Viola
En 1740, Hubert Le Blanc publicó un tratado que respondía al curioso título de Defense de la Basse de Viole Contre les Entréprises du Violon Et les Prétentions du Violoncel. La obra aparecía cuando la viola da gamba, instrumento que, junto al clave y al laúd, había reinado incontestablemente en la música francesa durante casi un siglo, estaba en absoluta decadencia y había sido sustituida en el imaginario de los compositores y en el gusto del público por los instrumentos de la familia del violín, de sonido más potente, más adecuado para llenar los salones cada vez mayores dedicados a la música.
En aquel tratado, Le Blanc hizo una comparación que se ha hecho célebre entre dos de los mayores maestros de la viola del pasado: Marin Marais y Antoine Forqueray, aquél que tocaba "como un ángel" y éste que lo hacía "como un diablo". Marais y Forqueray pertenecieron, en efecto, a diferentes generaciones de violistas. Marais estudió con Monsieur de Sainte Colombe, para quien lo verdaderamente importante era la delicadeza del sonido de la viola, su capacidad para el matiz y para penetrar en la esencia misma de la música. (Cómo olvidar Tous les matins du monde, la película que Alain Corneau filmó en 1991 sobre la novelita de Pascal Quignard, que hizo populares durante algún tiempo no sólo a Sainte Colombe y a Marais, sino también a Jordi Savall, quien recopiló, arregló e interpretó la banda sonora.) Forqueray, en cambio, hombre al aparecer irritable y colérico, pertenecía a la generación de los jóvenes virtuosos, que antes que nada buscaban deslumbrar a los oyentes con la potencia de su sonido (se decía que Forqueray hacía sonar la viola tanto como un violonchelo) y la agilidad de su arco.
En esta historia, cuya sustancia mitificadora no se oculta a nadie, existe un fondo de verdad, que parece cumplirse casi como una ley histórica. Lo hemos comprobado con la resurrección de la viola da gamba en los últimos cuarenta años. Los primeros maestros (y después de August Wenzinger sólo se puede hablar de Jordi Savall y de Wieland Kuijken) privilegiaron por encima de todo, como Sainte Colombe, la dulzura del sonido, la flexibilidad del instrumento, la capacidad para matizar de la forma más íntima posible. Sus discípulos más directos (pienso en Paolo Pandolfo) mantuvieron el espíritu intimista del instrumento, aunque sin por ello renunciar a un virtuosismo que funcionaba a modo de contraste. En cambio, la nueva generación de violistas (representada muy especialmente por Vittorio Ghielmi) apuesta desde el principio por el aprovechamiento intensivo de todos los recursos de la viola, y ya no tienen ningún empacho en tocar como los virtuosos del violín o del violonchelo.
La alemana Hille Perl, acompañada, como siempre, por el tiorbista americano Lee Santana, parece haber interiorizado hasta tal punto la obra de Le Blanc que en este disco curioso, que nos ofrece algunas de las obras inéditas que Marais regaló al principio de la década de 1680 al aristócrata escocés Harie Maule, asume por completo la perspectiva del ángel y nos ofrece un recital de un refinamiento y una dulzura exquisitos, pero a la vez de una falta de vigor y de profundidad de sonido no muy comunes hoy.
Hille Perl
2 comentarios:
Me enamoré de la banda sonora de "Todas las mañanas del mundo", bueno, en realidad de toda la película. Por cierto, hace semanas que quería preguntarles:
he visto que dentro de la colección de CD de música clásica que ha sacado EL PAÍS hay uno de viola interpretado por Paolo Pandolfo; merece la pena ¿verdad?
es que esto de las colecciones y selecciones y tal me fastidia porque siempre sacan las mismas obras y termino teniendo 39 versiones de Las cuatro estaciones, por ejemplo, así que hace mucho opté por seleccionar, y no tengo nada de este señor del que he oido hablar mucho y bien.
Absolutamente recomendable. Es una selección de los dos discos que Paolo Pandolfo le ha dedicado a Marin Marais en el sello Glossa. Extraordinario.
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