lunes, 27 de marzo de 2006

ETA

Tras el “alto el fuego permanente” de la banda terrorista ETA andan la ciudadanía y la bloguería revolucionadas y proclamando de forma generalizada a los cuatro vientos su alegría, su cautela y su esperanza, estados de ánimo todos ellos dignos de envidia, sobre todo para los que no encontramos especiales motivos para experimentar ninguno de ellos, por lo cual, como era de esperar, ya hemos sido tildados, en el mejor de los casos, de no entender, y en el peor, de no desear la paz, de vivir anclados en el rencor y el deseo de venganza, de buscar el entorpecimiento del proceso por partidistas motivos espurios y no sé de cuántos crímenes deleznables más. Leyendo a unos y a otros, tanto en la red como en el papel, detecto una tendencia a la amnesia, el voluntarismo y la confusión de realidad y deseo que, aparte de reflejar un confuso entendimiento de los valores y la ética cívicos, se me antojan peligrosos. El discurso más o menos oficial viene a ser este: ETA ha sido derrotada, pero su liquidación total sólo se conseguirá cediendo en pequeños detalles estratégicos perfectamente asumibles por nuestro sistema democrático, detalles que habrá que negociar directamente con los terroristas y exigirá la unidad de todas las fuerzas políticas españolas y la generosidad de las víctimas. Con ligeras variaciones ya he perdido la cuenta de las veces que he leído esto mismo en los últimos cinco días. Las condiciones de la negociación y el precio que por la paz están dispuestos a pagar la mayoría (incluido el Gobierno de la nación) han quedado pues suficientemente claros, y qué más da que algunos griten (gritemos) en el desierto nuestro profundo y radical (de raíz) desacuerdo, el mundo es ansí, y a mí, en mi solitud de estúpido moralista, este soneto de Shakespeare no me lo amarga nadie.


Soneto 52 de Shakespeare. Ralph Fiennes (BIS)

[Aquí estoy, como el rico, cuya bendita llave,/ le pone en la presencia de su dulce tesoro,/ cuyo caudal no quiere, continuamente ver,/ por no ver de mellar el filo del placer.// De estas formas las fiestas, tan solemnes y raras/ se esparcen y aparecen en la rueda del año,/ como piedras preciosas, con amor colocadas,/ o la joya más bella del centro del collar.// El tiempo que os retiene es igual que mi cofre/ o tal como el armario, que esconde el bello manto,/ volviendo venturoso el especial instante,/ en que por fin revela su escondido esplendor.// Feliz de vos al darme, estando poseído,/ valor para triunfar esperando tu ausencia.]

No voy a hacer discursos grandilocuentes ni manifestaciones estentóreas, pero sí que me gustaría comentar uno de los textos que más me ha llamado la atención de cuantos he leído al respecto y que viene a representar una postura muy común en torno a la cuestión del nacionalismo vasco y del terrorismo etarra. Aparece como comentario en un post de Portorosa, y allí prometí que con algo de tiempo haría su exégesis. Lo firma Miranda, compañera lejana de perdidas batallas, y de la que otras luchas me alejaron. Ella sigue estando habitualmente en El Pombo, su foro, un sitio que un día también fue mi casa. El paso del tiempo y el alejamiento no han mermado mi afecto personal hacia ella como tampoco el respeto intelectual que me merecen sus siempre contundentes puntos de vista. Que no comparta muchos de ellos sólo es indicio de lo que nos separa en el análisis de la realidad, pero no significa (al menos por mi parte) ningún tipo de hostilidad ni de desprecio personal. Y espero que si llega a leer alguna vez esto, lo entienda así. Su texto va tal cual (en azul), sin cambiar ni una coma:


Sobre ETA (con mayúsculas, como se escriben en español los acrónimos) [como lo escribo yo, ni más ni menos, que hay mucho nominalista suelto, aunque reconozco que me hacen gracia esos que para chinchar hablan de “la ETA”] se ha dicho de todo, se le ha llamado de todo, pero lo que no se puede cambiar ni mover es su existencia y pertenencia a una forma de malentender una reivindicación "nacional" en forma modo y estilo que se ha dado otras veces en lo que ahora llamamos vieja Europa. [Todos los nacionalismos me parecen detestables, desechos históricos del idealismo alemán, y a los nacionalistas militantes, esos que se levantan todas las mañanas pensando en qué hacer para ser mejores vascos, catalanes, españoles o bretones me gustaría tenerlos siempre lo más lejos posible. En cualquier caso, esa pretendida normalidad de la “reivindicación nacional” de ETA (de forma malentendida, por supuesto) no parece tan evidente. Quizá Miranda pueda poner ejemplos de una sociedad de privilegiados en guerra contra unos explotadores que son más pobres que ellos, pero a mí no se me ocurren. Pienso más bien que la existencia de ETA es bastante difícil de entender en el contexto europeo. Como decía Savater, viene a ser poco más o menos como si en Suecia operase una guerrilla.] Pretender eliminar un Movimiento de Liberación Nacional Vasco, como bien le denominó Aznar, con Cucal, es de locos o de imbéciles, y es lo que efectivamente se ha demostrado que no se puede hacer. [Con Cucal, no, aplicando la ley, y sí se puede hacer. En realidad se ha hecho así y ha funcionado.] No se pueden fabricar leyes "especiales" para luchar con los que viven además fuera de ellas, eso pervierte el Estado de Derecho, ni se les puede eliminar a su manera (Gal) [¡Vaya! Justo el meollo de la cuestión. Primero, las leyes son instrumentos de las sociedades para satisfacer sus necesidades, y tienen que estar por consiguiente en función del nivel y la categoría de los conflictos característicos de cada sociedad. Es evidente que en Islandia no necesitan leyes contra el terrorismo y que en Siberia las medidas para la ordenación del uso del suelo serán bien diferentes de las de Singapur. Segundo, lo que pervierte el Estado de Derecho es su aplicación selectiva. Si las leyes son iguales para todos y a todos obligan no debería existir ningún tipo de atajos, absolutamente para nada. Es el convencimiento de que el Estado de Derecho va a funcionar siempre lo que garantiza mi seguridad, mi libertad, mi vida, mis derechos. En el momento en que alguien está tentado de saltarse el Estado de Derecho para resolver algún problema específico, cualquiera puede convertirse en Segundo Marey, o en Lasa y Zabala, que por muy terroristas que fueran, merecían el amparo de la ley exactamente igual que el señor Marey. En esas circunstancias, la garantía de mi seguridad, de mi libertad, de mis derechos, se esfuma. No existen tribunales de excepción, y las religiones (incluida la nacionalista) y sus practicantes están absolutamente sometidos al imperio de la ley, me da igual que los creyentes sean 200 ó 2 millones, porque ya saldrá lo del número, así me adelanto.] ni se puede acabar encarcelando a todos los sospechosos por residentes en el PV, como hemos sido tildados los que aquí vivimos por algunos medios [¿cuándo, dónde? Mi más sincero apoyo a los residentes en el PV que hayan sido víctimas de ese trato denigrante].

Cualquiera que conozca este tipo de "movimientos" por estudio o por vivir cerca con los ojos abiertos, sabe que por un terrorista de este tipo que desaparece eliminado policialmente, hay ocho más dispuestos a reemplazarle [No es verdad. Eso puede pasar en sociedades que viven en la desesperación más absoluta, pero en sociedades ricas, por muy grande que sea el lavado de cerebro, si los terroristas son sistemáticamente detenidos y encarcelados y sus apoyos logísticos diezmados y desarticulados, el número de los que están dispuestos a sustituir a los caídos, disminuye hasta hacerse irrelevante. De hecho es lo que le ha pasado a ETA, hasta el punto de que ha tenido que recurrir más de una vez a sicarios externos al nacionalismo vasco.] y hay alrededor de ese nucleo cientos de personas involucradas, familiares, conocidos, amigos, que no desaparecen con cucal, y a los que no se les puede borrar la memoria o del mapa. [Allá las tragaderas morales de cada cual. Imagino a los familiares y amigos de un pederasta o de un maltratador apoyando sus acciones y sólo se me ocurre la mayor de las repulsas. No entiendo por qué razón el que le pega un tiro en la nuca a un concejal del PP merece una consideración diferente por el hecho de que sean muchos los que le apoyan. La ética se lleva muy mal con las matemáticas.]

La rendición, porque esto és lo que ha pasado, tiene que producirse por voluntad propia, por consenso, porque de otra forma el foco, el cancer seguiría ahí. Visto que no se puede eliminar el cancer matando al paciente, habrá ahora que aplicar quimio y radio a esta salida. [Es muy optmista Miranda, como la mayoría, pensando en esa cosa de la rendición (voluntaria) de ETA. No veo nada en los famosos comunicados que apunte en esa dirección. ‘Rendición’ para mí sólo puede significar renuncia absoluta a sus exigencias, que sin embargo, siguen figurando punto por punto, uno detrás de otro, en los comunicados de la semana pasada. En último término y en el fondo, la existencia de una organización terrorista puede reducirse a la de unas siglas con prestigio intimidador suficiente como para tener influencia política. Y ETA seguirá ahí para quien quiera arroparse bajo sus tres letras, mientras mantenga una infraestuctura mínima y una capacidad de seducción política. Yo apuesto por arrasar, con los medios del Estado de Derecho, aquélla (la infraestructura) hasta que ésta (la capacidad de seducción) desaparezca en la práctica hasta el cero absoluto, y decir ETA sea para cualquiera lo mismo que significa hoy decir La mano negra.]

Y este cancer se ha rendido como se rindió el IRA por dos razones, cada cual la suya: el 11S y el 11M.

A ETA y al IRA los ha vencido el terrorismo islámico.

