martes, 30 de mayo de 2006

Actores

¿Paz?
La foto venía en elmundo.es con el siguiente texto: "La abogada batasuna Ione Gorizelaia, del colectivo Ahotsak, levanta una rosa tras recibir la Mención Especial Mujeres en Unión, un premio que concede la Secretaría de la Mujer de la Unión de Actores, que recayó en el colectivo Ahotsak: 'Voces de mujeres para la paz', que reúne a mujeres parlamentarias y cargos políticos y sindicales del País Vasco, que buscan reivindicar su participación en el proceso de paz (Foto: Efe)".

Nada más verla me han entrado ganas de vomitar. Me resulta difícil imaginar un insulto y una ignominia mayores. Una mierda.

sábado, 27 de mayo de 2006

Chamán

Para la Donna, que está cansada de política y de música


CHAMÁN

El doctor Kikunoro, extemporáneamente taumaturgo en la extraterritorialidad del cañizo y la xilovalla carcofagocitada, con ampulosa voracidad deglutida la sopa, disponíase a cuchilletear, fragorosamente bovinófilo, el bistec de sanguinotierna ternera. Pasose por la melena, hirsutamente azabachina, la mano portadora del tridente acetileoleoso, corroboró con un gesto la indecisa intención del brazalbino sobre la copa y prosiguió:

- El asunto que me propone vale bastante más de lo que me ofrece, milord.

Tomó con dos dedos larguicórvidos el vidrio y engulló de un trago, intencionadamente sonorohipante, el rioja que acababan de servirle.

- La operación tiene más riesgos de lo que usted supone. No se trata simplemente de clavar unas agujas en un muñeco de trapo. Eso puede hacerlo cualquier imbécil, de Móstoles o de Cuenca. Yo le garantizo la poderosa magia de nuestros ancestros más primitivos. Cuando el hombre aún no había pisado Europa, nuestros abuelos, allá en África, ya curaban la gonorrea y la dispepsia con sólo la mirada, y eran capaces de derribar a elefantes gigantescos como montañas haciendo sobre su dedo índice un lazo con cerdas de jabalí. La antigua magia africana tiene más años que las pinturas de Altamira y es más poderosa que la ciencia del hombre occidental. Realmente, los conocimientos taumatúrgicos que he recibido de mis mayores son una ciencia, sin más, con sus reglas rigurosas y precisas, una ciencia cuyo poder se ve incrementado en mis manos, descendiente como soy por línea directa del mítico brujo Kipkiteru, poseedor de todas las facultades innatas necesarias para eliminar esa verruga de su oreja o convocar la lluvia sobre los yermos provocados por la sequía. Pero usted debe comprender, milord, que mi ciencia se exterioriza después de un proceso interior muy doloroso, que, en ocasiones, me coloca al borde de la extenuación física. Tengo que adminis­trar mis saberes con gran prudencia... y tengo que sobrevivir, claro está... y en una ciudad como ésta...

Masticó con morosa complacencia de flebotomiano la carne fibrosa y hematopurpúrea, entornó los párpados traumáticamente exfolitaladrados y admitió sandunguero:

- Aunque he de reconocer que en mi aldea es imposible encontrar un bistec como éste... Delicioso. Sencillamente, exquisito.

Impávido, gastrovulcánico, Martínez Ocaña miraba de soslayo los adornos maleficofaciales del refitolero dandianimista, reprimió regüeldos de rebato y terminó por lanzarse sobre la inaceptable solitud de las alcachofas rellenas de alcaciles. De sus mejillas hiperestofadas expandíase un aura de constrictiva incredulidad, mientras sus mandíbulas batían las hojas arrebola­das de verdes criptovitaminas. Luego, con aristocratizante desdén, frunció los labios verdulientos y rezongó en su lengua de erotomaníaco escrufuloso:

- Negro de mierda.

El doctor Kikunoro, intraoralmente atiborrado de carne hematofágica, continuó, inmutable, tiñendo su albodentadura con el rojo coruscante del vacuno cadaverino, y, haciendo, con la empuñadora del bisturí galvalimenticio, señales a su acompañante para que le sirviera más espiritoso y báquico condumen, interesa­damente retrosimuló que no oía.

- ¿Cómo dice, milord?

