miércoles, 7 de febrero de 2007

Los hiperdemócratas

Se los reconoce enseguida, porque afirman que ellos no defienden determinadas ideas porque sean las suyas sino por el hecho de que son muy demócratas. Un poner: ellos nunca son nacionalistas, pero como son muy demócratas se sienten en la obligación de defender a los pobres nacionalistas acosados y a continuación te sueltan una larga parrafada que incluye absolutamente, y punto por punto, todo el argumentario nacionalista, cuyo concepto de la democracia arranca, como es bien sabido, de donde a ellos les sale de sus santos cojones. Pero a ver quién les chista, con lo demócratas que son.

8 comentarios:

Er Opi dijo...

Yo no soy uno de esos "demócratas", pero protesto porque debemos defenderles ante ataques como el suyo, que los acosa indiscriminadamente. Es más, le voy a explicar el punto de vista de ellos, para que lo entienda, y siempre asumiendo que no es el mío, pero soy muy demócrata y es mi obligación defenderles.

(jo, era muy tentador ;-)).

Abrazos,

Er Opi.

Anónimo dijo...

En efecto, es una trampa tonta pero sorprendentemente eficaz. Porque los nacionalistas no se quejan de no poder plantear sus reivindicaciones (que entonces sí habría que defenderlos por principio, eso tan romántico de no comparto pero estaría dispuesto blabla), sino de que esas reivindicaciones no sean atendidas, de que sus propuestas no prosperen.

Y la respuesta de un demócrata tendría que ser más bien: no comparto tus ideas ni quiero hacer eso que propones, así que hasta que no ganes las elecciones siéntate a esperar.

Paolo dijo...

Pues claro. A ver quién le ha negado nunca a los nacionalistas el que lo sean. Lo que le niego es que su punto de partida para lo que ellos entienden como democracia (la existencia de un ente sin estado que se llama "pueblo x" y que tiene derechos a no sé qué cosas) sea un principio democrático. No lo es. Y para aclararnos todos, no estaría de más que los que piensan que sí lo es digan claramente que defienden tesis nacionalistas y no que lo dicen porque son muy demócratas, como si eso les otorgara una hiperlegitimidad política y moral.

Er Opi dijo...

Por un si aquel, lo mío era sólo una broma y estoy de acuerdo con el post. Que ya le atribuyen a uno cualquier cosa por ahí enseguida ;-)

Abrazos,

Er Opi.

Paolo dijo...

Mire usted por dónde:

Viene al caso citar a Félix Ovejero el cual, en su “Contra cromagnon”, da respuesta a este extraño posicionamiento de la izquierda: apoyo a las tesis nacionalistas y a su vez negación a nombrarlo “no somos nacionalistas”. Eso al final se traduce en una “incapacidad para criticar el nacionalismo” y ahí aparecen dos errores, el 1º el de “creer que la crítica a un nacionalismo sólo se puede hacer desde otro nacionalismo. [...] Para criticar al nacionalismo hay que hablar de nacionalismo pero eso no es hacer nacionalismo sino analizar el nacionalismo.” y el 2º de “creer que defender el derecho de los nacionalistas a defender sus propias ideas obliga a defender las ideas de los nacionalistas, o, de otro modo, que es incompatible con criticar las ideas de los nacionalistas.”

En un comentario de hoy mismo en el blog de Carlos Martínez Gorriarán.

Portarosa dijo...

¿Y estos hiperdemócratas sólo cojean del pie nacionalista?

¿Hay más ejemplos?

¿Por qué no titulas ya con una sola palabra tus entradas?

Paolo dijo...

Pues sí, yo sólo conozco este cojeo nacionalista. No he oído nunca a nadie decir, por ejemplo: "Yo no soy comunista, que conste, ¿eh? Lo que pasa es que soy muy demócrata, y claro, pues entiendo que es inaceptable que los empresarios se aprovechen de la plusvalía que generan los trabajadores, símbolo evidente de la lucha de clases y bla bla bla".

Lo de los titulos es simplemente un elemento más de la nueva etapa del blog: nuevo diseño, nuevos títulos.

Paolo dijo...

Hoy, en Basta Ya, fernando Savater hace una reseña del libro de Félix Ovejero. Parece que lo de la hiperdemocracia de algunos lo piensan bastantes...

** “Contra Cromagnon. Nacionalismo, ciudadanía, democracia”, de Félix Ovejero Lucas, ed. Montesinos, Barcelona 2007. 283 pags.


Actualmente abundan los libros acerca de misterios esotéricos, sectas diabólicas, enigmas de otros mundos (aunque están en éste), conspiraciones rocambolescas, templarios varios y otros secretos indescifrables. Pero la obra que aquí reseñamos versa sobre un jeroglífico más impermeable al sentido común que cualquiera de ellos: la abducción de la izquierda hispánica por los nacionalismos separatistas, cuanto más radicales mejor. A diferencia de otros raptos extraterrestres, éste suele ser negado por quienes lo han sufrido: protestan que ellos no son en absoluto nacionalistas, todo lo contrario, aunque –eso sí- apoyan a los nacionalistas, hablan como los nacionalistas, votan junto a los nacionalistas, forman “mayorías de progreso” (sic) con los nacionalistas, aborrecen a los adversarios del nacionalismo y, pese a que ellos son de izquierdas pero no nacionalistas, aceptan que los nacionalistas son de izquierdas… o más de izquierdas que quienes no son nacionalistas. Mysterium tremendum! De los pocos rasgos inequívocos que tenía la izquierda en nuestro país –el antinacionalismo y el anticlericalismo, dos insignias de cordura histórica en España- ya ha perdido clamorosamente la primera y puede que la segunda, Alá mediante, se desvanezca en altares multiculturales dentro de no mucho. Aún les queda, eso sí, la nacionalización de la banca, pero últimamente se les oye hablar poco del asunto.

