sábado, 23 de octubre de 2004

Subdirector

El crítico de música es enviado a cubrir el último espectáculo de Carles Santos. Vuelve al periódico y empieza a escribir su crítica. "La parodia y el pastiche son más antiguos que la ópera. En su última farsa, Carles Santos...". Está en esas cuando se le acerca el subdirector: "¿Qué? ¿Cómo ha estado eso?" "A mí no me ha gustado." "¿No?" "No. Nada, en absoluto." "¿Tú habías visto algún otro espectáculo de Carles Santos?" "No." "Es que habría sido importante para contrastar." "Ya." El subdirector se va, y el crítico retoma el hilo: "...Carles Santos los emplea para cocinar un sardónico espectáculo con música propia (sus tradicionales estructuras repetitivas) y de Rossini, que se atraganta a la primera degustación. Hombre sin duda inteligente, el showman valenciano juega con la fragmentación del discurso, en una pose posmoderna que empieza a cansar. Con el agua como elemento destacado de su montaje (no sabemos por qué) y un imaginario surrealista que nos resbala ya como si llevásemos un impermeable puesto (hay referencias buñuelianas y dalinianas claramente reconocibles), los gags se suceden, unos con alguna gracia y otros con ninguna, exigiendo de los cantantes y de los figurantes un indudable y muy estimable esfuerzo físico". De pronto se detiene. El titular le ha llegado fulgurante, como un rayo de luz que lo iluminase, igual que ocurre algunas (pocas) veces. Terminará pronto esta noche, y eso le hace sentir bien. Se sitúa en el espacio adecuado y lo escribe: "Rossini asado y deconstruido". Luego baja y continúa: "Sí, la parodia y el pastiche son tan antiguos como la ópera, y la han acompañado a lo largo de los últimos cuatro siglos. Solían utilizarse con desparpajo en espectáculos populares, en los que el mal gusto actuaba como un condimento esencial. Santos nos hace probar el condimento, pero lo envuelve en una sofisticación de referencias argumentales que sólo parecen al alcance de los iniciados, aunque, a la vista del éxito, no pareció que eso (lo que querían contarnos) le importase realmente al público". Ya está. Manda una copia a la impresora y mientras la lee vuelve el subidrector. "¿Cuántas estrellas le has dado?" "Una." "¿Nada más?" "¿Qué quieres? Ya te dije que no me ha gustado." "Pero una..." "¿Y por qué me has mandado?"

Cualquier parecido con la realidad es obviamente pura coincidencia, pero esto podría haber pasado perfectamente en un periódico cualquiera de una ciudad cualquiera una noche de otoño cualquiera.

5 comentarios:

it dijo...

Ahhh... ¿Sí?? Pero... en algún periódico en particular de alguna ciudad sureña y en alguna noche pasada???

Cuente, cuente...


Saf:-))

Anónimo dijo...

Consuélese pensando que podía haber sido mucho peor. El crítico podía haberse encontrado con el titular (por supuesto un titular llamativamente laudatorio) puesto, y cuatro columnas con foto para rellenar. No sería la primera vez que eso pasara. En fin.

Gin

Paolo dijo...

Sí. Ha pasado (casi). No el titular de la crítica, sino toda la portadilla de cultura. En esos casos, el crítico se ha limitado a advertir que la crítica iba a desmentir por completo la portadilla. Y (por lo menos hasta ahora) siempre se ha cambiado la portadilla.

it dijo...

Hummmm.... el crítico debe tener un caracter del demonio...

Anónimo dijo...

Jajaja, Saf, el crítico tiene razón. Lo malo es que los que siempre salen perdiendo son los redactores, que se ven obligados a hacer el trabajo dos veces.
Gin