sábado, 29 de octubre de 2005

François

Eugène Ionesco, Samson François y su hijo Napoléon (foto de Claude Poirier)
El 22 de octubre de 1970, entre dos sesiones de grabación de su integral dedicada a Debussy, Samson François sufrió el segundo infarto de su vida, el definitivo. Tenía 46 años y un cuerpo minado por la nicotina, el alcohol y acaso la desesperanza, que le llevó a rechazar todos los consejos médicos que le recomendaban mitigar su frenética actividad de conciertos y grabaciones después de que en febrero de 1968 hubiera sufrido ya un primer colapso.

Escuchando aquellas grabaciones (que no llegó a completar), uno intuye una verdad artística que, como todas las verdades en el mundo del arte, no es absoluta, pero que nos habla con la lucidez y la valentía de los heterodoxos de antaño, de los que vivieron antes de que el mercado se diera cuenta de su incalculable valor como mercancía. Es posible que su búsqueda de un Chopin más objetivo y menos sentimental del que se hizo célebre mediado el siglo XX pueda servir mejor como ejemplo de esas maneras tan personales y sugerentes, capaces de rechazar la tradición no por lo que tienen de tradición auténtica (acaso paralizante), sino justamente por lo que tienen de traición al mensaje original del compositor. Hay en su Chopin un brío digamos lisztiano capaz de mezclarse con un fraseo suelto, decididamente impresionista, que sugiere su cercanía al mundo de improvisaciones que François conoció en el jazz.

Era un camino que conducía directamente a Debussy, a pesar de que el pianista descubriera tarde al gran Claudio de Francia, para terminar convirtiéndose a finales de los sesenta en uno de sus más enfebrecidos apóstoles. Y, sin embargo, y ahí es donde reside el valor de la independencia del heterodoxo, cuando el pianista llega a Debussy es cuando entiende que las ideas preconcebidas en torno a él, la del impresionismo y el simbolismo cargados de misterio e irracionalidad, no resultan suficientes para penetrar la esencia de la música debussysta, y su manera de afrontarla se disuelve entonces en una forma de lirismo que, dejando a salvo la apariencia fantasmagórica e ilusoria, se centra en la fuerza de los contrastes ocultos, en una voluntad por destacar colores nítidos, planos y fuertes que, como comenta acertadamente Jean-Charles Hoffelé, colocan su Debussy más cercano al mundo de los fauves que al de los impresionistas.


La fille aux cheveux de lin de Debussy. Samson François (EMI)

1 comentario:

Unknown dijo...

Muchas gracias por la foto y el texto... Me fascina su interpretación...