Infiernos
Kingo Gondo es un alto ejecutivo de una importante empresa de zapatos que rechaza la propuesta de un ambicioso grupo de accionistas para hacerse, uniendo sus paquetes de valores, con el control de la compañía. La oferta incluye una rebaja en la calidad del producto para aumentar los beneficios, pero Gondo es un hombre honesto, que ha ascendido en el negocio desde los puestos más humildes y tiene sus propias ideas al respecto del futuro de la empresa. Moviéndose en la sombra, arriesgando su patrimonio personal (pues ha tenido que hipotecar su impresionante mansión, situada en una elevación de terreno desde la que se domina casi toda la ciudad), Gondo ha conseguido un acuerdo en secreto que lo convertirá en accionista mayoritario, incluso en el caso de que los ejecutivos que trataron de pactar con él se aliaran ahora con la actual dirección. El acuerdo ya está firmado y la otra parte sólo espera la entrega de un dinero que le ha costado mucho conseguir. Gondo se muestra satisfecho y confiado. Pero esa misma tarde recibe una llamada anónima que le informa de que su hijo ha sido secuestrado y le exige, a cambio de su vida, el pago de una cantidad por completo desorbitada. Gondo no duda en ningún momento en aceptar el chantaje y pagar, cualquier cosa antes de poner en peligro la vida de su hijo, a pesar de que eso supondrá no sólo el fin del sueño por controlar la compañía, sino la ruina total, pues ni siquiera podrá hacer frente al pago de la hipoteca. Sin embargo, de pronto el niño aparece y se descubre que el secuestrado ha sido su compañero de juegos, hijo del chófer de su padre. Gondo respira, pues piensa que el secuestrador no podrá exigir a un simple chófer el pago de ningún tipo de rescate, pero se equivoca: el secuestrador no cambia en absoluto sus exigencias. Si él no hace frente al pago de los treinta millones de yens, matará al niño. El dilema moral (la vida del hijo de su chófer o la compañía de zapatos) se resuelve rápido: pagará, lo cual lo convierte en una respetada figura pública. Lo que no sabe entonces Gondo es que en el camino que le llevará primero a abrazar al niño liberado, luego a la recuperación de su dinero (demasiado tarde: la hipoteca ha vencido, y el embargo ha sido ejecutado) y a la captura y condena a muerte del secuestrador (para entonces, él es ya el dueño de una pequeña empresa de zapatos) va a terminar por descubrir el poder arrasador del odio, su capacidad para convertir una vida en un infierno permanente que puede llevarse por delante muchas ilusiones y muchas otras vidas.
El infierno del odio (Tengoku to jigoku, que parece que literalmente significa en realidad Cielo e infierno) no es una de las más conocidas películas de Akira Kurosawa, pues trata un tema que en principio parece algo ajeno a sus intereses. No estrenada en España en su momento (desconozco si sigue inédita en los cines), la película se ha dado a conocer recientemente, primero en vídeo y luego en dvd. Ahora llega a los quioscos (todo el mundo sabe que adoro los quioscos) en una colección dedicada al gran maestro japonés, y verla antes de ayer supuso para mí una subida de adrenalina inesperada. Entre el retrato psicólogico de unos personajes magníficamente individualizados y el thriller policíaco más clásico (la escena en la que el inspector Tokura da paso a los distintos equipos de investigadores que van reconstruyendo el puzzle formado por los detalles conocidos del caso es antológica, como la puesta en marcha del plan para capturar al secuestrador, casi hitchcockiana en la sabiduría con la que se mantiene y alarga el suspense), Kurosawa aprovecha para plantear, con calculada ambigüedad, la influencia del ambiente en la naturaleza humana. Un tema muy de nuestros días, que Kurosawa mira desde la perspectiva del odio de clase (la época en que la obra fue filmada, año 1963, no parece ajena a este punto de vista), pero que hoy podríamos trasladar al ámbito político o religioso. Por ejemplo, ¿cómo se construye un terrorista? ¿Los terroristas nacen o se hacen? ¿Basta con el adoctrinamiento? ¿El fanatismo llevado hasta sus límites presupone una personalidad torturada o una vez terminado su trabajo el terrorista se dedica a sus tareas cotidianas con espíritu claro y despejado?
4 comentarios:
Querido Paolo, he de confesar que yo soy un cinéfilo empedernido y, además, gran admirador de Kurosawa (gran admirador no significa que me gusten todas sus películas, claro está, sino que le considero uno de los más grandes directores que habrá nunca). Tengo casi todas sus películas incluida la que usted brillantemente comenta hoy, que es en mi modestísima opinión magnífica desde todos los puntos de vista. Además, ha hecho usted una aproximación al tema del terrorismo que sinceramente no me había planteado en una película como ésta (aunque en lo de las clases sociales, da en el clavo). Por eso, antes de seguir aplaudiendo su visión, voy a hacer lo que todo amante del cine debería, volver a verla. Lo haré en la pantalla grande, como debe ser, y ya le contaré.
Solo por pensar en lo bien que lo voy a pasar haciéndolo, ya le debo a usted un afectoso abrazo por su intevención de hoy.Gracias.
PD. Me alegra saber que no soy el único que va de quiosco en quiosco cual "binguero" empedernido en una tarde de sábado. ¿Habrá alguna asociación de ayuda para este problema?.
Bueno, Almach, lo del terrorismo no tiene, en el fondo, nada que ver con la película. El secuestrador de Kurosawa actúa movido por el odio que le provoca la diferencia de condición social entre él y su víctima. Pero si el ambiente es capaz de generar este odio de clase (como parece insinuar, eso no lo tengo muy claro, Kurosawa), ¿el odio fanático vinculado a la política o a la religión se genera de igual modo?, ¿dónde termina la fuerza de la doctrina y entra la condición individual, genética diremos, de cada cuál?
De cine, "ní pum" (Saf, como ves, ní música, ní "ná").
Pero recuerdo una obra de teatro, Los peces rojos de Jean Anouilh, que entendí que planteaba un profundo sentimiento similar: El odio hacia quien representa lo que te sientes incapaz de ser.
Quizá resida ahí la clave que sustente las respuestas a sus últimas preguntas.
He vivido muchísima violencia. Nunca la encontré separada del odio, y este del miedo, y este de la ignorancia, y esta de lo desconocido. Y todo dentro de un intenso sentimiento de inferioridad.
Una vez dije..., que hay miradas en templan las noches frías. Ahuyentan la soledad.
Pues también la ahuyenta el pensamiento. Discrepo de ciertas cosas que leo aquí, me consuelan otras, pero sentir el pálpito del pensamiento, que encuentro siempre en estos artículos y comentarios, hace que vuelva a creer en la esperanza.
Gracias.
Polirrititito... no deje Ud. de leer "Alamut" de Vladimir Bartol. Un (buen) libro en el que, sin saber bien cómo, te ves en medio de la receta de la perfecta elaboración de un terrorista musulmán.
(Ahhh... y que sepa Ud., auspiciosa y maligna tarantella, QUE NO ESTOY TRAMANDO NADA!!)
Turu: No te preocupes y niega siempre la evidencia; yo desconozco TODO sobre cualquier tema perooooooooo.... ¿¿has visto con qué APLOMO y facundia añado, quito o tergiverso????? ;-))
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