jueves, 30 de septiembre de 2004

Ética

No tengo demasiado claras las razones por las cuales he releído determinados libros. Supongo que las motivaciones (que en su mayor parte he olvidado) habrán sido diferentes en cada caso. Lo que no he olvidado son los libros que he leído más de una vez ( y obvio las repetidas lecturas infantiles de Los hijos del Capitán Grant o Las aventuras de Marco Polo, en aquellos grandes tomos ilustrados que me regalaron por la Primera Comunión, que para algo tuvo que servir). No son muchos: La Celestina, El Lazarillo, el Quijote, Hamlet, Macbeth, Romeo y Julieta, El Rey Lear, Madame Bovary, El proceso, Ulysses, El extranjero, Rayuela, Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada, La colmena, Luces de bohemia, Tirano banderas, alguna otra novela que seguramente se me escapa, algún poemario (Neruda, Machado, Cernuda...) y relatos varios (Poe, Cortázar, Borges, Hemingway, Bécquer, Quevedo...).

Todo esto viene porque anteanoche volví, después de varios meses, sobre Octaedro, uno de los libros de relatos del Cortázar post-rayuela al que todavía no le había hincado el diente. Antes del verano leí los dos primeros relatos y luego tuve que dejarlo hasta antes de ayer. Cuando cogí el libro, ya sabía que no podía pasar al tercero sin antes haber releído los dos primeros. "Liliana llorando" es una muestra típica del Cortázar de siempre: alguien al que le queda poco tiempo de vida y que imagina (casi recrea) cómo serán las cosas entre sus familiares y amigos en los momentos inmediatamente posteriores a su muerte. "Los pasos en las huellas" no deja, en cambio, de ser algo atípico y extraordinario. Mis recuerdos de la primera lectura eran notablemente nebulosos. Aquella vez no pasó nada especial, leí casí mecánicamente la historia de un hombre enfrentado a un dilema ético, como si aquello no fuera conmigo y desease terminar cuánto antes para pasar al cuento siguiente. Es como si no hubiese encontrado a Cortázar en aquellas páginas, como si hubiera entendido literalmente su advertencia previa: "Crónica algo tediosa, estilo de ejercicio más que ejercicio de estilo de un, digamos, Henry James que hubiera tomado mate en cualquier patio porteño o platense de los años veinte".

Esta vez, sin embargo, el relato me ha atrapado desde su escueto primer párrafo: "Jorge Fraga acababa de cumplir cuarenta años cuando decidió estudiar la vida y la obra del poeta Claudio Romero". Todas las cartas sobre la mesa. Nada de alusiones veladas, de sugerencias que el lector tiene que colocar en el puzzle en el que se convierten la mayoría de sus historias. Aquí no se nos ocultan datos. Es justamente eso lo que juzgué poco cortazariano, seguramente poco atractivo para una calurosa tarde de verano. O acaso es que en estos meses ha pasado algo que me ha hecho sentirme el mismo Jorge Fraga. Este profesor, cuyo silencioso y discreto trabajo de intelectual no ha tenido el reconocimiento que él cree merecer, que siente celos de la popularidad alcanzada por escritores mediocres, se embarca en la tarea de su vida: redactar la biografía definitiva de un poeta que es considerado un héroe nacional. Tras años de labor escrupulosa y mecánica publica por fin un libro que tiene una acogida extraordinaria. Es el éxito con el que siempre soñó, el dinero, la fama, los galardones... Y, sin embargo, hay una sombra que le impide sentirse del todo satisfecho. Durante sus investigaciones tuvo la oportunidad de entrevistarse con la hija de Susana Márquez, una maestra que mantuvo una larga relación con el poeta, quien le proporciona una serie de cartas en las que éste se muestra como un hombre altruista, noble, generoso, lo que sólo sirve para engrandecer su figura ante los lectores... Pero ahora, cuando le espera un deseado puesto diplomático en Europa, intuye que hay algo más. Algo que siempre ha sabido y en lo que ha preferido no profundizar para no poner en peligro el éxito de su libro, de su carrera, de su vida. Se derrumba. Vuelve donde la hija de Márquez y le exige las otras cartas. Es sólo una, pero suficiente. La lee como quien vuelve sobre lo ya leído. El altruista era realmente un canalla. Y ahora él, en el discurso de recepción del Premio Nacional, tiene que contarlo al país, no puede callárselo, aunque sabe que puede olvidarse de Europa, de las entrevistas en la radio, de las nuevas ediciones, de la fama, del dinero y de su carrera. Aquella noche, cuando ha pasado todo y sólo falta esperar la consumación de su hundimiento, Jorge Fraga habla con su mujer:
"- Si pudieras dormir un rato -dijo Ofelia.
- No, es que tengo que encontrarlo. Hay dos cosas: eso que no entiendo, y lo que va a empezar mañana, lo que ya empezó esta tarde. Estoy liquidado, comprendés, no me perdonarán jamás que les haya puesto el ídolo en los brazos y ahora se los haga volar en pedazos. Fijate que todo es absolutamente imbécil, Romero sigue siendo el autor de los mejores poemas del año veinte. Pero los ídolos no pueden tener pies de barro, y con la misma cursilería me lo van a decir mañana mis queridos colegas.
-Pero si vos creíste que tu deber era proclamar la verdad...
- Yo no lo creí, Ofelia. Lo hice, nomás. O alguien lo hizo por mí. De golpe no había otro camino después de esa noche. Era lo único que se podía hacer".

