerdo del Goliath bíblico o de un tal Golias, obispo que debió de vivir tan sólo en su imaginación calenturienta y febril. Nos dejaron testimonios impagables de la vida social y artística de los siglos XII y XIII en Centroeuropa. Manuscritos y cancioneros, algunos tardíos, recogen sus poemas satíricos e inmorales y hasta su música. El más célebre de todos fue descubierto en el monasterio benedictino de Beuern y por eso las obras que incluye reciben el nombre de Carmina Burana (Cantos de Beuern).

La mezcla y difusión de sátiras y blasfemias, de críticas feroces al clero y rijosas obscenidades, de burlas a la religión y desafíos a la autoridad eran protegidas, e incluso estimuladas, tanto por la Iglesia como por las primitivas monarquías, que encontraban en ellas una forma de liberar tensiones sociales que de otro modo se habrían manifestado de modo mucho más inconveniente para los poderosos. Hasta los templos eran cedidos para ceremonias irrespetuosas e impúdicas, como las anuales de la fiesta del asno u otras parecidas, en las que la gente del pueblo se daba con largueza a la mofa de lo sagrado y al disfrute del cuerpo, la comida y la bebida (cuando los había). Las actuales celebraciones del Carnaval son fósiles vivientes de aquellas prácticas. Goliardos y chirigotas comparten, en efecto, el verbo ácido y penetrante, cáustico y procaz, mordaz y hasta cruel que ha preservado una tradición en la que se funden lo mejor del arte culto y popular de nuestra civilización.

[Abro paréntesis. Bien alejado todo ello, claro está, del pensamiento fláccido que ha florecido estos días por diarios, blogs y tribunas del ancho mundo, que aún no ha expresado una idea y ya está pidiendo perdón por ella. El respeto, esa cosa tan importante, entendido como pueril excusa para la renuncia a la confrontación de ideas y el mantenimiento de los principios que nos sustentan. (Pero ¿dónde se encuentra hoy día el respeto por la dignidad de los hombres, en el mundo de los dibujantes satíricos o en el de los lapidadores de adúlteras?) ¿Alguien imagina un Quijote fláccido y respetuoso con el multiculturalismo? Según estos propaladores de la ultracorrección social, que han saltado inopinadamente de la política conservadora americana al progresío pijo europeo, de vivir hoy, Quevedo habría tenido que pedir perdón por su obra (aunque lo mejor habría sido que jamás la hubiera escrito, ya saben, el respeto, los ofendidos) y Cervantes y Dante y Michelangelo Buonarrotti y Mozart y Picasso y Joyce y El Bosco y Darwin y Aristófanes y Rabelais y Hindemith y Lorca y Nietzsche y Flaubert y Catulo y Ligeti y Kleper y Goya y Apollinaire y Poulenc y Aristóteles y hasta San Juan el Evangelista tendría que haberse mortificado por irrespetuoso, ofensor y chabacano profeta del choque de civilizaciones. Cierro paréntesis. Perdón]

El manuscrito original de los Carmina Burana fue hallado en el Monasterio de Beuern en 1803, en el cuadro de la secularización de los conventos y monasterios de Baviera. Depositado en la Biblioteca Real de la Corte de Múnich, su contenido fue publicado en 1847 por el filólogo alemán Johann Andreas Schmeller, que le dio el nombre con el que hoy se conoce. El libro incluía unos 200 poemas que incorporaba notación musical neumática, entonces indescifrable, copiados a principios del siglo XIII, la mayoría de ellos en latín, la lengua internacional de los clérigos, aunque también los había en alemán y francés antiguo o en una mezcla de las tres lenguas. No todas las obras eran profanas, pues se incluían algunas piezas religiosas, como himnos, un Auto navideño y hasta una Pasión para Pascuas, lo cual viene a desvelar de qué forma lo sacro y lo profano se fundían entonces en un inseparable totum revolutum que subsistiría mucho más allá de la Edad Media.

