Gatos
Gato
"Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre." (Víctor Hugo)
Mi gato se llamaba Perico, y era un gato callejero, corriente, muy parecido al de la foto, aunque con un pequeño corte triangular en una de sus orejas, ya no recuerdo cuál. Ni recuerdo tampoco cómo llegó a casa, a la vieja casa del pueblo, sólo que se ganó el derecho a entrar en ella, a comer de nuestras manos, a sentarse en el mejor sillón de la salita... hasta que llegaba mi padre, por el que sentía un respeto reverencial. Cuántas veces no le habré cambiado yo el sillón por una silla, y bastaba que me levantase a hacer cualquier cosa para que él volviese con la naturalidad, la majestuosidad y la displicencia que sólo tienen los gatos al que consideraba por derecho su asiento.
Perico era inteligente como todos los gatos, independiente como todos los gatos, ágil y hermoso como todos los gatos, pero además era mi gato, aunque él no lo entendiera así. De hecho, salía y entraba constantemente y apenas de cuando en cuando se quedaba a dormir entre las cajas de cartón de la carbonera. Y, sin embargo, era mi gato. Hasta entonces (yo tendría 11 años cuando Perico nos adoptó), los gatos eran para mí unas sombras que se paseaban furtivamente por los tejados, a las que en las noches de primavera escuchaba maullar, cuyos movimientos vigilaba a menudo desde la terraza, junto al barreño de latón en el que me bañaba en las tardes calurosas de verano. Recuerdo perfectamente la mañana en que descubrí sobre la cama de mi hermano a un grupo de tres o cuatro gatitos jugueteando al sol, mientras la madre vigilaba nerviosa desde la ventana por la que, aprovechando un pequeño boquete de la tela metálica, se habían colado en nuestro cuarto. Obviamente fue verme a mí y salir corriendo otra vez hasta el tejado. Pero aquel instante se me quedó impresionado en la memoria como una fotografía, y aún hoy lo recuerdo como si hubiera sucedido esta mañana, la colcha blanca de la cama de mi hermano, el sol entrando de lleno por la ventana, y en su círculo de luz esas bolas cortazarianas de coaltar pelos-patas haciéndose arrumacos y gimiendo débilmente. El gato me pareció en aquel instante el animal más hermoso de la creación (sí, a mis 8 o 9 años, yo era un convencido creacionista), certeza que he mantenido desde entonces.
Aún hoy me resulta triste recordar cómo Perico dejó de frecuentar nuestra casa. Los episodios con la leche y con las sardinas y los bufidos que empezó a soltar cuando veía a mi padre, lo que entonces no alcancé a entender, pero más adelante, sí... Y se fue. No fue suficiente que yo lo acariciase tras las orejas con más delicadeza que nunca, ni que robase de la despensa para él y más a menudo de lo recomendable las rodajas de ese chorizo que tanto le gustaban. Poco a poco, sus visitas se fueron espaciando en el tiempo hasta que dejaron de producirse. Una tarde, mientras jugaba correteando por las calles del pueblo, me pareció verlo, indolentemente tendido en el patio abierto de una casa pequeña y vieja. Deseé con todas mis fuerzas que mi gato hubiese encontrado allí lo que nosotros no fuimos capaces de darle.
No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.
(Jorge Luis Borges)
3 comentarios:
Con reverencia y admiración, como cada vez que escribe, me declaro su más leal y absoluta... fan.
Me corta la respiración, cuando escribe.
Pues muchas gracias. Aunque estamos teniendo un mes de julio fresquito, durante el verano nunca está de más un buen abanico. )..--)))..---))))...------)))..---
¡Ah! Y tiene pendiente darme una dirección...
¿Una dirección? (hmmmm... ¡esta memoria de pez!)
Saf ;-))
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