El silencio de los corderos
Durante muchos años esto fue un matadero. ETA asesinaba, los nogales se agitaban con el ruido de las metralletas, los nacionalistas recogían las nueces y los demás enterrábamos a los muertos de tapadillo, no fuera a ser que los terroristas se enfadaran y el próximo entierro fuera el nuestro. El terror cumplía a la perfección con sus objetivos: el amedrentamiento, el desistimiento global. Siempre hubo resistentes a esta lógica, claro está, pero todos ellos eran tratados poco menos que como chiflados ilusos. En el País Vasco, la calle ya no era de Fraga, era de los terroristas, que actuaban con una impunidad que causaba auténtico bochorno. Pero así eran las cosas y de nada servía tratar de cambiarlas (si hasta un partido democrático renunció a gobernar después de ganar legítimamente unas elecciones, cediendo el poder a los nacionalistas, porque-las-cosas-tenían-que-ser-así). Entre objetivo y objetivo cuidadosamente escogido por los comandos, las juventudes terroristas se dedicaban a mantener el chantaje en las calles, frente a lo cual la mayoría apenas se atrevía a emitir tímidos balidos de disgusto. Pero hubo un día en que un comando escogió al cordero equivocado y después escenificó su sacrificio a lo largo de 48 larguísimas horas. El rebaño se rebeló. A eso le llamamos el Espíritu de Ermua. Y fue un momento maravilloso de la historia reciente de España: el coraje cívico de unos pocos arrastró a una masa de por fin concienciados a recuperar las calles, el diccionario y la escena. Arrinconados, ETA y sus cómplices del nacionalismo pensaron que algo tenían que hacer, que tal vez pudieran aprovechar también la nueva situación y que las nueces se recogerían con mayor rapidez si pactaban entre ellos la construcción nacional, liquidando a efectos prácticos a los constitucionalistas, que supuestamente habrían de ejercer de perfectos judíos. Y hubo un tiempo en que la estrategia funcionó, hasta el punto de que llegó a engañar al Gobierno de España. Pero, tras descubrirse la farsa, la reacción del Gobierno y del principal partido de la oposición fue admirable: era el Espíritu de Ermua el que había que llevar a las leyes. Había que arrinconar a los asesinos, a los terroristas, y deslegitimar de raíz todo el discurso que justificaba y amparaba sus crímenes. Los resultados fueron espectaculares y colocaron a ETA en la más difícil encrucijada de su historia. Y de repente, un cambio en el PSOE, un brusco giro en el resultado de unas elecciones y todo el edificio se vino abajo. Mucha gente desmovilizada, otra convencida a golpe de editorial de que la estrategia que había llevado a ETA al borde de la extinción era una estrategia en realidad equivocada, que un hombre justo y bueno podía apaciguar a la bestia herida y llevar a su rebaño al reino de la Pazzzzzzz infinita. Los resultados están a la vista: el terrorismo, convertido durante años en un problema residual, del que apenas se hablaba, en el centro del debate, la sociedad dividida, el terror reactivado en las calles... Un éxito absoluto de la política, sin duda. Sin embargo, en este panorama desolador existen algunos chispazos de esperanza: están los resistentes, que son menos que hace ocho años, pero valientes, sin complejos y cargados de argumentos demoledores (soñemos con el fin de la infantiloide era neorromántica que nos aflige y la vuelta de las Luces y del sapere aude kantiano), y nos quedan aún algunos pastores, como los jueces de la Audiencia Nacional que ayer nos evitaron un nuevo bochorno, preservando la lógica, el sentido común y la dignidad de nuestras instituciones. Muchos daban ya por descontado, hasta lo dejaron por escrito, que los corderos volveríamos a callar y aceptaríamos el que las cosas fueran-como-tienen-que-ser, pero por una vez se equivocaron. Hoy los escucho y los leo lamerse de forma patética sus heridas. Algunos lobos incluso aúllan, lanzando gritos de venganza. Pero a los corderos esos gritos ya no nos asustan. Quizá aún estemos a tiempo de evitar para siempre nuestro vergonzoso y acomplejado silencio del pasado.
5 comentarios:
Joder, P., muchas gracias por la compañía en que me dejas.
Un discurso un tanto simplista y además falso. Decir que el tras el alumbramiento del Espiritu de Ermua "el terrorismo, convertido durante años en un problema residual, del que apenas se hablaba, en el centro del debate, la sociedad dividida, el terror reactivado en las calles..." no se ajusta a la verdad. Recuerda usted el año 2000, eso fue bastante después del incio del espiritu de Ermua y en ese año hubo decenas de asesinatos, recuerdo épocas en que todas las semanas había muertos. No se hablaba de terorismo, bueno tal vez no hablaba usted, en esos años se desarrollo el famoso "Pacto..." y se hizo porque había un problema de terroismo, lo que sí es cierto es que no se hablaba como se habla ahora.
No hablo del año 2000. Hablo de 2000 y de 2001 y de 2002 y de 2003 y de 2004 y hasta de 2005. Y de terrorismo se hablaba cuando había atentados o detenciones, exclusivamente, como tiene que ser. ¿Y quién ha dicho que no había (que no hay) un problema de terrorismo? Yo desde luego no he dicho tal cosa. En cambio, los santos apaciguadores sí lo han repetido hasta la saciedad entre marzo y diciembre de 2006.
Espero pacientemente sentado a que me ofrezca usted una explicación menos simplista y más convincente, a ser posible identificándose con algún nombre.
¿El fiscal general del estado cuenta como gobierno o seguimos viviendo en Disneylandia?
De acuerdo con unas cosas (lo de la Audiencia, por ejemplo, o lo del vergonzante silencio de años), y no con otras que ya sabes. Y tampoco (aunque es una cuestión secundaria en tu artículo, ya lo sé) con que el terrorismo se convirtiera en un problema residual; no tengo yo esa percepción, desde luego.
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