Lo único que se podía hacer. Qué extraordinaria receta para nuestro putrefacto entorno político-mediático. Entonces era esto. Esto lo que me enganchó al relato. Lo único que se podía hacer. La ética nos escoge. A nosotros realmente sólo nos queda aceptarla.

martes, 28 de septiembre de 2004

Religión

Es como remontar el curso de las décadas. La Segunda República Española cometió un error estratégico al tratar de modernizar el país reduciendo los privilegios de una Iglesia Católica reacia a perder su desmesurada influencia sobre la sociedad. La reacción de los sectores más cercanos al clericalismo fue un factor decisivo en los trágicos acontecimientos que pusieron final al proyecto republicano.

Hoy, de nuevo la cuestión religiosa, dejando traslucir un retraso civilizatorio verdaderamente dramático. Que desde la jerarquía católica y los sectores más conservadores de la Iglesia se hable de "fundamentalismo laicista" debería de ser suficiente para entender la base del problema. Y es que el laicismo no puede ser jamás fundamentalista, porque el laicismo consiste simplemente en la proclamación de la neutralidad del Estado en materia ideológica (incluida, obviamente, la religión, la superideología que te soluciona todos los problemas con un simple acto de fe), algo tan sencillo de entender y que deberíamos de tener todos tan asumido que causa sonrojo el que alguien pueda considerar antirreligiosa su aplicación.

Ni siquiera se trata de eso. Llevado hasta sus últimas (y naturales) consecuencias, el laicismo debería de terminar con el adoctrinamiento religioso en las escuelas. Eso no socava ningún derecho, como pretenden los obispos. La libertad religiosa y de cultos está perfectamente garantizada y no corre ningún peligro. La aplicación de ese principio, básico en una sociedad moderna, simplemente actuaría en la eliminación de un privilegio intolerable, por el cual aquellos que desean utilizar los medios públicos para el adoctrinamiento ideológico de sus hijos pueden hacerlo siempre que esa ideología sea la católica.

Pero no, ni siquiera es eso. Los colegios van a seguir ofreciendo obligatoriamente doctrina religiosa a aquellos que lo deseen. Es algo mucho más nimio. Es volver a la situación anterior a la nefasta idea del PP de retomar la cuestión religiosa en su reforma de la educación. El debate era inexistente. Todos habíamos aceptado el punto muerto al que había llegado la situación. Los que consideramos que el estado laico debe tener una aplicación práctica y real sobre la vida cotidiana nos habíamos resignado a que los colegios siguiesen ofreciendo adoctrinamiento religioso con tal de que fuera una asignatura (se me hace difícil llamar "asignatura" a algo que no lo es) sin valor académico, algo tan obvio, por otro lado. La gran mayoría de los padres que escogían la religión para sus hijos (más empujados por la inercia que por la necesidad, desde luego) tampoco parecían especialmente preocupados. Así que el PP despertó a la bicha dormida, provocando de paso el fracaso de su reforma que, en algunos aspectos, era impecable y necesaria. Porque fue esto lo que hizo intolerable la reforma para muchos que consideramos que esa etapa de la disputa religiosa estaba ya superada y nunca tendríamos que volver a recorrerla.