Durante más de un siglo, los Cantos de Beuern sólo podían ser leídos, pues, aunque se adivinaba la riqueza musical de melodías y ritmos que el manuscrito proponía, la ciencia musicológica no consiguió descifrar su contenido hasta la segunda mitad del siglo XX. Se descubrió entonces un fascinante universo que, como no podía ser de otro modo, se encontraba estrechamente emparentado con el de trovadores, troveros y minnesänger. En perfecta correspondencia con los textos, las melodías eran delicadas y líricas o exuberantes y festivas, unas parecían requerir instrumentaciones y voces exquisitas, otras interpretaciones lúdicas, populacheras y ruidosas. A mediados de los 70, René Clemencic grabó para Harmonia Mundi tres discos con una amplísima selección de los Carmina Burana y después las piezas más populares han sido repetidas en discos de lo más variopintos, como el que traigo aquí para una de las canciones más psicalípticas de toda la colección.

Ich was ein chint so wolgetan,
virgo dum florebam,
do brist mich diu werlt al,
omnibus placebam,

Hoy et oe!
Maledicantur tilie
iuxta viam posite! (estribillo)

Ia wolde ih an die wisen gan,
flores adunare,
do wolde mich ein ungetan
ibi deflorare.

Er nam mich bi der wizen hant,
sed non indecenter,
er wist mich diu wise lanch,
valde fraudulenter.

Er graif mir an daz wize gewont
valde indecenter,
er furte mich bi der hant
multum violenter.

Er sprach: “Vrewe, gewir baz!
Nemus est remotum”.
Dirre wech der habe haz!
Planxi et hoc totum.

“Iz stat ein linde wolgetan
non procul a via,
da hab ich mine herphe lan,
tympanum cum lyra.”

Do er su der linden chom,
dixit: “Sedeamus”,
diu winne twanch sere den mann:
“Ludum faciamus!”.

Er graif mir an den wizen lip,
non absque timore,
er sprach: “Ich mache dich ein wip,
dulcis es cum ore!”.

Er warf mir uf daz hemdelin,
corpore detecta,
er rante mir in daz purgelin
cuspide erecta.

Er nam den chocher unde den bogen,
benen venabatur!
Der selbe hete mich vetroge:
“Ludus compleatur!”

Hoy et oe!
Maledicantur tilie
iuxta viam posite!

[Yo era una muchacha tan hermosa/ mientras florecía mi doncellez,/ por el mundo me llevaba/ y a todos agradaba.// ¡Ay, ay!/ Malditos los tilos/ junto al camino. (estribillo)// Un día fui al prado/ a formar un ramillete de flores,/ y quiso un rústico patán/ desflorarme allí.// Me tomó por mi blanca mano/ no indecorosamente,/ y me condujo por el prado,/ muy engañosamente.// Me prendió de mi blanca vestimenta/ muy indecentemente/ y me arrastró de la mano/ muy violentamente.// Me dijo: “Mujer, vayamos juntos/ a ese bosque lejano”./ ¡Maldita sea esta campestre vereda,/ cuánto he llorado por ella!// “Hay allí un hermoso tilo,/ no lejos del sendero,/ donde he dejado mi arpa,/ mi timbal y mi zanfoña.”// Cuando llegamos al tilo,/ me dijo: “Sentémonos”,/ y como el amor lo había herido gravemente:/ “Hagamos un juego”.// Me tomó por mi blanca cadera,/ y sin ningún temor/ me dijo: “Haré de ti mi mujer,/ ¡cuán dulce es tu boca!”.// Me quitó la camisola/ descubriendo todo mi cuerpo/ y se lanzó contra mi ciudadela/ con su espada erecta.// Después cogió su carcaj y su arco/ pues bien había cazado/, y engañándome me dijo:/ “El juego ha terminado”.]


Ich was ein chint so wolgetan. Anónimo siglo XII (de los Carmina Burana). Arte Factum (Lindoro)

