Catarsis
Paso de la retórica barroca de Biber en el violín ágil pero no siempre vigoroso de Pavlo Beznosiuk al universo singularísimo de Giacinto Scelsi en los arcos siempre excitados y tremendistas de los Arditti, y todo ello mientras leo, entre incrédulo y apesadumbrado, la prensa en la pantalla del ordenador.
Scelsi merece sin duda pasar a la historia como uno de los creadores verdaderamente revolucionarios de la música del siglo XX. Más allá de esa orla de extravagancia y exclusivismo con que supo ataviarse, aristócrata retirado en su mansión romana, que no se dejaba entrevistar ni fotografiar, más allá de ese personaje inexpugnable, concienzuda y altivamente construido, tan a propósito para un reportaje de dominical a todo color de los que supuestamente aborrecía, queda el minucioso forjador de una obra sin precedentes ni consecuentes conocidos, que se plasma en una búsqueda dramática que llenó casi toda su vida, la de la esfericidad del sonido: "El sonido es esférico, pero escuchándolo, nos parece que posea sólo dos dimensiones: altura y duración. La tercera dimensión, la profundidad, sabemos que existe, pero en un cierto sentido se nos escapa. Los armónicos superiores e inferiores, que son los que menos se oyen, nos dan a veces la impresión de conformar un sonido más vasto, complejo que el de la duración o la altura, aunque nos es difícil percibir su auténtica complejidad. En pintura se cuenta con la perspectiva que da la impresión de profundidad, pero en música, hasta el presente, a pesar de todas las experiencias estereofónicas, no se ha conseguido escapar a las dos dimensiones, duración y altura, ni ofrecer la impresión de la real dimensión esférica del sonido".
Antes de eso están por supuesto sus viajes a la India, su matrimonio con una joven miembro de la realeza británica, su separación y su célebre crisis de personalidad, a la que sólo sobrevivieron dos obras, entre ellas el poderoso, descomunal Cuarteto nº1, escrito aún en el lenguaje de la más reconocible tradición. Después de pasarse cinco años tocando diariamente durante horas una única nota en el piano, como nos cuentan sus exégetas más proclives al sensacionalismo y a la meditación oriental, el conde d'Ayala Valva superó su depresión convertido en un hombre (en un músico) nuevo. Desde ese momento (1952) y hasta su muerte, treinta y seis años después, dedicó su existencia a una búsqueda artística incesante, que le permitió crear una música pretendidamente mística y trascendente ("No soy un compositor, porque ser compositor significa unir una cosa con otra. [...] Yo proyecto imágenes en la materia sonora"), estática y extática. Uno puede escuchar pasajes completos de Khoom, de Pranam II, de Aion, de las Quattro pezzi o del Trío de cuerdas sin que pase absolutamente nada, hasta que de pronto hay algo que te atrapa, como en un raga hindú (y la comparación no es ociosa), que gira en torno a ti una y otra vez sin dejarte escapar, clavado ante ese despliegue de glissandi, de microtonos, de fluctuaciones minúsculas que causan sensación de plenitud, de tiempo estancado, en el que uno se sumerge para olvidarse de todo (hasta de la directora de la Biblioteca Nacional). Es la liberación, la catarsis, que pregona el último movimiento, hipnótico, omnicomprensivo, del mágico Cuarteto de cuerdas nº3.
Con esta música, inconfundible y absolutamente única, Scelsi consiguió la liberación que buscaba, sobreponiéndose incluso a la leyenda que creó en torno a su persona y que a veces amenaza con convertirlo en un esperpéntico personaje del más barato y despreciable orientalismo novelesco. Y es que fue embebido por el espíritu del budismo tántrico como pasó sus últimos años este excéntrico encantador de serpientes, que llegó incluso a predecir la fecha de su muerte: “Cuando los ocho coincidan en el calendario, dejaré este mundo”. La Parca, desdeñosa, lo desmintió por unas pocas horas: falleció en la madrugada del 9 de agosto de 1988.
8 comentarios:
Asombra el amor que por don Giacinto nos muestras. Profundo conocimiento del autor y de su compleja, atormentada y a veces atormentante obra.
