miércoles, 1 de marzo de 2006

Andaluces

La historia ha reconocido la figura de Blas Infante como padre de la patria andaluza e ilustre precursor de la lucha por la consecución del autogobierno que hoy representa el Estatuto de Autonomía para Andalucía.

Blas Infante, con las Juntas Liberalistas que él creara, se coloca en la vanguardia del andalucismo al luchar incansablemente por recuperar la identidad del pueblo andaluz; por conseguir una Andalucía libre y solidaria en el marco irrenunciable de la unidad de los pueblos de España; por reivindicar el derecho de todos los andaluces a la autonomía y a la posibilidad de decidir su futuro.

El Estatuto de Autonomía se ha logrado gracias a la aportación inestimable del pueblo andaluz que, en conjunto, ha desempeñado su protagonismo indiscutible en la recuperación de su identidad.


(Preámbulo al Estatuto de Autonomía para Andalucía, aprobado por referéndum popular el 20 de octubre de 1981; ratificado por el Congreso de los Diputados el 17 de diciembre de 1981 y por el Senado el 23 de diciembre de 1981; sancionado por Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I el 30 de diciembre de 1981; publicado en el Boletín Oficial del Estado, número 9, de 11 de enero de 1982; publicado en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, número 2, de 1 de febrero de 1982)

Qué decir de este monumento a la estulticia. Que en sólo tres párrafos se puedan encadenar tal cantidad de tópicos y de bobadas (desde ese impagable “la historia ha reconocido”, hasta el memorable la “recuperación de su identidad”) podría causarnos vergüenza ajena o una incontenible tendencia a la carcajada si no estuviera contenido en la norma jurídica básica de la comunidad autónoma andaluza.

¿Cuál es esa identidad que los andaluces recuperamos gracias a la lucha incansable de Blas Infante y a “nuestra inestimable aportación, en conjunto (desde luego)”, se preguntarán ustedes? Como habrán intuido, es una identidad que viene de lejos, de muy lejos, que ha sobrevivido a todas las contingencias históricas, manteniendo inalterable la esencia de un pueblo, el andaluz, que se cuenta entre los más extraordinarios que hayan poblado jamás el universo. Ya está. Tartessos, pensarán muchos. ¡Quiá! ¡Tartessos es de una modernidad del todo punto inaceptable para fundamentar las raíces de lo andaluz! Infante se remonta más atrás aún. ¿El Argar? ¡Ja! ¡El Argar! Antes de ayer mismo, como quien dice. ¡El neandertal de Gibraltar, el hombre de Orce! Que no, que no, que se equivocan ustedes, que Blas Infante ha descubierto la esencia de lo andaluz mucho más atrás, en el tiempo en que el primer mamífero ni siquiera se había puesto en pie, en la era secundaria nada menos, cuando la Penibética formaba con África una unidad hasta el Atlas. Es esa una unidad natural, que, por ser natural, ni se ha roto ni puede romperse. Los conocimientos geológicos del padre de la patria andaluza eran, como puede comprobarse, de una profundidad esclarecedora. Pues nada. Saquemos nuestras propias conclusiones del descubrimiento: Andalucía es una unidad de destino en lo geológico.

Nací en un pueblo de la Sierra Norte de Sevilla. Como mi madre era natural de una localidad del sur de Badajoz, mis primeros viajes de la infancia se dirigieron más hacia el norte que hacia el sur. Recuerdo que la primera vez que visité Sevilla, la capital, me sorprendió lo raro que hablaba la gente, era un habla por completo diferente a la de mi pueblo, que se parecía muchísimo más a la que yo había conocido también en el pueblo de mi madre o en el de algún pueblo del norte de la provincia de Córdoba, donde vivía una tía. Por lo demás, más allá de su naturaleza urbana, no descubrí nada en Sevilla, ninguna esencia, ningún genio particular, que yo no hubiera visto ya en las gentes de la sierra. Pero en esto llegó la autonomía. Yo estaba en algún curso de la segunda etapa de la EGB cuando empezó a discutirse sobre el proceso, y de pronto los maestros nos enseñaron que, aunque nadie nos lo hubiera dicho hasta ese momento, nosotros éramos andaluces y hablábamos andaluz, que nuestras raíces se asentaban en el mismo lugar que la de los almerienses y los granadinos y eran por completo distintas de las de los extremeños. Fue un descubrimiento bestial, del que creo que todavía no me he recuperado.

