sábado, 11 de junio de 2005

Chavales

Uno de los síntomas más evidentes de la decadencia del idioma (y con él, de la civilización que lo sustenta, una ley histórica inapelable, por más que sea difícil decidir cuál sea la causa y cuál el efecto) deriva del uso de los sinónimos. Son los sinónimos términos equivalentes, es decir, palabras que, en apariencia, significan lo mismo, pero no siempre. No hay, desde luego, mayor diferencia en decir que algo "empieza", "se inicia" o "comienza", pero no es lo mismo afirmar de alguien que es un "malvado" o un "ruin". Por más que puedan entenderse como sinónimos y pertenezcan al mismo campo semántico, hay matices muy importantes que separan la "maldad" (concepto mucho más genérico) de la "ruindad" (ligada a comportamientos más concretos). Alguien puede comportarse de forma ruin sin que su persona merezca ser juzgada necesariamente con el calificativo de "malvada". De igual forma alguien puede ser malvado de múltiples formas sin caer a la fuerza en la ruindad. Es pues el contexto lingüístico el que habría que tener en cuenta a la hora de emplear un término u otro, un contexto lingüístico que está lleno de matices, y es en el dominio de estos matices en el que descansa el uso correcto de un idioma.

Cuando recientemente alguien calificó a los violadores de bebés como "chavales", la palabra sonó como un cañonazo en mi cerebro, porque, aunque sinónimos, no es lo mismo "joven" que "chaval". "Joven" es término neutro, que nos informa, simplemente, del momento del desarrollo vital de un individuo (y aun así, hay contextos que valorar a la hora de emplear el término: por ejemplo, un gimnasta de 28 años, no es un gimnasta "joven"). "Chaval" es, en cambio, palabra coloquial, que ha llegado hasta nosotros cargada de matices positivos. Un chaval es un niño, un chico al que, por ejemplo, se da ánimos al ingresar en un entorno de personas mayores que él (así, y por no abandonar el ámbito deportivo, el futbolista de dieciocho años que llega a primera divisón es frecuentemente calificado como "chaval"). Un delincuente puede incluso llegar a ser un "chaval", con tal de que sus delitos se limiten al robo de zapatillas de marca en El Corte Inglés o del móvil que el incauto extranjero dejó descuidado sobre un velador de la calle. Pero un violador o un asesino, por joven que sea, jamás será un "chaval". Hay algo que se rebela contra el empleo de esa expresión, una especie de conciencia lingüística, más intuitiva que racional, que nos dice que con ese uso del término el idioma está siendo violentado.

Pues bien, cuando es un juez quien violenta el idioma, la cuestión pasa a ser grave. Ayer, el famoso juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, afirmaba que internar a un "chaval de 18 años, por grave que sea su delito, en una prisión es una barbaridad". Y, claro, que tengamos que oír de un juez que los que violaron, atropellaron y quemaron viva a Sandra Palo son "chavales" o que las que acuchillaron hasta matarla a Clara García en San Fernando son "chavalas" resulta cuando menos chocante. El asunto tiene un trasfondo que supera el mero correlato idiomático. Detrás está la misma filosofía que nos ha llevado hasta la nefasta Ley Orgánica de Responsabilidad Penal del Menor, eficaz seguramente (no lo pongo en duda) para rateros, tironeros y camellos, pero perversa e indignante para el tratamiento de los delitos graves. Todo descansa en la idea de que alguien que tiene menos de 18 años no es responsable de sus actos o, al menos, lo es en mucha menor medida que el que ya ha cumplido los 18, una frontera tan arbitraria como ridícula, que parece ir contra la propia sociedad y contra la biología, y un síntoma de la pérdida progresiva e irreparable de uno de los referentes fundamentales de nuestra civilización, que durante siglos fue fomentado explícitamente por la educación (tanto la familiar como la vinculada a la institución escolar) y que ahora parece definitivamente herido de muerte: el de la responsabilidad. Que el PSOE se disponga ahora a dar un barniz cosmético a una ley que ha generado por sí misma problemas nuevos, y justo cuando el índice de violencia entre los menores crece de manera exponencial, es sencillamente para echarse a llorar. Que un juez, el ínclito Calatayud, se permita afirmar que la reparación de las víctimas no tiene nada que ver con la dureza de las penas que se imponga a los delincuentes, porque estas sólo están en función del objetivo último de la reinserción, sólo viene a confirmar la fractura monumental que se ha producido entre las altas magistraturas del Estado y la gente de la calle. Llegará un tiempo en que nos acordaremos de esto, cuando nuestra única defensa sea ya la del rechinar de dientes.

3 comentarios:

Srta. Experimental dijo...

Mea culpa.

Anónimo dijo...

Es que los que trabajan en reinserción de menores utilizan mucho eso de "chaval", supongo yo que precisamente por ese matiz positivo que usted destacaba en el término.

Anónimo dijo...

La decadencia del idioma no vendria a mi parecer en el cambio de sinonimos si no en este ”political correct” globalizado que impide el uso duro de las palabras exactas, todo tiene que ser matizado, atenuado, puesto en terminos suaves y bonitos.