Desde el momento en que su medio de "lucha" fué asociado a este nuevo terrorismo indiscriminado fué el comienzo del fin, la muerte anunciada de ambos. [Esto se está repitiendo hasta la saciedad. Sin prueba alguna. Sólo la coincidencia temporal. Como la existencia de la nación, debe de ser cuestión de fe.]

Es el 11M lo que dicta el fin de ETA y es el tiempo en que la propia izquierda abertzale hace una recapitulación. Tras las elecciones y el triunfo del PSOE esto estaba cantado. [Si ETA fuera fuerte y el estado débil, ya veríamos quién dictaba el fin de ETA. Para muchos parece tranquilizadora esta explicación exógena, que se hace absolutamente incomprensible sin las capturas de Bidart, Ermua o la ilegalización de HB, por ejemplo.]

He comentado en otros lugares que hay muchos que ahora tienen que recomponer su vida, entre ellos los familiares de las víctimas. Hemos asistido, no sin estupor por parte de algunos entre los que me incluyo, a la ascensión de un nuevo "partido obligatorio", porque además quien no le vote es connivente con los asesinos. Es el partido de la asociación de víctimas [no ignora Miranda que son muchas las asociaciones de víctimas], un partido que además de convocar manifestaciones (cosa muy respetable) pide votos para el PP [¿eso no es respetable?], dice a los jueces lo que tienen que hacer y le indica al Gobierno lo que no le consienten [exactamente igual que los funcionarios o los futbolistas]. Un partido cuyos miembros no han sido elegidos por los ciudadanos, sino por los asesinos.

¿Qué hacer ante esta necesidad de venganza? porque en realidad lo que piden ya lo tienen, derechos, indemnizaciones, reivindicaciones. ¿Qué hacer? está claro que en principio, a parte de padecerla, lo cual es mucho, lo correcto sería ignorarla, o al menos no fomentarla, puesto que es imposible que asuman, como parientes de víctimas (porque las víctimas estan muertas) que sus deseos de NO NEGOCIACIÓN son irreivindicables. [Siempre me ha sorprendido que cada vez que se habla de víctimas se piense exclusivamente en los muertos. Así, si te destrozan el coche o te queman la casa, habrás sufrido un atentado sin víctimas. Qué coño sin víctimas, será sin víctimas “mortales”, bien víctima que soy, que me han chamuscado la cama. En el fondo, todos somos en distinto grado víctimas del terrorismo. No esperaba esa consideración en sentido amplio de Miranda, pero que le niegue esa condición a los familiares de los muertos me parece inmoral, cruel e innecesario. Podría decirle algo así a los padres del niño Fabio Moreno, por ejemplo, o a los hijos del matrimonio Jiménez Becerril.] Es decir, no es que no tengan derecho a pedir eso, es que es patética su petición. [Es molesta la presencia de una víctima cuando uno está pensando en sentarse a una mesa con su verdugo, sí, es lo que tiene, que luego hay que sentarse también con la víctima, que se empeñará en mirarte a los ojos.] Les coloca la historia y los hechos ante la verdad de su propia existencia y no la quieren asumir: SUS PARIENTES MURIERON INUTILMENTE. [Completamente de acuerdo. Es esa inutilidad la que deberían de contemplar nuestros dirigentes políticos.]

Sus muertes eran inútiles, es así. Ni ellos eligieron inmolarse, por lo tanto atribuirles en ello derechos es ocioso, ni fueron muertos por o para nada. Podían ser otros, cualquiera en su lugar. Esta es la cuestión. ¿Prefieren que no se negocie el fin de esta locura? Eso parece. Y resulta impresionante leerlo. [Resulta tranquilizador leerlo. Y no quiero decir con esto que no sean aceptables cambios en política penitenciaria ni siquiera que no puedan estudiarse medidas de gracia. Lo que quiero decir es que nada de eso hay que negociarlo con los terroristas. Que hacerlo es ofrecerles ya concesiones políticas. Que todo lo que haya que cambiar para acelerar o facilitar el aniquilamiento completo de ETA deberá tratarse entre los partidos políticos en la mesa política que nuestro sistema democrático tiene dispuesto desde hace mucho tiempo para estas cuestiones, que, como bien dice Ignacio en otro sitio, solemos llamar Parlamento.]

"El que no quiera la paz, que levante la mano" . [Capítulo de demagogias varias, y en negritas.]

Dicen aquí que eso sería como dar carta libre a cualquiera a hacer lo mismo, voy y mato a tantos y luego soy independiente.

Que osadía! y qué desprecio a la razón.
[Jajajaja. Esto lo dice por un comentario mío, que decía así: “En Villariba de Enfrente nos hemos hecho independentistas, todos. En este momento estamos reunidos en asamblea para decidir si reivindicamos nuestro derecho como pueblo a través de la lucha armada. Los más optimistas piensan que mil muertos más allá tal vez reconquistemos la ansiada libertad de nuestros abuelos.”]

Matar a 1000 o a 2000 es muy fácil, se puede hacer de un golpe, como el sastrecillo, mantener una "lucha" durante cuarenta años, con todo un entramado social perturbado alrededor no. Para eso hace falta PODER, no querer. [PODER es simplemente el querer de unos cuantos y el mirar para otro lado de otros cuantos. Salvo que considere irrepetible el caso del País Vasco (pero al principio decía que no, que era un fenómeno repetido no sé cuántas veces), es evidente que conceder prebendas a un grupo terrorista por abandonar la violencia después de x años de asesinatos, puede llevar a otros a intentar repetir la fórmula. A mí qué más me da si no duran más que cinco meses, si en esos cinco meses da la casualidad de que ponen una bomba en el autobús de mi hija. Obviamente, no hablo de que dentro de cuarenta años los de Villarriba de Enfrente estemos todavía vivos y reclamando la soberanía perdida, sino de que mañana podemos ponernos a pegar tiros, estimulados por el ejemplo de beneficios de otros nacionalistas luchadores por la libertad de sus pueblos. ¿Dónde está el desprecio a la razón?]

Y claro, la solución de la venganza, eliminarlos a todos, esa robespierada tan civilizada que algunos proponen cíclicamente desde distintos púlpitos [¿dónde, cuándo?] es tan estúpido como la demagogia anterior. Tendrían ETA multiplicada por ocho en tiempo exponencial.

Si España tiene que ser federal que lo sea
[pero si ya lo es], no debería haber drama en ello, nada ha sucedido en el resto de los países que lo son, pero me temo que es el miedo al lobo que conviene sacar. Un País Vasco sin escoltas, sin miedo, sin ETA, es un país que puede tener un vuelco electoral considerable [¿Y? Hay unas leyes, un sistema para tomar decisiones, que se discuten públicamente... y así vamos tirando. El sistema se llama 'democracia' y aunque dicen que lo inventaron los griegos hace más de 2000 años, andamos todavía perfeccionándolo.], tanto que igual resulta que se llevaban una sorpresa, pero claro, que para los que aullan les conviene más el miedo al lobo.

Otra frase para la historia ha sido la de que no han pedido perdón. Es inconcebible tamaña estupidez (sobre la que se fabricó hasta un artículo para ilegalizar un partido), o bien es el triunfo de la lobotomización partidista.
[No hablaría yo de estupidez. Pero en el fondo estoy bastante de acuerdo. Soy de los que piensan que el perdón y el arrepentimiento no son cuestiones que tengan que implicar a los estados ni a las leyes, sino a los individuos, y de forma íntima además. A mi me importa un bledo que un terrorista se arrepienta y pida perdón, como me importa el mismo bledo que una víctima decida perdonar al terrorista que lo dejó lisiado. Eso ni me ata ni me obliga.]

Naturalmente, tampoco han pedido perdón los fascistas ni los asesinos que fueron esquilmando familias en la postguerra, ni han trasladado a los ladrones y los asesinos a vivir a otras ciudades, y los familiares de los muertos tuvieron que seguir viviendo frente al delator o al verdugo, viendo cómo algunos además vivían en su propia casa, o en sus tierras requisadas. Ni ha habido indemnizaciones a los familiares de los muertos. Y hablamos de una guerra civil! [¡Ah! Pensé que no se iba a dar cuenta de la diferencia, pero sí, otra cosa es lo que deduce de esa diferencia, pero en fin...]. Y ahora resulta que estos terroristas tienen que pedir perdón para que los familiares se queden contentos, que si no...no vale. Tamaña demencia infantiloide!Probablemente sea que esten influidos por la Santa Madre Iglesia, que hace poco le pidió perdón a Galileo.

(Ni vencedores ni vencidos, dijo Aznar -que sabe mucho de orgullo-para negociar con ETA...sus emuladores le superan como no podía ser menos).
[Qué obsesión con Aznar el bueno demuestran algunos en estos días.]

En fin, son palos en una rueda que afortunadamente es imparable. [Como metáfora para definir el “pensamiento único” no está mal escogida la imagen].

Decía un amigo, que esto es como el fotomatón, y que algunos iba a salir muy feos. Así és. [Gran verdad]

Ayer fuí al Eroski, a comprar cosas de limpieza, estaba con un par de amigos. Cuando llegamos a la caja, Estrella (maestra, jubilada, de Segovia, residente en BI) traía unas botellas de cava para cada uno. "Para celebrarlo" dijo, y la cajera asintió, "ha sido como si fueran Navidades, todo el mundo se lleva una o varias". [Y después dicen que lo de ETA no tiene nada que ver con Cataluña. Esto lo han tramado los bodegueros, seguro.]

Esperanza, y una gran alegría, por todos, porque no va a haber dolor, no más muertos, nunca más. [Indemostrable. El deseo en el lugar de la realidad, una vez más. Pero yo también hago votos por ello, claro que sí]

Un abrazo Porti, me difumino de nuevo, que todo vuelve a la normalidad.