Martínez Ocaña mascarrabiaba con parsimonioso autocontrol las verdipalabras hortoinsultantes, se acercó el vino a sus labiales protuberancias abstinenciadas, rozó el vidrio con sus protocolmillos blanqueados, hipó con estudiada cautelamenaza, antes de perodictar:

- Doctor Kikunoro, no soy ningún imbécil que vaya por ahí creyéndose todas las patrañas que tengan a bien contarle los timadores profesionales. Si así fuera, parecería lógico imaginar que no habría alcanzado mi posición actual. Si recurro a usted es porque tiene un secreto que yo no poseo; me consta que su fórmula afrodisíaca funciona, tengo acerca de ello testimonios inequívo­cos y absolutamente fiables. Sin embargo, entiendo perfectamente su postura. Usted tiene un producto que yo necesito y trata de sacarle el máximo partido. Nada de malo hay en ello. Es la ley de la oferta y la demanda. Se encuentra usted ante un negociante, que ha forjado así su imperio y no duda en aceptar el juego. Así que hábleme claro de una vez y déjese de esas paparruchas de viejecitas. ¿Cuánto?

El doctor Kikunoro mascasonrió, tornó a filohundir el acero en la carne blandengueada, clavó sus pupilas decorativamente entornocultas en el rostro congestilujurioso del coalimentante antes de replicar:

- Creo que no me ha entendido del todo bien, milord. Lo de menos es el mejunje en sí. Si usted quiere puedo instruirle en su elaboración. Sin mi magia será como si no tuviese nada. ¿Por qué viene si no a mí? Hay en el mercado cientos de preparados, miles de fórmulas ancestrales que también han demostrado su eficacia. Pero su pasión es demasiado fuerte y no quiere fallar el golpe por nada del mundo. Por eso, usted necesita algo infalible, la piedra filosofal, y cree que yo la poseo. No le digo que no. Pero la magia es algo más serio de lo que usted piensa. Quizás ha visto demasiadas películas malas y cree que basta con hacer tres pases de manos y pronunciar unas jaculato­rias ininteligibles para lograr efectos sorprendentes, pero se equivoca, pues mi oficio se asienta en una práctica mucho más compleja e intangible, se trata de una ciencia que exige sobre todo concentración y capacidad para hacer que fluya la energía interior hacia el punto exacto elegido. Por supuesto que sin los cuerpos, sin los elementos materiales, no podríamos hacer absolutamente nada, pero la sola materia, sin la magia, resulta de una perfecta inutilidad, y la magia sólo emana de un chamán... Yo soy el único chamán que puede ayudarlo, porque soy el único que conoce a los seres que están involucrados en esta partida, y eso es fundamental. Cualquier mago, suponiendo que usted pudiese encontrar a alguien con un poder similar al mío, necesitaría varios meses, quizás un año para conocer todas las circunstancias que rodean al caso. Pero tiene prisa, su deseo lo aguijona. Bien, yo puedo ayudarlo. Pero no debe pensar mal de mí. Mi persona­lidad no se ajusta al califica­tivo de lo venal. No crea que pretendo abusar de su situación de extrema necesidad. Simplemente, el trabajo que me propone es duro y difícil, y deseo fijar un precio justo. Usted reconoce haberse enriquecido a través del negocio. Estoy convencido de que su triunfo no se debe sino a la virtud de solicitar aquello que considera justo y a la habilidad de explotar las situaciones favorables. Yo, sin embargo, sólo pretendo garantizarme una existencia digna para los próximos meses, pues una vez concluido este asunto deberé reposar bastante tiempo para reponerme por completo. Tal vez tenga que pasar algún tiempo fuera de la circulación, acaso en mi aldea. Espero, milord, que me haya entendido ahora.

