viernes, 28 de septiembre de 2007

Una idea de España

Soy español. Lo cual no es decir demasiado. Soy español porque nací en España. Otros que no han nacido en España también son españoles porque sus padres lo son (como, por ejemplo, Juan Carlos de Borbón) o porque están casados con españoles o porque residen en España y han cumplido una serie de requisitos que exigen las leyes para adquirir la nacionalidad española (como tantos futbolistas hispanoamericanos) o porque las instituciones se la han otorgado por razones especiales de mérito y vinculación con nuestro país (es el caso de Mario Vargas Llosa). Todos los españoles tenemos un documento (el DNI) donde lo dice (Nacionalidad: Española). Se trata de una simple condición administrativa, que compartimos algo más de 40 millones de personas (teniendo en cuenta que en el mundo viven hoy más de 6.000 millones no es demasiado, ciertamente). Españoles son Juan Carlos de Borbón y el futbolista del Real Madrid Julio César Baptista, Mario Vargas Llosa y Blas Piñar, Josep Carod Rovira y Arnaldo Otegui. Como ciudadanos españoles, todos estamos sujetos al ordenamiento jurídico de España, que nos impone una serie de obligaciones y nos reconoce una serie de derechos. Ser español tiene, desde el punto de vista administrativo, ventajas e inconvenientes, como ser alemán o chino. Creo, en cualquier caso, que nadie en su sano juicio discutirá que, comparando con el resto del mundo, las ventajas de ser español son muy superiores a los inconvenientes; de hecho, estoy convencido de que un elevadísimo porcentaje de esos 6.000 millones de personas que viven en nuestro planeta si pudieran optar, elegirían sin duda las ventajas de la nacionalidad española a la suya propia (y que pregunten si no a los chinos, a los sudaneses, a los guatemaltecos, a los birmanos o a los iraníes).

Pero además me siento español. Quiere esto decir que tengo vínculos afectivos especiales con las cosas que se relacionan con España y con sus ciudadanos (lo cual no significa que me gusten todas sus cosas ni que sea amigo ni siquiera que simpatice con todos sus ciudadanos, pues no hablo de afectos personales, sino de un sentimiento general de pertenencia a una comunidad, algo muy propio de los humanos, primates, luego animales sociales). Estos vínculos no son innatos, no nací sintiéndome español. Se han creado porque durante mi vida he compartido con los españoles una forma de acercarme al mundo, a través de la educación, los medios de comunicación, el idioma, los juegos, las fiestas o los artículos que llegan a las tiendas, que ha sido diferente al modo de acercarse al mundo de los franceses o los portugueses (eso está sin duda cambiando con la globalización e internet, pero yo he cumplido ya los 40, qué quiere que les diga, uno no abandona sus vínculos afectivos de hoy para mañana). Me siento español porque comparto con los españoles no sólo obligaciones y derechos administrativos, sino toda una serie de modos de vida que me hacen alegrarme con los éxitos de los españoles y entristecerme con sus fracasos o sus catástrofes de forma más intensa que por los éxitos, los fracasos y las catástrofes de otros ciudadanos del mundo. Por eso, las inundaciones provocadas por la ruptura de la presa de Tous me estremecieron mucho más que las ocurridas este año en Inglaterra, los incendios de Galicia me espantaron más que los de Grecia, los accidentes de los autobuses escolares ocurridos en España me acongojan siempre mucho más que los ocurridos en el extranjero, los atentados de ETA son para mí más terribles que los del IRA o los de Hamas y prefiero las victorias de Fernando Alonso o Rafa Nadal a las de Raikkonen o Federer.

Lo que no soy es un nacionalista español. Y esto es lo que muchos siguen sin entender. Sentirse español no significa ser nacionalista español, como sentirse catalán o almeriense o malayo no significa ser nacionalista catalán, almeriense o malayo. (Todos estos sentimientos no son además excluyentes. Uno puede sentirse catalán y español, almeriense y español e incluso malayo, almeriense, catalán y español, en distinto grado pero al tiempo.) Para que yo fuera nacionalista español tendría que pensar, por ejemplo, que ser católico y ser español es la misma cosa (como defienden todavía algunos) o que el español es la lengua propia de España y por tanto sólo son auténticos españoles aquellos que la hablan o que España es una unidad de destino en lo universal o que sólo son españoles los amantes de los toros o de las quinielas o alguna formulación similar que hiciera de la nación española una esencia inmutable y eterna, con atributos propios (lengua, cultura) de naturaleza colectiva e inexcusable. Al decir que me siento español ni siquiera estoy afirmando la existencia de la nación española (no necesito en realidad hacerlo, pues su existencia es una realidad histórica incuestionable, y yo soy siempre muy respetuoso con la realidad y con la historia), sino mi especial afinidad sentimental hacia lo español (aunque deteste los toros y no me guste el flamenco).

Estos sentimientos son por supuesto, por definición, siempre personales y subjetivos, pero creo sinceramente que son mayoritarios entre los ciudadanos que tienen la categoría administrativa de españoles. Con los que no tienen esos sentimientos no tendría que pasar en realidad nada, pues su españolidad administrativa les garantiza absolutamente todos los derechos individuales, idénticos a los del primero de los patriotas (se puede ser patriota sin ser nacionalista, sí, pero eso, si te parece, querido Ignacio, lo dejaremos para otra ocasión), y nadie les niega la posibilidad de expresar ni manifestar sus sentimientos de pertenencia a otras comunidades humanas en la manera que estimen oportuna (con la única limitación, obvia, de la ley). Es evidente que el sentimiento no puede ser hoy el vínculo fundamental que mantenga unida a una comunidad política, a una nación (en el sentido que le daba ayer, es decir, un Estado). Las naciones que me esfuerzo en defender como realmente existentes y necesarias son las naciones de ciudadanos libres e iguales ante la ley, por lo que es la Constitución, el marco que establece los derechos y las obligaciones de esos ciudadanos, el auténtico punto de encuentro, el consenso básico que garantiza la libertad y la seguridad de todos, la madre del cordero de la nación.

