domingo, 15 de enero de 2006

Arquitecturas

La música de José María Sánchez Verdú (Algeciras, 1968) resulta de una feliz combinación entre la sólida arquitectura germánica y la sensualidad tímbrica mediterránea. Alumno, entre otros, de Juan Alfonso García, Antón García Abril, Franco Donatoni y Hans Zender, Sánchez Verdú tiene amplísimos intereses culturales, que van de la música medieval y renacentista (es un extraordinario conocedor de Ockeghem y Josquin, por ejemplo) a la literatura árabe y persa, la pintura de Paul Klee o la forma de transmisión de la información en abejas y hormigas, intereses que aparecen reflejados con frecuencia en sus obras, en ocasiones tomados como motivo, inspiración o simple punto de partida, otras veces formando parte de la propia naturaleza de sus composiciones en forma más o menos estilizada.

Lo primero que llama la atención cuando se oye una obra de Sánchez Verdú (casi cualquiera: la primera que yo escuché en directo fue Maqbara) es la riqueza tímbrica que obtiene de los instrumentos tradicionales, que conoce tan exhaustivamente como para explotar hasta el límite sus posibilidades sonoras, tanto en su registro convencional como explorando el sonido que puede producir en cuanto simple objeto. La importancia concedida al timbre marca en gran medida su música, como la preocupación por el detalle y la exquisitez en el tratamiento de las texturas, la atención a los elementos rítmicos (sus obras parecen muchas veces organismos vivos que respirasen) y el gusto por el estilizamiento geométrico, tan característico de la decoración islámica o de la pintura de Pablo Palazuelo, uno de cuyos cuadros ocupa la portada de este CD de Columna Musica, el primero completamente monográfico que se le dedica (en los próximos meses, sendos discos publicados en Harmonia Mundi, Almaviva y Col Legno vendrán a unirse a este, prueba del interés cada vez mayor que despierta su trabajo). El disco contiene siete obras de diversos géneros, que se han venido registrando en los dos últimos años en circunstancias diversas.

Ahmar-aswad (2001; Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt dirigida por Pascal Rophé el 4 de marzo de 2005 en Frankfurt), obra orquestal estrenada en el teatro Alameda de Málaga el 31 de enero de 2002, es la cuarta parte de un ciclo sinfónico titulado globalmente Kitab ak-alwan (Libro de los colores) y está dedicada a Pablo Palazuelo. Sánchez Verdú muestra aquí su interés por la sinestesia (relación de colores con las notas musicales), lo que remotamente lo hermanaría con Scriabin. En Ahmar-aswad son el rojo y el negro (eso significa su título árabe), que corresponden a las notas sol y do, los que se entrelazan como en un diseño de lacería islámica.

Arquitecturas de la ausencia (2002-2003; Cello Octet Conjunto Ibérico dirigido por Elías Arizcuren, en grabación cedida por el sello holandés Etcetera) está escrita para octeto de violonchelos y fue estrenada en el Auditorio Nacional de Madrid el 10 de junio de 2003. Dividida en cuatro movimientos, la obra está marcada por la ausencia de algún elemento en cada uno de ellos: I. “Elogio de la sombra”, falta la luz; II. “Arquitectura de espejos y ecos”, espejos y ecos empleados como símbolos místicos de la ausencia; III. “Fragmento en negro”, ausencia de color; IV. “Arquitectura del silencio”, ausencia de sonido. Inspirada también en el arte de Palazuelo, es una de las obras más admirables de su autor. Sánchez Verdú maneja un instrumento de treinta dos cuerdas y ocho cajas de madera, consiguiendo combinaciones tímbricas auténticamente inauditas e insólitas. Divididos de forma genérica en dos coros, los violonchelos suenan a cuerda, a madera, a metal, creando sensaciones por completo diversas, desde la incorporeidad de la “Arquitectura de espejos y ecos” al enérgico y casi amenazante “Fragmento en negro”, para terminar con las infinitas sutilezas dinámicas, todas en el límite de lo audible, de “Arquitectura del silencio”, con los ocho violonchelos trabajando permanentemente sobre la cuarta cuerda.

Qabriyyat (2000; Ensemble Oriol Berlin dirigido por Ilan Volkov el 15 de marzo de 2002 en Frankfurt) es una obra para orquesta de cuerdas dedicada a Hans Zender y estrenada en la Expo de Hannover el 6 de julio de 2000. Qabriyyat significa “Epitafios” en árabe y Sánchez Verdú explica que con la obra pretendía evocar estilizadamente el aspecto físico, plástico de las inscripciones funerarias de un cementerio islámico. Obra en dos movimientos, de extremas tensiones dinámicas, con trémolos casi constantes y empleo del ruido de una forma que quizá recuerde a Helmuth Lachenmann. En el segundo movimiento suena por un instante, como en una transparencia, el Introito del Requiem de Ockeghem, cubriendo así varios de los intereses artísticos del autor: el universo islámico, la música medieval occidental y la confluencia de diversas tradiciones culturales en un punto común, en este caso relacionado con la muerte.