Investigando, descubrí que aquello que decía Blas Infante de la geología no era ninguna tontería. Andalucía se levantaba en un marco físico excepcional, en una situación geográfica “única en España, única en Europa y única en el mundo” (El ser andaluz, Manuel Clavero Arévalo, 1983, ampliado y reeditado en 2005 por la editorial cordobesa Almuzara ). Siguiendo a Clavero, entendí que Andalucía llevaba luchando desde tiempo inmemorial por su unidad perdida, que si en lo geográfico viene de la era secundaria (y es una unidad imposible de romper, ya que es natural), en el terreno histórico tiene unos orígenes que en ningún otro pueblo pueden ser “tan apasionantes y bellos”: Tartessos. ¡La gallina! Dice Clavero, que “algunos con el fin de quitar importancia a Tartessos como precedente egregio para la actual Andalucía, han lanzado la especie de que Tartessos fue una ciudad pero no un territorio que pudiera identificarse con el de nuestras ocho provincias actuales”. ¡Malvados! Ningunear de esa forma a la patria. Pero de eso nada, pues ya nos advierte él de que “las teorías sobre el origen no indígena de la cultura tartesia no es [sic] ni siquiera sostenible [sic], a pesar de su inclusión dentro del mundo de las colonizaciones mediterráneas” (perdón por la sintaxis, pero don Manuel estaba muy preocupado con el café cuando perpetró esta frase). Lo “verdaderamente importante para los andaluces [es] que muchos siglos antes del nacimiento de Cristo, el territorio que hoy es Andalucía, estaba regido por una monarquía de carácter autóctono a la que se vincula la primera gran civilización de Occidente”. Y termina: “Pocos pueblos podrán esgrimir para sus orígenes un esplendor semejante”. No me cabe la menor duda.

Como cualquier aficionado a la historia antigua sabe bien, la existencia de un reino llamado Tartessos que coincidiera (más o menos) con lo que hoy es Andalucía está siendo cada vez más cuestionada. Las últimas excavaciones en el cerro del Carambolo de Sevilla parece que han supuesto un jarro de agua fría para el esplendor originario de lo andaluz, pues los restos (tesoro incluido) parecen ser de origen fenicio, y las últimas teorías apuntan a que lo que se llama tartésico no es sino la mezcla del aporte de los innumerables viajeros de procedencia oriental que visitaron el sur de España al menos desde el final del segundo milenio antes de Cristo, hasta el punto de que resulta ridículo hablar de elementos autóctonos y elementos foráneos, pues éstos son por completo indistinguibles. Una pena. Era un principio ciertamente bello y esperanzador para un pueblo.

A los andalucistas (y Clavero no es una excepción) no terminan de caerles demasiado bien los cartagineses, que vinieron a fastidiar a los pacíficos andaluces primitivos hasta acabar destruyendo su unidad política (¡malos!). Esto pasó, sin duda, porque los andaluces de entonces (es decir, los tartesios) “no fueron un pueblo guerrero, no fueron gentes belicistas, dejando estas tareas en manos de mercenarios celtas o celtíberos”, carácter que van a conservar por supuesto los andaluces de las siguientes generaciones hasta hoy mismo, pues la del pacifismo es una de nuestras esencias básicas como pueblo.