M.

[OK. Mis mejores deseos, M. Y que viva la normalidad.]

miércoles, 22 de marzo de 2006

Himno

Habida cuenta de que ayer se liquidó de un plumazo la nación española tal y como la conocíamos desde 1812, y consciente de la imperiosa necesidad de nuevos símbolos que tendrá a partir de ahora la nonata Federación de Repúblicas Cuasiibéricas (menos mal que nos queda Portugal), me permito sugerir a los padres de la nueva patria la adopción como himno del que abajo propongo, en el convencimiento de que en su sentido y profundo discurrir de siglos pueden sentirse representados tanto vándalos como suevos, alanos, vascones, vacceos, turdetanos y hasta neandertales. Todo sea por la paz y la concordia perpetuas. Pax Catalana.

lunes, 13 de marzo de 2006

Sirenas

Ulises y las sirenas. Herbert Draper

“Así, pues, todo eso ha quedado cumplido; tú escucha
lo que voy a decir y consérvete un dios su recuerdo.
Lo primero que encuentres en ruta será a las Sirenas,
que a los hombres hechizan venidos allá. Quien incauto
se les llega y escucha su voz, nunca más de regreso
el país de sus padres verá ni a la esposa querida
ni a los tiernos hijuelos que en torno le alegren el alma.
Con su aguda canción las Sirenas lo atraen y le dejan
para siempre en sus prados; la playa está llena de huesos
y de cuerpos marchitos con piel agostada. Tú cruza
sin pararte y obtura con masa de cera melosa
el oído a los tuyos: no escuche ninguno aquel canto;
sólo tú lo podrás escuchar si así quieres, mas antes
han de atarte de manos y pies en la nave ligera.
Que te fijen erguido con cuerdas al palo: en tal guisa
gozarás cuando dejen oír su canción las Sirenas.”

(Odisea. Canto XII, 37-52. Traducción de José Manuel Pabón)


Durante mucho tiempo, James Joyce estuvo contemplando la posibilidad de dedicarse profesionalmente a la música. El gusto por el arte de los sonidos, y en especial por el canto, le venía a Joyce de familia, ya que sus padres fueron cantantes. El escritor se mostró siempre muy orgulloso por la voz de su padre y recordaba cómo, siendo niño, toda la casa retumbaba cuando entonaba “Cuando el bello país polaco”, el aria de tenor de la ópera de Michael William Balfe The Bohemian Girl.

Así que desde niño James Joyce cantaba en casa y acompañaba a sus padres a algunos festivales benéficos y de aficionados, lo cual seguiría haciendo en el Colegio de Clongowes y en reuniones más o menos informales, que se celebraban en casa de algunos amigos. Varias veces estuvo Joyce al borde de convertirse en cantante profesional, y en la mayoría de los casos, si no terminó de dar el salto definitivo no fue por decisión propia, sino forzado por circunstancias que se lo impidieron, básicamente la penuria económica, que le impedía pagar a un profesor de canto. Tuvo muchos en su vida, pero con ninguno trabajó lo suficiente como para sentirse seguro a la hora de afrontar una carrera de tenor. Y la única vez que se le presentó una ocasión ideal para intentarlo la rechazó. Fue en 1904, y Joyce no tenía demasiado claro por entonces lo que quería hacer con su vida. Había tomado unas pocas clases con el mejor profesor de canto de todo Dublín, Benedetto Palmieri, clases que terminaron, como todas, cuando se acabó el dinero para seguir pagándolas. Sin embargo, Luigi Denza, autor de la popularísima Funiculí funiculá, lo oyó en un concierto e hizo un encendido elogio de su voz. Palmieri, que había rechazado tiempo atrás a John McCormack, convertido después en un tenor célebre, no quería que se repitiese el episodio, y ofreció a Joyce darle clases gratis durante tres años, a cambio de un porcentaje de sus ingresos cuando empezase a trabajar profesionalmente como cantante, pero parece que a Joyce se le había pasado en ese momento el ardiente interés que había mostrado siempre por la música y rechazó la oferta, lo cual no fue óbice para que más adelante volviese a considerar la posibilidad de dedicarse profesionalmente al canto.

¿Cuáles eran las cualidades de Joyce como cantante? No lo sabemos con certeza, pues, al menos hasta donde he podido indagar, no han quedado documentos de su arte canoro. Sí nos han quedado los testimonios de sus familiares y amigos más allegados y alguna breve reseña crítica de algún diario. En todos estos casos, se describe la voz de Joyce como no demasiado potente, pero sí dulce y melodiosa. Sin embargo, hay un testimonio contradictorio, que vale la pena traer aquí, ya que proviene de una personalidad musical, independiente y con criterio. Se trata de Philipp Jarnach, secretario y ayudante de Ferruccio Busoni, importante compositor de principios del siglo XX. Joyce coincidió con Jarnach en 1917, en Zúrich, cuando una de las decenas de mudanzas que el escritor hizo a lo largo de su vida, lo llevó hasta una casa en la que Jarnach tenía alquiladas una serie de habitaciones. Jarnach, que solía componer durante toda la mañana, se sorprendió un día cuando oyó cantar a alguien al otro lado de la pared acompañándose por un piano desafinado. Tras varios días en que la situación se repitió, el ayudante de Busoni se dirigió a la habitación de donde provenían esas interminables sesiones de canto e increpó a Joyce acusándolo de que no lo dejaba trabajar. Finalmente, los dos hombres acabarían haciéndose amigos y llegaron a un acuerdo para que Joyce cantase sólo en determinadas horas del día. Pues bien, para Philipp Jarnach la voz de Joyce era poderosa, pero tosca, es decir todo lo contrario del resto de testimonios que conocemos. Partido nulo.

Con respecto a los intereses musicales de Joyce, estos se dirigían fundamentalmente hacia tres sectores de la música vocal:

1) La balada popular, con la que me refiero no sólo a las canciones tradicionales irlandesas y americanas, que también, sino a un tipo de canción melódica y sentimental que se componía por aquella época, habitualmente con acompañamiento de piano.

2) La música antigua. Joyce era un buen conocedor y un gran aficionado a la canción isabelina, y tenía gran aprecio por la obra de John Dowland. De hecho, su canción preferida era Pastime with good company, atribuida al rey Enrique VIII, y algunos de sus planes de profesionalización nacieron a raíz de un proyecto de gira que pensó hacer en 1904 (justo antes del episodio con Palmieri) por Inglaterra con esta música, haciéndose acompañar por un laúd. Para conseguirlo, se dirigió a Arnold Dolmetsch, gran pionero en lo que se refiere a la restauración y copia de instrumentos históricos y a la interpretación de la música antigua con criterios de época. Dolmetsch había fabricado un salterio que le solicitó Yeats, por entonces auténtico héroe de la literatura irlandesa, para ayudarlo a ilustrar sus teorías sobre el recitado de versos, de modo que mientras él pronunciaba sus conferencias, la actriz Florence Farr cantaba poemas acompañándose por el salterio; y Joyce pensaba que Dolmetsch lo ayudaría de igual forma a él, pero se equivocaba. ¿Quién era entonces Joyce? Un laúd era por completo imposible, pero por entre 30 y 60 libras podía alquilar un clavicordio. Esa fue la respuesta de Dolmetsch. Joyce abandonó inmediatamente el proyecto.

3) La ópera. En concreto, Rossini, los belcantistas, Bellini y Donizetti, Verdi, que era su compositor preferido, los veristas, que entonces estaban de moda, Puccini y también algunos compositores franceses, como Bizet o Massenet. Sabemos que, salvo Los maestros cantores, no apreciaba la música de Wagner que según él “apestaba a sexo”. Demostró también escaso interés por la música moderna. Los únicos compositores de entre sus contemporáneos a los que apreciaba eran George Antheil y Ottmar Schoeck, el primero porque llegó a ser amigo suyo, y el segundo porque escuchó una vez una serie de sus lieder con orquesta que le encantaron. “Esto es música escrita para cantar, dijo, y no la de Stravinski.” Al respecto de los gustos musicales de Joyce, hay una anécdota curiosa. En 1902 y 1903, Joyce estudia medicina en París. Allí asiste a una de las primeras representaciones de Pelléas et Mélisande de Debussy, que no le merece el más mínimo comentario en las cartas a su familia. En cambio, se deshace en elogios sobre la voz del tenor Jean de Reszke, que juzgó muy parecida a la de su padre, cantando Pagliacci. O sea, uno de los escritores que revolucionó la literatura moderna era un perfecto y recalcitrante conservador en materia de música. Esto daría por lo menos para otra polémica entre Azúa y Verdú.

Por supuesto, Joyce volcó de una u otra forma todas sus experiencias musicales en sus obras, como no podía ser de otro modo en un escritor cuya literatura tiene un profundo sentido autobiográfico. Desde su primer libro publicado, los poemas de Chamber music hasta Finnegans wake, que él defendió siempre por su musicalidad, hasta el punto de que cuando le preguntaron una vez si con esa obra había pretendido unir literatura y música, respondió: “No, no. Es pura música”. Pero la música también juega un papel destacado en el Retrato del artista adolescente, en los relatos de Dublineses y, por supuesto, en Ulysses, novela que está absolutamente repleta de referencias musicales, y que incluye un capítulo que le está por completo dedicado, el número 11, al que tituló “Sirenas”.

