Agua
Me encanta cepillarle el pelo mientras le paso el secador, y lamento no hacerlo más a menudo. Me encanta tenerla sentada en mis rodillas, envuelta en la toalla, mientras me cuenta del caballo del parque y cómo ella y Sonia le daban de comer tierra o del lobo que se asomó a su cama la otra noche o de la canción que cantaba con Sara y Belén. Y me gusta creer que a ella también le gusta. Por eso, ahora que pasamos tanto tiempo juntos por las mañanas, me pide todos los días que la meta en ese barreño azul donde se bañaba su hermana. En apariencia lo hace para jugar con la ducha infantil que le compró su madre cuando era más pequeña y le espantaba la idea de que un chorro de agua le mojase la cara, pero en el fondo yo sé que es porque disfruta sentada en mis rodillas, contándome sus increíbles aventuras mientras siente mis caricias leves mezcladas con el calor y el runrún del secador. Me encanta sentir el roce de su espalda mientras le cepillo el pelo y escucho del castillo o del puzzle que haremos después, y lamento no sentirlo más a menudo. Lamento haber delegado tantas cosas, por comodidad, o por incapacidad, o por miedo, y cuando la oigo jugar a mi alrededor, mientras trabajo, haciendo familias con los paraguas o con los botes de crema o con los rotuladores y suena un preludio de Sainte Colombe imagino que el Paraíso original debió de ser algo así, un espacio donde el sentimiento de ternura fluía entre los hombres sin necesidad de palabras ni de gestos, imponiendo un orden en el que el tiempo parecía detenerse. Y entiendo el dolor que esa pérdida supuso para nuestros padres. Y, por todo eso, y aunque no considere imprescindible la paternidad para alcanzar a comprenderlo en toda su profundidad, el horror de Beslan me ha afectado tan íntimamente que, más a menudo de lo que ella necesita, me sorprendo preguntándole: "Cariño, ¿quieres agua?".
8 comentarios:
Hermoso texto, Paolo. Leyéndolo se siento uno algo más acompañado.
Juan Avellana.
Joder, Pablo, me has hecho llorar.
Gracias, Juan. El texto tuyo que colgué aquí el otro día a mí me ayudó mucho.
Lo siento, Ignacio, pero llevaba cuatro o cinco días llorando para dentro (que es mucho más duro) y tenía que quitarme esto de encima de algún modo.
No lo sientas, por dios, sólo faltara...
Paolo... ¿quieres agua?
Saf ;-))
Sí, claro, siempre...
(lo borré sin querer, sorry)
A mi lo que me horroriza es que probablemente los mismos que dispararon, los mismos que dieron la orden para desencadenar el horror, acuestan a sus hijos por las noches y les dan un beso mientras les pasan la mano por la cabeza.
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