Total, que al llegar los cartagineses se rompe la unidad de la patria, que entra en un período de decadencia del que nos libran los romanos, quienes recuperan, “no por capricho”, dice Clavero con perspicacia, la unidad territorial de Andalucía con la creación de la Bética, pues como cualquiera puede comprobar comparando este mapa con uno de la España autonómica, la Bética ocupaba con exacta precisión de topógrafo el territorio de la actual Andalucía. Además, y reconozco que esto es una obviedad, la Bética era una de las regiones más cultas de todo el Imperio romano y sin duda la más activa de las provincias hispánicas, lo cual no fue suficiente para evitar la invasión de los bárbaros, una invasión que afectó a todo el Imperio (no vayan a creer) y volvió a provocar la disgregación de la unidad andaluza y con ello su declive. Como pasaba con los cartagineses, parece que los godos tampoco cumplían con el perfil del andaluz tipo, y por eso mejor pasar de puntillas por los dos siglos largos de su presencia en suelo hispano. No obstante, bien pueden servirnos para confirmar una regla histórica, que se ha cumplido siempre de forma inexorable: la unidad de Andalucía coincide con sus momentos de grandeza; la división de su territorio, con la decadencia. Y eso es lo que pasa justo con los godos, que fueron, estos sí, auténticos extranjeros en la acogedora y mesozoica tierra andaluza.

La gloriosa invasión musulmana (luego iremos con ella, no fue invasión, sino asimilación) de principios del sigo VIII quedaba algo lejos, y eso obviamente ponía en peligro la continuidad de la esencia histórica del andalucismo. Algo había que hacer, así que sin cortarse un pelo, los andalucistas toman a San Hermenegildo y lo convierten en un autonomista de raza. No, no se rían. Lean, lean: “Ocultos tras la pantalla religiosa, latían con fuerza, dice Cuenca Toribio, los intereses autonomistas de la antigua aristocracia hispano-romana, secundada, con probabilidad, por nobles godos, mal adaptados a la nueva situación centralizadora. Estalló [pues] la guerra dura y larga entre Leovigildo, el rey centralista y arriano, y Hermengildo, el rey católico de la Bética”. Como se sabe, la guerra la ganó Leovigildo, pero, según Clavero, en realidad, como ocurre tantas veces en la historia, la perdió, pues su intento por imponer sus concepciones centralistas se saldaron con un rotundo fracaso.

Y en estas, llegó Tarik, y los andaluces, hartos de la opresión centralista, acogieron con satisfacción a quienes habrían de hacerles recobrar la fuerza, el vigor y el esplendor de la unidad perdida. Clavero tarda algunas páginas en reconocer que Al Andalus “excedió con mucho [el territorio] del que actualmente es Andalucía”, pero eso no importa, ya que ese territorio original fue reduciéndose hasta coincidir durante mucho tiempo casi con la actual Andalucía, y cuando se redujo tanto que sólo quedó el reino de Granada dejó de llamarse Al Andalus, para convertirse en el reino nazarí. Por supuesto, durante la existencia de Al Andalus se cumple rigurosamente la regla histórica que ya conocemos: unidad es igual a magnificencia; desunión, igual a decadencia. Y la época de la unidad y de la magnificencia es, por encima de cualquier otra, la del Califato de Córdoba. De qué forma Clavero consigue saltar sobre el hecho de que durante el Califato Al Andalus no era Andalucía y que es justamente en la etapa de su decadencia cuando el territorio de Al Andalus se acerca más al de la actual comunidad autónoma, no me lo pregunten porque es algo que se me escapa.

