miércoles, 9 de noviembre de 2005

Sirenas

Silva de Sirenas. Armoniosi ConcertiEn De institutione musica, Boecio (c.480-524/25) trazó una subdivisión del arte de los sonidos que habría de tener gran influencia durante todo el medievo e incluso en el Renacimiento. Para Boecio, había tres tipos de música: mundana, humana e instrumentalis. La mundana no era sino la música de las esferas de los pitagóricos y podía identificarse con el concepto de armonía en sentido amplio. Producida por los movimientos cíclicos y ordenados de la naturaleza era imperceptible para el hombre, lo cual la hacía aún más perfecta. En realidad la música mundana era para Boecio la única verdadera. Los otros dos tipos de música son sólo reflejo de ella. Así, la música humana, unión armoniosa del alma con el cuerpo y a la que se llega mediante un acto de introspección que sirva para unir las diferentes partes del alma entre sí; y la música instrumentalis, con la que se refiere a la pura práctica musical, que se encuentra ya tan alejada de la armonía de las esferas que no tiene valor alguno. "Es mucho más urgente e importante saber lo que uno hace que llevar a cabo lo que uno sabe, puesto que la habilidad del cuerpo sirve como lo haría un esclavo y, en cambio, la razón ordena casi como lo haría un señor. [...] ¡Cuánto más elevada es la ciencia de la música por cuanto atañe al conocimiento teórico, si se la compara con la actuación práctica!", dice Boecio.

La subdivisón de Boecio fue repetida casi sin crítica durante siglos por los tratadistas más diversos e iba a tener efectos importantes sobre la minusvaloración de la práctica musical, unos efectos que llegan incluso al Renacimiento. Así, el palentino Enríquez de Valderrábano (c.1500-c.1557), músico al servicio de Francisco de Zúñiga, cuarto conde de Miranda, estaba imbuido de muchas de estas ideas de naturaleza pitagórica, lo cual no le impidió dar a la imprenta en Valladolid en 1547 su Silva de sirenas, cuarto de los seis libros dedicados a la vihuelaPortada de Silva de sirenas de Enríquez de Valderrábano en la España del siglo XVI, después de los de Luis de Milán (1536), Luis de Narváez (1538) y Alonso de Mudarra (1546) y antes de los de Diego Pisador (1552) y Esteban Daza (1576). Las sirenas del título eran las musas del Parnaso, pero también las virtudes del alma, que habrían de fundirse en plena consonancia con el intelecto. La vihuela era para Valderrábano el instrumento que permitía esa unión perfecta entre la armonía cósmica y la interior de cada cual. Para él, al tocar la vihuela, "las sirenas despiertan el espíritu con su concordia y armonía, para sentir y conoscer las cosas diuinas y humanas, y el gran bien que deste conoscimiento se sigue".

Menos popular sin duda que la de los tres vihuelistas que lo precedieron, la música de Valderrábano no deja de resultar original, tanto por la variedad de las formas como por la riqueza de su inventiva. Dividida en siete libros, la obra incluye para la vihuela glosas, 33 fantasías, 45 canciones castellanas, romances, 15 villancicos, 52 motetes, 128 diferencias y transcripciones para voz y vihuela de motetes y música profana de compositores tanto españoles (Vásquez, Morales) como foráneos (Verdelot, Josquin, Willaert).

Harmonia Mundi acaba de publicar el primer disco dedicado monográficamente a la Silva de sirenas. Al frente de su Armoniosi Concerti, el sevillano Juan Carlos Rivera, músico excepcional y fotógrafo muy estimable, interpreta veintiséis piezas de la colección de Valderrábano, para las que ha contado con la participación del gran contratenor vitoriano Carlos Mena, con el que ya había colaborado en discos anteriores, el último el precioso Et Jesum, dedicado a Victoria. Armoniosi Concerti es un conjunto de instrumentos de cuerda pulsada, que partiendo de una formación de trío (Juan Carlos Rivera, Consuelo Navas y Juan Miguel Nieto) varía su composición dependiendo del repertorio al que se acerquen. En este disco, Rivera afronta en solitario hasta 13 de las piezas del disco, además de acompañar, también en solitario, cinco de las seis intervenciones del cantante. El resto de piezas se ofrecen en diferentes arreglos del propio Rivera para dos o tres instrumentos (hay vihuelas afinadas en sol, la, si y mi y una vandola, una especie de bandurria antigua), que respetan en todo momento la nobleza y riqueza de expresión de una música que parece hecha para escuchar a solas, en las largas noches de insomnio, antídoto ideal contra el olvido y el peso de las ausencias.

Señora, si te olvidare
la mi diestra olvide a mí,
ni si jamás me alegrare,
sino el tiempo que llorare
quando esté ausente de ti.
Péguese a ms paladares
mi lengua y pierda su ser,
quando a mí te me olvidares,
que más valen mil pesares
por ti, que ningún plazer.



Señora, si te olvidare de Enríquez de Valderrábano. Armoniosi Concerti (Harmonia Mundi)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No he podido por menos de dejar la luz de mi despacho al mínimo y cerrar los ojos... He recordado entonces el Officium Defunctorum de Cristóbal de Morales, y una adaptación de Jan Garbarek que disfruté en la Iglesia de Santa María del Mar de Barcelona hace ya mucho tiempo, junto a una persona especial.

Gracias por estos dos minutos y medio de vuelo libre, y por los recuerdos...

Un saludo cordial

Paolo dijo...

Aquello de Garbarek y el Hilliard era curioso, sí. Gracias, Almach. Un saludo.