Sulfurodisciplinado, Martínez Ocaña engullía las alcachofas y se reprimojaba los labios involuntariamente abstemizados con el púrpura retrofluido del vino. No miraba a su audaz nigrocomen­salero. Lentamente, morosilíceamente rumiador, mascaba el verde de las tallohojas con un microgestículo de profundo y sustantiva­mente progresivo desagrado. Por fin, alzó la vista, ancló amenazardientemente ruidoso la robustez de su faciairosa muscula­tura y retrorreplicó:

- Mira, negro de mierda, llevo más de media hora tratando de razonar contigo. Hasta ahora he sido absolutamente correcto, pero tú, con esa pinta de borrachuzo de cantina y esa quincalla que te cuelga de los párpados, pretendes convencerme de que yo soy un estúpido y que el mundo es de los hijoputas negros y mugrientos como tú. Me has sacado el almuerzo, pero no pienses que voy a dejarte celebrarlo con tus colegas apestosos y sifilíticos. Yo no soy ningún bufón, ningún payaso de feria. Te he hecho una oferta más que razonable, generosísima, e incluso estaba dispuesto a mejorarla, a poco que hubiera visto en ti una mínima voluntad de cooperar y no me hubieras venido con esas historias de brujos paleolíticos. Y la has terminado cagando, cabrón. Usaré de tus servicios gratis, y si te niegas, haré que te cuelguen por tus grasientos huevos de negrazo hijo de puta hasta que parezcan salchichones, ¿me entiendes tú a mí, mamón? Desde este momento estás a mi servicio, considérate contratado, y disculpa si no te leo la letra pequeña, tu presencia me quita luz, negro.

Sosegadamente blanquifaciado, Martínez Ocaña se propulsó impulsivamente de la silla, chasquihizo un gesto dúplicemente significativo y, una vez que los broncoacompañantes de las mesas veci­nas agarraron por los sarnobrazos decoraestampados al palidobal­búcico doctor Kikunoro, salió con paso retrancoseguro del restaurante.

----------

Nietzscheano, voluntariosamente retrepado sobre el semi­círculo de diseño del sofá de las torturas, el comisario Gómez leía, en el diario de la derecha monárquica, la noticia de la detención del presunto capo de la mafia madrileña, don Alfonso Martínez Ocaña, sospechosamente acusado de racismo, xenofobia, detención ilegal, secues­tro, amenazas y conspiración para atentar contra la libertad sexual de las personas. Nada relacionado con su presunto negocio de narcotráfico, terminaba añadiendo con sorna el redactor.

- ¿Viste? Como Al Capone -comentó divertido a su ayudante, el subcomisario Molinos, mientras le leía la noticia.

El joven escribía su informe a espaldas del comisario, inclinado sobre una mesa minúscula, de diseño torturador como el sofá. Volvió el rostro.

- ¿Quién podía imaginar que la brigada de estupefacientes fuera a errar el golpe con lo del chalet? Dicen que Cuadrado se puso histérico cuando le hicieron llegar los ordenadores y los discos incautados. Figúrese, sólo había juegos pornográficos y de guerra.

- No debería quejarse tanto ese chupatintas. Al fin y al cabo, poco arriesgaron ellos. Nosotros sí que nos jugamos el cuello -replicó el comisario.

El subcomisario Molinos asintió con la cabeza, mientras volvía a teclear sobre el obsoleto toshiba.

- Además, no entiendo por qué tanto follón cuando el tío ese tiene cargos suficientes como para pasarse varios años a la sombra. ¿Qué pensaban, desmontar con este golpe la infraestructu­ra completa del tráfico de heroína? Vamos, hombre. Simple reparto de influencias. Quitamos a un pájaro del medio, y con eso deberíamos de darnos por satisfechos. El caballo seguirá llegando igual que antes... ¡Coño, otra vez ha perdido el Madrid! ¿Pero ayer hubo liga, Paco?

- Sí, es que la selección juega la semana que viene.

- ¡Ah! Y estos hijoputas se dejan ganar por el Mallorca, ¿no te digo? ¡Más cojones y menos millones!

- Eso, eso.

- Y tú no te rías y trabaja. A ver si terminas el maldito informe de una vez.

Cachazudo, el subcomisario Molinos hipaba de la risa, mientras estiraba el espinazo como tratando de escapar de la silla de diseño. Se giró inquisitivo.

- Por cierto, jefe, ¿por qué llamarán en los periódicos a este tipo don Alfonso?

El comisario Gómez hizo un mohín de incredulidad, se pasó la lengua por sus dientes ultrablancos, levantó la vista paternal.

