Winterreise
Schubert puso música al ciclo del Viaje de invierno de Wilhelm Müller el año que cumplía los 30, cuando sólo le quedaba uno de vida. Ciertamente en toda la obra puede detectarse, como suspendida, una premonición sobre la muerte cercana, y es que nunca antes la soledad, la desesperanza, la desolación más absolutas habían sido capturadas por la música como aquí.
El viajero avanza por caminos nevados y desiertos, plagados de símbolos y objetos que a menudo le recuerdan los momentos felices pasados junto a su amada (para los que Schubert reserva, con maestría, los modos mayores), pero en realidad lo que se nos presenta es un viaje interior, justo el final del proceso de autodestrucción de alguien que ha perdido por completo la esperanza.
Pero, ¿es eso posible?, ¿puede perderse por entero la esperanza? En el último lied del ciclo (y frente a la abrumadora opinión contraria de todos los especialistas que conozco) siempre he intuido que se esconde un postrer esfuerzo por volver a la vida, por renacer, siempre he sentido el íntimo convencimiento de que la presencia humana, aun de alguien tan solo y despreciado como el propio protagonista, no era sino un símbolo más, una guía por la que regresar del invierno a la luz de la primavera, acaso para encontrar un mundo distinto, sí, un mundo en el que dejar "las cosas marchar como ellas quieren", alejado de las ciudades y los caprichos de los otros hombres, una esperanza a la que aferrarse, al fin y al cabo.
El tañedor de zanfoña
Más allá de la villa
hay un tañedor de zanfoña.
Con sus dedos ateridos
toca lo mejor que puede.
Descalzo sobre el hielo
va vacilante aquí y allá;
y su platillo
queda siempre vacío.
Nadie quiere escucharlo.
Nadie lo mira.
Y los perros gruñen
alrededor del viejo.
Él deja las cosas marchar
como ellas quieren,
sigue tocando su zanfoña.
Nunca calla.
Extraño viejo,
¿iré contigo?
¿Tocarás tu zanfoña
para mis canciones?
En ese viejo músico callejero que sigue tocando sin que nadie le preste la menor atención se oculta, como símbolo, la resistencia última del ser humano a sucumbir, el instinto puramente animal de la supervivencia, el aferrarse a la vida aun en los momentos más terribles. Es la conclusión a la que llegaba esta mañana mientras oía la espléndida versión que de la obra de Schubert hizo Hans Zender. En medio del frondoso jardín de timbres y colores con el que Zender envolvió las melodías schubertianas, en el fragor de las sonoridades y las disonancias con que capturó magníficamente el espíritu del compositor vienés, muchas ideas e imágenes empezaron a bullirme por la cabeza, el horror de Mathausen y de Buchenwald, el juicio de Adorno sobre la imposibilidad del arte después de Auschwitz, la estupefacción de las víctimas de ETA ayer por la tarde en el Congreso, el error de la evolución al concedernos la conciencia sobre nuestro propio dolor y nuestra muerte, a mí mismo, en los momentos de mayor abatimiento y melancolía, oyendo la música más melancólica jamás escrita y sintiéndome con ella reconfortado.
5 comentarios:
Lo que dices es muy profundo. Creo que me ha apetecido aplaudir después de leerte (plas, plas, plas), pero no sé si te aplaudo desde la melancolía, desde la muerte o desde la esperanza.
Por cierto... no me ha gustado que me saliera eso de 1 curioso colgado en la tela o algo así :(
Saludos.
Amigo Robert,
muy interesantes todas sus acotaciones. Los poemas de Müller (y lo que con ellos hace la música de Schubert, que es sencillamente prodigioso, porque literariamente los lieder distan mucho de la maestría) están llenos de referencias explícitas a la desesperanza más absoluta. En el 16, el wanderer hace depender su esperanza de una hoja sostenida por el viento: "si la hoja cae al suelo,/ mi esperanza cae con ella". En cuanto al 21, La posada, pienso que debe ser interpretado como el símbolo de la soledad más completa, el viajero es rechazado hasta por un cementerio. Mut! ("Avanzo por el mundo alegre,/ ¡contra viento y tempestades!") podría entenderse como la exaltación que experimentan muchos moribundos antes justo de su muerte. Tal vez sea la última expresión de la alegria y el coraje en alguien condenado a la eterna melancolía y a la indiferencia.
Con respecto a Der Leierman, lo normal es encontrarlo (mal) traducido como El organillero, pero resulta que 'leier' significa, en efecto, 'lira', sólo que en Alemania el término empezó a usarse en el siglo XVI como sinónimo de viola de rueda, es decir, zanfoña. Y como, sin duda alguna, el personaje del viejo (un músico callejero) toca la popular zanfoña y no la cultísima y exótica lira, creo que la traducción más correcta es la de El tañedor de zanfoña (en ausencia de algo parecido a zanfoñero)
Esa versión de Hotter-Raucheisen es de las más estremecedoras que he oído nunca.
Ay... ¿qué le dije, Paolo? Le dan ustedes más vida a la música que mis altavoces...
Me parece que zanfoñista no está todavía consagrado ni por el uso ni por el Diccionario de la RAE. Y cuidado con 'zampoña', que no es una 'zanfoña', sino una flauta.
Paolo, qué bien que pusiste luego la recreación que hizo Zender, porque sería un lamentable descuido olvidarse de esa obra, que casi que me gusta más que la original de Schubert, le da una vida y un dramatismo que sólo el piano y el cantante no consiguen del todo..., escúchese el inicio, o esas campanas fúnebres... Me gusta más la versión de Hans Peter Blochwitz, por cierto, pero la otra es la que ha circulado más.
De las versiones de la obra de Schubert, me quedo con la de Olaf Bärr.
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