Nos equivocamos. Hasta el punto de que resulta absolutamente patético leer determinada prensa y escuchar la COPE estos días. Han pasado siete décadas pero estamos como entonces, con el núcleo duro del clericalismo de este país poniendo sus intereses y sus privilegios como ejemplos de derechos que deben ser defendidos. Me da pavor pensar hasta dónde están dispuestos a llegar para conseguirlo.

lunes, 20 de septiembre de 2004

Palabras

Quienes deberían ser considerados como referentes morales de nuestra sociedad nos lo han repetido en infinidad de ocasiones. Pienso en Aurelio Arteta o en Fernando Savater o en Antonio Muñoz Molina. Hay que tener mucho cuidado con el uso que hacemos de las palabras, porque por sí solas las palabras son capaces no sólo de interpretar la realidad sino incluso de crearla. Nuestro modelo de civilización empieza defendiéndose desde el uso que hagamos del lenguaje. Y parece que habrá que seguir repitiéndolo.

Ayer por la tarde. Titular de elmundo.es: “Ejecutan a tres kurdos, mientras el tiempo se agota para otros tres occidentales” (cito de memoria, pero la forma impersonal del verbo encabezaba la frase tal y como la transcribo). Más abajo. Otro titular: “Se entrega en Valencia el hombre que mató a un policía e hirió a dos guardias civiles”. Me pregunto intrigado qué habrá llevado al redactor de elmundo.es a considerar ejecución el asesinato de tres rehenes kurdos en Iraq. Porque, aunque lo parezca, no es lo mismo ‘ejecutar’ que ‘asesinar’. Se ejecuta a los reos condenados a muerte. El asesinato es otra cosa bien diferente.

Por supuesto que la pena de muerte me parece por completo rechazable, un rastro del pasado aún vigente en algunos estados, que por ello deberían recibir el repudio generalizado del resto. Pero no conviene picar el anzuelo y caer en el siniestro juego de las equivalencias. Porque si un estado ejecuta y unos terroristas ejecutan, a la postre se está sugiriendo que unos y otros hacen lo mismo, que el estado se convierte en el ejecutor de una violencia estructural y los terroristas en meras réplicas de esa violencia. Y esto es sencillamente inaceptable, el primer paso para justificar los crímenes y las amenazas de los terroristas, las causas de sus actuaciones criminales. Éticamente rechazable, la pena de muerte se aplica, en último caso, tras procesos en los que los condenados por crímenes de especial gravedad son sujetos con derechos y en los que se cumplen toda una serie de garantías procesales (por supuesto, me refiero a esta pena de muerte. La que se aplica sumariamente y sin garantías en tantos estados del mundo es tan asesinato como el de los terroristas). Compartiendo su carácter inaceptable no deja de existir un considerable salto ético entre la ejecución de un reo condenado a muerte y el asesinato de rehenes por grupos terroristas.

Ayer noche. Observo que elmundo.es ha cambiado el titular: “Matan a tres kurdos...”. Al menos es un paso, aunque aquí habría que aplicar el dicho de Oscar Wilde: “¿Obsceno? Mucho peor: está mal escrito”. El uso impersonal del verbo ‘matar’ encabezando un titular en este contexto resulta ofensivo al oído de cualquier aficionado medio a la lengua castellana. Y como se supone que los periodistas son profesionales de la lengua, no termino de entenderlo. “Asesinan a tres kurdos...”. Era así de fácil. Y no entiendo por qué esa resistencia a emplear el verbo ‘asesinar’ cuando corresponde.

