viernes, 20 de enero de 2006

Decencia

Como norma, tengo que desplazarme un par de veces a la semana y por motivos profesionales al centro histórico de Sevilla. Lo hago a primera hora de la mañana (entre las ocho y media y las nueve) sorteando lo mejor que puedo el tráfico y a los repartidores de prensa gratuita, ese fenómeno posmoderno que nos aflige. A unos con un quiebro de cintura, a otros con un gesto de la mano o una mirada concluyente los voy dejando inmisericordemente atrás, pero hago una excepción. Se trata de una chica que suele colocarse sola en el cruce de la Avenida de la Constitución con la calle García de Vinuesa (hoy descubro que esta calle ha pasado a llamarse del Mar, y me pregunto si los sevillanos son conscientes del estrago sentimental, otro más, que supone esta reinvención permanente del nomeclátor de la ciudad). Su mirada franca, su sonrisa abierta y cordial, su amabilidad, su solitud y el lote aterradoramente desmoralizador de periódicos que se apilan junto a ella, me hacen tomarle el diario de las manos con un lacónico gracias y una sonrisa. El interés de la publicación me parece por completo nulo, pero no me cuesta nada cogerlo, echar un vistazo a la portada y, algún día, hojearlo someramente antes de depositarlo con frialdad en el contenedor de papel situado al final de la Avenida, cuando ésta se ensancha para abrirse a la Plaza Nueva.

Coincidiendo con la Navidad, este diario inició una campaña de recaudación de fondos entre sus lectores para el tratamiento médico y quirúrgico en España de niños iraquíes. Desconfiando como desconfío de todas estas operaciones de caridad cosmética, pensé que, al fin y al cabo, aquello no dejaba de ser una causa noble. Lo que no sabía yo era que el periódico iba a convertir la iniciativa en un circo, con titulares sensacionalistas casi diarios: la cifra del dinero recaudado, la recogida de los pobres niños en Bagdad, el viaje, la historia lacrimógena de éste y de aquél, la llegada a España, la hospitalización... Así hasta hoy, en que, justo encima del rostro de un pequeño evidentemente minado por la enfermedad, el periódico titulaba con inmensos caracteres: "El corazón de X... no pudo resistir más". He sentido una mezcla de asco y desprecio absoluto por estos tipos que no dudan lo más mínimo en usar el dolor de un niño y de su familia para vender su podrida mercancía y he arrojado el periódico indignado en la primera papelera que se me ha puesto a tiro. ¿Se ha perdido definitivamente la decencia o es sólo mi percepción subjetiva? ¡Buitres infames!

3 comentarios:

it dijo...

Buitres infames.
Sí.
Esa, justo esa que has señalado (en el TV, en la prensa rosa, en los diarios, incluso en la radio...) es la infamia más monstruosa de nuestra época.

lukas dijo...

Paolo, pero qué cosas andas recogiendo por la calle....

Sí vivimos un tiempo asqueroso, ahora hay algunos que pegan al azar para grabarlo en el móvil...puaajjj

Anónimo dijo...

Desde luego sería mucho mejor que no hubiera motivo... pero visto lo visto, y con todas las salvedades, tengo que decir que es un placer recoger tu indignación en toda su pureza.