Se trata, sin duda, de uno de los episodios más abstrusos de la novela, y de los que más críticas recibió desde un primer momento, pues no gustó ni a Harriet Shaw Weaver, benefactora del escritor, ni a Ezra Pound, que lo desaprobó por completo en un principio, aunque luego acabó admitiendo su grandeza, limitando su censura sólo a la parte final. Consideraba también Pound que no era necesario usar un estilo diferente para cada capítulo, pero Joyce estaba firmemente convencido de su método. Adució que el capítulo le había llevado cinco meses, y que se entendería al final, cuando el libro estuviera terminado.

La importancia de “Sirenas” descansa en la técnica puramente musical empleada por Joyce, ya que el capítulo está construido según los principios de la fuga. Es justamente esta idea de fusionar música y literatura, pero no en su nivel más superficial (Joyce podría haber usado una línea argumental, como de hecho también hace, pues en el capítulo se escucha música, e incluso recursos de carácter visual), sino en la estructura profunda lo que provoca una gran división de opiniones entre los críticos, aunque la mayoría considera que las ambiciones de Joyce, incardinadas en una tendencia muy de su tiempo de considerar a la música la más excelsa de las artes, iban demasiado lejos y los resultados finales quedan muy por detrás de sus deseos. Pero parece que el escritor no pensaba lo mismo. Una vez, en el entreacto de una representación de La Walkyria a la que había asistido junto a Ottocaro Weiss, a quien acababa de leer fragmentos de “Sirenas”, preguntó a su acompañante: “¿No te parece que los efectos musicales de mis Sirens son mejores que los de Wagner?”. “No”, lo cortó rotundo Weiss, joven wagneriano fervoroso. Joyce se dio media vuelta y se fue. No volvieron a verlo en toda la noche, molesto por que alguien prefiriese la música de Wagner a los efectos musicales de su literatura. Lo cierto es que la escritura de “Sirenas” afectó notablemente al escritor, quien incluso confesó haberse desinteresado de la música a partir de ese momento. Así se lo confesó a su amigo George Borach: “Terminé el capítulo Sirens en los últimos días. Un gran trabajo. Este capítulo lo he escrito utilizando los recursos técnicos de la música. Es una fuga y tiene notaciones musicales: piano, forte, rallentando, y todas las demás. Hay también un quinteto, como en Die Meistersinger, la ópera wagneriana que prefiero... Desde que exploré los recursos y artificios musicales para este capítulo, he perdido todo interés por la música. Yo, el gran enamorado de la música, no puedo escucharla ya. Veo todos los trucos, ya no puedo gustarla”.

“Sirenas” empieza con una introducción (líneas 1 a 78) en que se presentan los motivos que se van a desarrollar en el capítulo. Es como si antes de afrontar la escritura de la fuga, el compositor nos mostrase su sujeto principal. Después van entrando los personajes y los diversos temas, ajustándose, aproximadamente cabría decir, a la técnica musical de la fuga per canonem. En la introducción a su estupenda traducción para Cátedra, Francisco García Tortosa facilita la labor del lector contando detalladamente el argumento de lo que sucede en el capítulo:

Miss Douce, de pelo moreno-rojizo, y Miss Kennedy, rubia, ambas camareras del bar en el hotel Ormond, ven pasar la cabalgata del virrey a través de las cortinillas. Se fijan en alguno de los acompañantes y consideran que los hombres se divierten más que las mujeres. Un botones impertinente, con el que Miss Douce tiene un pequeño altercado, les trae el té. Sentadas en unos taburetes, detrás de la barra, se disponen a tomar el té. Miss Douce, que ha estado en la playa, tiene la piel quemada y Miss Kennedy le propone remedios contra las quemaduras, pero Miss Douce comenta que todos esos remedios no provocan más que erupciones y, además, no quiere volver a la farmacia por no ver al “antigualla de Boyd”. Las dos se ríen; en esos momentos Bloom [protagonista principal de la novela, el Ulises de Dublín] pasa por delante de la tienda de iconos de Bassi, en el escaparate hay figuras de vírgenes. Entra en el bar Lenehan, donde había quedado citado con Boylan. Bloom cruza Essex Bridge y recuerda que le tiene que escribir a Martha. Lenehan intenta coquetear con Miss Kennedy con poco éxito. Bloom continúa caminando y se pregunta dónde podría comer. Hace su aparición en el bar Simon Dedalus, padre de Stephen [el otro gran protagonista, Telémaco], observa que han cambiado de sitio el piano. Miss Douce cuenta que el afinador, el chico ciego al que Bloom ayudó a cruzar la calle [en un capítulo anterior], ha estado allí. Bloom compra papel y sobres para la carta de Martha, ve pasar a Boylan y recuerda que es a las cuatro cuando ha quedado con su mujer [Molly, Penélope que sabe que esa tarde le va a ser infiel]. Simon Dedalus toca en el piano la canción “Adiós, amor, adiós”. Bloom ve en la puerta del hotel Ormond el coche de Boylan, y decide eludir el encuentro, pero Richie Goulding, tío de Stephen al que éste se imagina que visita en el episodio “Proteo”, le saluda y ambos deciden entrar a comer al restaurante del hotel. Las camareras se desviven por Boylan en sonrisas y atenciones. Dan las cuatro y Bloom se pregunta si Boylan habrá olvidado la cita o si pretende hacerse esperar. Lenehan le pide, una vez más, a Miss Douce que restalle la liga en el muslo, ahora, mirando a Boylan, en su honor, deja oír el chasquido de la liga en sus carnes. Tras el estallido de placer sonoro, Boylan abandona el bar y hacen su aparición Ben Dollard y el Padre Cowley (que no es sacerdote), y entablen conversación con Simon Dedalus sobre célebres actuaciones y cantantes del pasado; se acuerdan de los tiempos en que Bloom regentaba una tienda de ropa usada y elogian las opulencias de Molly. Ben Dollard prueba al piano su voz profunda de bajo. Entra George Lidwell y saluda a Miss Douce, que le dice que sus compañeros están dentro. Todos instan a Simon Dedalus a que cante Martha. Desde el restaurante Bloom sigue la canción. La letra toca la fibra nostálgica de Bloom y se ve solo y desamparado. Bloom comienza a escribir la carta para Martha, evitando que su compañero de mesa, Goulding, averigüe la clase de misiva que garabatea detrás del periódico. Ahora es el turno de Ben Dollard, que, acompañado al piano por el Padre Cowley, se arranca con una canción de deslealtad y traición, El zagal rebelde. Un chico que ha perdido a su padre y hermanos en lucha contra los ingleses resuelve sumarse a los rebeldes, pero, primero, decide confesarse. Dentro del confesionario no hay un sacerdote, sino un oficial de caballería del ejército británico, disfrazado. El zagal, tomando como evidencia su propia confesión, es ejecutado. Bloom ha terminado la comida y entre los acordes de la canción triste, entre vasos sucios, restos de comida, camareras y ojos que le observan, sale a la calle más solo y triste que entró. Una vez fuera siente retortijones en la barriga y busca la oportunidad de despacharse de los gases. El capítulo termina con el sonido de un prolongado y ruidoso pedo.

Si copio completo este largo fragmento es para que se aprecie en toda su extensión la forma de actuar de Joyce, su evidente intención de parodiar el mito clásico, de despojar al héroe de todos sus atributos para convertirlo en un pobre hombre que pasea sin rumbo fijo con el objetivo de hacer tiempo y evitar encontrar en su propia casa a su mujer con un amante, cuyo encuentro elude. Toda pretensión de trascendencia, de grandeza épica ha sido aquí abolida. Los personajes son gente de la calle, que hablan de temas intrascendentes, mientras comen, gargajean, se ríen o coquetean de forma indisimulada. Las sirenas son aquí dos camareras, relación que se afianza por la cercanía linguïstica entre “mermaid” (sirena) y “barmaid” (camarera) y por la aparición de unos cigarrillos marca Sirena, y su poder de atracción es puramente físico pues el musical se reduce al chasquido de una liga contra el muslo de una de ellas. Resultan evidentes las connotaciones eróticas, en cualquier caso mucho más vulgares que las derivadas del engañoso canto de las sirenas homéricas. No deja por ello Joyce de invocar el poder sugestivo de la música, en este caso a través de un par de canciones sentimentales, que afectan profundamente el ánimo, ya taciturno, de Leopold Bloom, quien se siente solo y desamparado, como Ulises debió de sentirse atado al palo, imposibilitado de acudir a la llamada de las sirenas. Joyce termina por rematar al héroe y al mito haciendo que su protagonista suelte un rotundo y sonoro pedo: “Pprrpffrrppffff”. Se ha discutido mucho acerca de este final escatológico. Parece verosímil que fuese la respuesta de Joyce al sentimentalismo (así alivia el héroe sus nostalgias), una sensiblería que termina por destrozar magistralmente dos capítulos más allá, con “Nausica”, parodia genial de las novelitas sentimentales inglesas, pero también podría ser una burla de la música o incluso el colofón pretendidamente vulgar y desafiante a un experimento literario que para algunos había llegado ya demasiado lejos.

Cera en los oídos, ligaduras en el cuerpo o ruidosas y pestilentes ventosidades. Todo con tal de mantener alejadas a las embaucadoras sirenas.

(¿Continuará?)

miércoles, 8 de marzo de 2006

Levantaos

Don Manuel Clavero Arévalo acaba de hacer una propuesta para la definición de Andalucía en el Preámbulo del nuevo Estatuto: "El Parlamento de Andalucía declaró a Blas Infante padre de la patria andaluza, las multitudinarias manifestaciones del 4 de diciembre de 1978 y el referéndum del 28 de febrero de 1980 expresaron la voluntad del puebo andaluz de no ser menos que la comunidad que más rango tuviese en España. El artículo 2 de la Constitución reconoce la realidad nacional de Andalucía como nacionalidad".