Esta mañana. Telediario de la 1ª. Hablan del asesinato de tres kurdos. Bien. Luego otro titular: “Hamas jura venganza por el asesinato de uno de sus líderes”. También correcto. Pese a lo complejo de la situación palestina, los asesinatos selectivos que cometen los servicios de seguridad israelíes no dejan de ser eso, asesinatos. Sólo confío en que a partir de ahora los israelíes también sean asesinados por los terroristas palestinos, y dejen de una vez de morirse a causa de las explosiones provocadas por los palestinos, como habitualmente puede leerse en la prensa española. Morirán del susto, supongo. Como todo el mundo sabe, los judíos han sido siempre muy impresionables.

sábado, 18 de septiembre de 2004

Locura


Avant le massacre Posted by Hello

Apenas sabía nada de Louis Soutter. Recuerdo alguna referencia muy vaga cuando estudié hace ya casi veinte años el expresionismo y el surrealismo; uno de esos artistas marginales, que si figuran en los currículos universitarios es sólo para engrandecer los nombres de los consagrados y admitidos en el club de la excelencia. Así que se ha presentado de repente, sin avisar. Pintor y músico suizo, nacido en 1871 y muerto en 1942. Desde 1907 fue primer violín de la Orquesta del Teatro de Ginebra, la que unos años después pasaría a llamarse Orquesta de la Suisse Romande (la de Ansermet). Ya pintaba, obras figurativas, retratos, en los que no es raro detectar cierto aire de familia con el Picasso de la etapa azul. Hombre de sensibilidad extremada, siempre a flor de piel, se sentía muy unido a una hermana que falleció en 1915. Desde aquel instante fatídico la mente de Soutter renunció al esfuerzo que debía hacer para adaptarse a una realidad que lo rehuía. Se construyó la suya propia. Perdió el puesto de concertino en la orquesta y fue bajando por la escala jerárquica hasta terminar ocupando un atril perdido entre los segundos violines. Su familia lo presionaba para que aceptara una reclusión temporal en un sanatorio mental, manicomio lo llamábamos hasta hace bien poco. Vencido, angustiado, agotado, aceptó finalmente en 1923. Ingresó en el asilo de Ballaigues y allí pasó los últimos veinte años de su vida, pintando a todas horas, comiendo muy de cuando en cuando. Fuera locura o un simple modo de protesta o evasión, su obra adquirió en aquellas condiciones una lucidez inusitada, que en algunos casos llega a alcanzar para nosotros la categoría de lo visionario. Como en el lienzo de arriba, que se titula Avant le massacre (Antes de la masacre) y que fue pintado justo el mismo día en que comenzó la Segunda Guerra Mundial. Las gamas de grises, el negro restallante con que caracteriza a los hombres, la diagonal amenazante que dibuja al personaje central, esas manos en alto parecen anticipar en efecto el horror en que se hundiría durante casi seis años la Europa que Soutter había conocido. No tuvo fuerzas para llegar al final. Debió de pensar que tres años eran suficientes. Que lo que tenía que decir ya había sido dicho, y que el futuro era demasiado incierto para lo que su mente alcanzaba a vislumbrar, en medio de la desolación y el espanto.

En 1993 la Orquesta de la Suisse Romande solicitó al compositor suizo Heinz Holliger una obra para celebrar el 75 aniversario de su fundación. Holliger, hombre de una profunda formación literaria, optó en esta ocasión por acercarse al mundo de la plástica, homenajeando a Louis Soutter, al fin y al cabo, alguien que había sido violinista de la Orquesta. Nació así el Concierto para violín, obra en cuatro tiempos, tan sugerente y radical como todas las de su autor, en la que el instrumento solista funciona a manera de personaje, de individuo que se enfrenta o se diluye en la colectividad de una orquesta que está tratada básicamente por grupos de timbres homogéneos. El Concierto, que fue estrenado el 16 de noviembre de 1995 en Lausana, con el salzburgués Thomas Zehetmair como solista y la Orquesta de la Suisse Romande dirigida por el propio Holliger, funciona a modo de auténtico drama sin palabras, que pretende sondear las más profundas pulsiones destructivas del ser humano. Música de nuestro tiempo, de nuestra más estricta cotidianeidad, que Zehetmair y Holliger nos ofrecen, ahora con la Orquesta de la SWR, en este soberbio disco del sello ECM.