Machaut-Architektur V (2004; Taller Sonoro el 2 de junio de 2004 en Sevilla) forma parte de un proyecto de cinco piezas escritas para ser intercaladas entre los distintos movimientos de la Misa de Notre-Dame de Machaut. En el Teatro Central de Sevilla, la obra se ofreció con piezas no sólo de Sánchez Verdú, sino también de José Manuel López y Elena Mendoza, pero Sánchez Verdú completaría después las cinco piezas de su propia mano, y así la estrenaría Taller Sonoro el 18 de mayo de 2005 en Molina de Segura (Murcia). De su obra, escrita para flauta, clarinete, saxo, piano, percusión, violín y violonchelo, y que parte una vez más de su interés por la música europea del medievo, comenta el propio autor que pueden observarse “procedimientos musicales, como la isorritmia, así como otros casi de orden arquitectónico. Las piezas I, III y V presentan algunos materiales similares que son articulados en estratos distintos, en tiempos de proporción doble (proportio dupla) y en niveles polifónicos diferentes, ofreciendo un cierto tipo de rima musical. Las piezas II y IV, por su parte, presentan igualmente otra serie de correspondencias reconocibles, aunque se trate de instrumentaciones diferentes. Uno de los puntos culminantes es la superposición, en Machaut-Architektur V –la pieza más compleja del ciclo– de un material anterior ya conocido de los movimientos I y III, que aparece incrustado en el material de este quinto movimiento, desarrollándose ambos en perfecta sincronía y en un elaborado y para mí fascinante juego con la percepción musical y psicológica”.

El Trío III “Wie ein Hauch aus Licht und Schatten” (Como un soplo de luces y sombras) (2000; Trío Dhamar el 2 de octubre de 2003 en Madrid), escrito para la formación clásica (violín, violonchelo, piano) está dedicado a Cristóbal Halffter y fue estrenado en el Pabellón alemán de la Expo de Hannover el 3 de septiembre de 2000. La obra parte de nueve fragmentos poéticos de los Poemas de la consumación de Vicente Aleixandre, versos que aparecen decorando epigráficamente la partitura. Son los siguientes: “Ignorar es vivir/ Saber morirlo.// La memoria de un hombre/ está en sus besos.// El labio sólo sabe a su final/ sabor: memoria, olvido.// La huella de tu espuma,/ cuando el agua se va,/ queda en los bordes.// Llueve tu amor/ mojando mi memoria.// La majestad de la memoria es aire/ después o antes. Los hechos son suspiro./ Ese telón de sedas amarillas/ que un soplo empuja, y otra luz apaga.// La noche es larga,/ pero ya ha pasado.// Solo, desnudo,/ esperas.// Pero ya no amanece”. La obra es típica de Verdú, en la desfiguración del perfil clásico de los instrumentos, en el refinamiento exquisito de las texturas, en el juego de los límites (secuencias que bordean el silencio, un poco a la manera de Sciarrino; contrastes entre graves y agudos; juego entre los solistas y el conjunto, que puede llegar a producir sonoridades casi sinfónicas), en su base poética, que trasciende a la abstracción del puro sonido.

Arquitecturas del silencio (2004; Esteban Algora el 12 de marzo de 2005 en Madrid) es una obra escrita para acordeón solo que estrenó Esteban Algora en el Festival de Cagliari el 24 de noviembre de 2004 y que forma parte de un ciclo reciente que se engloba bajo el título genérico de Arquitecturas. Como puede imaginarse cualquiera a estas alturas, el acordeón suena a todo menos al acordeón tradicional de los que tanto escuchamos ahora por las calles en manos de inmigrantes balcánicos. Empleado a la vez como instrumento de viento y de percusión, Sánchez Verdú combina la emisión de aire (sin altura definida) y el puntillismo de los toques percutivos sobre la caja con largas líneas mantenidas en el tiempo, creando, a través del sentido más puramente físico del sonido (aire, madera, zumbido) una curiosa y paradójica sensación de irrealidad.

Finamente, Paisajes del placer y de la culpa (2003; Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt dirigida por Peter Rundel el 5 de diciembre de 2003) se ha convertido en apenas dos años en una de sus más célebres partituras sinfónicas (será incluida también en los discos de Harmonia Mundi y Almaviva). Estrenada por Pedro Halffter en Berlín el 23 de agosto de 2003, la obra toma su título del libro homónimo de Ignacio Gómez de Liaño y se estructura en tres movimientos, que suenan sin solución de continuidad, trazando una especie de viaje iniciático por tres espacios diferentes. Son la idea renacentista del jardín, como lugar cerrado y místico, y la historia de amor de Polifilo recogida en la Hypnerotomachia Poliphili de Francesco Colonna, que editó Aldo Manuzio en Venecia en 1499, los puntos de partida extramusicales para una obra que puede servir como fiel representante del estilo actual de su autor. El primer movimiento, “Jardín de vidrio”, parte de la repetición de unos acordes en los que se combina el aire de los instrumentos de viento con unas líneas agudas de los de cuerda. El coqueteo con las dinámicas más sutiles y con el silencio, la disposición geométrica de los diferentes elementos, pretenden dar esa sensación de inmovilidad y frialdad del vidrio. Pese a compartir la finura y exquisitez con que están encajadas las texturas, bien diferente resulta “Jardín de seda”, pieza ondulante y evanescente, suave y leve, en la que las sonoridades más tenues y graves son rotas secuencialmente por figuraciones rápidas de un violín, como si una racha de viento (y el aire vuelve a estar bien presente aquí) moldease el ramaje de seda de los árboles. “Jardín de oro” cierra la obra mediante el empleo de materiales más pesados, dinámicas más amplias y una tensión armónica más descarnada y acuciante.