La fórmula Clavero le parece al PSOE una "aportación interesante". Diego Valderas, coordinador regional de IU, abogó por estudiar cualquier sugerencia que "avance en la identidad nacional de Andalucía". El PP considera cerrada la discusión en el término "nacionalidad histórica", tras el acuerdo alcanzado hace semanas con los socialistas. El PA insiste en cambio en que lo preceptivo es emplear el término "nación". Dio la casualidad de que ayer comparecían en el Parlamento autonómico diversos agentes sociales en el marco de la ronda de consultas convocadas para recabar sus puntos de vistas acerca del proyecto estatutario. Preguntados por la cuestión, el Centro de Estudios Históricos Andaluces y el SOC (Sindicato de Obreros del Campo) se decidieron por el término "nación", mientras que la Coordinadora de ONG apostó por el de "tierra de personas solidarias".

¡Andaluces, levantaos!
(Blas Infante, en el Himno de Andalucía)

domingo, 5 de marzo de 2006

Nihilistas


He visto el periódico en el quiosco, los dos adjetivos con su pizpireta copulativa interpuesta, y he dado un respingo. No por sorpresa, sino porque hoy no tendría más remedio que escribir sobre monseñor Cañizares, y me da mucha pereza. La nada cogidita de la mano del Estado laico, mientras se invoca a la “recta razón” y a la “verdad del hombre”, pero no desde una “concepción confesional”, dice, como dándole vergüenza. La recta razón es la del estado laico, neutro, sin más definición ideológica que la de la democracia y los derechos de los individuos; la verdad del hombre es aquella que vale para todos, luego es intersubjetiva, y sólo representa la ciencia; los mitos, entes sobrenaturales, ficciones sentimentales y fantasías creadoras, aunque puedan resultarnos atractivos y consoladores, tienen su sitio en el interior de cada cual, en el baúl de casa, bajo la almohada, en el armario, allá cada uno y su circunstancia.

Desde aquí se entiende muy bien la alianza, tácita y estratégica, de todas las confesiones. Si en el asunto de las caricaturas de Mahoma hemos visto tantas posturas equidistantes sólo ha sido porque llevamos años soportando reclamaciones por parte de los cristianos de un trato privilegiado para sus creencias. Si diarios conservadores no se han atrevido a condenar en su línea editorial y de forma rotunda la reacción de los islamistas es porque luego no podrían esgrimir la llantina habitual cada vez que un cristo cocinado o una virgen por un pene profanada. Monseñor Cañizares y el ABC están más cerca de los incendiarios de las embajadas que de mí.

Tampoco me ha sorprendido la postura de ciertos intelectuales progres. Es una pena lo del pensamiento que se llama a sí mismo de izquierdas, pero ya está asumido. La polémica de la chirigota de Ceuta ha vuelto a retratar a muchos. La ignorancia, unida al sectarismo y la mentalidad inquisidora, produce monstruos. Zerolo, IU y Moratinos condenando una letrilla de Carnaval. Ignorancia de la historia, del significado del Carnaval, del contexto lingüístico y social en que se desenvuelven las chirigotas, ignorancia del sentido profundo de la palabra ‘libertad’. Por supuesto que esa letrilla sería inaceptable como columna de opinión, en una tertulia televisiva o en un mitin político, pero no en el Carnaval, un tiempo muerto y al margen de la vida cotidiana, cuya esencia se basa justamente en la abolición absoluta de lo ‘sagrado’, en el sentido más hondo de la palabra. Y ahí están, los de siempre, en medio, no criticando a Zerolo por su actitud de ahora, sino por lo que él permitió contra los cristianos en la manifestación aquella, etc., etc., etc. Muy cansado.

Y frente a eso, el coraje cívico, la lucha firme y decidida contra los seres imaginarios y las fantasías medievales instalados en el centro de la plaza pública. Ayer los Ciudadanos de Catalunya dieron el paso decisivo para convertirse en un partido político. Arcadi Espada pronunció uno de los discursos más brillantes y emotivos de los que yo tenga memoria. Acaso todavía haya esperanza.

sábado, 4 de marzo de 2006

Frótolas

Primera página del Harmonice Musices Odhecaton de PetrucciEl 15 de mayo de 1501 el impresor veneciano Ottaviano Petrucci publicó la primera obra enteramente musical con una imprenta de tipos móviles. Se trataba del Harmonice Musices Odhecaton A, un compendio de 96 canciones polifónicas a 3 y 4 voces con categoría de hito absoluto en la historia de la cultura occidental. Petrucci editó también a los grandes polifonistas y laudistas de su tiempo y entre 1504 y 1508 hasta once libros con el título genérico de Frottole, gracias a los cuales hoy tenemos un conocimiento bastante exhaustivo de la frótola, género que floreció en el norte de Italia aproximadamente entre 1480 y 1520 y que habría de ser el antecedente más directo del madrigal renacentista, como bien comenta Alfred Einstein: “La transformación de la frottola, de una canción acompañada con un bajo de soporte y dos voces intermedias de relleno, en una construcción polifónica al estilo del motete con cuatro voces de igual importancia, puede seguirse con tanta facilidad como la transformación de una crisálida en mariposa”.

Pese a las resonancias populares del término, la frótola era un tipo de canción cortesana a 4 voces que Isabella d'Este protegió y fomentó en la corte de Mantua. Hija del duque Ercole I de Ferrara, Isabel de Este había nacido en 1474 y llegó a Mantua en 1490, al contraer matrimonio con el marqués Francesco Gonzaga. Educada según los cánones nobiliarios de la época, Isabella era gran amante de la poesía y de la música, que practicaba cotidianamente, pues tenía fama de buena cantante, además de tocar el laúd y cualquier instrumento de tecla, por lo que podía interpretar canciones ella sola. Es posible que las frótolas pudieran llegar a cantarse a cappella, aunque por el tipo de edición que hizo Petrucci parece que fueron más habituales las interpretaciones con una sola voz superior y un acompañamiento instrumental, bien con un laúd (que tocaría las partes de tenor y bajo, omitiéndose la de contralto) o con un pequeño conjunto. Isabella disponía en la corte mantuana de su propio conjunto que debió acompañarla a ella en muchas ocasiones. Bajo su mecenazgo, el talento de compositores como Marchetto Cara y Bartolomeo Tromboncino se volcó decididamente hacia el género de la frótola.

Cara (c.1465-1525) sirvió en Mantua como compositor, maestro de capilla, cantante y laudista desde 1494 y hasta la fecha de su muerte, y frecuentó la barzelletta, forma poética predilecta de los autores de frótolas, que formaba una ripresa (estribillo), seguida de piedi y mutazioni y una volta que conducía de nuevo a la ripresa. Tromboncino (c.1470-después de 1535) había llegado a Mantua en 1489 y sabemos que en 1502 estaba en Ferrara. Antes, en 1499, había asesinado a su esposa, Antonia, al encontrarla en una habitación a solas con su amante, sin que el hecho le causara especiales enojos judiciales. Isabella d'Este contaba así el suceso por carta a su marido :

Hoy, a las cinco de la tarde aproximadamente, Alfonso Spagnolo vino a notificarme que Tromboncino había matado a su mujer con gran crueldad por haberla encontrado en casa sola en una habitación con Zoanmaria de Triomfo, quien fue visto por Alfonso en la ventana pidiéndole que buscase una escalera; pero oyendo ruido en la casa, [Alfonso] no esperó y entró. Encontró a Tromboncino, que había atacado a su esposa con armas, subiendo las escaleras acompañado por su padre y un niño. A pesar de que él [Alfonso] le reprendió, Tromboncino respondió que tenía el derecho de castigar a su mujer si la hallaba en error, y, no teniendo armas [Alfonso] no pudo detenerlo, de modo que cuando volvió a casa a por armas, ella estaba ya muerta. Zoanmaria, en medio de todo esto, saltó desde la ventana. Tromboncino se retiró entonces a la iglesia de San Bernabé con el padre y el niño.

Por mi parte, quería contar el suceso a Su Excelencia y rogarle que, habiendo tenido una razón legítima para matar a su esposa, y siendo vos de tan buena voluntad y virtud, tengáis piedad de ellos, el padre y el niño también, quienes, por lo que pudo contar Alfonso, no ayudaron a Tromboncino en nada excepto a escapar, pues él fu el único que la hirió y la mató.


Las frótolas solían tener temática amorosa, aunque esto suponía un margen amplísimo para los músicos, que se movían entre las canciones más melancólicas vinculadas al amor cortés y las más ligeras e insinuantes, de contenido plenamente erótico, que a veces rozaban lo pornográfico. Son muy numerosas las grabaciones discográficas que incluyen frótolas, aunque yo citaré únicamente tres, que me parecen de especial interés. En 1981, Paul Van Nevel tomó la Favola di Orfeo, poema de Angelo Poliziano publicado en 1494 en Bolonia, y se dio a la tarea de ajustar música de diversas frótolas al texto poético. El resultado es irregular, con algunos problemas en los cambios de metro. Fue aquella una de las primeras grabaciones del gran director belga con su Huelgas Ensemble para el sello RCA Victor, aunque luego el disco doble sería reeditado por Seon. En 1998, un apenas conocido grupo finlandés, Retrover, dirigido por el violagambista Markus Tapio, grabó en Opus 111 un disco con el significativo título de Barzellette. Contando con la voz de la contralto Annemieke Cantor, los resultados son estimulantes, por la variedad y el buen gusto general de las instrumentaciones. Sin embargo, para mí se llevan la palma las cuatro frótolas incluidas en un disco por completo extraordinario del conjunto francés Doulce Mémoire, Le siècle du Titien, que incluye mucha otra música de Verdelot, Willaert o Cipriano de Rore. De él saqué ya una obra de Marco Cara para los regalos de Reyes y a él vuelvo ahora para este delicioso Quasi sempre avanti di de Tromboncino:

Quasi sempre avanti di
Cant’il gal cucurucu
Par che dica su su su
Torna al gioco e non star piu.

