sábado, 10 de julio de 2004

Cyrano

Cyrano escribe diariamente una inflamada carta de amor a su prima Roxane, que luego él mismo se encarga de llevar hasta el puesto de correo más cercano, a pesar de que para ello tenga que poner en riesgo su vida al cruzar las líneas enemigas. El hecho en sí no resulta extraordinario, salvo por que la carta lleva la firma de una tercera persona. Una primera y ligera mirada sobre la cuestión podría hacernos creer que el sacrificio de Cyrano tiene dos puntos de anclaje: por un lado, puede entenderse como ejemplo supremo de amor por su prima, hasta el punto de volcarse en provocar y facilitar sus relaciones con el joven del que ella se ha enamorado y con el que ha terminado por casarse; por otro, en su actitud puede verse el ideal del amor cortés, que necesita el sufrimiento de la renuncia, aun pese al servicio más abnegado a los caprichos de la dama, para triunfar y alcanzar su gloria más elevada. En cualquier caso, lo llamativo sería el entendimiento del amor como una especie de condena espiritual, que el individuo no puede escoger, pero que exige su entrega incondicional y absoluta.

En cambio, conviene fijar un poco más la atención en el triángulo amoroso que nos presenta el relato de Rostand. Primero, Christian. Este joven apuesto, engreído y fanfarrón, incapaz de enlazar dos frases seguidas sin que se le trabe la lengua, es el prototipo de don Juan, el amante que busca satisfacer por encima de cualquier otra cosa sus deseos carnales. Todos sabemos que cuando lo consiga, Roxane perderá todo su encanto para él, y su necesidad constante de sensualidad lo conducirá a los brazos de otra mujer. Sin embargo, las circunstancias, que lo llevan a una boda precipitada la misma noche que él creía alcanzar la culminación de su deseo y su inminente marcha a la guerra, sin tiempo para consumar el matrimonio, nos hacen creer que hay algo más que el mero interés sexual en su relación con la joven. Los curiosos hechos que conducen hasta su muerte, en los brazos de Roxane, pretenden afianzarnos en esta creencia.

Segundo, Cyrano. Conviene revisar las causas por las cuales Cyrano renuncia a luchar por el amor de Roxane. Cyrano es feo, y se ve feo. Su enorme nariz, por la que seguramente sufrió constantes burlas durante su niñez, le ha llevado a desarrollar una extraordinaria habilidad con la espada, en un esfuerzo por lograr el respeto de los demás, evitando la crueldad de los chistes acerca de su aspecto. Y, precisamente por eso mismo, ante las mujeres siente una tremenda inseguridad. No es que Cyrano no aspire a poseer físicamente a su prima, es que contra ella no puede usar la espada. Lo que teme no es que la consumación física de su deseo destruya la belleza del amor espiritual que tal vez anide en él, sino el hecho de que las chanzas de la persona a la que desea lo destruyan como persona, aniquilen su autoestima. El gran sufrimiento de Cyrano no es pues innecesario, no es que busque en la insatisfacción de su deseo el placer del dolor, sino que su personalidad, fuertemente determinada por el defecto físico, le impide incluso la aspiración a conseguir su máxima aspiración como amante, que no es ni más ni menos que la misma de Christian, el cuerpo de Roxane.

Tercero, Roxane. La mujer cultivada y espiritual, que cree sentirse transportada por los poemas de amor que Cyrano pone en boca de Christian. Podríamos poner en duda su sinceridad, pero no vamos a hacerlo. Por lo que se nos muestra, Roxane se siente en efecto decepcionada cuando, la noche de la boda, comprueba que Christian no está precisamente dotado para la expresión lírica de sus sentimientos. Y sin embargo, podemos deducir que Roxane se engaña a sí misma y, de este modo, engaña a todos. Cuando Cyrano aprovecha la oscuridad de la noche para acercarse a su ventana y, haciéndose pasar por Christian, confesarle su amor, vemos a Roxane invadida por un elevado sentimiento amoroso, pero no ignoramos que ella piensa que es Christian quien habla. Ha tenido oportunidad de conocer al joven, ha quedado prendada de su físico. La elevación de su sentimiento no es sino la antesala del gozo del amor carnal que aspira alcanzar a su lado. ¿Qué habría pasado si Cyrano la hubiese cortejado a cara descubierta? ¿Habría Roxane aceptado sus requiebros, se habría inflamado de igual forma que al creer que era Christian quien se los ha hacía? Al final del todo, cuando, Cyrano moribundo, ella descubre que era su primo quien la cortejó aquella noche en la ventana, quien le escribía las cartas de amor desde el campo de batalla, en aquel momento, cuando Cyrano, en el delirio de su extinción, reconoce el gran error, la gran mentira de su vida, Roxane le confiesa su amor, a Cyrano, por ser el hombre que de verdad le desveló las interioridades de su alma, y no el otro, que sólo le mostró la belleza de un cuerpo, pero ya es demasiado tarde. Ahora sí que nadie la cree, y que podemos asegurar que Roxane miente, piadosamente, para confortar el trance de su primo, y egoístamente, para salvar ante los demás lo que ella, erróneamente, cree ser la pureza del amor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Véase la fabulosa escena de "Bella del Señor", reflejo invertido y cruel de la de Cyrano, en que Solal, disfrazado de viejo repugnante, le dice a la Bella las mismas palabras de amor que le había dicho antes, a cara descubierta.