domingo, 11 de junio de 2006

Anclado

Anoche pasé por casualidad por el sitio en el que asesinaron a Alberto Jiménez-Becerril y Ascensión García Ortiz. Y no pude evitar los recuerdos de aquellos días. Todo empezó en la madrugada del martes 30 de enero de 1998. Alberto era Delegado de Hacienda y Portavoz del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Sevilla y Ascensión, su esposa, era abogada. Unos terroristas de ETA estuvieron siguiendo durante meses los pasos de Alberto y entendieron que aquella noche era especialmente adecuada para cometer un atentado contra él. Lo vieron entrar, en compañía de su esposa y unos amigos, en un conocido bar de la calle Argote de Molina y supieron que tendrían tiempo de sobra para ir a por las armas y esperar tranquilamente a que el matrimonio abandonase el local en dirección a su domicilio, que estaba muy cerca de allí. Al ser un día entre semana y además de invierno, el Barrio de Santa Cruz estaría desierto a aquellas horas, y como Alberto no llevaba escolta, sería un objetivo fácil, casi sin riesgos. Así fue. Cuando doblaban hacia la calle Don Remondo, Alberto y Ascen fueron acribillados a balazos por dos sicarios de ETA. Ambos tenían 37 años. Sus tres hijos (el mayor de 9) dormían apenas a 100 metros.

Cuando fue detenido, uno de los asesinos declaró que él simplemente trataba de hacer bien su trabajo, y cuando lo conseguía, lo celebraba. Así que aquella noche hubo cena especial y hasta brindis en el piso que los terroristas tenían alquilado en Sevilla, por cierto a unos 200 metros de donde yo vivía. Al día siguiente, también hubo celebraciones en varias prisiones de España, pues algunos reclusos de ETA entendieron que aquel era un motivo estupendo para invitar a una ronda a los colegas de patio. Mientras, en el País Vasco, al menos entre 150.000 y 200.000 ciudadanos debieron de exclamar al enterarse de la noticia algo así como: "¡Bah! Bueno, ya se sabe, el conflicto", y siguieron con lo suyo. Recuerdo que yo me enteré justo cuando, como todos los días por entonces, me despertaron las señales horarias de las 7 seguidas de la voz de Iñaki Gabilondo. Pasé temprano por delante del Ayuntamiento y vi a políticos de todos los partidos y todos los colores que se abrazaban, hacían gestos de pesadumbre y hablaban en voz baja. Luego me acerqué hasta el puente de Triana. El día era frío y gris y dos gaviotas cruzaron majestuosas en dirección a Sanlúcar.

Han pasado casi ocho años y medio, y aquí sigo, reafirmándome en la promesa que me hice aquella mañana de no olvidar ni perdonar jamás. Según muchos, anclado en el pasado y en el rencor. Asfixiado por la incontenible sensación de asco.

2 comentarios:

Jesús Miramón dijo...

Yo también siento mucho asco.

Anónimo dijo...

por la misma razon, jesus?