A tratar esta insoluble perplejidad, entre otros temas anexos, va dedicado este libro, cuyo título alude a una genial viñeta de El Roto que figura como epígrafe. Su autor, Félix Ovejero, es economista y sociólogo de la política: desde hace veinte años profesor en la Universidad de Barcelona, antes lo fue también en Estados Unidos. Pero además es uno de los promotores del Partido de los Ciudadanos y “Contra Cromagnon” puede considerarse, entre otras cosas, como una fundamentación teórica de la posición frente al nacionalismo de este imprescindible nuevo partido político. En esta clave les vendría bien leerlo para despejar telarañas mentales –en el caso de que no sean congénitas, claro- a los que siguen preocupados por el “españolismo rancio” de quienes se oponen al disparate separatista, tanto en su versión hard como light (me encanta ese calificativo, “rancio”, para descalificar a los adversarios del regreso a Cromagnon). El libro se abre con demorados ensayos sobre el nada transparente concepto de “nación” (que la moda estatutaria española otorga a voleo) y las principales posturas teóricas sobre el asunto: la del liberalismo, que establece las fronteras como límites de propiedad y considera al Estado-nación un club de propietarios; el comunitarismo, que establece las fronteras según la identidad y trascendentaliza el demos como destino compartido (“unidad de destino en lo universal”, dijo un precursor); y el republicanismo, cuyas fronteras son cimientos para asegurar justicia y libertad, es decir, ciudadanía. Esta última es la postura que evidentemente prefiere Ovejero, heredero de una tradición ilustrada y marxista bien asimilada.

El marco genérico de estas reflexiones está enriquecido constantemente por análisis más concretos y pormenorizados de bastantes de las polémicas del día. Es saludable la contundencia argumental con que desmonta algunos de los más tontiformes lugares comunes, como la beatería multicultural (“Si importan las culturas es porque importan las personas. No al revés. Que una cultura deba preservarse simplemente porque existe, no puede ser nunca un argumento atendible para quienes constatan que buena parte de las ‘culturas’ humanas han estado asentadas en la discriminación y en la explotación”) y las políticas de supuesta “normalización” lingüística en nuestro país, que con el pretexto de liquidar el monolingüismo imperial franquista lo reproducen en porciones, como los quesitos de “La vaca que ríe”. Después de estas piezas más extensas, Ovejero incluye una serie de artículos publicados en “El País” sobre aspectos de la elaboración y debate del estatuto catalán, lo que podríamos llamar la “psicopatología de la vida cotidiana” nacionalista y los inicios el movimiento que después fue “Ciutadans”. Son ágiles y están persuasivamente razonados… aunque sólo para aquellos lectores que se interesen por la persuasión argumental en lugar de resolverlo todo etiquetando despectivamente al crítico incómodo.

Uno de estos trabajos breves, especialmente interesante, se titula “La izquierda, de la igualdad a la diferencia”. Y éste es también el tema de lo que yo considero el texto más notable de todo este notable libro, la magnífica entrevista que Miguel Riera –director de “El viejo topo”- realiza a Ovejero sobre la cuestión de la izquierda seducida por el nacionalismo. La entrevista (seguida por una ponderada objeción parcial de Laurentino Vélez-Pelligrini, así como por la respuesta de Ovejero) es un material de reflexión de primera categoría. Se establecen bien las incompatibilidades de un pensamiento ilustrado y progresista con la faramalla nacionalista y quedan flotando las razones últimas de esta sorprendente colusión. Sin la pretensión de zanjar el asunto aporto dos vías de explicación, una que apunta hacia lo sublime (siempre cercano a lo ridículo) y otra a lo más oportunista, incluso rastrero. Por elevación: cierto izquierdismo siempre ha estado más atento a la subversión del “sistema” (abstracción cuyos rasgos diabólicos dibuja cada diez o quince años según un esquema convenientemente irrefutable y al que sólo respalda la perpetua deficiencia del mundo) que a la protección de los derechos de las personas, por lo visto demasiado egoístas para su elevado criterio. Por oportunismo rastrero: el apoyo de la izquierda a los nacionalismos es una mera estrategia electoral de poder para marginar a la derecha competidora, el PP. Se esta viendo en la reforma de los estatutos more nacionalista, que quizá no deshagan España (como repiten satisfechos los turiferarios del Gobierno) pero evidentemente en nada mejoran tampoco la convivencia en ella, ni responden a exigencias populares sino a una simple componenda con las ambiciones locales para garantizar la perpetuación en el gobierno central o recibir algo de la pedrea clientelista autonómica (véase el ejemplo paradigmático de Ezker Batua). Sea como fuere, es válida la conclusión de Ovejero: “La mayor renuncia intelectual de nuestra izquierda ha sido sustituir el lenguaje de los derechos, la justicia y la ciudadanía, por la frágil mitología nacionalista de las identidades y los pueblos. Si únicamente se tratara de palabras, poco importaría. Pero hemos aprendido hace ya tiempo que las palabras condicionan las vidas. Por lo general, de mala manera”.