- Coño, Paco, parece mentira, ¿es que no ves qué periódico estoy leyendo? ¿Cómo no le van a llamar don Alfonso si el tipo fue uno de los que financió la última campaña del partido del gobierno? Dicen que es del Opus, y tenía fama de beato, pero de beato de los de misa y comunión diarias. Luego ha resultado ser un putañero y un pervertido, además de traficante de drogas, de armas y vete tú a saber de qué más. Por supuesto, el periódico del gobierno defenderá su presunción de inocencia hasta el límite. Entre juicios y recursos pueden pasar años, años de don Alfonso y de privilegios carcelarios. Al final, todo termina siendo cuestión de política. Conque los jueces afines no lo pongan mañana mismo en la calle por abuso de autoridad poli­cial...

- Sería lo último, jefe, con lo que nos costó montar esta operación. Vamos, es que si lo hacen, yo dejo el cuerpo.

- ¿Tú que vas a dejar el cuerpo? ¿Y dónde vas a ir, de vigilante a una discoteca? Anda, escribe, y para otra vez a ver si se te ocurren ideas menos brillantes, por poco me liquidan.

- Hombre, jefe, no se quejará, el truco del brujo estuvo bien pensado, ¿no?

El comisario Gómez se estiró en el sofá, tiró el periódico al suelo, suspiró.

- Bien pensado, bien pensado... Ya te daré yo bien pensado. Por cierto, Paco, nunca me lo explicaste, ¿cómo se te ocurrió eso de doctor Kikunoro?

El subcomisario Molinos se giró radiante, abrió los brazos con las palmas hacia el techo.

- Muy sencillo, jefe. La luz se me encendió un día en la consulta del ginecólogo de mi mujer. Es un africano, que se llama Kikanuro y se parece mucho a usted. Así que pensé que, como conocíamos las inclinaciones del tipo y su obsesión por la mujer de ese banquero, no debería ser demasiado difícil embro­llarlo, y por eso se me ocurrió la idea del brujo. Ginecólogo-brujo, ¿entiende ahora? El resto fue fácil, se cambian un par de vocales, para evitar coincidencias indeseables, y se lee uno un manual de magia africana... Después sólo faltaba preparar el anzuelo y el cebo, para ver si el pez picaba, y ya lo creo que picó, ¿eh, jefe?

- Sí, claro, si picar, picó, pero ¿eran necesarios los agujeritos en las cejas para esos colgajos?

- Hombre, jefe, teníamos que resultar verosímiles.

- Claro, como a ti no te los hicieron.

El comisario Gómez se levantó del sofá de la tortura, apretó sus manos contra la zona lumbar, pasó sus dedos por las vendas que le cubrían las cejas, como queriendo restañar las heridas. Miró por encima del hombro del subcomisario Molinos.

- ¡Coño, Paco! ¿Qué es eso de "El doctor Kikunoro, extempo­ráneamente taumaturgo", te crees Valle-Inclán?

El reloj de diseño de la oficina dio seis campanadas.

jueves, 18 de mayo de 2006

Hallazgos

1. Mediado el siglo XVIII, la corte católica de Sajonia, establecida en Dresde, donde mantenía la más formidable orquesta jamás conocida hasta entonces, decidió poner al día su repertorio de música sacra. Como Dresde estaba rodeada de principados protestantes, los responsables de música de la corte recurrieron al taller de un copista de Venecia, donde la producción de música litúrgica católica era inagotable, el taller del sacerdote Don Giuseppe Baldan, quien preparó y remitió un conjunto de piezas de uno de los compositores de moda, Baldassarre Galuppi, conocido como Il Buranello por su origen, pues había nacido en Burano, localidad cercana a la propia Venecia, en 1706. Pese a su condición sacerdotal, Baldan era bastante dado a la impostura, una práctica por otro lado muy habitual en los editores de la época, por lo que no tenía empacho alguno en hacer arte de birlibirloque ante los ojos estupefactos (y entusiasmados) de sus clientes, y la petición de Dresde no iba a constituir una excepción. Como entre las obras disponibles de Galuppi no encontró el número suficiente de las que le solicitaban, incluyó en el lote algunas de otros compositores, aunque atribuyendo la autoría de todas ellas al Buranello. De aquella colección, cuatro piezas se han identificado ya como inequívocamente vivaldianas, el Beatus Vir RV 795, el Nisi Dominus RV 803, una tercera que no he podido encontrar (seguro que no he buscado bien, se agradecerá el apoyo de algún erudito preterossiano) y el Dixit Dominus RV 807 que se presenta en primicia discográfica en este disco, junto a otros tres salmos, estos sí de Galuppi. Fue la musicóloga australiana Janice Stockigt la que desveló el año pasado la superchería. Los argumentos son contundentes e irrebatibles. Baldan pretendía que el salmo hubiera sido escrito en 1745 por Galuppi para el Hospicio de los Mendicantes, donde era por entonces maestro de coro, pero el virtuoso dúo para dos tenores del "Tecum principium" estaba absolutamente fuera de lugar en ese contexto y el estilo del salmo resulta desde luego mucho más antiguo. Además, el "Dominus a dextris tuis" está extraído de un aria de la ópera vivaldiana La fida ninfa (1732) y otros movimientos parecen calcados de las dos versiones previas del mismo salmo que se conservan del compositor (RV 594 y 595). Así, el "Donec ponam inimicos tuos" parece una amalgama del mismo fragmento de las dos versiones anteriores, el "Judicabit in nationibus" tiene el mismo carácter y la misma instrumentación que su correspondiente del RV 595 y la fuga final parece elaborada siguiendo el mismo procedimiento que la del RV 594.