Sin embargo, eso no quita para que considere que los vínculos afectivos son importantes, muy importantes para la estabilidad de la nación y la felicidad de sus ciudadanos. De hecho son esos vínculos los que han atacado con saña, allí donde son fuertes, los partidos nacionalistas en 25 años de control de la educación, de los medios de comunicación públicos y de los presupuestos, contando casi siempre con la aquiescencia de los partidos nacionales, que han aceptado los hechos consumados cuando no han entrado en una especie de subasta pública a nivel regional por ver quién hacía la oferta más nacionalista, más provinciana, más pueblerina. Cuando se dice que España se rompe, lo que se está afirmando, pese a que a muchos les suene a catastrofismo, es una realidad fácilmente contrastable, que los vínculos afectivos entre los españoles se descuajaringan poco a poco, paso a paso, y que ese descuajaringamiento empieza a alcanzar rango de ley entre la indiferencia general, que los nacionalistas están teniendo éxito y que no se aprecian signos de reacción entre los partidos nacionales tradicionales.

En último término, no pasa nada por que España se rompa, dicen algunos. Sí que pasa, pasa que se rompe. Y yo no quiero que eso suceda. No quiero por razones sentimentales, que ya he explicado; y no quiero por razones prácticas, pues creo que ser una nación nos beneficia a todos. Puede que llegue un día en que los vínculos afectivos se hayan deteriorado hasta tal punto que la gente prefiera que España se divida en varias naciones. Como demócrata, no me quedará más remedio que aceptarlo y pagar la parte alícuota del precio que eso nos cueste, pero antes de que eso llegue prefiero trabajar por que no ocurra, y la forma más ilusionante de hacerlo me parece que a día de hoy es apoyar el proyecto de Unidad, Progreso y Democracia, el nuevo partido político liderado por Rosa Díez, surgido en el entorno del movimiento cívico Basta Ya y promovido por Fernando Savater, entre otros. A la espera de su definición programática en aspectos concretos, su apuesta por una nación de ciudadanos con igualdad de derechos y obligaciones en todo el territorio nacional me parece imprescindible para el futuro. Soy más partidario de los regímenes unitarios que de los federales (mi modelo en realidad no es otro que el de la jacobina y centralista república francesa), pero la forma de organización me parece asunto menor siempre que se garantice ese principio básico de igualdad ciudadana: una federación de territorios con ciudadanos iguales me parece una fórmula no ideal pero aceptable, y hasta ahí estoy dispuesto a esforzarme por el consenso: nada de confederaciones ni de federalismo asimétrico, que es la misma cosa. Esa es mi idea de España. Y esa es para mí la España que vale la pena defender.

4 comentarios:

Alberich el Negro dijo...

¡Por fin un alma gemela (al menos en esta cuestión)! ¡Qué alegría! Totalmente de acuerdo contigo, Paolo, hasta en lo del jacobinismo francés, del que también soy absolutamente partidario (aunque su defensa pueda ser considerado hoy quasi una herejía). En cuanto al partido de Rosa Díez, Savater (¡a ver si controlamos un poco esos calentones verbales que tenemos...!), Buesa, Gorriarán, etc., comparto también, al cien por cien, el importante papel que puede cumplir (¡ojalá sea así!) como bisagra política decisiva para nuestro maltrecho país. Lo manifesté hace poco en el blog de Enrique Baltanás; lugar donde, por cierto, he tenido un desagradable intercambio de opiniones con Ignacio (a cuyo blog también remites en tu mensaje). A lo mejor fue producto de un malentendido mutuo; quizá es que no me supe expresar bien entonces; o acaso también yo sufrí un calentón, indignado como estaba por la imprudente, maleducada e inoportuna impostura de Savater. No sé. A la postre, lo más importante es ver que, en el fondo, todos estamos bastante de acuerdo en lo fundamental: salvar a España del irracional proceso de desnacionalización a que se ha visto sometida desde el comienzo de la Transición (generalmente por medio de continuas vulneraciones de la ley). Y eso ya es algo sumamente importante.
Un cordial, esperanzado y alegre saludo desde el Nibelheim.

Anónimo dijo...

Si yo estoy casi totalmente de acuerdo con Paolo (y aún el casi se refiere a una cuestión que queda aplazada), y alberich está totalmente de acuerdo con Paolo... ¿cómo es posible que yo me encuentre tan alejado de las opiniones de alberich?

(por cierto, siento haberle dejado una sensación desagradable: trato de adaptar el nivel de displicencia al interlocutor, y me pareció usted de entrada alguien acostumbrado a dar y recibir sin mucha queja)

Paolo dijo...

Bien. He ido hasta el blog de Baltanás desde el de Ignacio y me he dado cuenta de que vuestras diferencias vienen a partir de un post que trata el tema que yo había dejado para mañana. Así que si os parece primero lo escribo...

Tal y como se sube al Walhall a mano izquierda...

Alberich el Negro dijo...

«Si yo estoy totalmente de acuerdo…»

Pues porque las personas son más complejas de lo que parece. Y las ideas también (de ahí, por ejemplo, que sea necesario explicarlas en detalle). O quizá, porque usted no me ha entendido bien, o porque he sido yo el que no lo ha hecho.
En cuanto a lo de la condescendencia, ya he visto en el blog de Baltanás que la humildad no es, precisamente, una de sus virtudes. Y si usted mismo lo reconoce…
De todas formas, aquí cierro esta cuestión.
Saludos desde el Nibelheim.