En cualquier caso, cometería yo un delito de lesa traición a la patria si no dedicara algunas líneas más a explicar cómo la esencia de lo andaluz se manifiesta de forma reluciente en la cultura hispanomusulmana, aunque para eso lo mejor es recurrir a nuestro padre, a Blas Infante, que para eso lo tenemos. Por supuesto, está el hecho incontestable de que los andaluces se levantan a favor de Tarik y sus hombres (esto lo dice en un libro titulado La verdad sobre el complot de Tablada y el estado Libre de Andalucía, que publicó en 1932), por lo que no puede hablarse de conquista (la conquista es la otra, la de los cristianos, que traería a nuestra tierra siglos de desgracias continuadas). Para Blas Infante, el genio andaluz es capaz de imponerse al carácter rudo de los hombres del norte de África, creando una síntesis gloriosa de tolerancia y libertad: Al Andalus era una “lámpara única encendida en la noche del Medievo”. Andalucía era entonces libre, ahora es esclava (es el ahora de Blas Infante cuando pronuncia la conferencia que en 1919 se convertirá en El Ideal andaluz, pues en el ahora de ahora mismo vuelve a ser libre, bajo el régimen chavista). Andalucía era un paraíso de la cultura, la tolerancia, la libertad y la riqueza, en la nación se había instalado un “bienestar general que permitía ir a caballo a todo el mundo en lugar de ir a pie”. ¡Qué hermosa imagen la de la sociedad andaluza a caballo! Esa convivencia de siglos define a la perfección el genio andaluz y marca las características de su nacionalismo, que es ¡antibelicista, acogedor, antirregionalista y antinacionalista!, como refleja la celebérrima divisa de nuestro escudo: “Andalucía por sí, para España y la Humanidad”. Y luego lo deja todo bien clarito: “Hay que aprovechar esos períodos libres [se refiere a Al Andalus, evidentemente] para reencontrar el río de la genialidad, fuerzas sociales culturales, para hacer del hombre andaluz, hombre de luz, como lo fue antaño, cuando fue capaz de crear un foco cultural como Tartessos e inundó el mundo occidental con la sabiduría de Al Andalus”.

Por supuesto, esto significa que Andalucía no es Europa (ya lo sabíamos, desde el mesozoico al menos), la Andalucía auténtica es extraña a esa España europeizada por los cristianos. “Nosotros no podemos, no queremos, no llegaremos jamás a ser europeos [uf, casi lo consigue]... Pero jamás hemos dejado de ser lo que somos de verdad: esto es, andaluces, euro-africanos, euro-orientales, hombres universalistas, síntesis armónicas de hombres”. Y sigue luego: “¡Europa, no; Andalucía! Europa es por su método, la especialización que convierte al individuo en pieza de máquina. Andalucía por el suyo, es la integridad que apercibe al individuo como un mundo completo ordenado al mundo creador. Europa es el individuo para la masa. Andalucía, el individuo para la Humanidad. Europa es el feudalismo territorial e industrial, Andalucía, el individualismo libertario que siente el comunismo humano, evolutivo, único comunismo indestructible por ser natural, el que añoraron todos los taumaturgos; aquel que tiene un alma en la aspiración, que cada individuo llegue en sí a intensificar, de crear por sí, pero no para sí, sino para dárselo a los demás. Ese único comunismo posible que no puede llegar a crearse por artificio maquinista, sino por la alegría y por el espíritu que la alegría viene a crear. Europa es el empaque dominador megalómano, rabiosamente utilitario. Andalucía es, como decía no sé quién, como son sus casas de apariencia humilde, con patios, jardines centrados por fuentes; sencillez por fuera; iluminación por dentro”. No entiendo cómo se pueden escribir tantas tonterías seguidas y seguir conservando un gramo de prestigio intelectual. (Al menos, Andalucía no tiene de padre de la patria a un racista. Cierto. Al menos.)

En definitiva, que el genio andaluz (“exaltación imaginativa con vehemencia y repentismo, psicología optimista y atractivo de la belleza de un medio risueño”), fundamentado en un optimismo de raíz griega, acaba imponiéndose, como acabamos de ver, a la naturaleza de lo árabe. “De esta manera, Andalucía fue el refugio del genio griego durante la barbarie medieval en el resto del mundo” (El Ideal andaluz). Pero esa barbarie también acabaría alcanzándola en forma de cruel conquista cristiana... [Continuará]

5 comentarios:

Turulato dijo...

¡Qué capacidad de trabajo!. Me está usted deprimiendo don Paolo.
Entre mi "pitopausia" galopante y que presiento la flojera primaveral, estoy que no vivo en mi. Así que no escribo "ná de ná", que creo que dicen en "Graná".

