viernes, 17 de febrero de 2006

Gordos

Con El gen egoísta, Richard Dawkins ponía en 1976 al alcance de un público amplio las tesis de la sociobiología, disciplina que partiendo del neodarwinismo más ortodoxo trata de fijar cuáles son las bases biológicas del comportamiento humano. Para Dawkins, es el gen y no el individuo la unidad de selección y replicación, y nuestros genes (los genes de todos los organismos vivos y no sólo los humanos) se caracterizan por ser extremadamente egoístas. Eso es lo que ha determinado que hayan podido sobrevivir a millones de años de estricta selección natural. En el fondo, y llevado el razonamiento al extremo, a los genes lo único que les importa es reproducirse y perdurar, y los organismos que nos encargamos de asegurar esa perduración le importamos bien poco. O como dijo el biólogo americano Samuel Butler, “la gallina es sólo el invento de un huevo para producir más huevos”.

Los seres humanos no somos especiales en eso, como en nada. Y es en clave genética y evolutiva como pueden explicarse las diferencias esenciales en las conductas y las emociones que se aprecian entre hombres y mujeres. Enfrentados ambos a la sexualidad, las mujeres suelen ser mucho más conservadoras, y es que las hembras producen un número limitado de óvulos a lo largo de su vida reproductiva y la garantía de que sus genes perduren en las siguientes generaciones no depende sólo de la concepción de los hijos, sino que deben pasar por un largo embarazo, una etapa de lactancia y una fase de cría que es extraordinariamente larga. Los genes que han ganado el combate de la selección natural han sido pues aquellos que inducían en las mujeres conductas que han podido garantizar la supervivencia de muchos hijos al menos hasta la edad reproductiva (lo que garantizaba muchas réplicas de esos mismos genes), y para ello han tenido que conseguir la colaboración de los machos en la protección y crianza de la parentela. Y así fue como los genes inventaron la seducción.

Los hombres en cambio producen en su vida del orden de 2 x 10 elevado a 15 espermatozoides (dos mil millones de millones), por lo cual su inversión en la crianza de los hijos resulta poco interesante. En principio, la estrategia de los genes del macho es la de colonizar cuantos más óvulos femeninos mejor, ya que cuantas más réplicas de sí mismos consigan más posibilidades tendrán ellos (los genes, que son los que mandan en toda esta historia) de sobrevivir. Sin embargo, en la práctica han tenido más éxito evolutivo aquellos genes que inducían en el macho cierto nivel de colaboración con la hembra en la protección y crianza de los hijos. Et voilà l’amour. Todo esto significa algo tan simple como que los machos de la especie humana tienen una tendencia genética a las relaciones sexuales promiscuas muy superior a la de las hembras, aunque éstas no quieran entenderlo así...

En concreto, existe una correlación exacta entre la tendencia de los machos de los mamíferos a la poligamia y el dimorfismo sexual (esto es, las diferencias de tamaño entre machos y hembras). En La naturaleza humana, Jesús Mosterín trata la cuestión y pone como ejemplo a los gibones, únicos primates hominoideos consistentemente monógamos, por lo que su dimorfismo sexual es por completo nulo, hasta el punto de que es muy difícil distinguir a simple vista a un macho de una hembra . En el extremo opuesto, Mosterín pone el ejemplo de las morsas (elefantes marinos), con un dimorfismo sexual extremo, ya que los machos pesan hasta cuatro veces más que las hembras. En consecuencia, los machos tienen una muy acusada tendencia a la poligamia, hasta el punto de que algunos tienen harenes impresionantes de hembras sobre los que mandan tiránicamente, dejando al resto de machos a dos velas. Entre los seres humanos, el dimorfismo sexual es moderado, pero existe. Mosterín ofrece unos datos conseguidos en una muestra hecha en los EEUU. Los estadounidenses de 35 años pesan un 24 por 100 más que las mujeres de su misma edad, un porcentaje que se reduce algo con el tiempo (22% a los 45 años; 17% a los 55), pero que en ningún caso desaparece. Los datos son por supuesto perfectamente extrapolables a otros países y sociedades y determinan la moderada tendencia a la poligamia de los machos humanos.

En último término, a mí todo esto me ha generado una duda que es más importante de lo que pueda pensarse a primera vista: ¿los gordos ligan más?

5 comentarios:

Roma dijo...

Vaya, voy a ser la primera en comentar, qué apuro!
A ver... me parece que al menos los gordos que conozco no ligan más que los flacos que conozco, y que cuando los gordos ligan no ligan por ser gordos. Me falta saber si los flacos, que creo que ligan más que los gordos, si ligan más por ser flacos. Vaya dilema!! Creo que estoy como al principio.

Turulato dijo...

¡No joda! (perdón). He basado toda mi vida en un lamento inextinguible, originado en que un gordito cuchufleta como yo no podía ligar nunca.
Así que me dediqué a joder al prójimo.
¡Sería terrible descubrir a estas alturas que, al ignorar mi esencia genética, el único verdaderamente "fotut" he sido yo!.
Y dígame.. ¿Usted cree que, con ese 17% que me resta, puedo mantener la esperanza?.
¿Podría metamorfosearme en, así lo primero que se me ocurre.., morsa?.

Paolo dijo...

Pero no, Artaher, al gen la especie le trae al fresco. El gen sólo quiere perpetuarse él, y los comportamientos altruistas son sólo una apariencia externa...


"Y por último, ¿qué significa eso de “aunque éstas no quieran entenderlo así”?"

Pues está claro a lo que me refiero, donna. Por el bien de los genes y del buen compartir, las mujeres deberían de consentir ciertas liberalidades en sus esposos-amantes-amados. Aunque en ausencia de ese comportamiento comprensivo y por el bien del bienestar de sus réplicas, aún en fase germinativa o infantil, los genes, ingeniosos ellos, también inventaron la pornografía.

Paolo dijo...

Divaga, divaga... por favor...

Galufante dijo...

Supongo que ligan más...peso...
En el tema de ligoteo, los gordos, como humanos que son, también actúan egoístamente...Cuando pueden...y cuando les dejan...

Agur.