Lo mi sveglio alhora presto
Ricordandomi del gioco
Tolgo i panni e mi rivesto
E ritorno al dolce loco
Ove accesi el moi gran focho
E si dico: amor sei qui!

Alhor veggio la mia donna
Verso me venir ocunda
Et piu assai ch’io non credea
Nel baciarmi suribunda
Lo che in me sol fiamma abunda
Per sfocarmi la baso li.

Cominciam poi a giocare
A la dolce coregiola
Come siam colti di fare
Quando che io la trovo sola
Senza dir una parola
A cio che non siam senti.

Poi ch’el gioco habiam finito
Tra nui facto dolcemente
Ciascun resta sbigotito
E me par suavemente
Di morir alhor presente
Tanto e dolce far cusi.

[Casi siempre que llega el día/ canta el gallo quiquiriquí./ Parece decir: vamos, vamos/ vuelve al juego, no te retrases.// Entonces me levanto deprisa/ acordándome del juego,/ cojo la camisa y me visto/ y vuelvo al dulce sitio/ donde he encendido un gran fuego/ gritando: ¡Amor, estás aquí!// Entonces veo a mi dama/ acercándose feliz/ y más rápido de lo que pueda creerse/ cubriéndome con miles de besos,/ lo que aún me enardece más/ y para calmarme, yo la beso a ella.// Comenzamos después a jugar/ a un dulce juego de niños/ como hacemos siempre/ que la encuentro sola,/ sin decir una palabra,/ para que nadie pueda oírnos.// Y cuando el juego termina,/ tras hacerlo dulcemente/ quedamos los dos exhaustos/ y en ese momento me parece/ que deliciosamente muero/ pues tan dulce es hacerlo así.]


Quasi sempre avanti dí de Bartolomeo Tromboncino. Doulce Mémoire (Astrée)

viernes, 3 de marzo de 2006

Andaluces (y III)

Discurso de la Presidenta del Parlamento de Andalucía. Acto institucional del Día de Andalucía

1. Buenos días, Andalucía.
2. Intentando de corazón no molestar a nadie.
3. Liturgia, del griego 'leiturgos'.
4. Reforma del Estatuto.
5. Un estatuto de autonomía no es un asalto al Estado ni una competición entre las regiones de España.
6. Reforma del Reglamento de la Cámara.
7. "Ciudadana antes que mujer, mujer antes que presidenta".
8. Manual de uso no sexista del lenguaje.
9. El lenguaje es una construcción social, no es un principio científico ni una ley de la naturaleza, por lo tanto se puede cambiar.
10. La lengua española es sexista.
11. Hombre/mujer; mujer de su casa/hombre de su casa; hombre público/mujer pública, etc.
12. Nuestra sensibilidad herida por el peso de tanta injusticia histórica.
13. Una institución formada en pleno siglo XXI por treinta siete hombres y sólo tres mujeres refleja bastante poco a la sociedad contemporánea.
14. Mujeres de luz que iluminen el futuro de Andalucía.
15. Bandera de Blas Infante, pieza museística.
16. Verde esperanza, blanco pureza, verde de los olivos, blanco de los cortijos.
17. Esa clarividencia universalista de todo lo andaluz.
18. Andalucía ambientalista, comprometida con la sostenibilidad.
19. No hay supremacía duradera de ningún color sobre otro. La inmigración. Un proverbio árabe.
20. Felicidades, Andalucía.

Parlamento de Andalucía, 28 de febrero de 2006.

jueves, 2 de marzo de 2006

Andaluces (II)

Decíamos ayer que es el marco físico, la unidad estructural que representan la Penibética y el Atlas africano, el que determina y configura el genio del pueblo andaluz, que históricamente puede detectarse ya en Tartessos, se sobrepone a la vil ocupación púnica para florecer con la Bética romana y supera la depresión goda para expandirse en toda su riqueza con la asimilación del Islam. En eso andaban los andalucistas enfrascados cuando valle del Guadalquivir abajo avanzan imparables las huestes de Fernando III, horror, terror y pavor, de dónde han salido estos bárbaros. Los dos siglos largos que van de la toma de Córdoba (1236) hasta la caída de Granada (1492) determinan que el modelo de gestión aplicado en el valle del Guadalquivir sea radicalmente diferente al que luego será empleado en la Andalucía oriental. Nace así para Clavero la imposición de las dos Andalucías en un intento (una ficción) centralista por quebrar su pujanza y su brillo, pues ya conocemos el adagio de unidad = esplendor, desunión = decadencia. La creación de cuatro reinos en las tierras conquistadas (Jaén, Granada, Córdoba y Sevilla) supuso en la práctica la destrucción de la unidad, de forma que “Andalucía no recuperó su personalidad y unidad política territorial hasta el Real Decreto-Ley 27 de abril de 1978”.

Pero con ser grave el desaguisado que el invasor castellano cometió contra el territorio andaluz, peor fue lo de la población, y aquí es cuando los andalucistas se ponen muy nerviosos, pues todo el mundo sabe que el modelo repoblador del valle del Guadalquivir supuso la sustitución de la población autóctona por colonos traídos de Castilla. Como reconoce Clavero, sólo individuos aislados o grupos muy pequeños se salvaron de la deportación. ¿Y el genio andaluz? ¿Qué paso con él? En principio, no habría razón alguna para temer nada, ya que si es el marco físico el que lo forma y lo determina, cabría esperar que los nuevos habitantes acabarían representándolo con igual dignidad que los antiguos, el medio los convertiría en perfectos andaluces, pero claro, quién renuncia así como así a Tartessos, la Bética y Al Andalus. Y aquí es donde el delirio de Blas Infante alcanza sus cotas más desaforadas. Así lo cita Clavero: “El principio de la barbarie germánica ha triunfado aparentemente pero los pueblos andaluces rurales quedan ahí, plenos de raza pura, mientras que las ciudades se llenan de gente extraña. Andalucía no se fue. Sus pueblos rurales [están] constituidos por los moriscos sumisos de conversión anterior y lejana a la época de cristianos viejos; por los moriscos que retornaron de la forzosa emigración, refugiándose en tierras y campos. Son inconfundibles, campesinos sin campos. Son los flamencos (felag-mengu, campesino-expulsado)”. Ya en su época, todos los lingüistas y los folcloristas rechazaron la etimología infantiana de ‘flamenco’, un disparate descomunal, que no debería merecer la más mínima atención de nadie. Es lo característico del nacionalismo: Infante retuerce los hechos para que quepan en su previo esquema mental. Como no era posible que la Andalucía eterna desapareciera así como así, la hace refugiarse en los moriscos de los pueblos (curiosamente, Cuenca Toribio, historiador andalucista, dice que son las ciudades las que mejor han preservado el espíritu andaluz) y llegar a la edad contemporánea perfectamente identificada con la figura del jornalero, que no representa otra cosa que la raza mora vencida, que canta sin descanso su tragedia a través de un treno desesperado: el cante jondo. “El jornalero, ni ríe cuando ríe, ni llora cuando llora. Sin embargo, no pasa día sin que aún venga a ser o a recordar lo que fue o a contar su historia. Es cuando dice, sin saber lo que dice, sin que nadie entienda lo que dice... una terrible, una lúgubre melodía que tiembla en sus labios exangües, que contorsiona su cuerpo y que descompone en gesto trágico las líneas de su semblante. Es lo felag-mengu. ¡Cante jondo! Ya veréis, si vive o no Andalucía.”

Si, como dice Clavero, Andalucía no recupera su personalidad y su libertad hasta 1978 largo y duro es el camino. Así que entre medias los andalucistas se entretienen con episodios como el de 1641 cuando el duque de Medina-Sidonia y el marqués de Ayamonte encabezan un movimiento nobiliario para conseguir la secesión de los cuatro reinos andaluces del resto de los de Castilla. Se trata, como han analizado todos los historiadores medianamente serios, de un intento de medrar movido por la ambición personal, aprovechando la situación que se vivía en Portugal (donde la hermana del duque, doña Luisa de Guzmán, acababa de convertirse en reina) y Cataluña. Y a Clavero eso le duele: “Realmente produce tristeza que una acción de tanta gravedad y trascendencia para España y para Andalucía se intentara tan sólo por los móviles tan mezquinos como los que nos narra Domínguez Ortiz y que no se tuvieran en cuenta otros que, aún insuficientes para una acción secesionista, defendieran más los intereses de Andalucía, la posibilidad de redimir al pueblo andaluz de la miseria o la búsqueda de una España unida con Portugal, Andalucía y Cataluña por lazos federales...”. Lo que produce verdadera tristeza es la estulticia solemne que se demuestra en un párrafo como éste. Pero no muy convencido todavía, Clavero continúa: tenía que haber algo más que el mero interés, y usa la confesión del duque al rey (cuando su intento fracasa y pide clemencia), en la que se describen los planes de la rebelión, que se llevaría a cabo con el apoyo extranjero, y cómo, para ganarse a la mayor parte de la población, se ofrecería la liberación de los tributos por ciudades y villas, y termina así: “La plata de los galeones se dividiría en cuatro partes: una para Francia, otra para Holanda, otra para Portugal y otra para mí”. Y, sorprendentemente, ante esta confesión explícita de las intenciones de latrocinio, Clavero ¡aún sostiene que los planes de secesión pueden entenderse en parte como un intento de forzar el federalismo!