Por cierto. El Estatuto Andaluz nunca se aprobó y, en consecuencia, no es otra cosa que un proyecto.
Se sometió a referendum, en el que era preciso que obtuviese mayoría simple en todas y cada una de las provincias andaluzas.
Pero en Almería no obtuvo votos suficientes.

En buen derecho sólo había un camino...
Pero no. No sé que hicieron en el Parlamento -soy incapaz de entender tras largos años de estudio la maravillosa ciencia jurídica que utilizan los políticos españoles- y lo pusieron en vigor.

Así que, discúlpenme, yo suelo encabezar sus citas con..
¡"Pisha, con do cohone"!.

Y termino. Sí se da una vuelta por las Vascongadas, comprenderá usted dos cosas:
*La extrema modernidad de Andalucía comparada con el "Big bang" euskaldun
*Que los libros de texto pueden ser mucho mejores... Más "diver"

Anónimo dijo...

Hola.
Me llamo Antonio. Llevo varios meses visitando tu blog con asiduidad. Por la música en principio. Y muchos excelentes escritos tuyos me han animado más que el de hoy a escribir, pero escribo este miér(dade)coles sólo para opinar, bobamente, que la identidad nacional es algo que se define por la guerra.
Lo mismo que eso que llamamos personalidad (para los individuos) no es otra cosa que el conjunto de defectos qu adornan a cada cual, la identidad nacional viene definida por la suma de odios a que han ido dando lugar las guerras y muchos diálogos que son combates de boxeo más que otra cosa. Dejas de oír un programa de radio o de leer un periódico dos meses y cuando regresas a ellos ves que están cambiadísimos, no por una evolución normal, sino por unas extrañas deformaciones a las que les lleva el debate, el combate. Las ideas no crecen si son niños de la guerra. La polémica asfixia el crecimiento natural. Lo que Wilde llamaba la razón bruta enmascara la fuerza bruta. Dicho en corto: si me permites opinar sobre tu blog, me gustan más la poesía y la música... Y perdón por presentarme así.

Portarosa dijo...

¡No doy crédito!

Paolo dijo...

Turulato, aquello del referéndum de Estatuto fue verdaderamente glorioso, partiendo de la rocambolesca pregunta que nadie entendía, pero que lo que venía a decir era que si se aceptaba la vía autonómica que marcaba el artículo 151 de la Constitución (autonomías de primera: Catluña, País Vasco y Galicia) o la del artículo 143, por el que se suponía que debía transitar el resto de comunidades. Para que ganase la vía del 151, habí aque obtener más del 50% de los votos afirmativos en cada provincia. Las primeras noticias apuntaban a que ese objetivo no se había logrado ni en Málaga ni en Jaén ni en Almería. Luego hubo reclamaciones y los resultados definitivos del "Sí" quedaron así:

Almería.......43,32%
Cádiz.........56,12%
Córdoba.......59,96%
Granada.......52,95%
Huelva........53,89%
Jaén..........50,07%
Málaga........52,04%
Sevilla.......64,89%

Con estos resultados, había dos opciones: olvidarse del artículo 151 o dejar al margen a Almería (había responsables políticos de la provincia que preferían formar comunidad con Murcia, lo que, sinceramente, pienso que les habría ido mucho mejor). ¿Pero claro cómo cometer esa traición con el duque de Medina-Sidonia, Boabdil, Argantonio y las bacterias del mesozoico? Total, que Clavero forzó la ley (lo cuenta sin sonrojo en su libro) para hacer constitucional la repetición del referéndum sólo en Almería, pero al final ni siquiera hubo eso: el referéndum no se repitió y Almería pasó a formar parte de la comunidad autónoma andaluza por cojones, y ya está.

Paolo dijo...

Antonio, gracias por tu opinión, que al parecer es compartida por otros, pero no por mí. Pero seguirá habiendo música, no te preocupes.