Cuando en los años 30 del siglo pasado, el compositor Carl Orff (Múnich, 1895-1982) seleccionó 24 canciones de los Carmina Burana para construir con ellos una cantata, la música original aún era por completo desconocida, pero el músico buscó la forma de que su obra pudiese recrear el universo sonoro del medievo: empleó por ello melodías y armonías diatónicas, ostinatos rítmicos muy desarrollados, giros derivados del canto gregoriano, secuencias repetitivas y efectos instrumentales sencillos pero impactantes. Dividida en tres partes y escrita para tres solistas (soprano, contratenor, tenor), coro, coro de niños y gran orquesta, el Carmina Burana de Orff se estrenó el 8 de junio de 1937 en la Ópera de Frankfurt. Pocas obras más controvertidas se han escrito en el siglo XX. No desde luego por su propia sustancia musical, sino por la personalidad del músico, siempre relacionado con el nazismo, y por la inmensa popularidad de su primer número, un coro poderoso y efectista que se repite al final, completando la rueda de la fortuna que alegóricamente el compositor describe en el prólogo: “Destino monstruoso y vacío, eres una rueda giratoria y perversa”. Los que no soportan que las obras musicales sean muy populares la descalifican por frívola, pueril, efectista e insignificante; otros muchos ni siquiera se acercan a escucharla, aterrados por la filiación política del autor, como si eso fuera un virus cuyos efectos se transmitiesen por ondas a través de la vía auditiva; y están los que no se atreven a destacar sus (indudables) atractivos, para evitar ser tildados de retrógrados (¡y quién sabe si de fascistas!). La obra puede ser entendida como un canto ritual a la naturaleza y el disfrute de los sentidos, y tiene desde luego mucho de vacuo efectismo y de intrascendencia. Jamás se me ocurriría considerarla entre las cien mejores obras musicales del siglo XX, pero de ahí a desecharla como un producto infecto y deleznable del espíritu engañosamente dionisíaco del nazismo va un larguísimo trecho. Música de fácil consumo, no deja gran huella y por eso puede disfrutarse mientras uno se dedica a otras actividades más placenteras. Obviaré el celebérrimo número de apertura para ofrecer uno de sus momentos más delicados, extraído de un disco de reciente aparición en el mercado.

Amor volat undique
captus est libidine
iuvenes invencule
cuniunguntur merito.
Siqua sine socio,
caret omni gaudio,
tenet noctis infirma
sub intimo cordis in custodia
fit res amarissima.

[El amor vuela por doquier/ cautivo del deseo./ Es natural que se unan/ mancebos y doncellas./ Si una está sin compañero/ carece de todo gozo,/ una profunda noche/ de horas amarguísimas/ su corazón encierra.]


"Amor volat undique" de Carmina Burana de Carl Orff. Sally Matthews, soprano. Niños del Staats- und Domchors de Berlín. Orquesta Filarmónica de Berlín. Simon Rattle (EMI)

lunes, 6 de febrero de 2006

Artesanos

 Mozart: Conciertos. Jos van ImmerseelMozart odiaba la flauta y el arpa. Cuesta trabajo creerlo escuchando el Concierto en do mayor que dedicó a ambos instrumentos, pero así era, o al menos así lo dejó dicho en varias ocasiones. El concierto es por supuesto una obra de circunstancias, como la inmensa mayoría de las que escribió a lo largo de su vida. A finales de marzo de 1778 el músico, que contaba ya 22 años, llega a París acompañado por su madre. Vienen directamente desde Mannheim, en un viaje que duró nueve días y medio, por el que Wolfgang se queja ("Nueve días sin poder hablar con nadie"). Hace ya seis meses que la pareja falta de Salzburgo, donde el padre ha tenido que quedarse por no enfurecer más al arzobispo Colloredo después del retraso de su anterior excursión por Europa. Leopold busca desesperadamente una corte que acoja a Wolfgang. Un puesto seguro de kapellmeister, esa es toda la aspiración del padre para el hijo al que ha exhibido durante años como una atracción de feria. Pero, perdida la gracia del niño prodigio, no hay puestos libres para Wolfgang, a pesar de su prestigio y de sus éxitos. Fracasado el intento en Mannheim, Leopold exige a su esposa y a su hijo que se dirijan a París y no a Italia, adonde desearía acercarse Wolfgang, recordando aún los aplausos de la infancia.

Wolfgang tarda en rebelarse contra la autoridad paterna y acepta sus designios. Amarga iba a ser, sin embargo, la experiencia del joven músico en París, donde tuvo que asistir solo e impotente a la corta enfermedad y a la muerte de su madre. Pero eso sería a principios del verano. En abril, recién llegado, Mozart ha iniciado sus contactos y se ha reencontrado con sus amigos de Mannheim, que se encontraban de gira en la capital francesa. Entre los primeros conocidos se encuentra el duque de Guisnes, flautista aficionado, y su hija, arpista virtuosa a la que el padre trata de convertir en compositora, pese a que el talento de la joven no pasaba al parecer de su gran habilidad como intérprete. El duque desprecia al hombre ("papanatas alemán", le llama) pero admira al músico y encuentra en seguida la oportunidad no sólo para solicitarle clases sino para encargarle una obra para esos dos instrumentos que Mozart consideraba insoportables.

