martes, 5 de abril de 2005

Lee

Tigre y dragón


Soy un desordenado espectador de cine que ha dejado de acudir a los cines. Así que mejor variar el sentido del discurso: soy un desordenado espectador de cine que sólo ve cine televisado, lo cual significa que no veo cine, sino televisión, aunque a mí lo que me gusta es el cine y no la televisión. En fin… Quiere esto decir que no sigo las novedades de las carteleras, aunque siempre hay algunos títulos que se me van quedando clavados por ahí en sabe dios qué rincones de la memoria y en cuanto tengo ocasión, ¡zas!, me los televiso.

Me pasó el sábado con Tigre y dragón de Ang Lee, que me cautivó. Veo a Lee como uno de esos antiguos directores de estudio, que hoy estaban liados con un western, el mes que viene hacían una de gángsters, al siguiente una comedia y luego un melodrama, todo ello con la habilidad suficiente para encontrar siempre, y por encima del género y sus necesidades, el espacio para marcar con su mirada los afectos del espectador (¡me gusta el palabro –“afectos”–, tan barroco!). Creo que a eso le llaman estilo.

Ang Lee es un director con estilo. Es difícil encontrar en el cine actual a un realizador capaz de confeccionar películas tan absolutamente diferentes entre sí y que, conservando su perfecta individualidad, carguen con esa especie de marca de fábrica que las identifica y las aglutina en torno a la personalidad de su creador. Conozco cinco de las ocho películas de Lee. Para las dos primeras, El banquete de bodas y Comer, beber, amar (es anterior a ambas Manos que empujan, que no he visto), el director taiwanés escribió sus propios guiones. Películas de familias chinas en torno a una mesa, sí, pero mucho más que eso. Nada de choques culturales e intergeneracionales, que sí, que también, pero lo que importa está debajo, una mirada de una ternura, una frescura y una lucidez desacostumbradas sobre las relaciones personales y la forma de afrontar los obstáculos que la sociedad (los otros) van poniendo en el camino.

Sentido y sensibilidad¿Sería capaz de mantener Lee el control sobre su propio estilo con una producción hollywoodiense y un guión ajeno? Lo fue. Sentido y sensibilidad podría parecer un salto en el vacío: una película victoriana, con sus códigos morales rigurosos y su atmósfera asfixiante, lo cual derivaba en una estética diametralmente opuesta a sus anteriores filmes chinos, y así lo entendió a la perfección el director artístico de la producción, pero en el fondo se trataba, otra vez, de hacer una película de personajes constreñidos por su entorno. Lee eludió la tentación de recargar la oposición de caracteres que parecía exigir la novela de Jane Austen, y volvió a deslumbrarnos con una poética sencilla y sincera, en la que las inevitables referencias que todos tenemos acerca de la tramoya histórica se diluían en puras emociones, filmadas con una sensibilidad y un respeto por los personajes y el espectador admirables. Cine grande.

La tormenta de hieloCon La tormenta de hielo, Lee volvía a dar un golpe de timón. Película con final trágico, acaso innecesario, que podía haber sido desgarradora pero no lo fue, de rutinas conyugales y mentiras cotidianas, ilusiones perdidas y escenario de oropel, todo en el ambiente de la América de principios de los años 70, en el que parecen fundirse la contracultura nacida del 68 y el inmarcesible American way of life. Si la primera sensación que tenemos es que por una vez el director taiwanés abandona a los personajes a su suerte, que simplemente los observa como un entomólogo miraría a sus bichitos, pronto descubrimos que en el fondo lo que Lee hace es una renuncia consciente y explícita al juicio sobre ellos, pues sabe que eso sólo podría suponer su condena. Prefiere por eso crear en su torno un ambiente de ambigüedad moral que terminará por justificar su comportamiento. Es en este aspecto en el que tanto me recuerda a Medianoche en el jardín del bien y el mal de Clint Eastwood, película en su momento infravalorada, como esta de Lee. Ambas, estoy convencido, ganarán prestancia con el tiempo.

Más o menos por la fecha de estreno de La tormenta de hielo terminó mi idilio con los cines, así que me perdí en pantalla grande los tres siguientes títulos de Ang Lee: Cabalga con el diablo, ambientada en la guerra de secesión americana, Tigre y dragón y Hulk, su visión del famoso cómic de la Marvel. Pero recordaba que en su día me habían hablado muy bien de la segunda, así que pude recuperarla el sábado. ¿Cómo se comportaría Lee en una película de género, además en un género tan especial como el del cine de artes marciales? ¿Cedería a la tentación de la épica de grandes efectos?

Nada de eso. Lo que se supone va a ser una película de acción se convierte gracias a la sensibilidad de su mirada en un intimista y lírico cuento de amor. O mejor dicho en dos genuinos, originales relatos amorosos, porque son dos historias románticas paralelas las que atraviesan la película: una de amor juvenil, rebelde, ardiente, rompedor de tabúes y barreras sociales; otra, de amor maduro, sosegado, que se ha visto permanentemente insatisfecho a causa de las convenciones y los rígidos códigos de conducta de la China medieval, y que cuando parece por fin imponerse sobre ellos se ve frustrado por la muerte. Dos grandes historias de amor que se enmarcan en un escenario de magia, en el que las escenas de lucha están repletas de continuos hallazgos visuales, que fascinan sin apabullar. Nada chirría, nada resulta estridente, una sutileza en la narración (que incluye un largo flashback para explicar la singular historia de amor de los dos jóvenes) envuelve el mundo de pasiones soterradas que sostiene de manera conmovedora Michelle Yeoh. En sus ojos, en su mirada limpia y anhelante, hay más verdad que en los miles de horas de absurdos efectos especiales con que nos aburre el ridículo cine épico de hoy. (En su mirada y en sus frases: “Los sentimientos reprimidos son más intensos”.)

6 comentarios:

it dijo...

¡Hay que ver lo que sabes!
(Y lo listo que eres, y como relacionas unas cosas con otras, y el background cultural que tienes y lo bien que escribes y....)

Que me alegro de verte, vamos.

Saf ;-))

Paolo dijo...

Sí, yo también me alegraría...

lukas dijo...

¿Por qué terminó tu idilio con los cines? Yo un tiempo vi mucho cine televisado, pero ahora siento que esas películas no fueron vistas de verdad, y que sólo lo visto en pantalla grande merece la pena y será recordado. Por eso estoy en contra de todo ese elogio del DVD y del maldito home cinema, una soberana tontería. "El cine, en el cine".

Paolo dijo...

No lo escogí yo. Las circunstancias cambian y con ellas tu disponibilidad de tiempo para hacer todo lo que te gustaría. Tuve que renunciar a algo y fue al cine. Quitando dos otres nombres, tampoco me apasiona prescisamente el cine que se hace hoy. Y como lo que me gusta sólo se puede ver en la tele, pues...

Paolo dijo...

Sí, de Hulk ya me han dicho que no vale gran cosa. Así y todo tengo curiosidad por ver qué ha hecho con un material que a mí de partida no me interesa lo más mínimo.
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Pues dilo, dilo, no te cortes...
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No entiendo lo de la manía. Si las telarañas son de lo más decorativo, por favor...

Anónimo dijo...

En La Tormenta de Hielo (que sí, me parece una muy buena película) salía Tobey Maguire, el que ahora hace de Spiderman, en absoluto estado de gracia. De repente le vi a aquel adolescente la sonrisa exacta del primer Robert de Niro, y decidí que iba a ser el mejor actor de su quinta.

Todavía está a tiempo de no defraudarme.