Holliger Posted by Hello

viernes, 10 de septiembre de 2004

Amenábar

Después de ver Abre los ojos juró que me esforcé, me esforcé y me esforcé por mantenerlos bien abiertos (los ojos interiores) tratando de entender qué era lo que había llevado a gente a la que conocía y respetaba intelectualmente a hacer el elogio de semejante bodrio. Claro que también repiqueteaba en mi cerebro la advertencia de mi amigo P R ("No hay una sola frase inteligente en toda la película"). Y no es que no hubiera una sola frase inteligente, es que la película era un profundo insulto a la inteligencia.

Con ese precedente, me negué a pagar una entrada por ver Los otros, película que recuperé el otro día en TVE, en medio del mayor aparato publicitario-propagandístico que se haya conocido nunca en el cine español, con motivo del estreno de Mar adentro. Sin entrar en la polémica del paralelismo de la película con El sexto sentido y cuál de las dos fue concebida en primer lugar, Los otros me pareció mejor concebida y acabada que la anterior (no era necesario mucho, desde luego), pero de una vacuidad extrema.

No quiero quitarle a Amenábar mérito alguno. Es hábil con la cámara, indudablemente, y poco a poco va aprendiendo a contar una historia, pero el problema es que el trasfondo de sus películas es inane, cuando no rídículo, algo que puede ser considerado como símbolo de nuestro tiempo y que deriva indudablemente de las influencias que él reconoce en su cine, ¡que no pasan de Spielberg! Lo cual viene a ser más o menos como si un novelista joven afirmase que sus referentes como escritor son Antonio Gala y Arturo Pérez-Reverte y que para él Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín o Baroja son sólo nombres.

No he visto Mar adentro, y no pienso pagar una entrada por verla. Amigos que la han visto y que trabajan en el entorno del cine (y de quienes me fío) coinciden (lo que es noticia) en que Amenábar no se atreve a ponerse en la piel de Sampedro, que es incapaz de adoptar la posición de alguien que quiere morirse, que la película es tremendamente tramposa con los sentimientos del espectador y que además la música (Amenábar insiste en escribir sus propias bandas sonoras) es de auténtico sonrojo.

En cuanto al exagerado apoyo de los medios afines al Gobierno y al PSOE a un film que trata un tema de una extraordinaria hondura humana y social desde la perspectiva más correctamente política que pueda imaginarse, me produce un profundo rechazo. Que Amenábar haya aprovechado justamente este momento para salir del armario (¿ante quién, si en el entorno del cine su condición de homosexual era conocida de sobra?) para redondear así el círculo del talante y mercadear con su sexualidad convierte el rechazo en pura repugnancia.

jueves, 9 de septiembre de 2004

Agua

Me encanta cepillarle el pelo mientras le paso el secador, y lamento no hacerlo más a menudo. Me encanta tenerla sentada en mis rodillas, envuelta en la toalla, mientras me cuenta del caballo del parque y cómo ella y Sonia le daban de comer tierra o del lobo que se asomó a su cama la otra noche o de la canción que cantaba con Sara y Belén. Y me gusta creer que a ella también le gusta. Por eso, ahora que pasamos tanto tiempo juntos por las mañanas, me pide todos los días que la meta en ese barreño azul donde se bañaba su hermana. En apariencia lo hace para jugar con la ducha infantil que le compró su madre cuando era más pequeña y le espantaba la idea de que un chorro de agua le mojase la cara, pero en el fondo yo sé que es porque disfruta sentada en mis rodillas, contándome sus increíbles aventuras mientras siente mis caricias leves mezcladas con el calor y el runrún del secador. Me encanta sentir el roce de su espalda mientras le cepillo el pelo y escucho del castillo o del puzzle que haremos después, y lamento no sentirlo más a menudo. Lamento haber delegado tantas cosas, por comodidad, o por incapacidad, o por miedo, y cuando la oigo jugar a mi alrededor, mientras trabajo, haciendo familias con los paraguas o con los botes de crema o con los rotuladores y suena un preludio de Sainte Colombe imagino que el Paraíso original debió de ser algo así, un espacio donde el sentimiento de ternura fluía entre los hombres sin necesidad de palabras ni de gestos, imponiendo un orden en el que el tiempo parecía detenerse. Y entiendo el dolor que esa pérdida supuso para nuestros padres. Y, por todo eso, y aunque no considere imprescindible la paternidad para alcanzar a comprenderlo en toda su profundidad, el horror de Beslan me ha afectado tan íntimamente que, más a menudo de lo que ella necesita, me sorprendo preguntándole: "Cariño, ¿quieres agua?".