En 1812, las Cortes de Cádiz crean la nación política española, la única existente (pues los españoles tampoco somos tales en esencia), un acto de enorme trascendencia en el mundo, pues debe recordarse que la revolución liberal española es la tercera de la historia (tras la americana y la francesa). Repuesto el autoritarismo de Fernando VII por dos veces, en 1833, a su muerte, la nación española recupera la soberanía apuntada en 1812. Fue justamente en aquel año emblemático cuando el ministro de Fomento, el granadino Javier de Burgos iba a trazar la división provincial de España. Los cuatro reinos del sur se iban a convertir en ocho provincias, que son meras circunscripciones territoriales. Es ahí, justo por ese acto político y administrativo, cuando nace Andalucía, transformada luego por el Estatuto de 1981, dentro de la Constitución del 78, en una comunidad autónoma, que se ajusta territorialmente de forma exacta a los límites trazados en 1833. Me parece un esfuerzo baldío abundar en la aparición del andalucismo en la segunda mitad del siglo XIX, con la famosa Constitución de Antequera de 1883, que no fue sino un documento elaborado por un minúsculo partido (Partido Republicano Demócrata Federal) inspirado en Pi i Margall y su resurgir en los años 10 del siglo XX, con la obra de Blas Infante y la Asamblea de Ronda de 1918, hasta el fracasado intento de consensuar un estatuto con la Segunda República. Nada nuevo tendría que decir: palabrería vacua y mitos resobados una y otra vez. Como es bien sabido, Blas Infante sería asesinado en los primeros días de la Guerra Civil, una muerte tan cruel, injusta e innecesaria como la de tantos otros, que acabaría por mitificar su figura hasta el punto de convertirlo en un mártir de la causa andalucista y, gracias a eso, ser elevado a los altares de la política alumbrada en 1978, cuando, por el Estatuto vigente, toda Andalucía se convirtió oficialmente en andalucista.

Afirma Clavero en su libro que para poder hablar de un pueblo andaluz tiene que haber algo que caracterice esencialmente a los andaluces y los diferencie de los no andaluces, y dedica todo su esfuerzo (como antes lo hicieron Infante y el resto de andalucistas) en buscar qué puede ser eso. Yo tengo la respuesta: nada. El pueblo andaluz no existe en esencia, se funda a través de un acto político. No existe un carácter andaluz ni un habla andaluza ni una cultura andaluza (como puede comprobar cualquiera que viaje por Andalucía). La de andaluz es una categoría política, y en el momento de la historia en que estamos no debería aspirar a ser otra cosa. Curiosamente, el artículo 8 del Estatuto vigente lo define a la perfección: “A los efectos del presente Estatuto, gozan de la condición política de andaluces los ciudadanos españoles que, de acuerdo con las leyes generales del Estado, tengan vecindad administrativa en cualquiera de los municipios de Andalucía”. Eso es todo. En El nacionalismo. Una ideología (Tecnos, 2005), afirma Alfredo Cruz Prados: “El nacionalismo, a la hora de caracterizar la nación, se ve obligado a llevar a cabo numerosas opciones. Tiene que optar por unos rasgos sobre otros, en función de cuáles sean más diferenciadores respecto del entorno. Tiene que decidirse por progresar en unas diferencias y retroceder, por ello mismo, en otras. Y tiene que optar por desconocer o, al menos, considerar irrelevantes algunas diferencias existentes entre los mismos miembros de la nación. Para que la definición de la identidad nacional –elaborada fundamentalmente con los factores que la diferencian del entorno– sea universalmente válida en todo el ámbito de la nación, es preciso convertir en imperceptibles o carentes de importancia identitaria aquellas diferencias internas que pudieran cuestionar la universal aplicabilidad de esa definición. [...Por lo que] la definición nacionalista de la nación es una definición puramente estratégica. Qué rasgos o factores se privilegian como notas definidoras de la nación depende de cómo se encuentre caracterizado el entorno contra el que se dirige el nacionalismo en cuestión”. Y esa es la pura realidad del nacionalismo: una tautología (la nación existe porque su esencia se define por los rasgos que yo previamente he escogido para que pueda ser distinta de la nación que tengo al lado) siempre dirigida contra otra. Así que fobia al nacionalismo. También.

miércoles, 1 de marzo de 2006

Andaluces

La historia ha reconocido la figura de Blas Infante como padre de la patria andaluza e ilustre precursor de la lucha por la consecución del autogobierno que hoy representa el Estatuto de Autonomía para Andalucía.

Blas Infante, con las Juntas Liberalistas que él creara, se coloca en la vanguardia del andalucismo al luchar incansablemente por recuperar la identidad del pueblo andaluz; por conseguir una Andalucía libre y solidaria en el marco irrenunciable de la unidad de los pueblos de España; por reivindicar el derecho de todos los andaluces a la autonomía y a la posibilidad de decidir su futuro.

El Estatuto de Autonomía se ha logrado gracias a la aportación inestimable del pueblo andaluz que, en conjunto, ha desempeñado su protagonismo indiscutible en la recuperación de su identidad.


(Preámbulo al Estatuto de Autonomía para Andalucía, aprobado por referéndum popular el 20 de octubre de 1981; ratificado por el Congreso de los Diputados el 17 de diciembre de 1981 y por el Senado el 23 de diciembre de 1981; sancionado por Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I el 30 de diciembre de 1981; publicado en el Boletín Oficial del Estado, número 9, de 11 de enero de 1982; publicado en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, número 2, de 1 de febrero de 1982)

Qué decir de este monumento a la estulticia. Que en sólo tres párrafos se puedan encadenar tal cantidad de tópicos y de bobadas (desde ese impagable “la historia ha reconocido”, hasta el memorable la “recuperación de su identidad”) podría causarnos vergüenza ajena o una incontenible tendencia a la carcajada si no estuviera contenido en la norma jurídica básica de la comunidad autónoma andaluza.

¿Cuál es esa identidad que los andaluces recuperamos gracias a la lucha incansable de Blas Infante y a “nuestra inestimable aportación, en conjunto (desde luego)”, se preguntarán ustedes? Como habrán intuido, es una identidad que viene de lejos, de muy lejos, que ha sobrevivido a todas las contingencias históricas, manteniendo inalterable la esencia de un pueblo, el andaluz, que se cuenta entre los más extraordinarios que hayan poblado jamás el universo. Ya está. Tartessos, pensarán muchos. ¡Quiá! ¡Tartessos es de una modernidad del todo punto inaceptable para fundamentar las raíces de lo andaluz! Infante se remonta más atrás aún. ¿El Argar? ¡Ja! ¡El Argar! Antes de ayer mismo, como quien dice. ¡El neandertal de Gibraltar, el hombre de Orce! Que no, que no, que se equivocan ustedes, que Blas Infante ha descubierto la esencia de lo andaluz mucho más atrás, en el tiempo en que el primer mamífero ni siquiera se había puesto en pie, en la era secundaria nada menos, cuando la Penibética formaba con África una unidad hasta el Atlas. Es esa una unidad natural, que, por ser natural, ni se ha roto ni puede romperse. Los conocimientos geológicos del padre de la patria andaluza eran, como puede comprobarse, de una profundidad esclarecedora. Pues nada. Saquemos nuestras propias conclusiones del descubrimiento: Andalucía es una unidad de destino en lo geológico.

Nací en un pueblo de la Sierra Norte de Sevilla. Como mi madre era natural de una localidad del sur de Badajoz, mis primeros viajes de la infancia se dirigieron más hacia el norte que hacia el sur. Recuerdo que la primera vez que visité Sevilla, la capital, me sorprendió lo raro que hablaba la gente, era un habla por completo diferente a la de mi pueblo, que se parecía muchísimo más a la que yo había conocido también en el pueblo de mi madre o en el de algún pueblo del norte de la provincia de Córdoba, donde vivía una tía. Por lo demás, más allá de su naturaleza urbana, no descubrí nada en Sevilla, ninguna esencia, ningún genio particular, que yo no hubiera visto ya en las gentes de la sierra. Pero en esto llegó la autonomía. Yo estaba en algún curso de la segunda etapa de la EGB cuando empezó a discutirse sobre el proceso, y de pronto los maestros nos enseñaron que, aunque nadie nos lo hubiera dicho hasta ese momento, nosotros éramos andaluces y hablábamos andaluz, que nuestras raíces se asentaban en el mismo lugar que la de los almerienses y los granadinos y eran por completo distintas de las de los extremeños. Fue un descubrimiento bestial, del que creo que todavía no me he recuperado.

Investigando, descubrí que aquello que decía Blas Infante de la geología no era ninguna tontería. Andalucía se levantaba en un marco físico excepcional, en una situación geográfica “única en España, única en Europa y única en el mundo” (El ser andaluz, Manuel Clavero Arévalo, 1983, ampliado y reeditado en 2005 por la editorial cordobesa Almuzara ). Siguiendo a Clavero, entendí que Andalucía llevaba luchando desde tiempo inmemorial por su unidad perdida, que si en lo geográfico viene de la era secundaria (y es una unidad imposible de romper, ya que es natural), en el terreno histórico tiene unos orígenes que en ningún otro pueblo pueden ser “tan apasionantes y bellos”: Tartessos. ¡La gallina! Dice Clavero, que “algunos con el fin de quitar importancia a Tartessos como precedente egregio para la actual Andalucía, han lanzado la especie de que Tartessos fue una ciudad pero no un territorio que pudiera identificarse con el de nuestras ocho provincias actuales”. ¡Malvados! Ningunear de esa forma a la patria. Pero de eso nada, pues ya nos advierte él de que “las teorías sobre el origen no indígena de la cultura tartesia no es [sic] ni siquiera sostenible [sic], a pesar de su inclusión dentro del mundo de las colonizaciones mediterráneas” (perdón por la sintaxis, pero don Manuel estaba muy preocupado con el café cuando perpetró esta frase). Lo “verdaderamente importante para los andaluces [es] que muchos siglos antes del nacimiento de Cristo, el territorio que hoy es Andalucía, estaba regido por una monarquía de carácter autóctono a la que se vincula la primera gran civilización de Occidente”. Y termina: “Pocos pueblos podrán esgrimir para sus orígenes un esplendor semejante”. No me cabe la menor duda.

