lunes, 7 de mayo de 2007

Ça va

Entre las múltiples virtudes que adornan a nuestro presidente Rodríguez Zapatero no se encuentran desde luego la de la prudencia ni la de la diplomacia. Nada más ganar las elecciones generales anunció que España volvía al corazón de Europa que, según él, representaban la Francia de Chirac y la Alemania de Schroeder, que habían tenido el valor de oponerse al imperialismo americano, y el corazón hizo casi de inmediato bluff, como el de una alcachofa puesta a hervir. Decidido a hacer méritos para que un cálido abrazo lo acogiese en ese retorno a la Europa de los buenos, impulsó deprisa y corriendo un referéndum de aprobación de una supuesta Constitución europea entre la indiferencia de sus propios votantes. Luego se colgó la medalla de que los españoles nos poníamos a la cabeza del proyecto europeo al ser los primeros en apoyar la Constitución, y el tratado de marras (pues no era otra cosa) encalló al primer contacto con otros europeos menos ansiosos por cortar cintas inaugurales. Apoyó a Kerry y ganó Bush. Dijo que el de Angela Merkel era un proyecto fracasado y hoy Merkel es una de las mujeres más influyentes de Europa.

Pero como de los golpes y las caídas se aprende, ayer, tras la victoria de Nicolas Sarkozy en las presidenciales francesas, nuestro presidente se aprestó a comentar que Sarkozy representa a una derecha abierta y moderna (o sea, que no es como la de otros). Mientras eso ocurría en España, en París, el nuevo presidente de la Francia eterna explicitaba el contenido del ideario que le ha llevado al triunfo: "Trabajo, autoridad, respeto e identidad nacional". De cederle ese lema a los conservadores españoles, nadie duda de que la derecha "abierta y moderna" de Sarkozy pasaría a situarse automáticamente en España (a ojos de Zapatero y su troupe) a la extrema derecha de la derecha extrema. Pero da igual. Zapatero ha aprendido la lección y ya será difícil cogerlo en otro renuncio. Es propio del pensamiento mágico, relativista e infantil atribuir la verdad a la personalidad del que dice las cosas y no a las cosas que se dicen, o hacer de la realidad una entidad ficticia, cuya existencia depende del contexto social en que se manifieste. Aprendida la lección de la diplomacia, a Zapatero le queda un arduo recorrido hasta entender el significado de los términos "realidad" y "verdad". Mientras, tiene por delante el ancho mundo de la política de las emociones, un espíritu que tan bien supo recoger Segoléne Royal en uno de sus últimos mítines: "Amaos los unos a los otros". Y la concordia se hizo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué gracia, acabo de comentar lo mismo (que ha aprendido) en el foro.