La obra es desde luego estupenda (Michael Talbot, gran experto en Vivaldi, la considera la más importante que se ha descubierto del músico desde los años 20 del siglo pasado). Está escrita en la brillante tonalidad de re mayor, con un par de oboes junto a la cuerda y el continuo, más el añadido de una trompeta para el "Judicabit in nationibus", y en una primera aproximación se la ha datado en torno a 1735. Lástima que para su presentación discográfica no haya caído en otras manos. No es que Peter Kopp, los Körnescher Sing-Verein Dresden y el Dresdner Instrumental-Concert no hagan un trabajo solvente y muy profesional, pero la brillantez del Vivaldi sacro de Robert King, Ottavio Dantone o Rinaldo Alessandrini está aquí lamentablemente ausente. En cualquier caso, hay momentos excelsos, como este "Donec ponam inimicos tuos", aunque supongo que algo tendrá que ver en ello la presencia de la grandísima contralto italiana Sara Mingardo.


"Donec ponam" del Dixit Dominus RV 807 de Vivaldi. Sara Mingardo, contralto. Körnescher Sing-Verein Dresden. Dresdner Instrumental-Concert. Peter Kopp (ARCHIV)


2. El 2 de abril de 1816, el conde de Luxemburgo partió en misión diplomática oficial para Río de Janeiro, donde habría de contactar con el rey portugués Joao VI. Aunque en el fondo latía un delicado asunto político, una especie de sondeo acerca de la postura del monarca portugués con respecto al nuevo estado de cosas en Europa, tras la derrota definitiva de Napoleon y la llegada de la Restauración, la excusa era de naturaleza artística. Por eso en la embajada iban un par de pintores, un escultor, un grabador y un músico. Este no era otro que Sigismund Ritter von Neukomm, austriaco nacido en Salzburgo en 1778, que se formó con Michael Haydn, fue colaborador de Joseph Haydn, trabajó para la corte rusa en San Petersburgo y en 1810 se instaló en París, donde trabó una estrecha relación con Talleyrand, lo que debió de influir sin duda en su elección para viajar a Brasil. Cuando Neukomm llega a Río, acababa de celebrarse una majestuosa ceremonia fúnebre en honor de la reina Doña María, que había muerto en marzo, y en la que sonó una versión singular del Requiem de Mozart.

En 1819 el Requiem mozartiano iba a ser interpretado de nuevo en Río en una función escuchada como homenaje a los músicos muertos aquel año, y para la ocasión Neukomm preparó un final para la incompleta obra de su paisano salzburgués. Ese final, un Libera me, ha sido descubierto recientemente en un manuscrito fechado por el propio Neukomm en 1821 y llevado al disco por Jean-Claude Malgoire.