Música siempre fascinante, por momentos hipnótica, la obra de Sánchez Verdú tiene mucho de ritual, que parece estar reclamando permanentemente nuestra participación.


"Jardín de vidrio", de Paisajes del placer y de la culpa de José María Sánchez Verdú. Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt. Director: Peter Rundel. (Columna Musica)

6 comentarios:

Er Opi dijo...

La música de Sánchez Verdú no sólo me parece la más interesante de cuantas se hacen hoy día en España, sino de las más interesantes que se hacen en el mundo. Personalidad fuerte en un mundo sonoro propio, rigor en la construcción y una capacidad de sugerir y extasiar que hacen quitarse el sombrero y escuchar con fascinación. Y con muchas ganas de seguir escuchando lo que nos seguirá trayendo.

Un abrazo,

Er Opi.

Anónimo dijo...

Sí, una de las músicas más interesantes (decir la más siempre es excesivo y las hay, aunque pocas y en mi humilde opinión, que lo son tanto como la suya aunque no en su generación) y con unos "pretextos" a su vez interesantes, curiosos y eruditos.

Saludos.

Anacrusa

Paolo dijo...

Hay una palabra que se repite una y otra vez cuando se habla de la música de Sánchez Verdú. Yo la he escrito, Opi la ha escrito y la dice casi todo el mundo que escucha una obra suya en directo (el disco no es lo mismo). Esa palabra es "fascinación". Su música suena nueva, fresca, insólita y por ello provoca en los oyentes auténtica fascinación (a menudo, incluso a los que llegan al concierto cargados de prejuicios: lo he comprobado varias veces).

Anónimo dijo...

Evidentemente no tengo ningún prejuicio contra la música contemporánea; es la mía, la de mi época y he dedicado buena parte de mi vida a ella. Me parece extraordinaria la de Sánchez Verdú (leída y oída), pero no me fascina. Es y va a ser uno de nuestros grandes, pero lo que se dice fascinarme (casi más leída que oída) sólo me ha fascinado la música de nuestro malogrado Paco Guerrero y algún destello del principio del malogrado, también, pero afortunadamente sólo como compositor, Pablo Rivière (Cartas de amor a Colombina); sólo en esos dos nombres, en su música, he creído percibir eso que da tanto miedo mencionar, al margen del talento,del rigor que menciona Opi, del saber apabullante y de la preparación ilimitada que todos ellos demuestran, del genio, pero seguramente será una limitación mía. Todos tenemos limitaciones en la percepción del arte y más aun de la música. Hablamos de unos niveles en que ya casi sólo diferencia una cosa de otra eso tan resbaladizo y tan manido que es el gusto.

Y de los anteriores, aunque resulte, no se por qué, pero es así, hasta hortera decirlo (je, je), yo me quito el sombrero ante los tres Halffter (ante los tres, sí, ante Cristobal también) y ante otro compositor dejado en el más lamentable de los olvidos que es Gombau.

Hay una reflexión que me llega de pronto. Parece que los grandes intereses culturales, la erudición, han de hacer mejor a un compositor y, es tan rara la música, la creación de ella, que hay diversas pruebas de que nada tiene que ver ¿no les parece? La hará más honda, más reflexiva, más... eso, erudita, pero compositores ha habido prácticamente analfabetos y perfectos en su obra y en todos los países y en todas las épocas ¿no?

Que raro es todo, sí

Saludos dubitativos.

Anacrusa

Almach dijo...

Gracias a la técnica (y a la ayuda recibida, todo hay que decirlo), estoy escuchando con atención la música que nos dejó en este texto. Y lo estoy haciendo a lo grande, es decir, con perseverancia e innumerables repeticiones, y a través de "la joya de la corona" (es como mi cónyuge jocosamente denomina al monstruo que tengo en el estudio...).

Aunque no es el tipo de composición que más me agrade (¡Ay, que melón más estupendo abrió usted ayer!), coincido en el calificativo que sus ilustres visitantes han dejado respecto de ella. Interesante. Ciertamente. Hermosa en su concepción técnica y sonora.

Mi problema es que no llega a mi corazón, que es en mi caso el lugar en el que busco y busco... Esto me llevaría a enlazar con algo ciertamente interesante que Anacrusa ha escrito "Todos tenemos limitaciones en la percepción del arte y más aun de la música. Hablamos de unos niveles en que ya casi sólo diferencia una cosa de otra eso tan resbaladizo y tan manido que es el gusto." y más allá, con su texto precedente. Hay tantas cosas que me gustaría exponer y someter a su opinión y a la de sus contertulios virtuales...

Paolo dijo...

Escucho...