Como cualquier aficionado a la historia antigua sabe bien, la existencia de un reino llamado Tartessos que coincidiera (más o menos) con lo que hoy es Andalucía está siendo cada vez más cuestionada. Las últimas excavaciones en el cerro del Carambolo de Sevilla parece que han supuesto un jarro de agua fría para el esplendor originario de lo andaluz, pues los restos (tesoro incluido) parecen ser de origen fenicio, y las últimas teorías apuntan a que lo que se llama tartésico no es sino la mezcla del aporte de los innumerables viajeros de procedencia oriental que visitaron el sur de España al menos desde el final del segundo milenio antes de Cristo, hasta el punto de que resulta ridículo hablar de elementos autóctonos y elementos foráneos, pues éstos son por completo indistinguibles. Una pena. Era un principio ciertamente bello y esperanzador para un pueblo.

A los andalucistas (y Clavero no es una excepción) no terminan de caerles demasiado bien los cartagineses, que vinieron a fastidiar a los pacíficos andaluces primitivos hasta acabar destruyendo su unidad política (¡malos!). Esto pasó, sin duda, porque los andaluces de entonces (es decir, los tartesios) “no fueron un pueblo guerrero, no fueron gentes belicistas, dejando estas tareas en manos de mercenarios celtas o celtíberos”, carácter que van a conservar por supuesto los andaluces de las siguientes generaciones hasta hoy mismo, pues la del pacifismo es una de nuestras esencias básicas como pueblo.

Total, que al llegar los cartagineses se rompe la unidad de la patria, que entra en un período de decadencia del que nos libran los romanos, quienes recuperan, “no por capricho”, dice Clavero con perspicacia, la unidad territorial de Andalucía con la creación de la Bética, pues como cualquiera puede comprobar comparando este mapa con uno de la España autonómica, la Bética ocupaba con exacta precisión de topógrafo el territorio de la actual Andalucía. Además, y reconozco que esto es una obviedad, la Bética era una de las regiones más cultas de todo el Imperio romano y sin duda la más activa de las provincias hispánicas, lo cual no fue suficiente para evitar la invasión de los bárbaros, una invasión que afectó a todo el Imperio (no vayan a creer) y volvió a provocar la disgregación de la unidad andaluza y con ello su declive. Como pasaba con los cartagineses, parece que los godos tampoco cumplían con el perfil del andaluz tipo, y por eso mejor pasar de puntillas por los dos siglos largos de su presencia en suelo hispano. No obstante, bien pueden servirnos para confirmar una regla histórica, que se ha cumplido siempre de forma inexorable: la unidad de Andalucía coincide con sus momentos de grandeza; la división de su territorio, con la decadencia. Y eso es lo que pasa justo con los godos, que fueron, estos sí, auténticos extranjeros en la acogedora y mesozoica tierra andaluza.

La gloriosa invasión musulmana (luego iremos con ella, no fue invasión, sino asimilación) de principios del sigo VIII quedaba algo lejos, y eso obviamente ponía en peligro la continuidad de la esencia histórica del andalucismo. Algo había que hacer, así que sin cortarse un pelo, los andalucistas toman a San Hermenegildo y lo convierten en un autonomista de raza. No, no se rían. Lean, lean: “Ocultos tras la pantalla religiosa, latían con fuerza, dice Cuenca Toribio, los intereses autonomistas de la antigua aristocracia hispano-romana, secundada, con probabilidad, por nobles godos, mal adaptados a la nueva situación centralizadora. Estalló [pues] la guerra dura y larga entre Leovigildo, el rey centralista y arriano, y Hermengildo, el rey católico de la Bética”. Como se sabe, la guerra la ganó Leovigildo, pero, según Clavero, en realidad, como ocurre tantas veces en la historia, la perdió, pues su intento por imponer sus concepciones centralistas se saldaron con un rotundo fracaso.

Y en estas, llegó Tarik, y los andaluces, hartos de la opresión centralista, acogieron con satisfacción a quienes habrían de hacerles recobrar la fuerza, el vigor y el esplendor de la unidad perdida. Clavero tarda algunas páginas en reconocer que Al Andalus “excedió con mucho [el territorio] del que actualmente es Andalucía”, pero eso no importa, ya que ese territorio original fue reduciéndose hasta coincidir durante mucho tiempo casi con la actual Andalucía, y cuando se redujo tanto que sólo quedó el reino de Granada dejó de llamarse Al Andalus, para convertirse en el reino nazarí. Por supuesto, durante la existencia de Al Andalus se cumple rigurosamente la regla histórica que ya conocemos: unidad es igual a magnificencia; desunión, igual a decadencia. Y la época de la unidad y de la magnificencia es, por encima de cualquier otra, la del Califato de Córdoba. De qué forma Clavero consigue saltar sobre el hecho de que durante el Califato Al Andalus no era Andalucía y que es justamente en la etapa de su decadencia cuando el territorio de Al Andalus se acerca más al de la actual comunidad autónoma, no me lo pregunten porque es algo que se me escapa.

En cualquier caso, cometería yo un delito de lesa traición a la patria si no dedicara algunas líneas más a explicar cómo la esencia de lo andaluz se manifiesta de forma reluciente en la cultura hispanomusulmana, aunque para eso lo mejor es recurrir a nuestro padre, a Blas Infante, que para eso lo tenemos. Por supuesto, está el hecho incontestable de que los andaluces se levantan a favor de Tarik y sus hombres (esto lo dice en un libro titulado La verdad sobre el complot de Tablada y el estado Libre de Andalucía, que publicó en 1932), por lo que no puede hablarse de conquista (la conquista es la otra, la de los cristianos, que traería a nuestra tierra siglos de desgracias continuadas). Para Blas Infante, el genio andaluz es capaz de imponerse al carácter rudo de los hombres del norte de África, creando una síntesis gloriosa de tolerancia y libertad: Al Andalus era una “lámpara única encendida en la noche del Medievo”. Andalucía era entonces libre, ahora es esclava (es el ahora de Blas Infante cuando pronuncia la conferencia que en 1919 se convertirá en El Ideal andaluz, pues en el ahora de ahora mismo vuelve a ser libre, bajo el régimen chavista). Andalucía era un paraíso de la cultura, la tolerancia, la libertad y la riqueza, en la nación se había instalado un “bienestar general que permitía ir a caballo a todo el mundo en lugar de ir a pie”. ¡Qué hermosa imagen la de la sociedad andaluza a caballo! Esa convivencia de siglos define a la perfección el genio andaluz y marca las características de su nacionalismo, que es ¡antibelicista, acogedor, antirregionalista y antinacionalista!, como refleja la celebérrima divisa de nuestro escudo: “Andalucía por sí, para España y la Humanidad”. Y luego lo deja todo bien clarito: “Hay que aprovechar esos períodos libres [se refiere a Al Andalus, evidentemente] para reencontrar el río de la genialidad, fuerzas sociales culturales, para hacer del hombre andaluz, hombre de luz, como lo fue antaño, cuando fue capaz de crear un foco cultural como Tartessos e inundó el mundo occidental con la sabiduría de Al Andalus”.

Por supuesto, esto significa que Andalucía no es Europa (ya lo sabíamos, desde el mesozoico al menos), la Andalucía auténtica es extraña a esa España europeizada por los cristianos. “Nosotros no podemos, no queremos, no llegaremos jamás a ser europeos [uf, casi lo consigue]... Pero jamás hemos dejado de ser lo que somos de verdad: esto es, andaluces, euro-africanos, euro-orientales, hombres universalistas, síntesis armónicas de hombres”. Y sigue luego: “¡Europa, no; Andalucía! Europa es por su método, la especialización que convierte al individuo en pieza de máquina. Andalucía por el suyo, es la integridad que apercibe al individuo como un mundo completo ordenado al mundo creador. Europa es el individuo para la masa. Andalucía, el individuo para la Humanidad. Europa es el feudalismo territorial e industrial, Andalucía, el individualismo libertario que siente el comunismo humano, evolutivo, único comunismo indestructible por ser natural, el que añoraron todos los taumaturgos; aquel que tiene un alma en la aspiración, que cada individuo llegue en sí a intensificar, de crear por sí, pero no para sí, sino para dárselo a los demás. Ese único comunismo posible que no puede llegar a crearse por artificio maquinista, sino por la alegría y por el espíritu que la alegría viene a crear. Europa es el empaque dominador megalómano, rabiosamente utilitario. Andalucía es, como decía no sé quién, como son sus casas de apariencia humilde, con patios, jardines centrados por fuentes; sencillez por fuera; iluminación por dentro”. No entiendo cómo se pueden escribir tantas tonterías seguidas y seguir conservando un gramo de prestigio intelectual. (Al menos, Andalucía no tiene de padre de la patria a un racista. Cierto. Al menos.)

En definitiva, que el genio andaluz (“exaltación imaginativa con vehemencia y repentismo, psicología optimista y atractivo de la belleza de un medio risueño”), fundamentado en un optimismo de raíz griega, acaba imponiéndose, como acabamos de ver, a la naturaleza de lo árabe. “De esta manera, Andalucía fue el refugio del genio griego durante la barbarie medieval en el resto del mundo” (El Ideal andaluz). Pero esa barbarie también acabaría alcanzándola en forma de cruel conquista cristiana... [Continuará]