viernes, 10 de septiembre de 2004

Amenábar

Después de ver Abre los ojos juró que me esforcé, me esforcé y me esforcé por mantenerlos bien abiertos (los ojos interiores) tratando de entender qué era lo que había llevado a gente a la que conocía y respetaba intelectualmente a hacer el elogio de semejante bodrio. Claro que también repiqueteaba en mi cerebro la advertencia de mi amigo P R ("No hay una sola frase inteligente en toda la película"). Y no es que no hubiera una sola frase inteligente, es que la película era un profundo insulto a la inteligencia.

Con ese precedente, me negué a pagar una entrada por ver Los otros, película que recuperé el otro día en TVE, en medio del mayor aparato publicitario-propagandístico que se haya conocido nunca en el cine español, con motivo del estreno de Mar adentro. Sin entrar en la polémica del paralelismo de la película con El sexto sentido y cuál de las dos fue concebida en primer lugar, Los otros me pareció mejor concebida y acabada que la anterior (no era necesario mucho, desde luego), pero de una vacuidad extrema.

No quiero quitarle a Amenábar mérito alguno. Es hábil con la cámara, indudablemente, y poco a poco va aprendiendo a contar una historia, pero el problema es que el trasfondo de sus películas es inane, cuando no rídículo, algo que puede ser considerado como símbolo de nuestro tiempo y que deriva indudablemente de las influencias que él reconoce en su cine, ¡que no pasan de Spielberg! Lo cual viene a ser más o menos como si un novelista joven afirmase que sus referentes como escritor son Antonio Gala y Arturo Pérez-Reverte y que para él Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín o Baroja son sólo nombres.

No he visto Mar adentro, y no pienso pagar una entrada por verla. Amigos que la han visto y que trabajan en el entorno del cine (y de quienes me fío) coinciden (lo que es noticia) en que Amenábar no se atreve a ponerse en la piel de Sampedro, que es incapaz de adoptar la posición de alguien que quiere morirse, que la película es tremendamente tramposa con los sentimientos del espectador y que además la música (Amenábar insiste en escribir sus propias bandas sonoras) es de auténtico sonrojo.

En cuanto al exagerado apoyo de los medios afines al Gobierno y al PSOE a un film que trata un tema de una extraordinaria hondura humana y social desde la perspectiva más correctamente política que pueda imaginarse, me produce un profundo rechazo. Que Amenábar haya aprovechado justamente este momento para salir del armario (¿ante quién, si en el entorno del cine su condición de homosexual era conocida de sobra?) para redondear así el círculo del talante y mercadear con su sexualidad convierte el rechazo en pura repugnancia.

2 comentarios:

Paolo dijo...

Prueba>Prueba

Paolo dijo...
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