Lo que gentilmente denominas como “crisis de identidad” y “depresión” fue -en realidad, que no contradicción- largo período de estancia en un psiquiátrico donde debió empezar a pergeñar las excelsas torturas que a sus intérpretes dedicó en sus obras, sirva de muestra su chef-d’oeuvre: Uaxuctum –con subtítulo tan largo cual la misma obra.
Fue en Antigua (Guatemala) poco después de visitar las ruinas de las ciudades mayas Tikal y Uaxactún –Notarás la diferencia en la ortografía-, cuando conocí la obra.
Dice el autor que pretende describir el ocaso de la civilización Maya. Desde luego evoca, sin lugar a dudas, el ocaso de una civilización, pero… ¿de cual?. El elenco de intérpretes e instrumentos, para los que fue escrita, parece más propio de una banda instrumental de bidones jamaicana.
Debo reconocer que me sobrepasó y que me sobrepasa. No me llega, o probablemente…. ¡No le llego!
Desde el mayor respeto, generado al leerte un par de veces, déjame discrepar reverencialmente.
Felicidades para el año que ya es.
Egonauta
Lo del psiquiátrico es un episodio oscuro, aunque mis noticias son que Scelsi no estuvo demasiado tiempo en ningún centro de esas características. Seguramente no será tan fácil de saber, pues él mismo se encargó de despistar a posibles críticos y biógrafos falseando noticias y fechas.
Con respecto a su música, independientemente de que llegue más o menos (entiendo perfectamente que no llegue), lo que resulta indudable es su originalidad, acida de unos planteamientos absolutamente diferentes a los que planteaba la vanguardia de los años 60 y 70.
Felicidades para ti.
No me gusta Scelsi. No le soporto, de hecho. No he escuchado sus cuartetos de cuerda, pero lo que he escuchado suyo de música de cámara, las Quattro Pezzi (especialmente éstas), Uaxactum... me resultan insoportables. A mi juicio Scelsi sí cayó en ese pseudo-orientalismo, y su música no me convence lo más mínimo.
Cuando posteriormente me enteré de su forma de trabajar, caló en mí también, debo reconocerlo, un prejuicio bastante importante sobre él. El prejuicio de un aficionado (la elección de esta palabra ya dice bastante) jugando a ser Artista, de un aristócrata (también dice mucho) metido a Profeta. Y creo que me va a resultar difícil abandonar ese prejuicio a la hora de escuchar su música. Que por otra parte, también me parece demasiado necesitada del auxilio de los intérpretes para funcionar. Pero también ésto forma parte de mis prejuicios hacia él.
Abrazos,
Er Opi.
Haga un esfuerzo, Opi, escuche los cuartetos, y luego me cuenta...
A mí me envió un disco nuestro profeta particular del compositor, el impar JBF. Bajo la influencia de su palabrería entusiasta debo decir que me gustó, me estimuló, me interesó su música (aunque también que no he vuelto a ponerla).
Uaxuctum, en concreto, me pareció... narrativa, muy literaria. Casi como un poema sinfónico de Strauss. No creo que el conde lo hubiera querido, pero eso fue lo que me llegó.
Los procedimientos de aficionado, la supuesta mediación del secretario ¿no estaban desmentidos?
Lo del secretario no se lo creía ni él. En cuanto al amateurismo, ¿qué fueron Kafka y Pessoa, entre muchos otros, sino escritores aficionados?
Escucharé los cuartetos, pues, me fio de su criterio.
Sobre los procedimientos de aficionado, no hablaba de los que comentaba JBF, que no sé qué credibilidad tendrán, sino los que me ha comentado un compositor que le conoció. Y por eso decía que es un prejuicio mío sobre el tema, que soy consciente de ello.
Pero nada, volveré a darle otra oportunidad, a ver qué tal.
Abrazos,
Er Opi.
Stefano Russomano escribe hoy en el ABC Cultural un articulo sobre Scelsi. Sorprendentemente, los culturales de ABC son incluidos en la web del periódico con notable retraso. Así que en su momento pondré el link (si me acuerdo)
Publicar un comentario