martes, 15 de febrero de 2005

Gorriones

Gorrión

En mi pueblo había un bar en el que criaban gorriones. Tenían unas jaulas pequeñas, en las que entraban para comer y dormir, pero que permanecían siempre abiertas, y los pájaros podían volar libremente por el local, recorriendo la barra de arriba abajo con sus saltitos armoniosos y posándose en las cabezas de los niños. Yo solía ir con mis padres a aquel bar de vez en cuando, sobre todo cuando se acercaba el verano y la alameda cercana se convertía en el paseo preferido por todo el pueblo. Frente al bar, había una fuente casi a ras de suelo con dos hermosos caños de bronce por los que constantemente salía un agua siempre fría y reparadora. Los niños solíamos arrodillarnos, para beber directamente de los caños, y el agua nos sabía a gloria. Los adultos se acercaban al bar a pedir un vaso con el que poder saciar la sed. También, cuando en las noches calurosas del verano los vecinos sacaban sus sillas y sus hamacas en torno a la fuente, tenían siempre cerca vasos que ofrecer a los paseantes. Jamás oí al dueño del bar ni a los vecinos quejarse, y eso que en los días de fiesta el trasiego podía ser continuo y más de un vidrio terminaba hecho añicos contra el suelo.

Pero hablaba de los gorriones del bar. No eran muchos. Recuerdo sólo tres o cuatro ejemplares, piando y revoloteando encima de mi cabeza o acercándose a picotear los trozos de pan que la gente les ofrecía. De vez en cuando alguno se aventuraba a salir a la calle, pero no tardaba en volver entre el revuelo de quienes habían quedado dentro y la alegría de los niños. Quizá fuera entonces cuando aprendí a amar a los gorriones. Hay pocos animales que me gusten más. Con su pelaje gris y sus chirridos que no alcanzan ni la categoría de canto, veo en ellos la representación perfecta de la humildad y de la libertad. Nos escogieron a nosotros para vivir, vinieron a nuestras ciudades y aquí se quedaron, no como las palomas, que trajimos a la fuerza, esas ratas con alas.

Se quedaron en nuestras ciudades, sí, pero con condiciones. Serían siempre libres. Y que no pensáramos que nos iban a dar demasiadas satisfacciones, que fuéramos olvidándonos de espectáculos coloristas o musicales. Ellos se encargarían de la limpieza menuda, pequeña de nuestras aceras, azoteas y parques y procurarían evitar anidar en lugares molestos, pero nada más. Y desde luego se negaron en rotundo a ser enjaulados. Si coges a un gorrión pequeño, lo pones en una jaula y lo sacas a la terraza, no necesitarás alimentarlo. Lo hará su propia madre hasta que el animal tenga la edad de salir del nido. En ese momento, si la jaula no se abre, la propia madre acabará por envenenarlo. No. No se puede encerrar a un gorrión de por vida como si fuese un canario o un jilguero. Son animales libres, que van y vienen constantemente, comiendo en nuestras calles, bebiendo de nuestras macetas y amándose en nuestros balcones. Nos conquistaron. Y a mí me gusta verlos así, picoteando la rama de la esparraguera en mi ventana, trasteando hasta hallar el hueco de la red por el que volar más allá, aunque yo no siempre entienda lo que buscan.

15 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué texto precioso, Paolo. A mí también me gustan mucho los gorriones, y por las mismas razones que tan maravillosamente escribes. ¿Leíste los poemas que Trapiello les dedica?

Un abrazo,

Jesús





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P.D: Perdón por el cambio de tema pero no puedo visitar el blog de Saf, me sale como inexistente ¿lo ha borrado?

Paolo dijo...

Me temo que sí, Jesús.
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Y no, no he leído esos poemas de Trapiello. Agradecería la referencia concreta.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Vaya, lo siento de veras, espero que pronto se anime a abrir otro...


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Sobre los poemas de Trapiello me sabe mal decirlo pero los dos están disponibles en mi blog, concretamente los puse los días 3 de febrero y 14 de enero. Pertenecen a su último libro de poesía, Un sueño en otro (que desde aquí recomiendo encarecidamente). Las direcciones concretas son:

http://www.blogs.ya.com/innisfree/200502.htm#241

y

http://www.blogs.ya.com/innisfree/200501.htm#223

Paolo dijo...

Ah, sí, los poemas que colgaste en tu blog sí los había leído. No recordaba que eran de Trapiello.

Anónimo dijo...

No, no deje de ver el final. Dicen que sale Franco y es de mucha risa.

Anónimo dijo...

;....)

Anónimo dijo...

Un texto precioso de alguien que entiende sin palabras.
Quizá no las necesite.
Porque hay vientos que se las llevan y uno se da cuenta de que no volverán más o si lo hacen será cuando ellas quieran, como esos gorriones suyos.

De gorrión a gorrión, se lo digo.

Paolo dijo...
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Anónimo dijo...

Perdón por el off-topic. Donna, me contaron que el emperador, en su discursito final, tiene la vocecilla de Franco.

Anónimo dijo...

Sí que la tiene, sobre todo en la versión doblada. En la versión original, como el japonés es más... mmm... no sé definirlo pero ya sabe cómo suena el japonés, pues se nota menos.

Paolo dijo...

Decía ayer a nuestro anónimo gorrión, en un comentario que inopinadamente se autoeliminó, que aunque pueda llegar a entender algunas cosas sin palabras, a nmenudo estas ayudan... y que el hecho de que los gorriones quieran ser libres y volar saltando por entre las redes y las alambradas lo comprendo perfectamente, pero, salvo catástrofe natural, ellos terminan siempre regresando al nido.

Paolo dijo...

Sacar adelante a un gorrioncillo es complicado, sobre todo cuando son muy muy pequeños. Mi suegro lo ha conseguido con alguno, pero es que él es más de campo que un conejo y tiene mucha experiencia con los bichos.

Mi última historia con un gorrioncillo rescatado del suelo tuvo final feliz. Supe desde el principio que era demasiado pequeño para que pudiéramos sacarlo adelante nosotros, así que lo metí en una caja de zapatos y lo puse en la ventana, a esperar que tuviese hambre y empezase a piar. Como estaba previsto, no tardó en llegar la madre. Así que sigilosamente la seguí hasta descubrir el árbol en el que tenía el nido. Luego vino lo más difícil, que fue subir al gurripato lo suficientemente alto como para que pudiera alcanzar el nido por sus propios medios. Hice lo que pude, pero no las tenía todas conmigo. Así que me quedé a ver qué pasaba. Fue prodigioso ver como ese enano trepaba por una rama casi vertical animado por su madre que no dejaba de piar y revolotear a su alrededor. Volví a mi casa con una sonrisa de oreja a oreja.

Anónimo dijo...

Se llamaba Victor acabó vivendo encima de Cadichón, el burro, en un gran corral bajo las moreras.
A ojo de buen cubero... andaría por los 5 Kilos de pollo garañón.
Nadie diria por la salud de sus plumas y la envergadura de sus espolones que fue, antes de que una niña lo adoptara un pollo fucsia, dentro de una caja en Callao.

Crece lo que se ama y se cuida.
Lo otro, muere.
Lo que puede ser un conflicto.

Paolo dijo...

¡Por fin! ¡Lo conseguí!... Esto llevaba escachifollao desde esta mañana, pero yaaaaaaaaaaa lo arreglé. Habrá sido por influjo de Víctor, el gallo.

Anónimo dijo...

Sí, hay como un aroma a Mei-gallo por toda la red...