Poco importa. El compositor va a poner toda su ciencia compositiva y su fantasía artística en cumplir dignamente con el encargo, que se quita de encima antes de que termine abril, pues a finales de julio se queja de que hacía tres meses que había entregado la obra y el duque aún no le había pagado por ella. Ese mismo mes ha visto nacer la Sinfonía concertante para instrumentos de viento y algunas otras obras menores. Esto quiere decir que la producción del músico sigue a buen ritmo y, aunque algunos analistas (entre ellos, los Massin) consideran que el Concierto para flauta y arpa no aporta nada nuevo e incluso puede considerarse un retroceso en el estilo del músico, lo cierto es que a la obra, escrita en la misma línea de la Sinfonía concertante, no le falta inspiración, en especial a su segundo movimiento, un Andantino de nostálgica y conmovedora poesía.

Esta aplicación de Mozart en una obra que para él sólo tenía interés pecuniario (uno recuerda en seguida las películas alimenticias de Buñuel en México) queda bien explicado por el valor sociológico de la música en el tiempo en que le tocó vivir. Es este un aspecto que estudió muy bien Norbert Elias en un libro publicado póstumamente con los ensayos dedicados al compositor, que estaba reuniendo y corrigiendo para corresponder a un encargo de su editor justo en el momento en el que le sorprendió la muerte. Para Elias, Mozart cumple, bien a su pesar, el papel histórico de bisagra entre un arte artesanal y un arte artístico, barrera que el compositor trató, aun sin ser consciente de ello, de traspasar cuando en 1781 se marcha a Viena con la intención de sobrevivir como compositor libre. Y aunque en un primer momento la suerte y el éxito le sonríen, el pulso social era demasiado fuerte, pues institucionalmente el terreno no estaba abonado y las elites que dominaban la cultura oficial vienesa no estaban dispuestas a permitir que se suplantaran los mecanismos de producción y difusión de la música, que, como casi siempre, también en ese aspecto iba a remolque del resto de las artes. Tuvo que pasar toda una generación para que Beethoven se encontrase ya en disposición de imponer su voluntad a públicos y editores. Pero en 1778, Mozart todavía es un compositor sumiso que sabe con quién se juega el pan y sabe atenerse al gusto de quien le encarga la música. Con un conocimiento profundo del medio musical en el que se desenvuleve, para el talento del compositor no supone ningún esfuerzo orientar su fantasía musical en el sentido deseado por sus clientes. La reflexión de Norbert Elias sobre esta cuestión va bastante más allá, y la reproduzco íntegra por su indudable interés:

En la fase del arte artesanal, el canon estético del que encarga la obra prevalecía como marco de referencia de la formación artística por encima de la fantasía artística personal de cualquier creador; la imaginación individual de este último se canaliza estrictamente según el canon estético del estamento dominante que encarga las obras. En la fase del arte artístico, los creadores están situados en un plano de igualdad por lo que se refiere a su situación social general con respecto al público que compra y admira el arte; y en el caso de su élite, del establishment de especialistas formado por los artistas de un país, están por encima de su público, en cuanto a poder, como jueces estéticos y pioneros del arte. A través de modelos innovadores pueden encauzar en otra dirección el canon establecido de la producción artística y quizás el gran público aprenda lentamente a ver y escuchar por sus ojos y sus oídos.

Interesante motivo de reflexión para relacionar con la polémica Azúa/Sánchez Verdú que ya tratamos por aquí. No seré yo quien lo haga ahora, pues sólo deseo dejar constancia de la aparición de una nueva grabación mozartiana de ese auténtico mago de la música del Clasicismo que es Jos van Immerseel, quien, de nuevo para el sello Zig Zag y al frente de su conjunto Anima Eterna ofrece tres muestras de música concertante de Mozart: además del Concierto para flauta y arpa en do mayor KV 299, con el flautista Frank Theuns y la arpista Marjan de Haer como solistas, el Concierto para dos pianos en mi bemol mayor KV 365, con el propio van Immerseel y Yoko Kaneko en los pianos, y el Concierto para trompa en mi bemol mayor KV 447 (el nº3), con Ulrich Hübner como solista. Un prodigio de refinamiento, elocuencia y profundidad.


