domingo, 26 de febrero de 2006

Saki

Cuando uno ha pasado por vanguardias, transvanguardias y ardorosas neoescatologías y se encuentra con un relato de Saki tiene la sensación de que acaba de aprender a leer. De repente todo está ahí, pero tan en esencia, tan gracianescamente condensado que al principio cuesta aceptar que el estilo pueda ser eso: colocar una simple gasa ante la realidad y seguir la imagen grotesca que provocan sus ondulaciones. Caricaturas de lo real, burla despiadada de todo lo que se mueve, incluidos animales, mujeres y niños, tratados con un desdén que provocaría sin duda la condena de los inquisidores posmodernos. Porque más que ácido o irónico, Saki es cruel, pero es la suya una crueldad tan refinada, tan elegante, tan ajustada a las normas del civismo más convencional que puede llegar a confundirse fácilmente con la ternura.

Tom Sharpe, que puede considerarse lejanamente heredero del cáustico sentido del humor de Saki, ha dicho de sus relatos:

Empiezas un cuento de Saki y lo acabas. Acabas uno y tienes que empezar otro, y cuando los acabas ya nunca los olvidas. Siguen siendo adictivos porque superan con creces la simple diversión. La risa se combina con una sensación de salvajismo, el ingenio urbano con el panteísmo, y el completo desprecio por la moralidad con el idealismo, de modo que salimos de ellos con la perturbadora sensación de que hemos participado en un canto al instinto desnudo e inteligente. La civilización se ha visto derrocada y sustituida por una extraña supernaturaleza, y toda esa adoración del instinto nos llega de un modo tanto más contundente por cuanto surge del decorado de una reunión en una casa de campo, un té vespertino y todas las veneradas convenciones de la sociedad eduardiana.

Saki es el seudónimo de Hector Hugh Munro, nacido el 18 de diciembre de 1870 en Birmania, tercer hijo del comandante Charles Augustus Munro, inspector general de la policía birmana, y de su esposa Mary Frances. Cuando Hector no había cumplido aún los dos años, la madre murió de forma estúpida, al ser arrollada por una vaca en el condado de Devon, adonde había acudido con la intención de dar a luz a su cuarto hijo. Puede que de ahí derive el desprecio que Saki mostrará en su literatura por los animales domésticos. En una granja al norte de Devon iba a pasar Hector su infancia, cuidado, junto a sus hermanos, por la madre y dos hermanas solteras del padre, quien vuelve a la India, cursando periódicas visitas a Inglaterra. De salud frágil (sufrió una meningitis a los doce años), su primera educación es encargada a una institutriz. Sólo a los 16 años será enviado a un colegio. En 1887, el padre se jubila anticipadamente y realiza varios viajes por el continente acompañado por sus tres hijos, que entran en contacto con la cultura francesa y la rusa. En 1893, Hector marcha a Birmania para ocupar un puesto en la policía que le ha conseguido su padre, pero tiene que renunciar al año siguiente debido a su delicado estado de salud (hasta siete ataques de malaria sufrió en sólo trece meses). Vuelve a Inglaterra y tras un año de convalecencia se instala en Londres decidido a ganarse la vida escribiendo. En 1899 publica su primer relato y al año siguiente una Caída del imperio ruso, que parece fuertemente inspirada en Gibbon. A principios de siglo consigue un puesto en el periódico conservador The Morning Post, para el que hace trabajos de corresponsal por los Balcanes y Polonia. Colabora luego para otros diarios y entre 1910 y 1914 publica dos novelas y varios libros de relatos. Cuando estalla la Gran Guerra, Hector se alista voluntario y a pesar de su edad rechaza cualquier tipo de beneficio y pide ser enviado al frente como soldado raso. Tras un largo período de instrucción es mandado al frente occidental francés en el otoño de 1915. En septiembre de 1916 acepta un ascenso a cabo primera. El 14 de noviembre de ese mismo año, en el transcurso de la batalla del Ancre, muere de un disparo en la cabeza. Lo último que sus compañeros afirmaron haber escuchado de sus labios fue la amonestación a un soldado: “¿Puedes apagar de una vez ese maldito cigarrillo?”. Odiaba también el tabaco.

Admirada por Borges, Graham Greene o Roald Dahl, la obra de Saki había sido traducida de forma irregular al castellano. Pero una editorial de reciente creación, Alpha Decay, ha asumido la tarea de publicar sus relatos completos en un volumen extraordinario de más de 800 páginas que resulta recomendable paladear lentamente. Podrán disfrutarse pasajes tan deliciosos como este en el que Reginald, uno de sus personajes recurrentes, asiste a una función de teatro junto a una duquesa:

-Después de todo –dijo la duquesa con vaguedad–, hay cosas ineludibles. El bien y el mal, la buena conducta y la rectitud moral tienen unos límites bien definidos.
-Si es por eso –contestó Reginald–, también los tiene el Imperio ruso. El problema es que los límites no están siempre en el mismo sitio.
Reginald y la duquesa se miraron el uno al otro con desconfianza mutua, atemperada por cierto interés científico. Reginald opinaba que la duquesa tenía mucho que aprender; sobre todo, a no salir del Carlton a toda prisa como si temiera perder el último autobús. Una mujer, decía, que descuida sus desapariciones es capaz de salir de Londres antes de la carrera de Goodwood o morirse en un momento inoportuno de una enfermedad poco elegante.
La duquesa pensaba que Reginald no superaba el nivel ético que las circunstancias requerían.
-La moda imperante –prosiguió de modo combativo– es creer en el cambio perpetuo, la mutabilidad y todas esas cosas; y decir que sólo somos una forma mejorada del mono primigenio; imagino, claro está, que suscribe usted esa doctrina.
-La considero claramente prematura; en la mayoría de personas que conozco, el proceso dista mucho de haberse completado.
-E imagino también que es bastante descreído.
-Oh, de ninguna manera. Ahora mismo la moda es tener una disposición de ánimo católica con una conciencia agnóstica: así disfruta uno del pintoresquismo medieval de lo primero con las comodidades modernas de lo segundo.


¡Clarividente diagnóstico de nuestro tiempo!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por tu recomendación del nuevo libro Saki, del que sólo había leído un relato. Por cierto, el delicioso fragmento que citas se parece mucho a Oscar Wilde.

Paolo dijo...

Sí, Wilde es un buen referente para hacerse una idea de por dónde va la literatura de Saki, aunque Saki es mucho más cruel que Wilde.