Como es bien sabido, la muerte sorprendió a Mozart el 6 de diciembre de 1791 cuando trabajaba, entre otras cosas, en un Requiem que le había encargado el conde Walsegg para interpretarlo en el aniversario de la muerte de su joven esposa. El compositor trabajó en la obra menos intensamente de lo que ha querido hacer ver cierta leyenda literaria, pues el encargo llegó en verano y entre medias Mozart tuvo que componer una ópera completa, La clemenza di Tito, para la coronación del Emperador Leopoldo II en Praga, y escribió algunas otras obras muy significativas, como el Concierto para clarinete o la cantata masónica Elogio de la amistad. Así que el 6 de diciembre, sólo el Introito, el Kyrie y parte de la Secuencia estaban terminados. Fallecido el compositor, Constanza Mozart se movió rápidamente para tener una obra completa que entregar a los emisarios de Walsegg. Dos alumnos del músico, Eybler y Süssmayr, se encargaron sucesivamente de acabar la partitura de la forma que ha sido más ampliamente difundida y es mejor conocida. Neukomm siguió la edición de Süssmayr, añadiéndole el Libera me al final, decisión discutible si se tiene en cuenta que, tradicionalmente, el Graduale, el Tractus y el Libera me de las misas católicas de difuntos se interpretaban en canto llano, aunque bien es cierto que la ocasión para la que Neukomm preparó la misa no era exactamente una ceremonia litúrgica.

Como suele ocurrir en casos similares a estos, cuando Malgoire hizo la primera interpretación del Libera me de Neukomm en el contexto del Requiem mozartiano (Festival de Sarrebourg, noviembre de 2005, que es la versión recogida en este CD) a muchos se le desataron las plumas y terminaron hablando de gran acontecimiento cultural: "Por fin, el Requiem de Mozart completo". Oído, el fragmento no resulta ser sino una aportación voluntariosa, de un solvente profesional de la música (que compuso también su Requiem), pero cuyos resultados quedan a distancia abismal de la genial creación mozartiana. Se trata de una pieza sinfónico-coral de idéntica instrumentación a la partitura original, unos siete minutos de duración y carácter notablemente tremendista, como señala la incisiva presencia de los trombones en la primera estrofa o los trémolos muy marcados en la cuerda al inicio de la segunda. En la tercera estrofa ("Dies irae...") y en la cuarta ("Requiem aeternam..."), Neukomm se limita a repetir la música prevista por Mozart para el arranque de la Secuencia y el Introito en el cuerpo original de la obra (un poco a la manera de la fuga del Kyrie, que Süssmayr dispuso para el "Cum sanctis tuis"), retomando su propia música para la repetición del “Libera me”. En fin, aquí lo dejo para que ustedes juzguen. Pero ya les advierto de que el resto de la interpretación de Malgoire, con un aceptable cuarteto solista, los Kantorei Saarlouis y su La Grande Écurie et la Chambre du Roy, no pasa de la más tibia y modesta corrección.


Libera me de Sigismund Neukomm. Solistas. Kantorei Saarlouis. La Grande Écurie et la Chambre du Roy. Jean-Claude Malgoire (K617)

domingo, 14 de mayo de 2006

Gloria

Alguien dijo una vez: "Vivaldi no compuso seiscientos conciertos, sino seiscientas veces el mismo concierto". Unos atribuyen la frase a Stravinski, otros a Dallapiccola, aunque yo siempre he creído que semejante bobada merecería pertenecer a Borges, esforzado especialista en sonoras boutades, siempre que éstas fuesen suficientemente brillantes o eufónicas. Fuera quien fuese el chistoso, de existir hoy no tendría más remedio que vivir escondido debajo de la alfombra. Qué manera de hacer el ridículo. Uno puede entenderlo, desde luego. Eran otros tiempos. La obra vocal de Vivaldi apenas se conocía y los conciertos que se escuchaban (casi siempre los mismos) eran interpretados con unos criterios poco adecuados, que ocultaban bajo un apolillado manto de oscura uniformidad los mil y un detalles llenos de vitalidad, luz, ternura y pasión previstos por un compositor maravilloso, uno de los más variados y pródigos en recursos de la historia (y ahí está el uso que hacía de los instrumentos obligados en las arias de sus óperas para demostrarlo: ¿algún maestro del barroco teatral era más imaginativo y diverso en el empleo de la tímbrica?).