domingo, 5 de septiembre de 2004

Contexto

Y esto, ejemplar, de Juan Avellana, porque sí, los contextualizadores han comenzado ya su execrable trabajo, cuyo fin (no premeditado, por supuesto) no es otro que el de allanar el camino para otros verdugos, para otras víctimas:

"Albert Camus deseaba la justicia; a la vez, era consciente de los crímenes cometidos en su nombre. Así que expresó de este modo la quintaesencia de las elecciones morales: «Yo creo en la justicia, pero defendería a mi madre antes que a la justicia». Desde ahí se empieza.
No hay ninguna razón abstracta que pueda obligar a un hombre a matar a unos niños en una escuela secuestrada, y una vez que ese hombre lo ha hecho, entonces no hay ninguna disculpa abstracta que lo libere de la carga del más espantoso de los crímenes que se pueden cometer contra la más indefensa de las víctimas. En los días que vendrán oiremos cómo unos y otros contextualizan los hechos, cómo se buscan causas, cómo se intenta explicar, cómo se reparten responsabilidades y culpas. Pero nada de eso podrá aligerar el peso del horror de la culpa que cae sobre cualquiera de esos hombres que se han cubierto de bombas y han secuestrado una escuela llena de niños.
Porque en el fondo, todas esas explicaciones nada tienen que ver. O sí, pero son escolios, marginalia. El culpable es un hombre. No sirve la obediencia debida. No le sirve al torturador que obedece a sus superiores jerárquicos ni tampoco al que obecede el mandato de su patria, o el de Dios, o el de sus muertos que reclaman venganza. El mal en estado puro no puede llamar en su disculpa a ningún mal anterior.
Ninguna colectividad diluye el tamaño de la culpa sobre los hombros de un hombre que ha decidido entrar a propósito en una escuela cubierto de bombas. Si no entendemos eso y a partir de ahí organizamos el universo moral, estamos perdidos.
La moral puede llegar a ser una asignatura compleja, pero en el último de los casos nos queda Camus: «Yo creo en la justicia, pero defendería a mi madre antes que a la justicia». Nada puede obligar a un hombre a atacar a su madre. Ni a matar a unos niños. Desde ahí se empieza."

Énfasis

Y, por supuesto, esto de Arcadi:

"Caiga mi maldición para todo aquel trastornado que exhibiendo su enfermedad, la absoluta pérdida de todos los principios (el más grave el de lo real) y una impiedad hija del politburó que sigue organizando su vida, si es que vida puede llamarse a semejante despojo deliberativo, ha ordenado el asalto a los titulares de los periódicos, nivelando terroristas con soldados, asalto con rescate, y bala con espalda, metaforizando muy precisamente el no man’s land moral desde el que narran, y practicando la más repugnante operación de palabra quemada de que tenga noticia este asqueado".

Y esto otro:

"El énfasis sobre las causas del terrorismo es directamente proporcional a la distancia entre el lugar del terrorista y el lugar del enfático. A mayor distancia de las bombas mayor insistencia en las causas".

sábado, 4 de septiembre de 2004

Promesa

Y no olvidar este párrafo de Muñoz Molina:

"No olvidaremos y no perdonaremos. No dejaremos que se esconda en la impunidad ningún asesino, que se borre en el anonimato de las cifras la cara o la identidad de ninguna víctima. Ésta es una promesa que me hago a mí mismo: no permitiré que nadie, en mi presencia, infame o ponga en duda la dignidad de los que ahora sufren, no aceptaré delante de mí más palabras embusteras o cínicas que enturbien la clara línea de separación entre los inocentes y los verdugos, no me rozaré con nadie de quien tenga la sospecha de que se ha infectado con su cercanía.".

Piedad


Piedad Posted by Hello

Y aunque trato de obligarme a pensar, no sé qué decir.