Andantino del Concierto para flauta y arpa en do mayor KV 299 de Mozart. Frank Theuns, flauta; Marjan de Haer, arpa. Anima Eterna, Jos van Immerseel (Zig Zag)

viernes, 3 de febrero de 2006

Romanos

1. Más que un concepto geográfico o político, Roma era una idea. Una idea desarrollada incluso después de su desaparición, en la época de la fragmentación y la barbarie. Pero una idea. Civitas, urbs, dos hermosas palabras que apuntaban al mismo concepto: civilización, urbanidad, ciudad, estado... Un inmenso estado de ciudades y ciudadanos libres e iguales. Una quimera. Un sueño que nunca como ahora tuvo Europa tan cerca. Qué triste sería que, con lo que ha costado, Roma cayese por segunda vez en manos de los bárbaros.

2. Y nos amenazan. La invasión es lenta y silenciosa, pero se está produciendo ante los ojos indiferentes de casi todos. Poco ayuda el tristísimo papel que en estos días están haciendo las instituciones, los gobiernos y la inmensa mayoría de los medios europeos ante el desafío de un Islam armado de fanatismo, bombas y arrogancia. Uno habría esperado un cierre de filas, una respuesta contundente y decidida (la libertad no se negocia) y no este patético lagrimeo, esta entreguista y feble equidistancia, esta renuncia a la defensa categórica del núcleo básico de los principios en que se asienta nuestra forma de vida. Ya sabíamos que el dinero es cobarde y así puede entenderse la vileza del dueño de France Soir, despidiendo a Jacques Le Franc, un hombre que se ha jugado la vida en defensa de nuestros más preciados valores: la defensa de la libertad de conciencia y expresión. Igual que se entiende la villanía segura de miles de empresarios, que saldrán rápidamente de sus covachas para venderse sin dudarlo al mejor postor, con la intención de poner a salvo sus negocios, sus aviones privados y sus piscinas. Poco esperaba yo del mundo del dinero, pero habría esperado otra cosa de los políticos, de los periodistas (tan solidarios ellos siempre con las causas justas) y hasta de los bloggers autodefinidos como progresistas, que parecen afectados, en significativo número, por una inesperada afección en las yemas de los dedos o por el virus del Kamasutra, vaya usted a saber, que en cuestiones de molicie cualquier juicio puede entenderse como apresurado.

3. Cuando Europa se piensa a sí misma, encuentra motivos más que suficientes para la alerta, la contrición y el propósito de enmienda, pero también para la más alta satisfacción, el optimismo y el orgullo. Cuando Europa se piensa a sí misma a alguien se le puede ocurrir recuperar con toda su imaginería original Le Bourgeois Gentilhomme, la undécima y última comédie-ballet nacida de la colaboración entre Lully y Molière, dos de los hombres superiores de los que Voltaire hablaba con admiración en El siglo de Luis XIV:

Es una época digna de la atención de los tiempos venideros aquella en la que los héroes de Corneille y de Racine, los personajes de Molière, las sinfonías de Lulli, nuevas para la nación, y (ya que aquí no se trata únicamente de las artes) las voces de Bossuet y de Bourdaloue eran escuchados por Luis XIV, Condé, Turenne, Colbert, y esta multitud de hombres superiores. No volverán los tiempos en que un duque de La Rochefaucauld, autor de las Máximas, tras charlar con Pascal, se dirigía al teatro de Corneille. No ha habido muchos genios desde los hermosos días de estos artistas ilustres; parece que la naturaleza descansó.

Y esa fue la idea que sacó adelante el Festival Abeille Musique en el Teatro Le Trianon de París en noviembre de 2004. El espectáculo fue encargado a Benjamin Lazar, como director de escena, a Cécile Roussat, como coreógrafa de los intermedios y ballets, y a Vincent Dumestre, como director musical al frente de Le Poème Harmonique y del conjunto checo Musica Florea. La versión original e íntegra de 1670 de Le Bourgeois Gentilhomme fue registrada en vídeo y el sello Alpha la ha puesto a la venta en un doble DVD que incluye además un extraordinario documental de Martin Fraudreau sobre la producción, Les Enfants de Molière & de Lully. Ayer por la tarde, embriagado por las cerca de cuatro horas del soberbio y divertidísimo espectáculo, pensaba que por cosas así es por las que vale la pena luchar hasta donde haga falta por seguir siendo romano.

jueves, 2 de febrero de 2006