Con Vivaldi, la capacidad de asombro no termina nunca. En este disco, que debería procurarse cualquier amante (aun no muy entusiasta) de la belleza del sonido organizado en el tiempo, uno se encuentra con el motete In furore iustissimae irae, en el que Vivaldi contrasta de forma magistral la primera aria, que podría haber salido de cualquier pasaje de bravura de la ópera más exitosa de su época, con la delicada efusividad, elegante, distinguida y piadosa, de una segunda aria que por su turbadora sensualidad debió de levantar a más de un miembro de la curia en la Venecia del XVIII. Luego uno descansa de tantas emociones en la Sinfonía al Santo Sepolcro, obra evanescente, casi impresionista, como bien comenta Russomano en las páginas de Diverdi, y se lanza con otro talante, relajado, transfigurado en Cristo y por Cristo, al Laudate pueri RV 601. Para entonces piensas que Sandrine Piau ya no podrá seducirte más, que el cupo está ya completo, que es imposible que haya más saltos, más escalas, más adornos, más susurros, y que por tanto podrás dejar de imaginar esos labios y esos ojos ardientes mientras te abrasas en el infierno, y de repente, en "A solis ortu", ella sube al cielo, directa y simplemente, como quien coge la escalera para cambiar una bombilla, y continúa machacándote y machacándote y en "Ut collocet eum" sabes que será imposible vencer la tentación y que para cuando termine el disco estarás en pecado mortal y tendrás que ir a confesarte, pero de pronto descubres que, como el más perverso de los libertinos de su siglo, Vivaldi lo sabía todo, el mujeriego cura pelirrojo era perfectamente consciente del efecto que causaba (y que causaría en el futuro) su música y ordena aplacar la lujuria, lo que en el fondo es sólo una forma de alargar el deseo e incrementar el placer de su consumación; así que el "Gloria" irá en Larghetto y con un traverso obligado. Y entonces no puedes evitar ya convertirte en un charquito, que cuando llega el "Amen" está en rugiente ebullición. Los dos últimos conciertos no los escuchas tú, sino tu vapor de agua.


"Gloria" del Laudate pueri RV 601 de Vivaldi. Sandrine Piau, soprano; Marcello Gatti, traverso. Accademia Bizantina. Ottavio Dantone (Naïve)

miércoles, 10 de mayo de 2006

Fragmentos

Kafka-Fragmente de Kurtág. Juliane Banse; András Keller (ECM)György Kurtág ha cumplido ya 80 años. Pocos músicos tan insobornables. Jamás estuvo con las vanguardias. Nunca estuvo contra ellas. En 1959 decidió romper con todo lo hecho. Acababa de pasar por París. Messiaen y el descubrimiento de Webern, cuya obra copia completa. De puño y letra. Pero vuelve a Hungría. A la Hungría tomada por los soviéticos. Ligeti, su compañero de pupitre, era ya famoso. Él, introvertido, prefirió el aislamiento de la Budapest corrupta. Le quedaban los libros. Y su música, que empieza a contar de nuevo. Kurtág puso el reloj a cero. Y se hizo aforista. Nada merecía la pena ser dicho si no podía decirse breve, económicamente. Algunas obras capitales. Algo de piano. El cuarteto de cuerdas. Siempre los ciclos de lieder. Las sentencias de Peter Bornemisza. Los cantos de Janos Pilinszky. Las canciones de Hölderlin. Los mensajes de la difunta señorita Trusova. Los Kafka-Fragmente Op.24. Es en julio de 1985, su nombre ya difundido en Occidente, cuando Kurtág se lanza sobre Kafka. Fragmentos de su correspondencia, de sus diarios. En principio escribe para una voz y un violín. Más tarde completará la obra. Pero descubre que así, reducida a lo mínimo, su obra ya está completa. Y así la estrenan Adrienne Csengery y András Keller el 25 de abril de 1987. Fragmentos de Kafka. 40 miniaturas en las que Kurtág hace coincidir su mundo con el mundo. Hay que echar una ojeada a las dedicatorias. Marta Kurtág, Boulez, Keller-Csengery, Schumann, Jeney, Beatrice y Peter Stein, Pilinszky... Y hay que mirar a Kafka, sucio ante Milena, danzando, cerrando círculos perfectos, horrorizado ante el sexo, viviendo deprisa, enamorado. Exiliado, eternamente exiliado dentro de sí mismo, pero sin torre de marfil.

"Meine Gefängniszelle - meine Festung"
"Mi prisión, mi fortaleza"


"Meine Festung" de los Kafka-Fragmente Op.24 de György Kurtág. Julian Banse, soprano; András Keller, violín (ECM)